Diario de la COVID-19: la cuestión de las mascarillas

Hace unos días que en España el uso de la mascarilla es obligatorio en espacios cerrados y en la calle, cuando no sea posible mantener la distancia de seguridad. Aunque la OMS mantiene su recomendación inicial de llevar mascarilla únicamente “si atiende a alguien en quien se sospeche la infección por el 2019-nCoV” o “si tiene tos o estornudos”, esto va en la línea de otras organizaciones sanitarias importantes como el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades estadounidense, que sí recomienda utilizar una mascarilla, aunque sea casera. Entiendo que la idea detrás de esa posición es que cualquier protección, por insignificante que sea, ayuda a contener la emisión de partículas de contagio.

En mi caso, desde el principio he estado en contra del uso de las mascarillas para la población general, porque considero que generan en la persona una falsa sensación de seguridad que puede convertir su uso en más perjudicial que beneficioso.

La confirmación definitiva ha llegado estos días, en los que el uso generalizado de la mascarilla ha hecho que muchas personas le hayan perdido el miedo al contagio, y los dos metros de distancia de rigor, que es la medida de seguridad principal, se hayan evaporado.

Esto se suma a los problemas de que mucha gente no sepa llevarla o ponérsela de manera segura, de que aumenten las veces que una persona se toca la cara para recolocársela o comprobar que la lleva bien, la posibilidad de que se relajen las medidas higiénicas, o de que simplemente sea una mascarilla fraudulenta con un sello de homologación falso (lo cual ya sabemos que no sería una sorpresa).

Pero hay además una cuestión adicional, que se deriva de los distintos tipos de mascarillas. Dentro imagen.

Fuente: HC Marbella, www.hcmarbella.com

Fuente: HC Marbella, www.hcmarbella.com

Si atendemos a la razón principal esgrimida para la recomendación del uso de la mascarilla en espacios públicos, que es la protección contra los contagios derivados de asintomáticos, vemos que básicamente, sirven casi todas menos las FFP2 y FFP3 con válvula.

Mascarilla desechable 3M™ FFP2 con válvula

Mascarilla desechable 3M™ FFP2 con válvula

Sin embargo, no son pocas las personas que se pueden ver por la calle llevando mascarillas con válvula, que a efectos de contagio a terceras personas, equivale a lo mismo que no llevar mascarilla.

Es decir, una persona con esta mascarilla no ofrece ningún tipo de protección para nadie más que para él, pero llevar una mascarilla FFP* con válvula hará, previsiblemente, que no mantenga la distancia de seguridad con otras personas, entre las que se encuentran las personas con mascarillas higiénicas, quirúrgicas o sin mascarilla (ah, o que lleven una mascarilla mal homologada).

Si eso no es suficiente, está también el tema económico. En las circunstancias económicas actuales, el coste en mascarillas para una familia de cuatro personas no es insignificante, y si sufren problemas económicos, en el mejor de los casos podrían comprar las higiénicas o quirúrgicas, que no protegen al portador. Por lo que, en última instancia, la falta de recursos económicos tiene un impacto directo en la calidad de los medios de protección frente al contagio. Aunque eso ya lo sabíamos.

Pero aún existe una derivada adicional. Incluso en el caso de aquellas personas que se puedan permitir un suministro constante de mascarillas, no se puede descartar que, por simple pereza (o esa falsa sensación de seguridad de la que hablábamos), muchas de ellas se utilicen más allá de lo recomendable. Debe tenerse en cuenta que, aunque la carencia de mascarillas ha hecho que se considere aceptable una reutilización limitada, los filtros que utilizan se degradan con la humedad y otros factores, y el número de usos aceptables para garantizar su eficacia de filtrado es reducido (no existen, al parecer, estudios que relacionen la degradación con el número de usos). Sin olvidar, tampoco, que una mascarilla debe desinfectarse tras cada uso (o dejarla en barbecho en torno a una semana, en el caso de las quirúrgicas), lo cual añade un plus de pereza.

En definitiva, como he mantenido desde el principio de esta gran mierda que estamos viviendo, la generalización del uso de la mascarilla ha traído, y sigue haciéndolo, una falsa sensación de seguridad que provoca, entre otros problemas, que personas con mascarillas inadecuadas, mal colocadas, no homologadas o reutilizadas más allá de lo sensato y por tanto ineficaces, prescindan de los dos metros de separación que corresponde, simplemente porque llevando mascarillas se sienten inmunes al contagio.

Conclusión

Que la gente no se acerque a ti, a no ser que lleven un traje NBQ con un equipo de respiración autónoma.

Diario de la COVID-19: la cuestión del confinamiento

No hace falta investigar mucho para encontrar, en cualquier red social, a alguien quejándose del comportamiento de alguna persona o grupo de personas durante el confinamiento, con mayor o menor grado de indignación en función de la gravedad de la violación del estado de alarma, su situación personal o un simple y llano fanatismo. Por supuesto, los medios han colaborado a este clima de indignación publicando una y otra vez vídeos de personas saltándose la cuarentena, en la línea de otras políticas informativas igual de poco rigurosas en las que no voy a entrar. 

No se puede negar, yo también lo he visto, que hay gente que ha tenido comportamientos irresponsables, como los vistos este pasado fin de semana. En realidad, más que irresponsables, prefiero decir contrarios a las condiciones de la cuarentena. Sin embargo, no sé en qué momento nos hemos apuntado a esta tendencia de criminalizar a individuos concretos de todos los males de esta pandemia, como si la culpa de la saturación de las urgencias, los ERTE, los millones de parados o la falta de camas en las UCI fuera de los ciudadanos, sin aplicar el más mínimo análisis a la realidad que vivimos o a lo que nos rodea. Supongo que lo mismo se puede aplicar a la facilidad y alegría con la que mucha gente ha aceptado y aplaudido la restricción de movimientos, porque una cosa es admitir que son una medida necesaria, y otra que encerrar a la gente en su casa es una maravilla.

Estamos muy bien enseñados, por los medios de comunicación y la política, en lo de buscar culpables. Nos gusta tener alguien a quien señalar, o incluso, como están haciendo los medios, que nos digan quién tiene la culpa de que las cosas vayan mal. Compramos esos discursos a gran velocidad, sin dudar por un momento de los hechos que los respaldan. Y en este caso los culpables que se nos señalan son esas personas incívicas que han contravenido, a menudo de manera absolutamente irrelevante, las condiciones del confinamiento (lo cual, no obstante, tiene su justificación en la necesidad de crear un clima público que considere que el confinamiento es necesario, cuestión que en cierto modo puede ser comprensible).

Pero la realidad es que la culpa de esta situación no es del que sale a la calle con el perro y en lugar de quince minutos está treinta minutos. Ni del que se para en la calle a hablar con un vecino, del que sale a correr en el garaje de su edificio por hacer algo de deporte, ni siquiera del que tose sin taparse la boca. Esta situación es consecuencia de nuestra naturaleza biológica y vulnerable como seres humanos, y es culpa de un virus que se ha mostrado más contagioso de lo que se previó en un primer momento. Pero también es consecuencia del tipo de sociedad en la que vivimos, del contacto social al que estamos tan acostumbrados y de que millones de personas nos apiñemos en ciudades con una enorme densidad de población.

Indirectamente, si quisiéramos ir más allá, porque a pesar de todo ni siquiera se les puede considerar responsables directos de las muertes de una pandemia global, es culpa de las administraciones que han hecho la vista gorda en lo tocante a la conocida precariedad de las residencias de personas mayores y los recortes en camas de hospital y personal sanitario de estos últimos años, es culpa de una gestión que posiblemente podría haber sido mejor (algo que, no obstante, resulta muy fácil decir a toro pasado), es culpa de la falta de material de protección en condiciones para el personal sanitario, la inexistencia de tests o de la dependencia de terceros países en lo referente a la fabricación de mascarillas u otros dispositivos médicos.

Y si aún quisiéramos retroceder más, es culpa de los recortes en impuestos que la ciudadanía tan alegremente celebra (impuestos que sirven para pagar esa sanidad que ahora nos parece tan insuficiente), es culpa de un modelo económico que pone la rentabilidad por encima de todas las cosas, es culpa de la destrucción del ecosistema y es culpa del exceso de deuda nacional y de la poca capacidad de reacción que esta le proporciona al Estado (por si no queda claro, aquí “el Estado” no es el Gobierno, somos el conjunto de la ciudadanía). Pero aun así, con todos esos responsables, insisto, muy indirectos, sigue habiendo un responsable directo, que es el virus, y es algo que conviene no olvidar. 

Si nos vamos a los datos, en este país, las condiciones del confinamiento social se establecieron el 15 de marzo. Para entonces, se sospecha que un número importante de personas ya estaban contagiadas. El 28 de marzo se renovó el estado de alarma y se redujo la movilidad, deteniendo las actividades no esenciales, lo que hasta entonces significaba que mucha gente estaba yendo a trabajar, con el riesgo de contagio que ello conllevaba. Ya hablé de ello en la anterior entrada y me reitero en mi opinión, pero admito que quizá estaba siendo muy duro con el dilema economía/salud. No es tan sencillo, en absoluto. Tras eso, la primera quincena de abril se comenzó a ver una reducción significativa de los contagios, lo que coincide con la fase más dura del confinamiento. Desde entonces, las cosas han ido mejorando, sin olvidar que el periodo de incubación puede ser de hasta 15 días, al que hay que sumar los días en los que esa persona está siendo tratada por el sistema sanitario, hasta que es dada de alta, o desgraciadamente fallece.

Han sido cerca de siete semanas en las que, en mi opinión, la inmensa mayoría de la población se ha comportado de manera impecable, y lo sigue haciendo. Hay gente cuyo comportamiento ha sido menos impecable, igual que en cualquier aspecto de la vida, pero yo diría que ha sido una minoría amplificada por los medios de comunicación. En cualquier caso, la mayor parte de las violaciones del confinamiento se han producido estos últimos días, cuando se ha permitido salir a la calle por franjas horarias, y se han expresado en general en la forma de personas hablando o caminando juntas o niños jugando al fútbol en un parque. Y cada una de esas actitudes es criminalizada, una y otra vez, por infinidad de gente que no se ha parado a pensar en factores no despreciables que, por cierto, tampoco acostumbramos a ver en los medios, dedicados en cuerpo y alma a describir las bondades del ejercicio físico en casa, el teletrabajo o la educación a distancia. En definitiva, del confinamiento.

