El negocio de la propia vida... y de los demás

El tal Karl Ove Knausgård

El tal Karl Ove Knausgård

Hace unos meses Laura me habló de un escritor noruego llamado Karl Ove Knausgård, a quien no conocía y de quien (por tanto) no he leído nada. Desde entonces me he agenciado un par de tomos de su principal obra, y voy a ello.

El autor se hizo famoso a raíz de su novela Mi lucha, una obra autobiográfica (autoficción) de 3500 páginas formada por seis volúmenes, en cuyo interior se recogen todo lujo de detalles íntimos. Hace ya un lustro que las novelas fueron publicadas en Noruega y Anagrama publica este año el 4º volumen (Bailando en la oscuridad).

La mayor parte de los críticos afirman que se trata de una obra excepcional (los hay que le comparan con Proust), que engancha incluso cuando aburre. Sí, algunas personas dirían eso de Gran Hermano, pero en este caso quien lo dice es el New York Times, así que la cosa cambia un poco. Es decir, que su éxito no radica únicamente en la exposición personal, sino también de la calidad literaria de la propia obra. Qué es lo que ha pesado más en su éxito no lo sé, pero qué duda cabe que el exhibicionismo habrá ayudado bastante.

El grado de disección es tal que (siempre de acuerdo a lo que he leído) tras la publicación de la novela su mujer cayó en una depresión, la familia de su padre dejó de hablarle y su ex mujer mostró en la radio su desacuerdo con lo que se recogía en el texto (sobre ella, presumo). Aparte, probablemente, de otros problemas "menores" con amigos y conocidos. No sabemos si la mujer continúa deprimida y la familia de su padre ha vuelto a hablarle.

La cuestión es: ¿ser protagonista directo de un hecho legitima moralmente para hacerlo público de la manera y el momento que te venga en gana, cuando otras personas están involucradas?

Si queréis más información (recomendable en mi opinión el de Harper's Bazaar):

Consejos de escritura (VI)

Vamos con la sexta entrega (las anteriores, aquí: primera, segunda y terceracuarta y quinta). Como veréis, he cambiado el título de la entrada y estoy haciendo algunos cambios en el blog que tenía pendientes desde que acabé la novela. Cambio de categorías y etiquetas, reorganización, un logo nuevo, perder el tiempo como un poseso y otras cosas del comer. Vamos allá.

15. Esas malditas frases. 

Cuando te pongas a revisar, es normal que de vez en cuando encuentres una frase o un pequeño párrafo que no te encaja, que no transmite esa idea difusa que tienes en la cabeza, pero que por muchas vueltas que le das no acabas de ver la forma de arreglar. Cuando eso pasa, lo más habitual es cambiar esta o aquella palabra buscando un sinónimo, o alteres el orden de los elementos, pero tampoco así logras dar con la solución. El problema radica en esa manía que tenemos de tratar de aprovechar lo que ya hemos escrito, cuyo contexto, estructura y léxico condiciona las posibles alternativas. Si te atascas, ignora lo que has escrito e intenta escribir la frase o el párrafo de cero. Sí, quizá puedes aprovechar parte de lo anterior, pero la idea es que no escribas sobre ella, sino que lo hagas en un espacio en blanco. Así es más probable que encuentres una forma de decir lo mismo con otras palabras.

16. Mantén un estilo clásico. 

No me refiero a que escribas como Homero o Cervantes, sino a que limites el grado de innovación a unos niveles razonables. No eres (somos) James Joyce ni Thomas Bernhard. A no ser que seas un autor consagrado (en cuyo caso no estás leyendo estas líneas) o tengas tu propia editorial, intenta no pasarte con el grado de transgresividad, si quieres ver tu obra publicada o al menos que sea leída. Nadie duda de que seas un genio de la literatura, pero es preferible que esperes un poco a demostrarlo; no es necesario desplegar todos tus recursos en la primera novela. Quizá sea cierto eso de que las reglas están para romperlas, pero quizá no todas el mismo día, y como leerás en muchos lugares, para romperlas antes hay que conocerlas. Dicho eso, ya sabes: es tu obra. Si sientes que esa es tu forma de escribir y que suavizarla es una traición a tu estilo, adelante.

17. Guarda un equilibrio entre mostrar y contar. 

Probablemente hayas leído esto en muchos libros y blogs sobre escritura. El ejemplo típico es el del tipo que se enfada. No es lo mismo decir "Juan estaba furioso" (contar) que decir "Juan golpeó la mesa con los puños cerrados y toda la oficina se giró al escucharlo gritar" (mostrar). Si lo muestras todo, puedes ralentizar el ritmo en exceso e inundar el texto de detalles que no son necesarios, y si lo cuentas todo, dejarás a los personajes y la acción en la superficie. Por ejemplo, cuando se enfada, María grita tanto que se le oye en todo el edificio, mientras que Elena no pronuncia una palabra, sino que coge las llaves de casa y desaparece hasta que se le pasa dos horas más tarde. Si dices "Al escuchar eso, María/Elena se enfadó" sin más, estás reduciendo dos comportamientos muy diferentes a una única palabra.

Por supuesto, siempre hay un pero. El primero es que si Elena o María es la estanquera, que se ha enfadado porque le hemos dado el cambio en monedas de veinte céntimos, y no vamos a volver a verla ni su reacción va a tener ninguna implicación en el personaje que protagoniza la escena, nos importa poco lo que haga cuando se enfada. Como si se corta la falange del dedo meñique (si va a hacer eso, quizá debamos valorar incluirlo). Por otro lado, incluso con los personajes principales, no es necesario un párrafo de diez líneas cada vez que sea necesario describir un rasgo de personalidad. A menudo, un pequeño diálogo, una escena o un par de frases bien escogidas y ubicadas en el texto es suficiente. Si Juan tiene problemas de ira, dedícale a esos problemas un espacio proporcional a la importancia que tienen en la historia.

 

Hasta aquí, los consejitos de hoy. En unos días, la siguiente entrega. Si te ha parecido interesante, compártelo con tus seguidores, mascotas, amigos y enemigos. 

El hombre y la mierda

Ayer estuvimos en Rascafría, donde el año pasado subimos a propósito de una gran nevada que había caído tan solo hacía un par de días. Teníamos la esperanza de que la experiencia se repitiese, pero por desgracia, en esta ocasión hacía ya varios días que había nevado y en lugar de la nieve polvo de la última vez, nos encontramos con un paisaje igual de blanco pero significativamente más sólido y por tanto menos mágico. Tampoco tuvimos la suerte de que hiciese sol, así que la visita fue relámpago.

Decididos ya a volver al coche, pasamos junto a tres parejas jóvenes, que sentados sobre el guardarraíl con los pies sobre la nieve le daban la espalda a la carretera. Una de las chicas estaba en ese momento desembalando una esterilla de protección para el parabrisas, que más tarde utilizaría de trineo improvisado. Dejó caer un pequeño trozo de  plástico aluminizado al suelo y al darse cuenta de que la miraba, cogió el resto entre sus manos e hizo ademán de meterlo en uno de los bolsillos de su anorak blanco. Sin embargo, no nos habíamos alejado ni cien metros cuando al girarme me di cuenta de que había tirado al suelo todo el embalaje. Lo cierto es que podría haberme dado la vuelta y recriminarle aquello, pero no soy amante de los conflictos y me gusta menos aún que tres descerebrados me partan la cara. Sin embargo, no puedo menos que acordarme de la cita de Edmund Burke "Para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada", y siento cierto resquemor interior. Todavía ahora le doy vueltas al asunto, y aunque no sirva de nada, vengo desde entonces deseándole un doloroso impacto contra el tronco de un pino. O por justicia poética, que un plástico similar le haga resbalar y se rompa el cráneo contra una acera. 

Eso no fue todo. En el aparcamiento varios embalajes de plástico y alguna bolsa campaban a sus anchas y al llegar al coche, algún simpático hijo de puta había dejado un tetrabrik de zumo sobre la nieve que delimitaba el aparcamiento, tal y como aparece en la foto. Probablemente le pareció divertido o no daba para más, nunca lo sabremos. Aunque en este caso no había un ser humano en el que concentrar mi odio acumulado, como no quiero que nadie me acuse de discriminación, también a todos ellos les deseo la peor de las agonías. Mi nivel de odio hacia el incivismo y la maldad humana es cada día mayor. Hasta que se haga insoportable, seguiremos aguantando. Entonces ya veremos. 

No voy a ponerme a divagar sobre si es aconsejable o incluso bueno que el ser humano entre en contacto con la naturaleza con teóricos (y buenistas) propósitos educacionales, porque en este santo país tenemos cada año decenas de incendios que prueban lo contrario, y solo hace falta acercarse a cualquier paraje por remoto que sea para darse cuenta de que la respuesta es no. Un gran, enorme, inmenso y planetario no. Pon un sendero y siempre encontrarás a algún gilipollas al que se le ocurrirá tirar una lata de refresco o un papel de aluminio o una bolsa de plástico. Al pie de cualquier zona de escalada es fácil encontrar decenas de colillas y he llegado a ver a un hombre que merecía que le partiesen las piernas por diez sitios diferentes cogiendo setas en el Parque Nacional de Ordesa, caminando campo a través haciendo caso omiso de las prohibiciones y advertencias. 