En primer lugar, sería interesante analizar por qué pocos países de nuestro entorno, si acaso alguno, han impuesto unas condiciones de cuarentena tan estrictas como las de España. Somos, junto con Italia, el país que más ha restringido la libertad de movimientos, llegando a una paralización casi total de la economía, y aun así, el número de fallecidos de nuestro país y los ratios de mortalidad son de los más altos de Europa. No parece, por tanto, que el confinamiento haya servido demasiado para reducir el número de contagios y fallecidos. Puede argumentarse, con toda la razón, que de no haberlo hecho, los números habrían sido mucho peores, pero entonces habría que plantearse por qué, si hubiéramos rebajado el confinamiento a los niveles de otros países, habríamos estado incluso mucho peor. 

En segundo lugar, se encuentra el tema de la economía. No seré yo quien defienda poner el dinero por encima de la salud, pero eso es fácil decirlo cuando sigues cobrando la nómina y tu situación económica apenas se ha visto afectada por el confinamiento. En este país vamos camino de una tasa del 20% y una caída del PIB próxima a 10%. Durante meses, mucha gente no tendrá (o no tiene ya) ningún ingreso, lo que se traduce en malnutrición, suicidios, problemas mentales, abuso de drogas o violencia de género. Especialmente viniendo de una situación de desigualdad ya muy severa, considerar que el confinamiento solo tiene un impacto positivo en la reducción de contagios y muertes, y que los efectos negativos son despreciables es mirarse el ombligo y no entender el mundo en el que vivimos.

La Universidad John Hopkins lo expresa muy bien cuando dice que: "Está bien documentado que las recesiones económicas no solo causan sufrimiento humano debido a la escasez, sino que también provocan problemas de salud y aumentos de la mortalidad. En resumen, el virus es letal; pero también lo es la pobreza". Y el dilema al que esto conduce, lo expresa de manera meridianamente clara:

Por lo tanto, ya se está haciendo un sombrío balance entre salvar diferentes vidas: salvar las vidas de los más vulnerables a COVID-19 contra salvar las vidas de los más vulnerables al suicidio, al abuso de sustancias y a la violencia doméstica. Además, estas vulnerabilidades significan que el distanciamiento social puede ser insostenible para grandes franjas de los estadounidenses más pobres. A medida que los responsables de la toma de decisiones contemplan las compensaciones económicas a medio plazo frente a las de salud pública, deben hacerlo reconociendo la naturaleza gravemente sesgada de los costos del distanciamiento.

(Traducción propia, original en inglés en el enlace)

Por último, tampoco son despreciables, especialmente para los niños, adolescentes y personas psicológicamente vulnerables (entre las que a menudo se encuentran personas mayores que viven solas), las implicaciones para la salud mental a medio y largo plazo de este confinamiento, por más que la mayoría de adultos lo llevemos con mayor o menor resignación. A menudo, la mención a estos problemas es tratada con cierto desprecio, como si fueran enfermedades accesorias que se pueden ignorar durante el tiempo que sea necesario.

A estas alturas parecería que estoy a favor de anular el confinamiento, o justificar a aquellos que se lo han saltado, y no es así. De lo que estoy a favor es de aplicar un mínimo sentido crítico a las medidas impuestas por las administraciones y de entender que las cosas no son blancas o negras, por mucho que esa sea la visión que nos venden. Durante siete semanas se han puesto en suspenso una gran cantidad de libertades civiles, y buena parte de la población lo ha asumido no solo de buena gana, sino que está dispuesta a extender dicha suspensión el tiempo que sea necesario para que el COVID-19 no cause más muertes, con independencia de las derivadas que pueda tener extender el confinamiento uno, dos o tres meses más. No disculparé a nadie, pero tampoco lo voy a convertir en un criminal.

No se trata de comportarse como si no pasara nada, pero tampoco pretender que un encierro estricto durante muchos meses no va a tener consecuencias o que es la solución definitiva a esta situación. La sociedad vive constantemente en un equilibrio entre los riesgos y las necesidades, y este no es un caso diferente. Si queremos no solo sobrevivir como individuos, sino también como sociedad, vamos a tener que jugar a un tira y afloja para encontrar el equilibrio entre el modo de vida lo más próximo a aquel que queremos mantener y el número de muertes por COVID-19. Y llegará un momento, como sucede con la polución de las grandes ciudades (que son consecuencia directa e indirecta de miles de muertes al año), que asumiremos que X muertes cada invierno es una cifra aceptable con la que tenemos que tragar si queremos seguir viviendo, aceptando que quizá un día seamos nosotros. Porque esperar encerrados en casa a perpetuidad, rezando para que la COVID-19 desaparezca por las altas temperaturas o aparezca una vacuna dentro de seis meses no garantiza que en 2021 no aparezca otro virus, tanto o más letal que este, o que la propia COVID-19 vuelva con una nueva mutación.

Somos seres humanos cuya biología nos expone a enfermedades como la COVID-19, tenemos un sistema sanitario, que como muchos otros, no estaba preparado para esto, y somos seres que tienden a concentrarse en grandes ciudades y se caracterizan, al menos en este país, por un enorme contacto social. Sin embargo, mucha gente parece dispuesta a sacrificar toda su vida sin fecha de vuelta atrás, sin poner condiciones ni considerar los efectos colaterales que ya se prevén. Como dice el filósofo Giorgio Agamben, las personas (en Italia, pero aplica también a España) tienen "tanto miedo de contaminarse que están dispuestos a sacrificar prácticamente todo, empezando por sus condiciones normales de vida, las relaciones sociales, el trabajo, los amigos, los afectos, pasando por las convicciones políticas y religiosas. Vivir como tal, sin más, no une a los seres humanos, mas bien los enceguece y los separa". 

Si a uno eso le hace sentir mejor, puede criticar el comportamiento de algunas personas, indignarse por ello y culparlos de todos los males del mundo, pero nadie, por mucho que se salte el confinamiento, puede ser apuntado con el dedo como el responsable de 25000 muertes, de la caída del PIB o de que haya millón y medio más de parados en este país. Y afirmar lo contrario es jugar a autoritarismos e ignorar décadas de estudio de la sociología y psicología humana.

Diario de la COVID-19: La lucha por las cifras

Escuchaba ayer a una tertuliana en el programa de Ferreras en La Sexta (de cuyo "periodismo" espectáculo espero hablar otro día) afirmar sin ruborizarse que, en África, en todo el continente (por si no queda claro), solo hay 15000 contagiados y 600 fallecidos. Ignorando todos los factores que pueden influir, para bien y para mal, en la incidencia que la COVID-19 pueda tener en África, debería ser evidente que, como mínimo, cualquier dato relacionado con el impacto de esta enfermedad en el continente africano debería ser tratado con mucha cautela.

Sirva esto de ejemplo de la forma en que los grandes medios de comunicación están tratando a diario los datos que se dan oficialmente: a pies juntillas y sin poner en duda su fiabilidad (hacerlo en el caso de los datos de África es especialmente incomprensible). A estas alturas ha quedado claro que ningún dato sobre la COVID-19, lo dé quien lo dé, es del todo fiable y que detrás de cada cifra hay muchos “peros”.

Entre los justificados encontramos la dificultad de valorar el impacto de una enfermedad con un alto número de asintomáticos o sintomáticos leves y una fase de incubación de hasta dos semanas, la saturación de los servicios sanitarios, la carencia de medios de detección y diagnóstico, las dudas científicas sobre los criterios de medición a aplicar o la existencia de incógnitas todavía sin resolver, como la posibilidad de que se puedan producir segundos contagios en personas ya curadas.

Pero hay más, y ahí entramos ya en el terreno de los grises. Como no podía ser de otra manera, la política ha invadido la lucha por los datos desde el principio, tanto a nivel interno como externo.

Desde el punto de vista internacional, ser un país con un alto número de contagiados y fallecidos lleva irremediablemente asociado el estigma de ser un país poco preparado, desorganizado y con una clase política deficiente. Lo que suele interpretarse como poca seriedad para pagar tus deudas, y en última instancia, mayores tipos de interés para financiarse internacionalmente en un futuro próximo, lo cual es una poderosa motivación para ocultar y manipular las cifras, mientras las circunstancias lo permitan. Dicho de otra forma, quizá España e Italia no hayan gestionado la crisis de la COVID-19 todo lo bien que hubiera sido de desear, pero quizá uno de sus problemas haya sido su incapacidad para maquillar sus cifras o haber sido dos de los primeros países afectados de manera masiva.

La componente interna tiene tanta o más importancia. Cualquier gobierno, nacional o local, sabe que las cifras de personas muertas y contagiadas son valoradas por los ciudadanos como una forma de medir la acción del gobierno de turno, incluso cuando existan muchos factores que quedan fuera del alcance de dichos gobiernos. Cada dato que se da representa no el grado de eficacia para gestionar la propia crisis, sino también la capacidad de reacción o incluso la preparación del país o la región para hacer frente a una situación así. Y cualquier partido de la oposición sabe es un arma que, bien empleada, puede generar muchos dividendos en el futuro. (Esto no implica, por supuesto, que los gobiernos estén libres de crítica o que haya muchas responsabilidades cruzadas que se obvian —intencionadamente— en los mensajes de los políticos, pero de eso hablaremos otro día).

Y de esta forma, nos encontramos con un panorama en el que los gobiernos manipulan los datos que tienen, ocultando fallecidos y contagiados, agregándolos o directamente ignorándolos para, de cara al exterior, limitar la pérdida de prestigio y de capacidad de financiación futura, y de cara al interior, no perder la próxima carrera electoral frente a partidos que, en muchos casos, tienen un comportamiento oportunista. Es cierto que estas son las cifras que tenemos, pero haríamos bien en, como al resto de la población, ponerlas en cuarentena y no precipitarnos a sacar conclusiones sin algo de sana crítica.

(Epílogo: a pesar de lo dicho, no me cabe duda, no obstante, de que sí hay gobiernos que lo están haciendo mejor que otros, pero la poca fiabilidad de las cifras hace muy difícil estar realmente seguro de cuáles son en estos momentos).

No lo llames teletrabajo, no lo llames educación a distancia, llámalo X

En estos tiempos convulsos, cuando haya que sentarse delante del ordenador de lunes a viernes para teletrabajar —aquellos que tenemos la posibilidad de hacerlo—, obligar a los niños a hacer los deberes del colegio o impartir/conectarse a una clase online, haríamos bien en recordar la situación de confinamiento y estrés psicológico en la que nos encontramos.

El teletrabajo y la educación a distancia son prácticas, más o menos utilizadas —menos que más—, que se desarrollan en circunstancias de normalidad, en las que, al acabar la jornada laboral o educativa, las personas salen a la calle, hacen deporte o ven a los amigos. Pero estas no son circunstancias normales, así que nos haríamos todos un favor si dejáramos de pretender que lo de ahora es teletrabajo o educación a distancia, y fuéramos consecuentes con la realidad antes de juzgar nuestro propio rendimiento o exigirle productividad a los que nos rodean, tanto a este como al otro lado de la pantalla.