No, los parques naturales y espacios protegidos deberían estar herméticamente cerrados al público, y contar cada uno con varias docenas de francotiradores entrenados y con la orden de disparar a matar a cualquier persona que se adentrase en ellos. Quizá les parezca injusto, y no digo que no lo sea, pero es preferible eso a ver cómo la piara de cerdos que es un número significativo de personas trata la naturaleza como si se tratase de un estercolero, lo que supone muy probablemente el mejor reflejo de su miserable existencia. Me atrevo a aventurar que si adoptásemos tal radical medida, en un par de décadas una vez eliminada la prohibición, los que disfrutamos de la Naturaleza coseríamos a palos a cualquier indeseable que con su comportamiento provocase la vuelta de las restricciones. 

Para acabar esta simpática entrada no puedo menos que terminar con una entrada del agente Smith que resume de manera bastante explícita todo esto que les decía:

"Quisiera compartir una revelación que he tenido desde que estoy aquí. Esta me sobrevino cuando intenté clasificar a su especie. Verá, me di cuenta de que en realidad, no son mamíferos. Todos los mamíferos de este planeta desarrollan instintivamente un lógico equilibrio con el hábitat natural que les rodea. Pero los humanos no lo hacen. Se trasladan a una zona y se multiplican y siguen multiplicándose hasta que todos los recursos naturales se agotan. Así que el único modo de sobrevivir es extendiéndose hasta otra zona. Existe otro organismo en este planeta que sigue el mismo patrón ¿Sabe cuál es? Un virus. Los humanos sois una enfermedad, sois el cáncer de este planeta, sois una plaga. Y nosotros somos la cura".

Consejos de escritura (IV)

Si acabas de aterrizar por aquí, esta es la cuarta entrega de una serie en la que recojo algunas lecciones aprendidas durante los tres años y pico que me ha llevado escribir Yunque. Lo que significa que debes darle a estas entradas el valor que merecen (lo que es algo que deberás determinar tú), ni más ni menos. 

Puedes echarle un vistazo a las anteriores entregas en los enlaces siguientes: primera, segunda y tercera. La última entrega versaba sobre la longitud de las frases, aunque me entusiasmé y acabé con un par de ejemplos. Hoy vamos a comenzar con una recomendación similar. 

11. Aprende a leer el ritmo de las escenas.

Ya vimos en la última entrada que si no es absolutamente necesario, no deberías incluir frases demasiado largas. Y aunque "demasiado" es un término cargado de subjetividad, seguro que puedes hacerte una idea aproximada. En el otro extremo, tampoco es aconsejable utilizar "demasiadas" (vaya, otra vez) frases cortas. Debo aclarar que con el término frase me refiero a un conjunto de palabras separadas exclusivamente por espacios y comas; un punto o un punto y coma divide dos frases. En definitiva, se trata de saber "leer" el ritmo de la escena, utilizar las frases cuya longitud se adapte mejor y alternarlas para que no se pierda el efecto (tres docenas de frases de menos de 5 palabras no transmiten ritmo, aburren). 

Eso lo que a menudo se define como "musicalidad" del texto, palabra que define bien esta recomendación. Claro que una canción de Skrillex se puede tocar con guitarra o incluso oboe, pero no sonará igual y en muchos casos, no transmitirá lo que el autor pretendía cuando compuso el tema (es decir, volverte loco). Es más, es probable que haga falta mucho más esfuerzo para que suene a algo decente si se utiliza un instrumento distinto al original.

Dicho de otra forma, claro que puedes describir una persecución policíaca utilizando solo frases largas, pero asegúrate de que logras la velocidad y el tono del texto que la escena necesita, y no que has impuesto un estilo demasiado pausado solo porque te gusta o se te da mejor la prosa densa.

12. Coge distancia del texto y sumérgete en él casi hasta que lo odies. 

Durante el tiempo que me ha llevado escribir Yunque, ha habido meses en los que no he tocado una coma, mientras que otros me los he pasado obsesionado con la historia, escribiendo (revisando, más bien) varias horas al día. Ambas cosas son necesarias.

La primera te sirve para volver a entrar en la historia casi como si fuese nueva o incluso hubiese sido escrita por otra persona (lo que dependerá del tiempo que lleve el manuscrito en barbecho), y la segunda para identificar posibles mejoras e incoherencias del argumento y unificar el estilo y la voz (si han pasado seis meses entre dos capítulos, la voz puede llegar a discrepar bastante de uno a otro). Solo hay que tomar dos precauciones: no alejarse tanto del texto que jamás regreses a él, y no sumergirse tanto que acabes ahogándote (lo que en última instancia conduce a abandonarlo).

13. Recorta... pero no te pases. 

Este es otro de esos consejos habituales: recorta, recorta y recorta. Sin embargo, es una de las recomendaciones más complicadas de seguir, porque aparte del componente subjetivo, no creo que haya nadie a quien no le moleste eliminar esa digresión existencial del personaje que le ha quedado tan estupenda y que le costó tantas horas escribir, pulir y sacar brillo. Sí, ha quedado fantástica, pero analiza si es necesaria. ¿Detiene el ritmo del capítulo? ¿Es coherente con el personaje? ¿Aporta algo a la historia?

Si la respuesta a las tres preguntas es "no", lo más probable es que la tengas que amputar. Sin embargo, puedes optar por soluciones alternativas. Si ralentiza el ritmo, quizá en otro lugar del texto encaje bien. Quizá no sea adecuado para ese personaje, pero sí para otro, o incluso la puedas adaptar para el narrador. Si no aporta nada a la historia, es posible que puedas reorientar la escena para que lo haga, aunque tampoco trates de encajar una escena simplemente porque te has enamorado de ella; recortarla no implica eliminarla de la faz de la tierra y olvidarte de ella. A lo mejor la puedes desarrollar en un relato independiente, o incluirla en una futura obra. Si es buena, seguro que puedes encontrarle un nuevo "hogar".

Cuando acabé el primer borrador, incluso aunque durante la escritura de este iba haciendo pequeñas revisiones del texto, me planté en 154000 palabras. La versión final del manuscrito tiene 136000 palabras, lo que supone una reducción de casi el 12 %. ¿Hay párrafos o escenas que podría haber eliminado? Es probable, pero no lo hice porque tenía dudas (y lo confieso, alguno me dolía demasiado). En el otro extremo, ¿es posible que eliminara partes que podía haber dejado? También, aunque nunca lo sabré. La cuestión es que no hay una regla de oro. Escribir no es una ciencia exacta, así que no te obsesiones. Si la miras objetivamente y estás convencido de que cumple un papel, aunque sea de extra secundario, déjala.

 

Hasta aquí, las lecciones, consejos, recomendaciones de hoy. En unos días, la siguiente entrega. Si te ha parecido interesante, compártelo con tus seguidores, mascotas, amigos y enemigos

Sofía

Odio los gatos. Casi siempre.

Cobardía

«Por mí se va a la ciudad doliente;
por mí se va al eternal tormento;
por mí se va tras la maldita gente.

Movió a mi Autor el justiciero aliento:
hízome la divina gobernanza,
el primo amor, el alto pensamiento.

Antes de mí, no hubo jamás crianza,
sino lo eterno; yo por siempre duro:
¡Oh, los que entráis, dejad toda esperanza!
»

— La Divina Comedia de Dante Alighieri.
     Canto Tercero. Vestíbulo: Cobardía.
     Traducción en verso ajustada al original por Bartolomé Mitre.

     (Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes)

Consejos de escritura (III)

Hace unos días comencé una serie de entradas con la intención de mostrar algunas de las lecciones aprendidas durante los tres años y pico de escritura de Yunque. Eso ya lo saben. No les voy a resumir el contenido de las entradas anteriores (la primera y la segunda), para eso las escribí.  En la tercera entrega, es decir, esta, vamos a ver solo una lección adicional, aunque considérenlo en gran parte un ejercicio de estilo personal.

Insisto en lo que ya dije en la anterior entrada. Esto son comentarios, recomendaciones, consejos, lecciones aprendidas de mi propia experiencia, por lo que es responsabilidad del lector otorgarles la importancia que merecen (que es mucha, como no podría ser de otra manera). Vamos allá con el punto 10.