No hacerlo es, aparte de inhumano para los demás y contraproducente para nosotros mismos, carecer del más básico conocimiento sobre la psicología humana.

It's the economy, stupid

Imagen por lucya_77a en twitter

Imagen por lucya_77a en twitter

Tanto tiempo sin pasarme por aquí y lo hago ahora en plena crisis por el coronavirus, aka Covid-19. Supongo que necesitaba una razón lo bastante poderosa, claro que, sobra decirlo, hubiera preferido que se tratara de otra más positiva.

A lo que venía. Leía ayer a un contacto de mis redes sociales criticar el encierro forzoso al que está sometida buena parte de la población española, para acabar su comentario llamando a la desobediencia civil. Afirmaba no entender cómo pasear sola por una calle desierta en la que se había cruzado con trece personas —todas ellas caminando solas, y con las que había mantenido una distancia más que prudencial para evitar un potencial contagio— podía ser más perjudicial que el confinamiento actual.

Confieso que mi primera reacción fue de indignación. El comentario en sí me pareció una temeridad o, incluso peor, una estupidez. Sí opino que el aislamiento social es necesario para, ya no la erradicación del contagio, sino para reducir su velocidad de propagación y que, de esta manera, las personas contagiadas puedan recibir una atención médica adecuada. Lo que llaman aplanar la curva. También opino que su argumento se apoya en la imposibilidad de contagio en las circunstancias que esta persona se encontró al pasear, pero de no existir dichas restricciones, no se habría cruzado con trece personas, sino con trescientas, muchas de las cuales no habrían caminado solas, sino acompañadas, se habrían reunido en grupos para charlar, etc. En fin, ya nos conocemos. Como diría Antonio Recio, la estupidez del ser humano es legendaria y pruebas tenemos más que de sobra.

Pero a menudo que le contestaba, me daba cuenta de que, aunque seguía sin estar de acuerdo con su postura, el argumento de la reclusión tampoco tenía tanto sentido, si uno atiende a la realidad que nos rodea. Y la realidad es esta:

[María José] Rallo [secretaria general de Transportes] también ha explicado que "este martes [17 de marzo] por la mañana ha ocurrido un episodio por un retraso de un tren de la línea C5". [...] De todos modos, la secretaria general de Transportes también ha afirmado que "estas situaciones son inevitables" y que, por ello "es importante apelar a las personas que se encuentren en esos andenes en ese momento y que traten de separarse al máximo, aunque no sea fácil". [Maldita.es, 17 de marzo]

(Lo de ayer lunes fue todavía peor y la negrita es mía).

Dicho de otra forma, esta realidad es que para evitar la propagación del Covid-19 se ha restringido la libertad de movimiento de las personas, pero que esta restricción se pone en cuarentena cuando se trata de ir a trabajar, con independencia de la actividad de la empresa en cuestión y las condiciones en las que se desarrolle dicho trabajo. Enciérrate en casa el fin de semana, pero no te olvides de que el lunes tienes que coger el metro e ir a trabajar. Que oiga, lo del Covid-19 es grave, pero tampoco nos pasemos de estrictos.

En esta línea, yendo más allá de las imágenes dantescas de abarrotamiento en los transportes públicos de ayer, que invalidan por sí mismas gran parte del argumento a favor del enclaustramiento, ¿a alguien se le ha ocurrido establecer qué actividades empresariales son esenciales y cuáles no? ¿Se han valorado las condiciones laborales de dichas actividades en lo que a protección sanitaria se refiere? La respuesta es evidente: no. Porque aunque desde el gobierno se recomiendan medidas como el teletrabajo, la flexibilización de horarios o mantener reuniones no presenciales, no hay ninguna obligación para adoptar tales medidas, que por otro lado están muy vinculadas a determinados ámbitos laborales. No solo nadie va a obligar a una fábrica de tubos a detener la producción, sino que tampoco lo va a hacer cuando se trate de personal administrativo. Dicho de otra manera, al final de la película, la decisión final sobre la salud de esas personas y su exposición al Covid-19 queda en manos de la empresa, que sin querer generalizar, en algunos casos —como ya se ha visto— es posible que se rija más por criterios económicos que sanitarios. Visto así, el tema es bastante serio.

Que dirán ustedes que eso de intervenir empresas y detener la actividad es muy de comunistas, pero tenemos que decidirnos: o el Covid-19 es un problema de salud importante, o no lo es; no se puede cerrar los ojos de lunes a viernes y abrirlos los fines de semana. Si no lo es, entonces nos dejamos de enclaustramientos y reclusiones, y si sí lo es, entonces es necesario parar el país y asumir sus implicaciones, porque cualquier otra alternativa —como la actual, sin ir más lejos— lo que viene a poner sobre la mesa es cuáles son las prioridades del bendito sistema en el que vivimos. Por si a alguien se le ha olvidado, está muriendo gente y va a morir más gente.

No sé si saben que una de las cosas a las que me dedico es a la realización de análisis de riesgos. Obviando los detalles, una de las premisas básicas es que cuando una amenaza supone un riesgo para la salud de las personas, el impacto que se le asigna es el máximo, por una razón que debería ser evidente: las personas son el activo más valioso, por encima de cualquier otro.

Quien sabe, quizá no sea así y estemos todos haciendo el canelo.

Breve, ocho

Decía hace unos días la presidenta del Congreso Ana Pastor que va a eliminar las palabras «fascista» y «golpista» del diario de sesiones del Congreso porque esos diarios se leerán dentro de cien años, y visto lo visto, esos diarios no iban a decir nada bueno de nuestros políticos.

Lo cierto es que, más bien al contrario, a mí no se me ocurre una razón mejor para no tocar ni una coma de esos diarios que el hecho de que alguien los pueda leer dentro de cien años.

* * *

Cómo me llama la atención la cantidad de informaciones en prensa y televisión que están saliendo sobre las pseudoterapias en los últimos meses, que tienen en general la misma fiabilidad que esas mismas pseudoterapias que critican (las que, sin entrar en detalles innecesarios, no apoyo, en cualquier caso).

Hace unos días aparecía en elpais.com uno de esos artículos: «Dos millones de españoles han sustituido un tratamiento médico por pseudoterapias».

Bien, dos millones de españoles. ¿Cuántos de esos dos millones tenían una dolencia grave y habían abandonado terapias convencionales poniendo en riesgo su vida? ¿Cuántos habían probado N+1 terapias convencionales sin ningún éxito ni mejora significativa? ¿Por qué se trata de vender las terapias convencionales (y en general, la medicina) como técnicas infalibles?

Con tanto bombardeo, me resisto a creer que no haya más intereses detrás de este bombardeo que los puramente altruistas de preocupación social y salud pública. O, visto de otra forma, ¿por qué no se habla de cuánta gente muere por no ser atendida a tiempo por el sistema nacional de salud?

Es la mano de obra cualificada, idiota

Cada vez que leo una noticia sobre la conducción autónoma, la robotización industrial o la “inminente” aparición de la automatización de alguna conducta humana, surge en los comentarios la cuestión de la destrucción de empleo.

Y automáticamente alguna persona (bienintencionada, qué duda cabe) argumenta que ese nuevo lo-que-sea creará puestos de trabajo cualificados. Sin embargo, eso cada vez más me parece una excusa (o un argumento, dependiendo de si creemos que eso va a ser así o no) para mirar a otro lado, sobre la que en realidad, intuyo que esa bienintencionada persona no ha reflexionado lo suficiente.

Es más, aunque eso sea así, aunque efectivamente se creen puestos de trabajo cualificados (cosa muy probable, de hecho), quizá sea hora de echar un vistazo sincero al ratio creación-destrucción de empleo, en una sociedad en la que el desempleo y la precariedad no tiende a disminuir, sino a incrementarse, y plantearse qué va a pasar con toda la mano de obra no cualificada que se va quedando por el camino, para la que la reorientación laboral no es una alternativa, no solo por edad, sino porque han de competir por nuevas "hornadas" de nuevos jóvenes ya "reorientados".

Tan fan como soy de las nuevas tecnologías, si vamos a confiar ciegamente nuestra sociedad a un futuro incierto liderado por multinacionales tecnológicas, que evidentemente tienen sus propios intereses y agenda, al menos sería conveniente dejar de repetir el mismo mantra de la creación de la mano de obra cualificada (que, en realidad, quizá no esté tan bien remunerada) y asumir que el destino de una gran parte de la población es irrelevante para estos nuevos procesos y gigantes tecnológicos... y en gran parte, para muchos de nosotros, es decir, los que no vivimos en los márgenes.

Nota al margen: ya sé lo que pasó con los artesanos y muchos otros gremios antes y después, ante la aparición de nuevas tecnologías. Pero quizá sería bueno (y un tanto iluso) esperar algo mejor varios siglos más tarde, y dejar de establecer comparaciones socioeconómicas de realidades demográficas y culturales absolutamente diferentes que no se sostienen por su propio pie.

Humor irreverente

Rober Bodegas

Rober Bodegas

Hace unos días, un amigo periodista se lamentaba de la próxima muerte del humor irreverente o negro, a raíz, creo —me he enterado por la radio esta mañana—, de unos chistes "sobre gitanos" de Rober Bodegas (Pantomima Full) que han levantado cierta polémica, amenazas de muerte incluidas. Comentaba mi amigo que en unos años nadie podrá hacer chistes de negros, gitanos o gangosos, y es posible (no sé si probable) que así sea. O quizá se puedan hacer pero a nadie le hagan gracia. O quizá tampoco haya que ponerse tan apocalíptico. Sin embargo, creo que apuntar al yugo de la corrección política (que existir, existe) es un recurso fácil.

Si echa uno la vista atrás, el humor, especialmente el más casposo, está repleto de chistes fáciles sobre lesbianas y gays, mujeres, negros, chinos, gangosos, gitanos, gordos, etc., que basan la gracia en la ofensa: la burla de características particulares, diferenciales y nucleares de cada colectivo. Repito: diferenciales, lo que ya da una pista de por dónde van los tiros. De hecho, cuesta encontrar chistes que se mofen de la heterosexualidad, ser blanco, u occidental, o clase media, porque en muchas ocasiones la gracia emana de la ridiculización de las diferencias con el patrón base, al que, todo sea dicho, mi amigo y yo nos aproximamos bastante, aunque él sea gallego y eso no deje de ser una discapacidad.