10. Cárgate las frases eternas.

Esto requiere una introducción. La semana pasada, al enterarse una amiga de que había por fin terminado Yunque, me comentó que conocía a alguien que había publicado una novela, y le dije que hablase con dicha persona con el objeto de ver si me podía pasar algún contacto. No hubo suerte, pero como soy un envidioso de los peores (no bromeo), al conocer su nombre entré en Amazon y descargué una muestra del libro. La muestra contiene los dos primeros capítulos. Bien. La longitud de la primera frase del libro es de aproximadamente unas 450 palabras, más o menos una página y media. Un número indeterminado de incisos sobre incisos, frases anidadas que se alargan varias líneas, unas encima de otras como platos en el fregadero esperando que alguien los limpie. Medio centenar de comas y varias acotaciones acaban llevando al lector por un camino de estupefacción hasta un punto y aparte en el que ha olvidado el lugar del que partió, qué es lo que hace allí y cómo ha llegado. Tuve que leer la frase varias veces para apartar de mi cabeza los incisos descriptivos a propósito de cada personaje, y descubrir la  escena que estaba planteando la autora. Aunque en el resto de la muestra no hay frases tan largas, sí hay cierta predilección por este tipo de estructuras. 

Si obviamos el pecado irresoluble y capital que supone hacer eso en la primera página del libro, una frase de tal longitud es un factor importante para coger el libro y sin darle una segunda oportunidad, volver a dejarlo en el montón. Quizá Pynchon, DFW o William Gaddis se puedan permitir una frase así (de hecho, en Jota Erre, Gaddis divide los confusos e interminables diálogos con párrafos descriptivos sin un punto), pero estarán de acuerdo conmigo en que no somos ninguno de ellos y además se cuidan mucho de hacerlo en la primera página. 

Mi regla (general) es que si a mitad de la frase necesito volver atrás porque no recuerdo qué estaba contando (o leyendo), es que la frase es demasiado larga. Tengo la impresión de que las frases largas y complejas nos gustan a los noveles y pensamos que son más sofisticadas, pero no, no lo son. Son solamente pedazos de comida demasiado grandes, que necesitan estar muy bien cocinadas para que podamos tragarlas de un bocado.

Ese era el consejo. Para cerrar la entrada, veamos un par de ejemplos que me acabo de sacar de la manga. Si consiguen llegar hasta el final, tengan compasión.

 

         «Eché un vistazo al cartel que tenía sobre la puerta, alumbrado por un par de pobres focos, y una vez hube comprobado que estaba en lo cierto, abrí la puerta y allí estaba ella, la mujer de Andrés, un viejo amigo de quien hacía bastante que no sabía nada y del que si algo se podía decir es que al hablar no se andaba por las ramas, una cualidad sufrida en varias ocasiones y más recientemente en nuestra última reunión a propósito del cumpleaños de su hijo menor, mirando su móvil y probablemente cansada de esperar, porque en su mesa de madera vieja, o quizá envejecida artificialmente, había dos botellines de cerveza vacíos, que no obstante luego recapacité y pensé que a pesar de mi primer impulso quizá fuesen del cliente anterior, porque luego me di cuenta que el camarero iba y venía con grandes zancadas por el suelo de madera del aquel pequeño pub irlandés, agobiado moviéndose a toda velocidad por el local atolondrado como pollo sin cabeza, si es que se me permite utilizar tal expresión, atendiendo como malamente podía las peticiones y reclamaciones de un grupo de adolescentes maleducados que comenzaban a estar borrachos como cubas y que con gritos y carcajadas lo llamaban desde el otro extremo como si fuese un perro faldero, la cual era probablemente la razón de que hubiese desatendido no solo la mesa de aquella mujer, sino también a una docena de clientes que se agolpaban contra la barra, empujándose unos contra otros como si se tratase de competir por la atención del único empleado, varios de ellos con cara de pocos amigos y otros tantos preguntándose probablemente qué narices hacían allí como si en lugar de clientes fuesen ellos los camareros, algo a lo que este solo acertaba a disculparse encogiéndose de hombros y asintiendo a las quejas y reclamaciones mientras cabeceaba y ponía gesto de disculpa, quien sabe si fingida, al tiempo que se daba la vuelta y cogía una jarra de sangría, la llenaba de hielos y vaciaba en ella el contenido de un tetrabrik de Don Simón que luego acompañaría al anterior envase en el cubo de basura orgánica, evidentemente no la que le correspondía, y mientras miraba todo aquello con cierta estupefacción, acostumbrado como estaba a la tranquilidad de mi habitación, levanté la mano con timidez, me acerqué a ella y la saludé con dos besos en la mejilla».

 

* * *
           

El segundo ejemplo se puede encontrar en este relato "Luna".

 

* * *

 

Y con estos dos ejemplos lo dejamos por hoy. En unos días, la siguiente entrega. Si te ha parecido interesante, compártelo con tus seguidores, mascotas, amigos y enemigos. 

Consejos de escritura (II)

Hace unos días comencé una serie de entradas con la intención de mostrar algunas de las lecciones aprendidas durante los tres años y pico de escritura de Yunque. La primera entrega se centró en las principales lecciones. Es evidente y redundante, lo sé. Muy brevemente, son: termina el primer borrador, revisa, revisa y revisa, y abandona cuando creas que ya no hay errores y está todo lo bien que es posible (es decir, que el margen de mejora es insignificante respecto al beneficio o el riesgo de añadir nuevos errores).

A partir de aquí, vamos a ir viendo otras lecciones "secundarias" pero que pienso que pueden ser de utilidad, aunque solo sea para no tropezar dos veces en la misma piedra. Nótese que son solo consejos, recomendaciones, comentarios a partir de mi experiencia, así que queda a criterio del lector asumirlos con la importancia que les corresponde. Vamos allá.

5. Revisar es una mierda

Si no lo has hecho nunca, lo descubrirás pronto. Cuando has leído tu propio texto una docena de veces, analizando cada frase, es muy probable que acabes harto de tu propia historia y también que te parezca aburrida (en mi defensa diré que gran parte de los capítulos todavía me parecen interesantes cuando los leo, aunque no sé si puede ser amor de madre). Que estés tan metido en la historia que pierdas la perspectiva: ¿estoy explicándolo bien? ¿Está bien escrita? ¿Este personaje tiene sentido o lo he desarrollado poco? ¿Me cargo este capítulo? ¿Debería aclarar un poco más este giro argumental? Es útil recurrir a personas que te den una visión externa y te ayuden a ver los puntos flacos y las fortalezas de la historia y de la calidad del texto. Pero ya sabes: no te obsesiones. Presta atención a lo que te dicen y aplica aquellos cambios con los que objetivamente estés de acuerdo. Y sigue revisando. 

6. Ten clara la secuencia temporal de tu historia.

Ten clara la secuencia temporal lineal de tu historia de principio a fin. Si como suele ser habitual, tu texto hace flashbacks en los que diferentes acontecimientos incluso se solapan, o el texto comienza a mitad de la historia, es fácil que se te despiste la coherencia temporal. Es decir, que un suceso A que en un punto de la novela pasa antes que un suceso B, varios capítulos después muestren un orden diferente.

Es necesario tener claro cuál es el orden temporal, con independencia de cómo lo cuentes luego en el texto. No hace falta que pienses en ello mientras escribes el primer borrador, pero una vez lo tengas, enumera en un folio los capítulos en el orden temporal que transcurrirían y comprueba que todo encaja y que las referencias cruzadas están bien. Esto es aún más importante si a lo largo del texto utilizas fechas y edades, lo que nos lleva al siguiente punto.

7. Ubica a cada personaje temporalmente.

En Yunque hay tres personajes principales y tres secundarios, a lo largo de más o menos un par de décadas, en un total de 35 capítulos. Si a eso le añadimos varios flashbacks de la historia, el resultado es que era bastante fácil meter la pata con las edades de cada personaje si no llevaba un control de qué edad tenía cada personaje en cada momento de la historia. 

Para evitar eso, hice una pequeña hoja Excel (que colgaré en unos días) para llevar un seguimiento de los acontecimientos y la edad que tenía cada personaje en cada uno de ellos, que puede ser útil. Dicho de otra forma, si incluyes una escena erótica, asegúrate que por error uno de los personajes no tiene 9 años porque cuando hablaste de su infancia lo ubicaste 8 años después que su compañero de escena. 

8. Utiliza un programa para escribir.

Si vas a escribir un relato corto o un microrrelato, cualquier cosa te servirá, incluso el notepad. Pero si tu obra se divide en capítulos, utiliza un programa que te permita fácilmente moverte entre ellos, poder abstraerte del formato, organizar el texto, etc. En mi caso, es imposible decir lo útil que me ha sido Scrivener. No es el único programa para ello, pero de todos los que he probado (que admito que tampoco han sido muchos), es el mejor, y vale cada céntimo que cuesta. No obstante, si antes quieres probar otros, atiende al siguiente punto.

9. No te pierdas en la búsqueda y prueba de herramientas.

Decía antes que utilizar un programa que esté orientado a escribir es casi imprescindible. Lo es, pero no pierdas la perspectiva. Aplicaciones hay a puñados, para el PC y para el móvil. Para elaborar el argumento, para escribir, para crear los personajes, para tomar notas, etc. Pero recuerda que lo que te gusta es escribir, no probar todas y cada una de las herramientas disponibles en Internet o leer cada entrada que recomienda una docena de aplicaciones diferentes.

Si has encontrado un método o aplicación (o conjunto de) que te encaja, deja de buscar. Y no te equivoques; en la mayor parte de los casos, el notepad, Excel o incluso un simple folio será suficiente para llevar un seguimiento de lo que necesites (personajes, eventos destacados, detalles que quieres añadir en la siguiente revisión, errores detectados, etc.). El resto es una excusa para no sentarte a escribir.

Hasta aquí, las lecciones, consejos, recomendaciones de hoy. En unos días, la siguiente entrega. Si te ha parecido interesante, compártelo con tus seguidores, mascotas, amigos y enemigos. 

Consejos de escritura (I)

Aunque hace tan solo una semana que acabé Yunque, en el camino he aprendido varias cosas que pueden ser de utilidad a aquellas personas que estén en proceso de escribir un libro. Esta será la primera de varias entregas, sin orden ni concierto, que publicaré a medida que se me vayan ocurriendo cosas. Empezamos.

1. Termina el primer borrador.

Hay pocas cosas más importantes que esta. En realidad, si es tu primera novela, no hay ninguna. Si no terminas el borrador, el resto da igual. Desgraciadamente, acabarlo no es suficiente. Y vamos al siguiente punto.

2. El primer borrador no vale nada.

A no ser que seas un prodigio de la literatura (y ni por esas), incluso en el caso de que la trama esté perfilada a las mil maravillas, los personajes sean redondos, y todo sea fantástico y chachipiruli, el texto contendrá algún error ortográfico o gramatical, una palabra repetida, una oración sin frase al final, una mayúscula que no toca, una acotación mal puesta. Y lo más probable es que ese "algún" sea en realidad "muchos". Eso nos lleva al tercer punto.

3. Revisa, revisa y revisa.

Otra de esas reglas universales que aparecerán en cualquier lista de este tipo. Lo decía antes: no importa cómo de bien creas que está el primer borrador, te garantizo que será mejorable. Hay al menos tres revisiones finales que yo considero imprescindibles (soy partidario de revisar un aspecto cada vez):

  • Densidad de las palabras. Te sorprenderías de la cantidad de veces que repites una palabra en una misma frase o en la frase siguiente y al leerla no ves esa repetición aunque la busques. Para detectarlos, Javier Peñas ha elaborado una herramienta/procedimiento extremadamente útil. Extremadamente. En serio, no exagero. Una vez tienes la lista de repeticiones, utiliza el diccionario de sinónimos, está ahí para algo. Pero... tampoco te obsesiones con ello. La repetición de palabras en un diálogo es necesaria (aparte de Juan Manuel de Prada, nadie habla como si fuese el diccionario de la RAE), y muchas veces en el texto encontrarás que si cambias una palabra por otra, el significado cambia. También hay repeticiones que se utilizan para reforzar una idea. Y evita tener que recurrir al castellano antiguo, seguro que hay una forma mejor de expresar lo mismo (cambiar la frase es una opción, también).

  • Acotaciones en diálogos. Esto es importante. Aprende cuándo se pone un punto, cuándo la palabra de la acotación comienza en mayúsculas, cuando una frase acaba con un punto y cuando con una raya... Los recursos en Internet, tanto de pago como gratuitos, son muchos. Ten siempre a mano una chuleta y revisa a fondo que esté todo correcto.

  • Ortografía. Asumiendo que sabes distinguir el "Haber" del "A ver", porque si no el camino que tienes es mucho más largo, comprueba los acentos diacríticos, el uso de las mayúsculas en las oraciones interrogativas, el "deber / deber de", el "que / qué", "donde / dónde", "como / cómo", etc., los laísmos / leísmos / loísmos, si / sí, mi / mí, la concordancia de género y número, dequeísmo / queísmo, etc. Son detalles que aunque conozcas es fácil que se te escapen al escribir. Puedes utilizar el corrector de Microsoft, que te ayudará con las faltas más graves y te señalará palabras a las que les falta una letra, mayúsculas en mitad de una frase debido a haberla reestructurado, palabras repetidas, etc. No obstante, especialmente en la corrección gramatical, no te fíes de él y revisa una por una.

Pero no son las únicas. Hay otras cosas a las que hay que prestar atención, que pueden formar parte de una de las revisiones anteriores o de alguna adicional:

  • Coletillas y palabras demasiado habituales. Esto se deriva en parte de lo que decía de la densidad de las palabras. Si utilizas bastantes metáforas, el "como" se repetirá a menudo en el texto. También el "pero"; es casi imposible huir de él, aunque para empezar tienes el "aunque", "no obstante", "sin embargo". Busca alternativas o cambia el enfoque de la oración. 

  • Cárgate los determinantes posesivos (cuando proceda, claro). Esta es una regla que leí en algún sitio que francamente, no recuerdo. Si el narrador es en tercera persona, serán los "su" y "sus". Si es en primera persona, será el "mi" y "mis". A menudo podrás sustituirlos por un artículo. Dicho de otra forma, si la escena está centrada en Juan y este saca la mano del bolsillo, sabemos que es su mano, no hace falta decírselo al lector. Es decir: "Juan sacó la mano del bolsillo", no "Juan sacó su mano del bolsillo". 

  • Los adverbios-mente. Otra de esas reglas universales. No hace falta que te los cargues todos, pero limita estos adverbios. Revisa el texto buscándolos y cuando sea posible, elimínalos o sustitúyelos por alternativas. No te obsesiones. Utilizar alguno de vez en cuando no es ningún pecado.

  • Los determinantes y pronombres demostrativos (este/a, ese/a, aquel/la). Esto es habitual que pase si como yo, has cambiado de forma verbal algún capítulo. Si estás en presente, es "este", si estás en pretérito, es "aquel". Esta es una regla que tiene muchos matices (por ejemplo, si se utilizan para denotar distancia espacial y no temporal, la regla no aplica), pero es algo a revisar. Por cierto, la RAE recomienda no acentuar los pronombres demostrativos, al igual que en el caso de "solo". No te compliques la vida solo por nostalgia y cárgate esas tildes. Seguro que tienes muchas otras de las que preocuparte. 

  • Los adjetivos. Sin ser yo nadie para ir dando lecciones, otra de las cosas que más ensucia un texto es el abuso de adjetivos. Si puedes utilizar uno en lugar de dos, eso que te ahorras.

Pero en fin, por mucho que revises, siempre llegas al cuarto punto.

4. Nunca vas a terminar el manuscrito.

Habrás oído eso de que las obras no se terminan, se abandonan. Es totalmente cierto. Me atrevo a decir que he revisado todas y cada una de las frases del libro unas cinco veces, en el mejor de los casos, y diez o más en las partes más complejas. Aún así, una vez acabado me doy cuenta de detalles que podría haber añadido, subtramas que quizá son demasiado débiles o frases que podría alargar o reducir. Podría seguir revisándolo el resto de mi vida y siempre encontraría cosas que cambiar, porque lo que un día te parece una frase muy larga, al día siguiente te parece que son dos frases que podrías unir.  

El objetivo debe ser un texto libre de errores ortográficos, tipográficos y gramaticales; una historia sin errores de coherencia y personajes todo lo redondos que seas capaz de conseguir. Si has conseguido eso, va siendo hora de pasar al siguiente nivel. Y sin olvidar que cuanto más revises, más probable es que introduzcas errores ortográficos, gramaticales, erratas, repeticiones de palabras, etc.

Y eso es todo por ahora. En la siguiente entrega más consejos. 

YUNQUE

Pues ya está. Aunque más de una vez pensé que moriría en el intento y otras tantas que no lo conseguiría, al fin, ya está. Yunque, antes conocida como Buena Suerte, está acabada. Han sido algo más de tres años y medio, un millón de cambios, otro tanto de preocupaciones, ración y media de agobios y cuarto y mitad de paciencia de Laura (o un poco más). 

Aunque el primer "registro documental" que tengo de la novela es del 6 de octubre de 2013, ese documento tiene unas 25000 palabras, lo que ubicaría el comienzo "real" como mínimo en julio de ese mismo año. Teniendo en cuenta que ha habido meses que he dedicado muchas, muchísimas horas, otros que no he dedicado tantas y otros que directamente la he olvidado, me es imposible saber el número de horas exacto invertido. Sin embargo, me atrevería a decir que una media bastante realista sería una hora y media al día. Un cálculo rápido nos devuelve 1890 horas, o 113400 minutos, que parecen bastantes. Si tenemos en cuenta que la versión final tiene 136500 palabras, haciendo un cálculo rápido, podría decirse que escribir cada una de esas palabras me ha costado en torno a 50 segundos. 

Ya está registrada en el Registro de la Propiedad Intelectual. ¿Ahora, qué?