Si dos hombres gays son protagonistas de un chiste, el chiste se centrará en el hecho de que son gays. Si lo son dos mujeres de clase media, en que son mujeres. Dicho de otra forma, si se hace un chiste sobre dos personas que se encuentran en la calle e inician una conversación, por defecto se asumirá que son hombres blancos heterosexuales y todo lo demás. Por supuesto que hay excepciones, pero no son la norma. Sabremos que son gays o lesbianas, mujeres, negros o murcianos porque hablarán de pollas o coños, de maquillaje y tacones, del color de su piel o dirán "acho". En cualquier otro caso, los protagonistas se ceñirán al patrón base y su sexo, color de piel u orientación sexual será irrelevante para el chiste, porque ni siquiera se mencionará. A ver si lo que nos gusta del humor negro es que se ríe del otro, porque aunque reírse de uno mismo es algo muy sano, no a todo el mundo le hace tanta gracia, lo que irremediablemente provoca que haya menos humoristas dedicados a explotar el chiste que supone un hombre blanco occidental llorando por no poder ir a una manifestación de mujeres, lo que es una pena. Que nos lamentemos por no poder reírnos de los gitanos también tiene su gracia, las cosas como son.

En el pasado a la gente le hacía gracia tirar cabras de campanarios (en fin, hay algunos desgraciados que lo siguen haciendo), hasta que empezamos a pensar que era una salvajada. Quizá reírse de los gitanos o los gangosos o los maricones sea algo parecido y sea el momento de empezar a asumirlo. O eso, o empezamos a tirar desgraciados desde campanarios, a ver cuántos se ríen entonces. Me da que serán pocos. Ya me pillan la analogía.

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Notas al margen.

  1. Como consuelo para mi amigo, es muy probable que al otro lado del charco —que a pesar de todo, en algunas cosas nos llevan algo de ventaja— las humoristas lesbianas y los gays, los negros, los gordos o los discapacitados, estén ya trabajando en chistes en los que además de reírse de ellos mismos, a cuya mofa están sin duda acostumbrados, nos tengan como protagonistas de sus burlas a nosotros, a los privilegiados hombres blanquitos heteros occidentales. Eso sí sería una fantástica noticia para el humor.
  2. No creo que los chistes sobre fusilados sean comparables a los chistes de gitanos. Y también opino que el humor negro es mucho más amplio que el de gangosos o chinos que hablan con la ele; seguirá existiendo, aunque deje de tener como protagonista a la menstruación, a la pluma o la obesidad.
  3. Estoy totalmente en contra de las amenazas de muerte (especialmente si van contra mí). Lo cual no invalida, de todas formas, el argumento. Que haya gitanos ofendidos esgrimiendo amenazas de muerte no implica que tengan razón, pero tampoco que dejen de tenerla (con lo de matar sí, con eso no tienen razón).
  4. Una de las paradojas de la cuestión es que Pantomima Full basa su humor en reírse del hombre blanco hetero de clase media (el moderno, el turista, el listo, el de los festivales, etc.), aunque desde un punto de vista superficial y sin atacar a la raíz: su orientación sexual, su color de piel, su sexo. Es un buen intento, pero le falta el chiste realmente que ofenda, que duela, que siente mal.
  5. La imagen del post es de David Pareja, que tiene una buena reflexión en twitter al respecto sobre la doble vara de medir. Ver hilo.

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De todas formas, ¿a quién coño le hace gracia un puto chiste de gitanos? ¿Qué somos ahora, Esteso y Pajares?

Breve, tres

No sé si han leído el libro Me llamo Lucy Barton, de Elizabeth Strout. Yo lo devoré en el breve viaje por trabajo —de negocios, que diría alguno— que hice hace unos meses a Estrasburgo. De manera lo más acertada y breve posible que soy capaz, que no es mucho, diré que trata de la relación que tienen una madre y una hija que no se llevan especialmente bien, cuando la última está hospitalizada y la primera va a cuidarla.

Entre todas las ideas que contiene, hay una a la que en el pasado he dedicado algo de tiempo a pensar, y que la protagonista menciona explícitamente en un momento —aunque la idea emana de la totalidad del libro—: lo poco que conocemos a nuestra madre y a nuestro padre.

Dejando de lado familias desestructuradas y desavenencias familiares, convivimos con estas personas durante décadas, y continuamos teniendo una relación más o menos cercana durante muchos años más. Sin embargo, si echa uno la vista atrás, se da cuenta de que apenas sabe nada de ellos, y en parte creo que el sentimiento puede ser recíproco. No somos mutuos desconocidos, pero ¿qué sabemos realmente de la otra persona? ¿Qué hay de sus sueños, fracasos, horas bajas, triunfos, esperanzas y decepciones? ¿Cuándo fueron realmente felices y cuándo realmente desgraciados? ¿Cuántas veces han llorado, o se han sentido eufóricos al borde del grito? ¿Qué decisiones quisieron tomar y no pudieron o no se atrevieron, qué decisiones tuvieron que tomar a la fuerza? ¿Qué les da miedo, qué les aterroriza, qué les entusiasma? ¿Cómo les hubiera gustado que hubiese sido su vida, si echaran la vista atrás, qué esperaban de la vida cuando eran unos adolescentes? ¿Quién les dio el primer beso, cómo se enamoraron, cuántas veces y por qué discutieron antes de tenernos? ¿Qué sacrificios han tenido que hacer y ocultar?

¿Cómo son esas dos personas cuando no son nuestra madre y nuestro padre? 

Fracasos

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Siempre me he considerado un gran aficionado al cine, sin demasiado criterio probablemente, pero aficionado después de todo. Pensándolo dos veces al mismo tiempo que lo escribo, quizá lo que me atraiga en realidad sean las historias, y ver películas —buenas, malas o regulares— es una actividad que a cambio de poco tiempo y esfuerzo proporciona una cantidad adecuada de mi sustancia preferida. Eso se lo debo (y agradezco) sin duda a mi padre, que en en materia cinematográfica tiene la misma versatilidad que yo. Sirva esto como breve introducción.

Running es una película de 1979 protagonizada por Michael Douglas, y que, aunque no es, a decir por las críticas, una gran obra, recuerdo con bastante intensidad. No les voy a molestar con la sinopsis más de lo necesario, solo les voy a destripar el final. Michael Andropolis es un hombre que ha fracasado en todos los ámbitos de la vida: profesional, familiar y social. Un pobre tipo en proceso de divorcio, despreciado por sus hijas, sin trabajo ni perspectivas de encontrarlo y con un largo historial de decepciones y proyectos incompletos a sus espaldas —incluida su frustrada trayectoria como joven atleta—, y al que lo único que le reconforta es correr.

Un buen día, como manera de reconciliarse con la vida, Andropolis se levanta con la intención de representar a su país en la maratón de los JJ. OO. de Montreal. Tras mucho entrenamiento y algo de suerte, se hace con una de las tres plazas que representan a su país. Para sorpresa de todos, el día de la competición dosifica sus fuerzas y a mitad de carrera comienza a distanciarse en cabeza del grupo principal. Por primera vez, la suerte parece sonreírle a Andropolis.

Entonces aparece la vida. Al girarse en una curva para medir la distancia que le separa de sus perseguidores, resbala con unas hojas y cae al suelo bruscamente. Allí, tirado en la cuneta y herido en el hombro y las piernas, permanece durante horas, mientras el resto de los corredores atraviesa la meta. Anochece y las calles se abren al tráfico. Entonces, contra todo pronóstico y su propia historia personal, contra todo lo que cabría esperar de él, resuelto a evitar que la carrera se convierta en otra decepción, logra llegar al estadio, donde el público le recibe eufórico con aplausos.

Supongo que la película debe leerse en clave de superación: a pesar de las circunstancias, Andropolis se pone en pie, encara su situación y acaba la carrera. Sí, se reconcilia con su familia y demuestra que es capaz de enfrentarse a los problemas, de acuerdo. Sí, él tenía buena parte de culpa en todos sus fracasos, y eso es un cambio. De acuerdo, de acuerdo, de acuerdo. Sin embargo, nunca he sido capaz de darle esa lectura, y recuerdo la escena de la caída como un momento realmente amargo, cruel incluso. Tras una existencia marcada por el fracaso y la decepción, cuando solo queda una única cosa a la que aferrarse, qué importa de quién sea la culpa, qué importa incluso si lo merecías o no, no tuviste la culpa, es cierto, pero fallaste de nuevo.

No sé la edad que tenía cuando vi la película, pero me viene a la memoria, frustrado e incluso hundido, haberle preguntado aquella tarde a mi madre por la justicia de aquello. A lo que ella me contestó que hay personas que simplemente no tienen suerte. Quizá el tiempo se haya sacado esa frase de la manga y mi madre nunca la pronunciara, pero eso es lo de menos. Es algo de lo que me acuerdo de vez en cuando. No importa el esfuerzo, la dedicación o las ganas, hay ocasiones en las que la suerte no aparece, en las que querer no es poder, y así es la vida. Y eso no es bueno ni malo. Es simplemente así.

El hombre y la mierda

Ayer estuvimos en Rascafría, donde el año pasado subimos a propósito de una gran nevada que había caído tan solo hacía un par de días. Teníamos la esperanza de que la experiencia se repitiese, pero por desgracia, en esta ocasión hacía ya varios días que había nevado y en lugar de la nieve polvo de la última vez, nos encontramos con un paisaje igual de blanco pero significativamente más sólido y por tanto menos mágico. Tampoco tuvimos la suerte de que hiciese sol, así que la visita fue relámpago.

Decididos ya a volver al coche, pasamos junto a tres parejas jóvenes, que sentados sobre el guardarraíl con los pies sobre la nieve le daban la espalda a la carretera. Una de las chicas estaba en ese momento desembalando una esterilla de protección para el parabrisas, que más tarde utilizaría de trineo improvisado. Dejó caer un pequeño trozo de  plástico aluminizado al suelo y al darse cuenta de que la miraba, cogió el resto entre sus manos e hizo ademán de meterlo en uno de los bolsillos de su anorak blanco. Sin embargo, no nos habíamos alejado ni cien metros cuando al girarme me di cuenta de que había tirado al suelo todo el embalaje. Lo cierto es que podría haberme dado la vuelta y recriminarle aquello, pero no soy amante de los conflictos y me gusta menos aún que tres descerebrados me partan la cara. Sin embargo, no puedo menos que acordarme de la cita de Edmund Burke "Para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada", y siento cierto resquemor interior. Todavía ahora le doy vueltas al asunto, y aunque no sirva de nada, vengo desde entonces deseándole un doloroso impacto contra el tronco de un pino. O por justicia poética, que un plástico similar le haga resbalar y se rompa el cráneo contra una acera. 

Eso no fue todo. En el aparcamiento varios embalajes de plástico y alguna bolsa campaban a sus anchas y al llegar al coche, algún simpático hijo de puta había dejado un tetrabrik de zumo sobre la nieve que delimitaba el aparcamiento, tal y como aparece en la foto. Probablemente le pareció divertido o no daba para más, nunca lo sabremos. Aunque en este caso no había un ser humano en el que concentrar mi odio acumulado, como no quiero que nadie me acuse de discriminación, también a todos ellos les deseo la peor de las agonías. Mi nivel de odio hacia el incivismo y la maldad humana es cada día mayor. Hasta que se haga insoportable, seguiremos aguantando. Entonces ya veremos. 

No voy a ponerme a divagar sobre si es aconsejable o incluso bueno que el ser humano entre en contacto con la naturaleza con teóricos (y buenistas) propósitos educacionales, porque en este santo país tenemos cada año decenas de incendios que prueban lo contrario, y solo hace falta acercarse a cualquier paraje por remoto que sea para darse cuenta de que la respuesta es no. Un gran, enorme, inmenso y planetario no. Pon un sendero y siempre encontrarás a algún gilipollas al que se le ocurrirá tirar una lata de refresco o un papel de aluminio o una bolsa de plástico. Al pie de cualquier zona de escalada es fácil encontrar decenas de colillas y he llegado a ver a un hombre que merecía que le partiesen las piernas por diez sitios diferentes cogiendo setas en el Parque Nacional de Ordesa, caminando campo a través haciendo caso omiso de las prohibiciones y advertencias. 

No, los parques naturales y espacios protegidos deberían estar herméticamente cerrados al público, y contar cada uno con varias docenas de francotiradores entrenados y con la orden de disparar a matar a cualquier persona que se adentrase en ellos. Quizá les parezca injusto, y no digo que no lo sea, pero es preferible eso a ver cómo la piara de cerdos que es un número significativo de personas trata la naturaleza como si se tratase de un estercolero, lo que supone muy probablemente el mejor reflejo de su miserable existencia. Me atrevo a aventurar que si adoptásemos tal radical medida, en un par de décadas una vez eliminada la prohibición, los que disfrutamos de la Naturaleza coseríamos a palos a cualquier indeseable que con su comportamiento provocase la vuelta de las restricciones. 

Para acabar esta simpática entrada no puedo menos que terminar con una entrada del agente Smith que resume de manera bastante explícita todo esto que les decía:

"Quisiera compartir una revelación que he tenido desde que estoy aquí. Esta me sobrevino cuando intenté clasificar a su especie. Verá, me di cuenta de que en realidad, no son mamíferos. Todos los mamíferos de este planeta desarrollan instintivamente un lógico equilibrio con el hábitat natural que les rodea. Pero los humanos no lo hacen. Se trasladan a una zona y se multiplican y siguen multiplicándose hasta que todos los recursos naturales se agotan. Así que el único modo de sobrevivir es extendiéndose hasta otra zona. Existe otro organismo en este planeta que sigue el mismo patrón ¿Sabe cuál es? Un virus. Los humanos sois una enfermedad, sois el cáncer de este planeta, sois una plaga. Y nosotros somos la cura".

Imbéciles

Propongo que tratemos a los imbéciles como a imbéciles.

Por su bien, el nuestro, el de la Humanidad y el del planeta y todos los seres que lo habitan, dejemos de enmascarar la realidad. Dejemos de tratarlas como personas que razonan, que tienen opiniones fundamentadas e incluso son capaces de cambiarlas, que comprenden el mundo en el que nos movemos, sus complejidades e injusticias, que tienen propósitos que van más allá de ellos mismos. No podemos considerarlas por más tiempo como individuos con los que se puede tener una conversación productiva o ni siquiera educada, que van a mejorar este mundo, con las que es posible un intercambio de impresiones con un mínimo de racionalidad. Es la hora de dar un paso adelante y hacerles comprender y asumir que son imbéciles. Que eso les da unos derechos y les quita otros.

Aunque mi opinión personal es que el imbécil se hace, para evitar suspicacias, en la era de la corrección política y a pesar de la evidencia en contrario, podemos incluso aceptar que hoy en día el imbécil nace, no se hace. Así, igual que ninguna persona se siente insultada por ser morena o bajita, ninguna lo hará por ser imbécil. Debemos eliminar la carga negativa del término y poder decirle a alguien: «No podemos hablar porque aunque no lo sepas, eres un imbécil y esta charla estúpida no nos va a llevar a nada» sin que se lo tome mal. O «Tus esfuerzos por imponer tus ideas de imbécil a gritos son elogiables, pero ya sabes que tu opinión no tiene valor, ¿o es que no recuerdas que eres un imbécil?» o «No, usted no tiene derecho a voto, es un imbécil» o un sencillo y directo «Cierra la boca, imbécil».

Por el otro lado, eso también liberará a los imbéciles de responsabilidad. Sí, tendrán que aceptar, por ejemplo, que por su condición de imbéciles no pueden votar o salir en programas de televisión vociferando estupideces desde lo alto de tribunas mediáticas. Pero al contrario, eso también les traerá ventajas. Eres imbécil, puedes vanagloriarte de no leer libros. Eres imbécil, tienes permiso para ladrar a gritos por el móvil en el metro. Eres imbécil, podemos soportar que el ruido de tu moto de mierda a las tres de la mañana despierte a todo el vecindario. Eres imbécil, puedes utilizar los altavoces del móvil para escuchar música en el autobús. Eres imbécil, puedes obviar cualquier evidencia científica o hecho demostrado cuando abras la boca. Sí, eres imbécil, es cierto, pero no por ello las personas te miran mal, solo entienden tus limitaciones y te compadecen.

Porque con la tontería esta de tratar a todo el mundo por igual, al final lo único que estamos consiguiendo es que personas malvadas y psicopáticas y a veces también imbéciles lleguen a altos puestos de la política o tengan un lugar destacado en la sociedad, aupados ahí en volandas por hordas de imbéciles. Personas malvadas y psicopáticas y a veces también imbéciles que a su vez se rodean de más personas malvadas y psicopáticas y a veces también imbéciles dispuestas a hacer de este un mundo más imbécil, conscientes de que el sujeto imbécil es manipulable, es estúpido, es maleable, pero también de que hay personas que no lo son y que esas personas son peligrosas para ellos y sus intereses.

Si conseguimos que los imbéciles entiendan, lo que anticipo que no será fácil ni indoloro, que el mundo será mejor incluso para ellos y su prole si se mantienen al margen de los asuntos importantes y se limitan a su patética existencia, es muy probable que con cada nueva generación tengamos menos imbéciles, hasta que un día, quizá, solo quizá, nos hayamos librado de ellos o al menos, los hayamos relegado a un rincón tan insignificante que olvidemos que están ahí.

Perdamos el miedo a mirar al imbécil a los ojos y decirle: «Eres un imbécil, pero no es culpa tuya, y ahora apártate de mi camino», y regalarle la mejor de nuestras sonrisas.

Activismo de sofá

Una amiga de Facebook me enviaba hoy una invitación a un "evento" al que la habían invitado. El evento en cuestión propone no conectarse a la red social durante 24 horas como forma de protesta contra las políticas machistas y sexistas que dicha empresa aplica a discreción. Esto me recuerda en cierto modo a la reivindicación de algunos homosexuales para que la Iglesia Católica cambie su política respecto a la homosexualidad, aunque esa es otra guerra diferente en la que no voy a meterme (y también me abstendré de realizar comparaciones absurdas en torno a la idea de religión). Lo cierto es que dicho así suena un poco a chiste (¿24 horas sin conexión a Facebook? ¿Hasta ese nivel hemos bajado el listón?), aunque no es mi intención polemizar. O bueno, sí, qué coño.

Lo primero que podría pensarse es por qué alguien querría pertenecer a una red social que aplica políticas que son discriminatorias, conservadoras en extremo y misóginas. Eso, si no entramos en la arbitrariedad con la que Facebook ha cerrado cuentas de usuarios que no cumplían con políticas que no son lo que se dice transparentes, y cuya resurrección (la de la cuenta) queda a expensas de la benevolencia, magnanimidad y misericordia del señor Zuckerberg. Dicho de otra forma, el primer impulso es recurrir al argumento del si no te gusta, ahí tienes la puerta.

Sin embargo, es necesario recordar que Facebook tiene varios cientos de millones de usuarios y muy a pesar de Google es un monopolio de facto en el ámbito de las redes sociales (que además parece ser impermeable al concepto y a la legislación en materia de libertad de expresión en los países en los que tiene presencia). Desde el punto de vista del activismo, desaparecer de la red social es reducir de una manera muy importante la visibilidad y audiencia de las acciones y eventos que se desarrollen, aparte de que es hacerle el juego a dichas políticas. Como individuo, cerrar la cuenta implica eliminar el acceso a un volumen ingente de información (por ejemplo, páginas que únicamente están en Facebook... o que pertenecen a blogs que somos demasiado vagos para seguir) y a buena parte de la "interacción social digital" (déjenme aplicar algo de creatividad). El resultado de esto es, como muy bien señala Bauman, que "Las redes sociales son lugares donde la vigilancia es voluntaria y autoinfligida". Por la razón que sea, le tenemos tanto miedo a que nos cierren "nuestra" cuenta de Facebook (ja, ja, nuestra, dice) que nos cuidaremos mucho de hacer cosas que la pongan en riesgo. Lo que dicho así asusta un poco, la verdad. Nos hemos convertido en nuestros propios censores.

Queda claro, por tanto, que autoeliminarse de Facebook es una opción que tiene más desventajas que ventajas. Quizá sea la más coherente, pero no por ello la más conveniente. Que tampoco soy yo nadie para reclamar coherencia ni es mi intención dar lecciones en cuestiones de activismo social y político, vaya eso por delante. Aunque lo esté haciendo, que yo también tengo mi corazoncito de incoherencia que alimentar.

Sin embargo, si nos distanciamos de esa opción radical (que bueno, en fin, tampoco es que uno esté proponiendo quemar la sede de la red social o demandar a Facebook ante el Tribunal de Estrasburgo), lo que tampoco tiene mucho sentido es pasarse de frenada e irse al otro lado. Veinticuatro horas sin acceso a Facebook no parece un sacrificio demasiado grande. Todavía menos lo parece cuando uno ve que hay personas que incluso piden que "se lo recuerden" por si se olvidan (en serio, ¿es necesario incluso mencionarlo?), o que dudan poder llevarlo a cabo. En realidad, lo que no parece es un sacrificio, sino una acción lo suficientemente pequeña para atraer al mayor número de personas, en la línea de los tiempos que vivimos: reducir el esfuerzo de cualquier protesta hasta niveles que garanticen un éxito de participación razonable, aunque sea a costa de limitar la consecución de cualquier objetivo. Abandonada cualquier expectativa de lograr una verdadera acción social, los objetivos han acabado midiéndose en la cobertura mediática de un evento. Así de triste es la situación.