Lo primero, comenzar a distribuirla. Tras redactar una breve carta de presentación, una sinopsis y un somero currículum literario, de momento he remitido el manuscrito a siete agencias literarias (Antonia Kerrigan, Carmen Ballcels, MB, Página Tres, IMC, Ute Körner y Albardonedo) y cuatro editoriales (Tusquets, Malpaso, Sexto piso, Hueders, Edhasa). En breve lo enviaré a Anagrama, Alfaguara (Penguin Random House) y Seix Barral (Planeta). Estoy a la espera de varias contestaciones relativas a la recepción de manuscritos no solicitados por parte de un par de agencias, pero aparte de eso, y quizá algún sello adicional, no tengo intención ahora mismo de moverlo (el manuscrito) mucho más... Aunque eso puede cambiar tan pronto como la semana que viene. Lo siguiente será esperar y cruzar los dedos. Estoy francamente contento con el resultado conseguido, pero creo que la satisfacción personal tiene poca relevancia en esta fase.

Cerrado al menos de momento este capítulo, ¿qué hay en el horizonte? Varias cosas. Demasiadas, en realidad.

Primero, recuperar mi vida, que lleva congelada desde octubre de 2016. Lo siguiente, volver a mover la página de Facebook y revivir el blog. Me gustaría poder escribir al menos un relato a la semana (no más de 500 palabras) y algún artículo de opinión. También quiero recopilar los principales relatos y microrrelatos del blog, revisarlos a fondo, empaquetarlos en un ebook y publicarlos en Amazon a un precio simbólico (0,99 € o menos), solo por probar. Otra cosa que he de afrontar es la lectura de los ciento cincuenta mil libros que tengo pendientes. Y más adelante, quizá hacia el verano, quizá un poco antes, quizá un poco después, empezar con la segunda novela, de la que si algo tengo claro es que no quiero que tenga más de 75000 palabras. Un infierno cada 10 años es suficiente tortura.

Les voy contando.

Imbéciles

Propongo que tratemos a los imbéciles como a imbéciles.

Por su bien, el nuestro, el de la Humanidad y el del planeta y todos los seres que lo habitan, dejemos de enmascarar la realidad. Dejemos de tratarlas como personas que razonan, que tienen opiniones fundamentadas e incluso son capaces de cambiarlas, que comprenden el mundo en el que nos movemos, sus complejidades e injusticias, que tienen propósitos que van más allá de ellos mismos. No podemos considerarlas por más tiempo como individuos con los que se puede tener una conversación productiva o ni siquiera educada, que van a mejorar este mundo, con las que es posible un intercambio de impresiones con un mínimo de racionalidad. Es la hora de dar un paso adelante y hacerles comprender y asumir que son imbéciles. Que eso les da unos derechos y les quita otros.

Aunque mi opinión personal es que el imbécil se hace, para evitar suspicacias, en la era de la corrección política y a pesar de la evidencia en contrario, podemos incluso aceptar que hoy en día el imbécil nace, no se hace. Así, igual que ninguna persona se siente insultada por ser morena o bajita, ninguna lo hará por ser imbécil. Debemos eliminar la carga negativa del término y poder decirle a alguien: «No podemos hablar porque aunque no lo sepas, eres un imbécil y esta charla estúpida no nos va a llevar a nada» sin que se lo tome mal. O «Tus esfuerzos por imponer tus ideas de imbécil a gritos son elogiables, pero ya sabes que tu opinión no tiene valor, ¿o es que no recuerdas que eres un imbécil?» o «No, usted no tiene derecho a voto, es un imbécil» o un sencillo y directo «Cierra la boca, imbécil».

Por el otro lado, eso también liberará a los imbéciles de responsabilidad. Sí, tendrán que aceptar, por ejemplo, que por su condición de imbéciles no pueden votar o salir en programas de televisión vociferando estupideces desde lo alto de tribunas mediáticas. Pero al contrario, eso también les traerá ventajas. Eres imbécil, puedes vanagloriarte de no leer libros. Eres imbécil, tienes permiso para ladrar a gritos por el móvil en el metro. Eres imbécil, podemos soportar que el ruido de tu moto de mierda a las tres de la mañana despierte a todo el vecindario. Eres imbécil, puedes utilizar los altavoces del móvil para escuchar música en el autobús. Eres imbécil, puedes obviar cualquier evidencia científica o hecho demostrado cuando abras la boca. Sí, eres imbécil, es cierto, pero no por ello las personas te miran mal, solo entienden tus limitaciones y te compadecen.

Porque con la tontería esta de tratar a todo el mundo por igual, al final lo único que estamos consiguiendo es que personas malvadas y psicopáticas y a veces también imbéciles lleguen a altos puestos de la política o tengan un lugar destacado en la sociedad, aupados ahí en volandas por hordas de imbéciles. Personas malvadas y psicopáticas y a veces también imbéciles que a su vez se rodean de más personas malvadas y psicopáticas y a veces también imbéciles dispuestas a hacer de este un mundo más imbécil, conscientes de que el sujeto imbécil es manipulable, es estúpido, es maleable, pero también de que hay personas que no lo son y que esas personas son peligrosas para ellos y sus intereses.

Si conseguimos que los imbéciles entiendan, lo que anticipo que no será fácil ni indoloro, que el mundo será mejor incluso para ellos y su prole si se mantienen al margen de los asuntos importantes y se limitan a su patética existencia, es muy probable que con cada nueva generación tengamos menos imbéciles, hasta que un día, quizá, solo quizá, nos hayamos librado de ellos o al menos, los hayamos relegado a un rincón tan insignificante que olvidemos que están ahí.

Perdamos el miedo a mirar al imbécil a los ojos y decirle: «Eres un imbécil, pero no es culpa tuya, y ahora apártate de mi camino», y regalarle la mejor de nuestras sonrisas.

Poesía

Eran perfectos. Podía sentir el calor en sus manos entrelazadas, la intensidad de su pasión, la devoción en la mirada. Mientras los observaba extasiado, el roce de una bolsa de plástico me trajo de vuelta. El panel digital marcaba un minuto. Me separé de la pared con un leve impulso y cogí aire. Se escuchó el pitido proveniente del túnel y el panel avisó de que el tren estaba a punto de entrar en la estación. Me acerqué a ellos, nervioso, hasta colocarme justo al lado de ella, y comencé a contar mentalmente. No miento si digo que a esa distancia eran aún más adorables. Mi corazón latía de envidia por aquel amor tan puro, tan adolescente, tan egoísta. Cuando aprisioné el pie de la chica con el mío, se volvió y supe por sus ojos que no entendía nada. Me hubiera gustado explicarle, pero a ninguno de los dos nos quedaba ya tiempo para nada; como lápidas una sobre otra, en mi cabeza golpeaban los segundos. Le regalé la sonrisa más dulce que pude encontrar, liberé su pie y la empujé. Fue poético. La zancadilla hizo que perdiese el equilibrio y eso la arrastró más allá de la línea amarilla, y como un velocista al entrar en la meta se destrozó la cabeza contra el convoy en movimiento, cubriéndome la cara de pecas de sangre, mientras el chico era arrastrado por el suelo con una pierna encajada entre el vagón y el andén; su carne joven y tierna se deshacía como la mantequilla contra el suelo abrasivo, coloreando el borde de un rojo brillante y vivo. Sin apartar los ojos de la escena, la multitud se echaba atrás horrorizada. Nadie reparó en mí; retrocedí hasta la pared, cerré los ojos y concentrado en los alaridos que se perdían a lo lejos eyaculé en los calzoncillos con un intenso orgasmo. Respiré profundamente varias veces y abrí los ojos. De vuelta en la realidad, miré el reloj, fastidiado por mi falta de previsión. Por culpa de aquellos dos iba a llegar tarde al trabajo.

Aventuras y desventuras de L, R y M en el Registro Civil Único

La mujer que al salir del metro nos ha preguntado la dirección camina detrás de nosotros. Como si fuésemos juntos, pero no. No sé si acelerar o qué hacer, porque sé que sigue ahí detrás de nosotros y no quiero parecer un borde pero tampoco que piense que somos amigos. Es parecida a esas situaciones incómodas en las que te despides de alguien asumiendo que esa persona va en una dirección contraria a la tuya y luego resulta que no. Y entonces te encuentras andando junto a ella un poco por delante, un poco por detrás, mientras buscas una excusa decente (no todas valen porque no ha de parecer una excusa) para pararte y deshacerte de la incómoda compañía. Me he olvidado de algo suele servir, si tiene sentido, claro. Ponerse a mirar el móvil también. Si puedes llamar es incluso mejor. Pero como se ponga a hablarte estás jodido. En esas ocasiones me pregunto si la otra persona siente lo mismo. Supongo que si te habla es que no. Igual se siente sola. O no quiere parecer una borde. O es más simpática o sociable o agradable que tú. Esta mujer no, porque no la conocemos de nada. Cinco minutos más tarde giramos la esquina. Junto a la puerta vemos a R., de cuclillas frente a un banco hablando por el móvil y un cuaderno en el que apunta grandes frases en diagonal, como si no pudiese sentarse en el banco y escribir como las personas. A ese ritmo seguro que lo acaba muy pronto. Nos acercamos mientras bromeamos sobre su nivel de estrés y yo le comparo con un bróker. Compra, compra, vende, digo. Creo que no me oye. O me oye pero no me escucha. O me escucha pero no me presta atención. Se levanta y sonríe. 