Sería muy interesante ver cuál es el grado de adhesión a la protesta si en lugar de una desconexión de 24 horas se propone una acción con algo más de enjundia, como borrar la aplicación del smartphone o no acceder ya no durante un día, sino durante un mes. En realidad, tampoco estas acciones son el colmo de la rebeldía y el radicalismo, y vistas en perspectiva (tampoco hace falta elevarse demasiado, en realidad) no dejan de ser la misma idiotez pero un poco más grande, pero al menos por proponer algo que no pueda resumirse en: "Facebook es una empresa misógina, machista y sexista, así que como medida de castigo voy a estar sin conectarme 24 horas".

Lo más curioso del caso, si es que se puede utilizar esa palabra, es que teniendo en cuenta a) el número de usuarios de Facebook y b) la repercusión que este tipo de acciones tiene en las cuentas (ninguna) o en el clima de la propia red social (escasa, siendo exagerada y extremadamente optimista), se opte por una estrategia así. Dicho de otra forma, si el impacto que sobre Facebook tiene que 20.000 personas no accedan durante 24 horas es el mismo que el de 1.000 personas que desinstalen la aplicación, ¿no sería preferible escoger una acción que al menos requiera un mínimo de compromiso? Porque una cosa es el activismo de sofá, y otra el grado de revolución estilo que sea después de la siesta, por favor al que estamos llegando.

Qué barato sale el compromiso hoy en día.

El patriarcado ataca de nuevo

Seguro que conocen esa foto donde una jugadora olímpica de voleibol (egipcia, para más señas) juega con un hijab puesto. Lo más probable es que hayan leído a muchas personas criticar la vestimenta. También habrán leído críticas por el hecho de que la alemana juegue con bikini. Otras personas criticarán la vestimenta de ambas y dirán que es fruto del machismo. Bueno, sí, pero no. Ojalá fuese tan fácil.

En un lado de la red, una religión que oprime a la mujer y que (dicho suavemente) coarta su libertad para mostrar su cuerpo; lo cual, dicho sea de paso, tiene un tufillo a superioridad cultural y etnocentrismo que echa para atrás (por si no tuviera bastante con la discriminación de género; léase interseccionalidad para más detalles). En el otro lado de la red, tenemos a una sociedad sexista (la nuestra) que también oprime a la mujer, y en la que el cuerpo femenino se exhibe como cualquier un objeto de consumo.

Con esas premisas, la conclusión a la que se llega es sencilla: ninguna de las dos mujeres sabe pensar por sí misma. Es necesario que alguien venga a criticar, de nuevo, cómo visten dos mujeres que juegan un partido de volleyball. A abrirles los ojos. A liberarlas de su ignorancia. A salvarlas.

Se me ocurre que a lo mejor son dos mujeres adultas que para jugar el partido se han puesto lo que les ha salido del coño de acuerdo a sus ideas, sus creencias y sus principios. Que a lo mejor es cosa suya y de nadie más. Todo lo demás vuelve a ser, de nuevo, el mismo patriarcado de siempre opinando sobre algo que no le atañe.

No hay más. Me vuelvo a la novela.

La explotación laboral en las ONG del "ámbito social"

Los que me conocen, saben que mi pareja se dedica a lo que yo llamo incorrectamente "el ámbito social", y que ella denominaría de una manera mucho más correcta y precisa. No importa. En su caso, colectivos desprotegidos o en riesgo de exclusión social: discapacidad intelectual, enfermedad mental, sinhogarismo o reclusos en tercer grado, entre otros. Una parte de sus amigos y conocidos también se dedican a lo mismo. Podríamos decir que en general, durante la última década ha trabajado para organizaciones muy conocidas y grandes del sector. Hablo tanto de ONG que se anuncian en televisión como de empresas multiservicios de ámbito nacional que, literalmente, "hacen de todo" (limpieza, jardinería, servicios sociales, seguridad, etc.). 

Sin ánimo de exagerar un ápice, podría decir que, en general, las condiciones laborales que ha tenido que sufrir en todas ellas han estado más cercanas a la explotación de lo que uno esperaría de organizaciones que tienen que llevar a cabo "una tarea social" y se nutren de subvenciones millonarias de dinero público, que sin duda debería estar sometido a un mayor control. En el caso de las empresas privadas alguien podría pensar que de algún modo es lo esperable: maximización de beneficios, rentabilidad y cosas así. Que sea lo esperable no significa que sea lo correcto, pero podría decirse que no supone una sorpresa.

Sin embargo, si nos vamos al caso de las ONG, parece que de algún modo su forma de funcionar debería estar más próxima a los derechos humanos y laborales de las personas, si es que los segundos no son un subconjunto de los primeros. Eso es lo que parece, porque la realidad es muy diferente, y puedo afirmar que ella no es un caso aislado; todas las personas que conoce y que se dedican a este sector trabajan en el mismo estado de precariedad e incertidumbre laboral, y tengo la sensación de que es algo que se reproduce en la mayor parte de estas organizaciones (fundaciones y asociaciones, en general), sean del tamaño que sean. 

La cuestión es: por ejemplo, de una organización que lucha por los derechos de las personas con discapacidad, ¿no es de esperar que muestre una mayor sensibilidad en todos los ámbitos sociales? Yo creo que sí. PERO NO.

¿A qué me estoy refiriendo en particular? Fácil. Me refiero a aguantar muchos meses sin cobrar, tener disponibilidad casi total en horarios y turnos, cobrar salarios miserables, a que la empresa (porque así es como funcionan, se llamen como se llamen) te ubique en una categoría profesional inferior a la que marcan tus funciones (por ejemplo, cuidador en lugar de educador, limpiador en lugar de cuidador, limpiador en lugar de educador), a no cobrar o tener que reclamar los pluses de nocturnidad o transporte que marca el convenio, a que la empresa marque servicios mínimos en huelgas generales que son superiores a los que hay un fin de semana, a tener que pelear hasta el último euro de la nómina y del finiquito, o a que la empresa mantenga de manera intencionada la incertidumbre laboral o penalice con la no renovación cualquier reinvidicación laboral de los trabajadores. Claro, que cuando uno ve que el delegado sindical de una ONG miente sin ningún tipo de pudor en un juicio a favor de ésta, o que otra intenta descolgarse de un convenio que ella misma ha promovido aprovechando la última reforma laboral, se pregunta que por qué debería uno esperar otra cosa. 

Ya, eso mismo pienso yo. Son organizaciones sin ánimo de lucro, no gubernamentales o como coño quieran ustedes llamarlas. Asumir cualquier otra cosa es una equivocación.

Si dejamos de lado el chantaje emocional autoinfligido y fomentado por parte de los mandos superiores, que explota la implicación personal de los trabajadores con los usuarios, la total ausencia de apoyo sindical (apoyo, he dicho, no presencia) y el hecho de que muchas de estas personas tienen un alto componente vocacional, otro problema es el escaso margen de maniobra a la hora de visibilizar las protestas. Después de todo, ¿quién va a solidarizarse con los trabajadores de una asociación que se dedica al cuidado de personas con enfermedad mental, si cuando éstos hacen huelga los usuarios quedan "desatendidos" (lo cual no es cierto, de todas formas)? ¿Y con los que trabajan con drogodependientes? 

Al final de la película, lo que queda es un retrato bastante siniestro y maquiavélico de este tipo de organizaciones, muy diferente al que uno imaginaría y sobre todo al que se muestra al público. Un retrato en el que el trabajador al final del organigrama, el que realmente cuida, interviene y se relaciona con los usuarios, es sacrificado, utilizado como un recurso intercambiable sin ningún valor, chantajeado y explotado en aras de maximizar los recursos para el fin social en cuestión. 

Claro que al fin y al cabo, ¿qué coño importa la vida de tus trabajadores, mientras no sean personas sin hogar o discapacitados? No es tu puto problema. Que se jodan.

Huellas

Muchas personas entienden un hijo como la vía a la inmortalidad, aunque en ocasiones no de manera consciente o con esas palabras. Permanece en el pensamiento colectivo la idea de que pasamos a la posteridad a través de nuestra descendencia; eso es lo que el ser humano deja para el futuro. Es posible que esa idea surja como respuesta a la inmediatez, a la cercanía, a la presencia de la muerte, que pasados los veinte y superado el complejo de superman nunca está tan lejos como nos gustaría; es un pequeño consuelo: el día que muera, sé que habré dejado un surco en la Historia, con mayúscula. Quizá un surco pequeño, quizá uno insignificante o, en el peor de los casos, uno teñido de maldad, de estupidez, de indiferencia. A lo Maquiavelo, la inmortalidad bien se merece todo lo demás.

Podemos aplicar lo mismo a aquellos que a través de sus obras consiguen trascender su existencia: inventores, pintores, filósofos, escritores, creadores en general, pero también asesinos, genocidas, torturadores. Es muy interesante el caso de estos últimos, que son escoltados y conducidos a la eternidad por las víctimas sobre las que descansa su nombre. Has de saber que no fue suficiente con morir; vas a contribuir a llevar a tu verdugo al fin de los tiempos. Nadie recordará tu nombre, sólo el del asesino que con sus manos o con las de otros, te quitó la vida. Se escribirán biografías, se analizará su vida, se rodarán documentales, todo gracias a tus lágrimas, tu sangre y tu sufrimiento. La memoria no hace distinciones: recuerda algo o no recuerda y las razones por las que lo hace son irrelevantes; no es posible aplicar un filtro a nuestros recuerdos como si se tratase de una hoja de cálculo. Sería deseable que la Humanidad se permitiese olvidase la identidad de los asesinos; no borrarlos, no negar su existencia. Dejarlos de lado, sacarlos de la Historia o arrinconarlos en una esquina; sus víctimas se merecen al menos el respeto de que no encumbremos a aquellos que acabaron con su existencia. ¿Sería eso negar la memoria de las víctimas? Quizá. Pero, en realidad, ¿de la memoria de quién estamos hablando? En la cabeza resuenan Stalin, Hitler, Pol Pot, Torquemada. Debajo de ellos, como piezas prescindibles, intercambiables, algunos nombres sueltos. Millones de asesinados de los que sabemos algo cuando aparecen en los medios por alguna conmemoración, evento, o curiosidad histórica. Nombres que olvidamos a los pocos segundos pero que son los granos de arena que construyen el castillo de sus verdugos. Sólo aquellos que tienen una relación directa con las víctimas conocen alguno, pero es cuestión de tiempo que esa línea acabe por deshilacharse y romperse; adivinen entonces quién permanecerá en la Historia. Por tanto, ¿la memoria de quién estamos preservando? No parece un trato justo. 

En un tercer grupo quedan aquellas personas sin descendencia ni relevancia histórica; aquellas que no dejan nada detrás de ellos. Aquellas que simplemente, desaparecen, pasan sin hacer demasiado ruido, sin levantar la mano, sin molestar. Esas que alguien se atrevería a decir que no dejan surco, huella, memoria. Sin embargo, afirmar eso es dotar de una trascendencia que no tiene la existencia humana y al mismo tiempo negar la existencia concreta de esos seres humanos. Lo cierto es que nadie muere sin dejar huella y todos morimos sin dejarla. Porque en un abanico de infinitos universos posibles, son los actos de cada ser animado o inanimado a lo largo de millones de años los que hacen que las cosas sean exactamente como son y no de otra manera. Y sin embargo, cuando al final de los tiempos todo esto se apague, lo que somos y lo que fuimos desaparecerá como una pisada en la arena al llegar una ola.

¿Es útil Twitter?

Hace unas semanas Borja Ventura escribía en Yorokobu un interesante artículo sobre Twitter, en el que planteaba el problema que se está encontrando esta red social para generar tráfico hacia los contenidos que se publican en tweets. Es decir, lo difícil que resulta que un usuario de Twitter pinche en un enlace y acceda a un contenido externo, y lo pobre que queda en comparación, por ejemplo, con Facebook.

Aunque por supuesto mi experiencia no es extrapolable a todas las webs, lo que plantea el post es algo que personalmente vengo viendo desde hace un tiempo, y es un problema al que Twitter tendrá que hacer frente tarde o temprano. Veamos algunos datos, para los que he cogido estadísticas de Google Analyitcs y el periodo desde el 1 de octubre hasta hoy.

Unsociability.org

En primer lugar, mi blog personal. Desde luego, el tráfico es tan escaso que los datos no son muy relevantes, pero muestran lo mismo que veremos luego. Si analizamos los últimos tres meses, mi número de "seguidores" en Twitter se ha mantenido en torno a los 500, y el de "amigos" por debajo de los 100. Esto supone aproximadamente un mútiplo de 5x a favor de Twitter.

Sin embargo, las estadísticas muestran que las visitas provenientes de Facebook supone el 60% de las visitas de tráfico social, frente al 40% de Twitter. Esto parece comprensible; al fin y al cabo, mis contactos en Facebook incluyen a amigos, compañeros de trabajo, familiares, etc., más dados a pinchar en un enlace que una persona con la que no tengo ningún vínculo. Esto supone un múltiplo de 1,5x a favor de Facebook. No parece mucho.

Aun así, el problema viene cuando a ese 25% de tráfico que procede de Twitter le restas el 60% que suponen los clicks procedentes de las visitas al perfil (y que por tanto, no van asociados a clicks sobre contenidos publicados en tweets), donde pasamos a un múltiplo de casi 4x a favor de Facebook. Eso ya no parece tan normal.

El resultado es que el tráfico que procede de los enlaces publicados en tweets es casi insignificante.

Security Art Work

Security Art Work (SAW) es un blog de S2 Grupo especializado en seguridad de la información del que soy editor. Con una media de 1500 visitas al día, aquí los números sí que nos permitirán hacernos una idea mejor de la relevancia de cada una de las redes sociales. Actualmente, SAW tiene 334 "Me gusta" en Facebook y 9500 "followers" en Twitter (cuentas que no gestiono yo). Esto supone aproximadamente un mútiplo de 28x a favor de Twitter. Parece bastante, ¿verdad?

Si vemos las estadísticas del tráfico de origen social, el 70% de las páginas vistas proceden de Twitter y el 15% restante de Facebook (hay otros orígenes "sociales" que llevan el porcentaje al 100% pero que no tienen relevancia aquí). Parece lógico, aunque supone aproximadamente un múltiplo de 5x. Si a ese 70% le restamos el 13% que procede de las visitas al perfil, el múltiplo resultante es de sólo 4x a favor de Twitter, muy inferior al 28x que hemos visto arriba.

Hijos Digitales

Veamos otro blog de S2 Grupo con datos relevantes: Hijos Digitales (HD). Actualmente, HD tiene una media de 14.000 visitas al día, 717 "Me gusta" y 2600 "seguidores". Tirando por arriba, esto supone aproximadamente un mútiplo de 3,5x a favor de Twitter.

Sin embargo, si vamos a las estadísticas, nos encontramos con que el 80% del tráfico de origen social procede de Facebook, mientras que sólo un 17% procede de Twitter. Esto hace un múltiplo de 4,7x a favor de Facebook. Si como antes, le quitamos las visitas al perfil, el múltiplo se incrementa a 5,5x a favor de Facebook. Se mantiene así la tendencia que hemos visto en los dos casos anteriores.

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La conclusión es clara: a la hora de generar tráfico hacia un site, el ROI de un contacto de Facebook es bastante mayor que el de uno de Twitter. Es decir, siempre teniendo en cuenta la necesidad de  mantener un perfil social en las principales redes sociales, son más "rentables" los recursos que se dedican a Facebook que los que se dedican a Twitter.

Hay varias razones con las que podríamos explicar esto, siempre según mi experiencia.

En primer lugar, los usuarios de Facebook tienden a incluir entre sus contactos personas que conocen o con las que tienen una relación cercana; amigos, compañeros de trabajo, familiares, etc. Sin embargo, en Twitter la situación es más bien la contraria, hasta el punto de que son habituales las cuentas "anónimas" o protagonizadas por personas que adoptan como identidad un personaje construido. Si tenemos en cuenta que probablemente le asignamos mayor credibilidad e interés a una persona que conocemos que a una que no conocemos, tenemos una primera respuesta.

La segunda tiene que ver con el ritmo de publicación o volumen de contenidos. Por lo general, el timeline (TL) de Twitter es mucho más dinámico que el de Facebook; un usuario de Twitter puede fácilmente publicar 5 tweets al día de manera regular. Si un usuario sigue a 300 personas, eso son 1500 tweets al día. Ambos números son más que razonables, y tiendo a pensar que por lo general, son mayores. Eso implica que un tweet concreto es fácil que pase por alto entre un número tan alto de publicaciones. Por el contrario, en Facebook no es habitual ese número de publicaciones diarias. Por un lado, esto podría apuntar al declive que en parte también se le achaca, o incluso ala madurez que ha adquirido, pero es necesario recordar que con un uso "normal" de ambas redes sociales, el número de contactos en Facebook suele ser menor que el de Twitter. Por ejemplo, después de 4 horas sin conexión, puedo revisar en poco tiempo el TL de Facebook (100) pero hacerlo con el de Twitter (500) me parece un infierno y, en cierto modo, una pérdida de tiempo. Y aquí pasamos al tercer punto.

Y éste es el valor de los contenidos. Los contenidos en Facebook suelen estar formados por fotografías, vídeos y enlaces a contenido externo. Proporcionalmente, las "reflexiones" sin un apoyo de otro contenido son menos habituales en Facebook que en Twitter, cuyas interacciones y menciones entre los usuarios constituyen además una fuente importante de ruido. En general, por mi experiencia tiendo a pensar que el volumen de información "significativa" es mucho mayor en Facebook que en Twitter, aunque evidentemente eso siempre depende de los contactos en cada usuario y de lo que cada uno busque.

Hay otros factores que hacen que un usuario esté menos dispuesto a dejar la red social para visitar una web ajena que uno en Facebook; por un lado, el número de contenidos que deja de "ver" al salir a un contenido externo es mayor en Twitter, y por otra, en el caso de los móviles esa visita implica lanzar el navegador. Puede parecer una tontería, pero a medida que un móvil envejece, los recursos que requiere lanzar una aplicación y cambiar entre aplicaciones se incrementa, y llega un momento en el que el usuario puede decidir que la información del enlace "no compensa" el salto. Facebook ha resuelto esto hábilmente introduciendo su propio navegador en la aplicación para smartphones: aparte de obtener un mayor control sobre el tráfico generado, consigue que el usuario no tenga que cambiar de aplicación con lo que su experiencia es mejor y la resistencia a visitar la página se reduce.

La filosofía de la red social también tiene un papel importante. En twitter hay una cuasi obsesión por conseguir seguidores, lo que provoca que haya "seguimientos" recíprocos (en los que sólo uno o ninguno de los dos puede estar interesado en realidad en los tweets del otro), y que los usuarios tiendan a publicar aquella información que puede darles un retorno mayor en seguidores. Y esa información no son los enlaces. Pueden ser opiniones políticas, chistes, fotografías, comentarios, ocurrencias, etc., pero por lo general no un enlace a una web externa. Y una prueba de esto es la duración de los Vines: 6 segundos. Parece que Twitter no quiere que salgas de tu TL.

Por último, está el uso que los usuarios le dan a cada una de las redes sociales. Twitter parece que ha sido adoptada como herramienta de interacción, incluso diálogo (o discusión) entre los usuarios. El número de enlaces a medios externos es por lo general, no muy relevante entre el volumen total de tweets: comentarios, interacciones, retweets, etc. Eso hace que el usuario adopte cierta posición a lo que quiere hacer en la red social. Por el contrario, y siempre desde mi experiencia, en Facebook es menos habitual que se produzca esa interacción en el primer nivel, y que se traslade a los comentarios de la publicación. De este modo, la interacción queda relegada a un segundo plano que no "contamina" el contenido principal. 

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Seguro que hay muchas más razones, pero hasta aquí llega el análisis. Mi experiencia con Twitter como medio de promoción de contenidos a lo largo del año pasado es más bien decepcionante, y a la vista de las estadísticas de los otros dos blogs, creo que puede ser extrapolable a otros medios. Esta es, de hecho, una de las razones por las que estoy tratando de reducir mi presencia en esta red; en general, y sin ánimo de ofender, la recompensa que obtengo por el tiempo que le dedico es más bien pequeña.

¿Es útil Twitter? Sí, claro que lo es. Todo depende cuál sea el propósito para el cual se utilice. Creo que es un medio fantástico para el comentario de programas de televisión, eventos (partidos de fútbol o elecciones, por ejemplo), como medio de información en tiempo real y para la interacción con otros usuarios. 

Ahora bien, ¿hasta qué punto es capaz Twitter de monetizar esos usos? Creo que de momento, menos de lo que le gustaría y es posible que incluso menos de lo que necesita para los costes de explotación. El hecho de que los usuarios no accedan a enlaces externos hace poco atractivo el uso de sus herramientas de promoción de tweets o para el incremento de seguidores, dado que el ROI obtenido es bajo frente a otras herramientas como Facebook o Google AdWords. Por otro lado, el ruido que se genera es algo que Twitter deberá resolver a medida que la red social gana en penetración, si no es algo que ya le está afectando en su crecimiento.

Será interesante ver cómo evoluciona la red en el futuro, pero parece claro que alguien tiene que darle una pensada a su modelo de negocio.