En la puerta hay uno de la ONCE vendiendo cupones. No parece que sea ciego, y eso siempre me llama la atención, porque alguien que trabaje para la Organización Nacional de Ciegos Españoles sin ser ciego no deja de ser un poco raro. Me pregunto si habrá extranjeros. Ciegos extranjeros que trabajen para la ONCE, digo. Paso junto aa él como si no le hubiese visto, como hago cuando veo voluntarios de ACNUR, UNICEF, Greenpeace, Intermón Oxfam, Cruz Roja y muchas otras. Él sí me ha visto. No me gusta que me asalten porque cuando les explico que ya colaboro con tres ONG me dan ganas de enseñarles los cargos bancarios para que no piensen que miento, que seguro que es lo que hace todo el mundo. De hecho, yo mismo me siento culpable. Seguro que si fuese ellos pensaría que miento. Pero tengo cara de bueno y por lo general hacerme el loco no me lleva a ningún lado. No sé hacerme el borde.

Dejamos atrás al trabajador de la ONCE infiltrado y tras la segunda puerta un arco de detección de metales más sensible de lo esperado emite un pitido intermitente. Me quito la chaqueta, la pongo en la cinta de los Rayos X y saco treinta céntimos que llevo en el bolsillo del pantalón y los dejo en la bandeja de plástico. A R. le obligan a dejar la grabadora, que el funcionario mete en una bolsita de plástico que me recuerda a las que utilizan en las películas para guardar las pruebas de los homicidios. Pienso que con toda probabilidad el móvil que llevo graba mejor, pero nadie parece haber pensado en ello. O igual sí lo han pensado y han decidido que es demasiado trabajo o que por lo general, nadie graba cosas con los móviles. Yo sí lo hago. 

Solventado el problema metálico, nos acercamos a los ascensores. Miro alrededor y me pregunto qué pudo suceder en este vestíbulo para que el tiempo se detuviese en los años ochenta. Creo que estoy siendo optimista. Probablemente el registro en el que mi padre me inscribió al nacer hace ya cuarenta años tenía una pinta más moderna que este. Hemos viajado al pasado, al paradigma del mundo funcionarial tal y como lo sueñan muchos españolitos. Franco ha muerto y acaba de comenzar la Transición. Por todas partes, carteles sindicales pegados en cristales y paredes protestan contra la privatización del Registro Civil, aunque eso es actual. Franco jamás habría privatizado el Registro Civil. Estaba muy ocupado haciendo pantanos. Y otras cosas menos guays que no está bonito decir en una conversación. A nuestra espalda una señora mayor se equivoca y entra por la puerta de la calle donde un cartel verde grande pone "SALIDA", no "ENTRADA". La funcionaria de seguridad le dice a gritos que no es por ahí, hasta que la criminal da la vuelta. La comprensión lectora está por los suelos.

El hombre que nos acompaña pulsa el número 1 en el ascensor: primer piso. No me extraña que esté gordo, comento cuando ha salido. L. intenta defenderlo con argumentos sobre la habitual localización oculta de las escaleras, aunque en este caso estaban al lado de los ascensores. No cuela. Caso cerrado, señoría. En la quinta planta, una veintena de personas o más espera frente a un mostrador de contrachapado. Una hoja impresa en letras grandes que debe de tener como un siglo nos previene de esperar en la cola, y le entregamos el formulario cumplimentado a una mujer que pregunta en voz alta si alguien tenía cita previa. Nos sentamos y esperamos. Laura señala a una chica que en su ignorancia dice que tiene todos los papeles y parece creer que es posible ahorrarse los seis meses de espera. Ilusa. Bromeamos sobre decirle a la gente que hace cola si se ha pensado bien lo de casarse. R. se queja de la confiscación de la grabadora. Este es el tipo de lugar en el que debía estar pensando Kafka cuando escribió "El proceso". No sé si lo privatizan por el estado en el que está o si está en este estado porque lo privatizan. Bueno, no lo sé pero lo intuyo.

Salen tres personas del más allá. Del más allá del mostrador, quiero decir. Un instante después llaman a los que están sentados a nuestro lado. Poco después a nosotros. Nos levantamos, pasamos con una mezcla de superioridad y culpabilidad junto a la cola (estoy seguro que alguien nos mira mal, como si fuésemos amigos de la funcionaria y nos estuviéramos saltando todos los trámites), y entramos al mundo que hay detrás de los biombos y el mostrador. Si esto fuese la casa de un narco de las barranquillas, ahora deberíamos encontrarnos con monitores gigantes, portátiles ultrafinos, sillas ergonómicas y un dechado de medios tecnológicos de última generación. Pero estamos en el jodido Registro Civil Único de Madrid y seguimos en el siglo XV. Miro alrededor. Hay como docena y pico de mesas, aunque más de la mitad están vacías. Es 29 de diciembre. No les culpo. Ni aunque fuese el 5 de marzo. No veo ningún retrato del rey. Tampoco de los Reyes Católicos o algún visigodo. Antimonárquicos todos, seguro. Por eso lo privatizan. 

La funcionaria que nos atiende señala tres sillas como uno piensa que debe hacerlo un buen funcionario: con firmeza, sin titubear. Ordenando. Aquí, los contrayentes. Aquí, el testigo. Se sienten, coño. Eso no lo dice, claro. En realidad, tampoco sé si llega a decir "los contrayentes", pero me encaja. Coge el formulario. Lo mira. Lugar donde se celebrará la boda, pregunta. L. y yo nos miramos. Ni puta idea, pensamos, aunque no lo decimos. Ni siquiera se nos había ocurrido que fuese algo que tuviésemos que llevar pensado o incluso gestionado. Mal empezamos. Dudamos. No sabemos, digo o dice. Titubeamos. Detecto un sutil cambio de tono a mejor en la voz de la funcionaria. Nos tranquiliza diciendo que no es necesario ahora pero que lo llevemos cuando volvamos dentro de tres meses. Comentamos lo del notario. Nos alerta que una vez puesto no podremos cambiarlo y hace un comentario sobre los tejemanejes del colectivo notarial. No parece muy contenta con el proceso de privatización. Mirando alrededor no me extraña lo más mínimo.

Ahora pide los DNI. Los de los contrayentes y el del testigo. Las fotocopias. Las partidas de nacimiento. Subraya algo en una de ellas con rotulador rojo o rosa, no estoy seguro. Quita una grapa de más que lleva la de L. Ahora, los empadronamientos. Que dónde están los de Valencia, pregunta señalando con el dedo la palabra "Valencia" en el impreso relleno. No están, contesta L., porque cuando lo rellenamos aún no llevábamos dos años en Madrid, pero como esto de casarse es más largo que un capítulo de Oliver y Benji ahora sí que llevamos dos años y el día que nos casemos llevaremos como un par de décadas. Eso último, desde Madrid hasta el final, no lo dice. La mujer asiente con la cabeza, tacha "Valencia" con delicadeza y hace un comentario divertido sobre el juez. 

Está relajada. Entonces os falta un certificado de empadronamiento histórico, dice. L., que había jurado y perjurado enfrentarse al Estado con todas sus fuerzas y hasta su último aliento si este impedimento aparecía, le explica con amabilidad que no hay forma de pedirlo por correo postal ni online ni teléfono ni burofax ni telegrama ni hostias. En realidad no sabemos si tal cosa existe. La mujer asiente con la cabeza, empatiza con nosotros y nos explica que el padrón histórico hay que solicitarlo en persona. No somos los primeros, dice, y nos hace partícipes de la lucha que mantienen con ellos. Administración Electrónica mis cojones, pienso, aunque esta mujer no tiene culpa de nada. Nos tranquiliza de nuevo diciendo que no pasa nada, que lo llevemos en diez días. Me cae bien. Sonríe.

En el techo hay un par de lámparas con los elementos decorativos de plástico rotos. Bienvenidos a los años cincuenta. Imprime varias hojas, aunque si hubiera sacado una Olivetti con papel carbón no me habría extrañado, y nos pregunta si vemos alguna errata en nuestros nombres y el DNI. A mí me falta una vocal y a L. una tilde en su segundo apellido, pero solo señalo lo primero. No es momento de ponerse detallista. Vuelve a imprimirla. Todo bien (a excepción de la tilde). Firmad. Aquí y aquí, el testigo aquí. Firmamos. También esta. Firmamos también esa. Al firmar veo un error tipográfico en la redacción pero me callo. Es muy amable y quiero que siga siéndolo. Nos recuerda lo del empadronamiento. Y lo del notario. Nos da una hoja impresa y otra de esas parecidas a las que utilizaban en la universidad para las encuestas. Antes de salir me vuelvo para confirmar con la funcionaria todos los trámites pendientes y L. se mete con mi limitada capacidad de retención. Intento justificarme. Volvemos al mundo real donde la gente hace cola. Esta vez no me fijo en sus caras. 

Bajamos en el ascensor del paleolítico con un señor trajeado que debe de ser de una época cercana. Un guarda de seguridad le devuelve a R. su grabadora confiscada con su material periodístico dentro, supongo. Pasamos tras la puerta de "SALIDA" cubierta de carteles sindicales. Salimos a la calle. R. dice que nos vayamos de comilona y luego a emborracharnos. L. se pone a bailar, gritar y cantar. Se une el vendedor de pega de la ONCE, la mujer del principio, una funcionaria, un gato vestido de paje real y el que va disfrazado de Bob Esponja en la Puerta del Sol. Suena música desde alguna parte y aparecen en pantalla los títulos de crédito. Fundido en negro. 

En realidad no. Sí salimos a la calle, pero L. ha salido del trabajo a las nueve de esta mañana, ha dormido hora y media y está agotada y muerta de sueño. R. tiene que llamar a no se qué historiador para que le cuente no se qué sobre no se qué monumento (en realidad sí lo sé, pero no puedo contarlo). Yo tengo que pasar por la oficina. Así que nos tomamos un té, un pincho de tortilla y un café, respectivamente. Convenzo a L. de que se deje de tonterías y coja un taxi para llegar antes a casa. Nos despedimos. Echo a andar y paso por varios comercios cerrados. La crisis, pienso. En la puerta de un garaje, una sombrilla rosa gigante oculta a alguna persona sin hogar. La crisis no. Hijos de puta, pienso. Una hora más tarde, antes de acostarse, L. me manda un mensaje por whatsapp: Te quiero futuro maridito. Y un corazón. Sonrío.

Activismo de sofá

Una amiga de Facebook me enviaba hoy una invitación a un "evento" al que la habían invitado. El evento en cuestión propone no conectarse a la red social durante 24 horas como forma de protesta contra las políticas machistas y sexistas que dicha empresa aplica a discreción. Esto me recuerda en cierto modo a la reivindicación de algunos homosexuales para que la Iglesia Católica cambie su política respecto a la homosexualidad, aunque esa es otra guerra diferente en la que no voy a meterme (y también me abstendré de realizar comparaciones absurdas en torno a la idea de religión). Lo cierto es que dicho así suena un poco a chiste (¿24 horas sin conexión a Facebook? ¿Hasta ese nivel hemos bajado el listón?), aunque no es mi intención polemizar. O bueno, sí, qué coño.

Lo primero que podría pensarse es por qué alguien querría pertenecer a una red social que aplica políticas que son discriminatorias, conservadoras en extremo y misóginas. Eso, si no entramos en la arbitrariedad con la que Facebook ha cerrado cuentas de usuarios que no cumplían con políticas que no son lo que se dice transparentes, y cuya resurrección (la de la cuenta) queda a expensas de la benevolencia, magnanimidad y misericordia del señor Zuckerberg. Dicho de otra forma, el primer impulso es recurrir al argumento del si no te gusta, ahí tienes la puerta.

Sin embargo, es necesario recordar que Facebook tiene varios cientos de millones de usuarios y muy a pesar de Google es un monopolio de facto en el ámbito de las redes sociales (que además parece ser impermeable al concepto y a la legislación en materia de libertad de expresión en los países en los que tiene presencia). Desde el punto de vista del activismo, desaparecer de la red social es reducir de una manera muy importante la visibilidad y audiencia de las acciones y eventos que se desarrollen, aparte de que es hacerle el juego a dichas políticas. Como individuo, cerrar la cuenta implica eliminar el acceso a un volumen ingente de información (por ejemplo, páginas que únicamente están en Facebook... o que pertenecen a blogs que somos demasiado vagos para seguir) y a buena parte de la "interacción social digital" (déjenme aplicar algo de creatividad). El resultado de esto es, como muy bien señala Bauman, que "Las redes sociales son lugares donde la vigilancia es voluntaria y autoinfligida". Por la razón que sea, le tenemos tanto miedo a que nos cierren "nuestra" cuenta de Facebook (ja, ja, nuestra, dice) que nos cuidaremos mucho de hacer cosas que la pongan en riesgo. Lo que dicho así asusta un poco, la verdad. Nos hemos convertido en nuestros propios censores.

Queda claro, por tanto, que autoeliminarse de Facebook es una opción que tiene más desventajas que ventajas. Quizá sea la más coherente, pero no por ello la más conveniente. Que tampoco soy yo nadie para reclamar coherencia ni es mi intención dar lecciones en cuestiones de activismo social y político, vaya eso por delante. Aunque lo esté haciendo, que yo también tengo mi corazoncito de incoherencia que alimentar.

Sin embargo, si nos distanciamos de esa opción radical (que bueno, en fin, tampoco es que uno esté proponiendo quemar la sede de la red social o demandar a Facebook ante el Tribunal de Estrasburgo), lo que tampoco tiene mucho sentido es pasarse de frenada e irse al otro lado. Veinticuatro horas sin acceso a Facebook no parece un sacrificio demasiado grande. Todavía menos lo parece cuando uno ve que hay personas que incluso piden que "se lo recuerden" por si se olvidan (en serio, ¿es necesario incluso mencionarlo?), o que dudan poder llevarlo a cabo. En realidad, lo que no parece es un sacrificio, sino una acción lo suficientemente pequeña para atraer al mayor número de personas, en la línea de los tiempos que vivimos: reducir el esfuerzo de cualquier protesta hasta niveles que garanticen un éxito de participación razonable, aunque sea a costa de limitar la consecución de cualquier objetivo. Abandonada cualquier expectativa de lograr una verdadera acción social, los objetivos han acabado midiéndose en la cobertura mediática de un evento. Así de triste es la situación.

Sería muy interesante ver cuál es el grado de adhesión a la protesta si en lugar de una desconexión de 24 horas se propone una acción con algo más de enjundia, como borrar la aplicación del smartphone o no acceder ya no durante un día, sino durante un mes. En realidad, tampoco estas acciones son el colmo de la rebeldía y el radicalismo, y vistas en perspectiva (tampoco hace falta elevarse demasiado, en realidad) no dejan de ser la misma idiotez pero un poco más grande, pero al menos por proponer algo que no pueda resumirse en: "Facebook es una empresa misógina, machista y sexista, así que como medida de castigo voy a estar sin conectarme 24 horas".

Lo más curioso del caso, si es que se puede utilizar esa palabra, es que teniendo en cuenta a) el número de usuarios de Facebook y b) la repercusión que este tipo de acciones tiene en las cuentas (ninguna) o en el clima de la propia red social (escasa, siendo exagerada y extremadamente optimista), se opte por una estrategia así. Dicho de otra forma, si el impacto que sobre Facebook tiene que 20.000 personas no accedan durante 24 horas es el mismo que el de 1.000 personas que desinstalen la aplicación, ¿no sería preferible escoger una acción que al menos requiera un mínimo de compromiso? Porque una cosa es el activismo de sofá, y otra el grado de revolución estilo que sea después de la siesta, por favor al que estamos llegando.

Qué barato sale el compromiso hoy en día.

La burbuja de las redes sociales

«La cuestión de la identidad ha sido transformada de algo que viene dado a una tarea: tú tienes que crear tu propia comunidad. Pero no se crea una comunidad, la tienes o no; lo que las redes sociales pueden crear es un sustituto. La diferencia entre la comunidad y la red es que tú perteneces a la comunidad pero la red te pertenece a ti. Puedes añadir amigos y puedes borrarlos, controlas a la gente con la que te relacionadas. La gente se siente un poco mejor porque la soledad es la gran amenaza en estos tiempos de individualización. Pero en las redes es tan fácil añadir amigos o borrarlos que no necesitas habilidades sociales. Estas las desarrollas cuando estás en la calle, o vas a tu centro de trabajo, y te encuentras con gente con la que tienes que tener una interacción razonable. Ahí tienes que enfrentarte a las dificultades, involucrarte en un diálogo. El papa Francisco, que es un gran hombre, al ser elegido dio su primera entrevista a Eugenio Scalfari, un periodista italiano que es un autoproclamado ateísta. Fue una señal: el diálogo real no es hablar con gente que piensa lo mismo que tú. Las redes sociales no enseñan a dialogar porque es tan fácil evitar la controversia… Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara. Las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa».

 

Elpais.com, Entrevista a Zygmunt Bauman. La negrita es mía.

Cantabria

Debajo, una pequeña selección de nuestro fugaz paso por tierras cántabras este verano. Había más, pero no es cuestión de abusar.

Silencio

A. y T. viven en el segundo piso de un edificio de cinco alturas construido a principios de los setenta en un programa de vivienda social. Hace unos meses, los técnicos de urbanismo creyeron conveniente convertir su tranquila calle de dos carriles en una de las principales entradas al centro de Cabestro, lo que ha traído más tráfico, más ruido y un constante flujo de vehículos circulando a mayor velocidad de la recomendada, la permitida y la que sería deseable. A eso se le suma unas paredes que hacen que cualquier conversación en el piso contiguo se escuche sin necesidad de aplicar la oreja. Por suerte, las viviendas adyacentes se encuentran vacías. En la de la derecha vivía hasta hace poco una mujer mayor que se comportaba como un fantasma y con la que se cruzaban en el ascensor, a menudo en compañía de los que debían ser sus hijos. Un día dejaron de verla. A decir por las persianas a medio bajar y las plantas marchitas y secas de la repisa de las ventanas del patio interior, lo más probable es que la internasen en una residencia, se la llevaran a vivir con ellos o que el tiempo hiciese su papel. La vivienda del otro lado estuvo ocupada por una pareja de abuelos con severos problemas de oído que hablaban prácticamente a gritos. Un buen día, casi al mismo tiempo que la otra mujer y de la misma manera que aparecieron, desaparecieron dejando tras de sí un bendito silencio. En general, a pesar del ruido que sube desde el asfalto, la casa es todo lo silenciosa que pueden necesitar, pero esa tranquilidad juega en noches como esta en su contra.

 

(Descarte de la novela. Donjuan es la ciudad donde transcurre casi toda la historia)

Batalla literaria

Esta noche me ha pasado una cosa un poco rara. Bueno, un poco no, muy rara. Pero empecemos por el principio.

Hace unos días, leía que el espacio MINI Hub estaba organizando con la revista Eñe algo denominado batallas literarias. El funcionamiento es el siguiente: a partir de todos los convocantes, el jurado del concurso hace una selección de ocho escritores, que se enfrentan en parejas. Cada uno de los escritores debe escribir un minirelato a partir de una imagen en un máximo de cinco minutos. Los mejores cuatro pasan a semifinales, y así hasta que queda uno. Todo con apoyo del público y bastante interactivo.

La cuestión es que durante estos días pasados estuve pensando en presentarme, pero a causa del exceso de estrés, el trabajo de revisión que me queda pendiente de la novela (y del que prefiero no distraerme) y el poco tiempo que tenía para prepararme, acabé por descartar la idea.

Al parecer, sigue en mi cabeza, porque esta noche he soñado con eso, aunque en mi sueño había varios cambios relevantes. El esquema principal del concurso se mantenía, sin embargo el público asistente no era lo que diríamos gente recomendable, y el ambiente del local tenía cierto aire decadente y sórdido. Otra diferencia es que el elemento de inspiración no era una fotografía, sino el contenido de una carpeta (de color verde botella), que era diferente para cada persona. Aunque la persona que hacía de coordinador para mí me daba a escoger una, me alertaba de que una vez la abriese no podría escoger la otra. Que en el sueño haya llegado a este nivel de detalle en la mecánica de funcionamiento me ha parecido de por sí bastante extraordinario.

Hasta aquí, a pesar de lo vívido del sueño y los detalles que mi cabeza ha ido introduciendo, era todo bastante normal. Lo realmente excepcional ha venido cuando (en el sueño) me he sentado a escribir, tras subir unas escaleras de madera vagamente parecidas a las de los salones de las películas de Western y entrar en una pequeña habitación. Después de unos instantes de ansiedad, en los que recuerdo que tenía la sensación de estar desperdiciando los escasos minutos que tenía, se me ha ocurrido un pequeño microrrelato en el que a través de dos niñas que se encuentran (una de Aleppo y otra de un país del primer mundo, que aunque no se mencionaba, sí recuerdo claramente que era uno europeo), se hace una crítica de las prioridades del mundo occidental.

Aunque el relato que se me ha ocurrido tiene algunos fallos y hace falta perfilar varios detalles, que en un sueño me haya pasado algo así es, cómo decirlo, muy extraño. Ah. Sí, el relato lo escribiré. Y no, no sé si tenía algo que ver con el contenido de la carpeta, porque no recuerdo haberla abierto.

Origen de Donjuan

Si se hace caso a lo que se puede encontrar en la Biblioteca Nacional sobre los orígenes de Donjuan, su fundación se establece a finales del siglo XVIII por varias familias que huían de la pandemia de viruela que se extendía por el norte. Los registros documentales se limitan a algunas cartas manuscritas de los primeros habitantes de la ciudad y unos pocos documentos administrativos. Al mismo tiempo y con el mismo culpable, nacieron una docena de núcleos poblacionales separados entre sí por tan solo unos kilómetros, y que formaban hasta hace dos décadas parte del municipio de Donjuan a efectos administrativos. Tras un prolongado periodo de lento crecimiento, la explosión demográfica de principios del siglo XX y el rentable cultivo de la vid hizo que la población de la región se multiplicase por diez , pasando de unos modestos 25.000 habitantes a más de 250000 almas. Por entonces corría el año 1930. El proceso de concentración posterior provocó que varias ciudades desapareciesen, dejando atrás cientos, si no miles, de edificios abandonados, al tiempo que Donjuan se afianzaba como la población más importante de la región. 

Si se sube hasta la colina Pelado, situada al oeste y así llamada en honor al cronista oficial de la ciudad David Pelado fallecido en 1939, que representa con sus 347 metros el punto más alto en cincuenta kilómetros a la redonda, se puede ver a lo lejos, además del embalse Almensada, algunas de esas ciudades y casi hasta la línea del horizonte campos de cultivo, como un manto que se extiende en todas direcciones. Si se posee buena vista, se puede advertir también que sin excepción, todos ellos se encuentran abandonados.

Se han elaborado múltiples teorías sobre el tema, algunas de las cuales han sido publicadas en revistas científicas de ámbito nacional y otras son producto de la imaginación y la especulación local. De todas ellas, la que parece corresponderse más con la realidad es la de que un hongo desconocido en la década de los cincuenta se extendió de manera virulenta por las plantaciones de la región, echándolas a perder a ellas y a sus desconsolados dueños, quienes tras muchos intentos y ruegos a figuras religiosas abandonaron la esperanza de salvar lo poco que quedase por salvar, que en cualquier caso no era gran cosa. Las consecuencias de la pérdida del único motor económico de la región, en combinación con la emigración a las grandes ciudades y el tardío proceso de industrialización, así como la sospecha, paranoica o indiscutible según el interlocutor, de que todo era un complot gubernamental, provocó un éxodo masivo de población y la muerte de cualquier presente y futuro agrícola. Por entonces se decía que vivir en Donjuan no era una decisión, sino una necesidad: la de no acabar en una fosa común de una gran urbe cualquiera. Que no es poco.

A principios de 1960, la región se vería beneficiada por el plan de revitalización de zonas rurales promovido por el gobierno central, un programa a medio camino entre la solidaridad fiscal entre zonas ricas y pobres y el afán electoralista por ganarse el voto de las áreas más empobrecidas del país. Las subvenciones atrajeron a empresarios del vino interesados en retomar el cultivo de la vid, que se fueron tan rápido como llegaron al encontrarse con la negativa de los antiguos propietarios y sus descendientes a vender o arrendar sus tierras, cuando tuvieron la suerte de localizarlos. Los subsidios acabaron por agotarse y con ellos sus efectos positivos, y hasta casi los años setenta en que comenzó la construcción del embalse Almensada, caminar por las calles de cualquiera de estas ciudades después de la hora de la cena era vagar por una ciudad fantasma. En especial en Donjuan, el sobredimensionamiento inmobiliario de los años previos había inundado la periferia de un gran número de edificios residenciales, que vacíos contemplaban, a través de sus cristales embrutecidos, el decaer de la urbe, reducida a unos exiguos 15.000 habitantes. Cuando todo parecía perdido, llegó la compañía estatal de energía, y durante ocho años tres mil trabajadores crearon el respiradero artificial que desde la década de los 70 supone la presa para la región. La construcción y su posterior explotación contribuyó a revitalizar la actividad en la región, y aparte de proporcionar a Donjuan y los municipios dependientes un flujo de ingresos constante, supuso un renacer que se vio en la década de los ochenta apuntalado con la instalación de una factoría automovilística, que tuvo el efecto de multiplicar por siete el censo poblacional de Donjuan y dar trabajo, directo e indirecto, a unas 12.000 personas que no tienen nada que ganar y mucho que perder en al menos ciento cincuenta kilómetros a la redonda. Un poco más allá comienza el radio de influencia de la capital de la provincia, a la que huye la juventud de Donjuan como gotas que caen de los árboles a morir sobre el suelo.

 

(Descarte de la novela. Donjuan es la ciudad donde transcurre casi toda la historia)