Ay, Pdro

Las elecciones del pasado domingo han dejado en mi opinión un perdedor claro: el PSOE. Sigue siendo el segundo partido, pero con la aparición de Podemos ya casi no lo parece, por mucho que se empeñe Pedro Sánchez en decir que su rival es el PP. Mientras que el partido de Rajoy mantiene una distancia prudencial con Ciudadanos, en el PSOE deben estar poniéndose un poco nerviosos al ver a Errejón e Iglesias por el retrovisor. Hablando en plata, el PSOE tiene en sus manos lo que se dice un marrón gordo, gordo, gordo.

Veamos las alternativas.

Empecemos por el PP. Por activa y por pasiva se ha dicho desde el PSOE que no van a colaborar a que ni Rajoy ni ninguna otra persona del PP (por si acaso a alguien le daba por pensar en Soraya, que para eso son un equipo) salga investido presidente. Si no había quedado claro, Susana Díaz ha "insistido" en la idea hace unas horas (quien dice insistir dice mandar recados). Según ella, el PSOE tiene que estar en la oposición, aunque a la buena mujer se le pasa por alto que para que haya oposición, tiene que haber gobierno, y eso es algo que a estas alturas no está tan claro. A la vista de los comentarios de Felipe González y las alusiones al famoso "pacto de Estado", yo no apostaría nada a que el PSOE no acaba pactando, o al menos permitiendo la investidura de un candidato del PP; cualquier alternativa, hoy por hoy, me parece que es aún peor como partido. Llegado el caso, ya nos inventaremos una justificación y donde dije digo, digo Diego, y tenemos cuatro años para hacer pasar por bueno nuestro argumento. Nada fuera de lo común.

Por la parte de Podemos, además del "problema" del referéndum, está el hecho de que el partido de Iglesias está fagocitando sin prisa pero sin pausa al histórico PSOE (cómo les gusta mencionar lo de histórico, como si fuesen un cuadro de Goya que hay que preservar). Si como dice Podemos el referéndum es una condición no negociable, es improbable que el partido de Susana Díaz, José Bono y Felipe González permita tal pacto, que la baronesa andaluza (de donde proviene una buena parte de los votos de Pedro Sánchez) ya ha calificado de aventura. Es más, estoy seguro de que, a pesar de lo que ideológicamente pudiera parecer, los barones prefieren  al PP que a Podemos; más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Porque el PP al fin y al cabo va en el mismo barco del bipartidismo y tiene intereses comunes con el PSOE, y además porque el PP no le va a "robar" al PSOE su votante tradicional y podemos ya lo está haciendo.

Si el único problema fuese el referéndum (que no lo es), cabría pensar que Podemos, siguiendo la línea maquiavélica de los últimos meses (ya saben, el fin justifica los medios), podría dejar apartado ese tema a un lado por un tiempo, lo que le daría una posición fuerte en la negociación y dejaría al PSOE con pocos argumentos. No obstante, no hay que olvidar que Podemos va de la mano de diferentes candidaturas de unidad popular, y una de esas es En Comú Podem, que aporta 9 de los 69 escaños. El jaleo que se puede armar como a algún peso pesado se le ocurra plantear la opcionalidad del referéndum puede ser de impresión. Creo que esa sí es una condición que no va a cambiar.

Luego están los independentistas y nacionalistas. Parece obvio que el PSOE no va a pactar con ellos, al menos no con los primeros. Con los nacionalistas quizá, total los dos partidos mayoritarios llevan haciéndolo desde hace muchos años (de aquellos polvos vienen estos lodos) y un poco más, a quién le importa. Tampoco supondrían una gran diferencia. Nos queda Izquierda Unida, pero tristemente, ni sus escaños parece que vayan a tener mucha relevancia, ni las posiciones de ambos están lo que se dice "cercanas", aunque el PSOE se defina como "izquierda".

En resumen, que si el PSOE se mantiene en sus trece, lo que está por ver, no pactará con el PP ni con Podemos y votará en contra de la investidura de Rajoy. Veamos el resto de permutaciones.

Si miramos a Podemos está bastante claro; si mantiene una mínima coherencia, no pactará con el PP y además votará en contra de la investidura de Rajoy. Lo mismo puede decirse de, al menos, ERC. De Democràcia i Llibertat no sabe uno qué pensar, porque al fin y al cabo son un partido ideológicamente de derechas, pero parecería raro que en medio de una negociación con la CUP le hiciesen ojitos a Rajoy. Raro no, muy raro. Así que Rajoy se queda solo con Ciudadanos.

PP y Ciudadanos pueden ir de la mano, claro, pero no es que vayan a llegar muy lejos; suman 160 y pocos escaños y en contra tienen unos cuantos más. Es decir, que según eso Rajoy no puede ser presidente. Pablo Iglesias lo tiene igual de fácil; ni Rajoy ni Pedro Sánchez ni Albert Rivera le apoyarán. Albert Rivera es poco probable que en la posición que está (cuarta fuerza política) pueda optar a la presidencia del gobierno, y tampoco en cualquier caso tiene los apoyos.

El caso de Pedro Sánchez es algo más interesante. Si el PP aplicase lo que viene pidiendo cada diez minutos (altura de miras, política de Estado y tal) y se abstuviese en la investidura, podría darse el caso de que Podemos hiciese lo propio, con lo que tendríamos un gobierno del PSOE en (mucha) minoría. Sin embargo, es poco probable que el PP aplique lo que viene pidiendo y por la parte de Podemos, tiene en Extremadura e Izquierda Unida un didáctico precedente de la imagen que el votante se crea cuando un partido consigue el gobierno (PP) porque un rival (IU) se abstiene de una investidura. Poco recomendable.

Así pues, si todo el mundo está diciendo la verdad y realmente sus posiciones son inamovibles, no queda otra opción que ir a unas segundas elecciones. Eso sería una amenaza importante para el PSOE como partido (también para el PP, aunque no como amenaza para el partido sino para sus opciones de gobierno), ya que si Podemos es capaz de captar una buena parte del voto que ahora ha ido a Izquierda Unida (lo que parece probable, ya sea mediante un pacto entre partidos o la aplicación del manido concepto de "voto útil"), la ley electoral ayudaría a que su número de escaños aumentase de manera importante y podría colocarse como primera fuerza de la oposición, e incluso, si parte del voto del PP "huye" a Ciudadanos (lo que parece poco probable), incluso como partido ganador. Ahí es nada. No hay que olvidar que IU tiene, a pesar de contar con solo dos escaños, más de 800.000 votos. Y esos son muchos.

En tal coyuntura de repetición de elecciones habría que analizar varios factores: cuál es la posición del votante del PSOE, a la vista de la debilidad mostrada por el partido tradicional de "izquierdas" y la posibilidad de que haya un trasvase de votos de Ciudadanos hacia el PP, y al mismo tiempo, qué evolución sigue el votante de Ciudadanos, con la perspectiva de un posible gobierno de izquierdas. Tengo la sensación personal de que el votante de Podemos es más fiel que el de Ciudadanos, y el del PP más fiel que el del PSOE, lo que en última instancia, en unas segundas elecciones, provocaría una acumulación del voto en el PP y Podemos. 

Susana Díaz decía hace un rato que es necesario reflexionar, analizar los resultados y hacer autocrítica de los resultados obtenidos. Está bien que lo haga, pero eso no le solucionará la papeleta; es bueno no olvidar que también tienen que tomar una decisión, y a ver quién es el que le pone el cascabel al gato, porque quizá a ese se lo coma el gato.

Mi apuesta personal es que el PSOE no se va a arriesgar a pasar a tercera fuerza política en unas segundas elecciones, por lo que acabará en brazos del PP, a cambio de una legislatura más corta y algunas otras cosas. Y donde dije digo, digo Diego. No sería tan raro.

Bonus track: es muy interesante el reciente movimiento de Mas al ofrecer a la CUP, además de varias cosas más, una partida presupuestaria para sanidad y gastos sociales. Teniendo en cuenta que los últimos resultados no son especialmente favorables a Democràcia i Llibertat, quizá alguien se esté poniendo nervioso y quiera darse prisa y ya de paso aprovechar el caos institucional tras el 20D. Habrá que ver qué hace la CUP ahora, sabiendo que el apoyo de su posible socio se ha reducido y que una cosa es el referéndum y otra cosa plantear una declaración de independencia en 18 meses, lo que no es ambicioso, es imposible. Yo sigo preguntándome: si Mas está tan, tan, tan comprometido con la independencia, ¿por qué no se quita de enmedio, que es lo que viene pidiendo la CUP desde el principio?

Nada más. Buenas noches.

¡This is Abengoa!

Imagina que tienes un primo que te debe 5000€. Un vividor, que ha conseguido que le vayas dejando dinero poquito a poquito, con la excusa de que si un negocio de esto, un negocio de aquello, etc. El caso es que es verdad que el tío tiene un montón de empresas, pero siempre va racaneando pasta y no acaba nunca de devolverte lo que te debe. Así que un día te llama y te dice que le prestes 400 € más, porque no puede pagar el alquiler de casa. Joder, piensas, pero si tiene media docena de empresas y el otro día en la cena familiar todo el mundo decía que era un genio, ¿qué ha pasado? Y lo que es peor, ¿si le va tan bien dónde está el dinero que me debe?

El caso es que tú, hasta las narices de que no te devuelva el dinero, le preguntas que qué ha hecho con los 5000 € que ya le prestaste, y que cuándo piensa devolvértelos. Mira, dice él, no te preocupes que te los devuelvo, pero es que los tengo metidos en un negociete que bueno, a ver si sale y te los voy devolviendo. Pero lo de ahora me urge más, tío, que me quedo en la calle, con mi mujer y los críos.

A ti te huele muy mal todo, así que se te hinchan las narices y decides llamar a un abogado para ir por la vía legal. Sois primos, pero no eres gilipollas y el tema se pasa ya de castaño oscuro. Si tiene tantas empresas y todo el mundo decía que le iba tan bien, que venda alguna y te pague, que a ti tampoco te sobra el dinero y no eres una hermanita de la caridad.

Pero he aquí que tu madre se entera de que le vas a llevar a juicio y te llama. Oye hijo, mira que es tu primo, que qué va a decir la familia, piensa en sus hijos y en su mujer, qué pensaría tu abuela, no puedes hacerle eso a tu primo, que es de tu familia. Eso sí, tu madre dice que ellos no pueden poner dinero, con la pensión que tienen. Que tienes que admitir, en honor a la verdad, que tienen razón. Después de pagarle la hipoteca a tu hermano no están tampoco para ir prestando dinero a lo loco.

Un rato más tarde, tu tío, que se ha enterado por tu madre, te dice que como le lleves a juicio, te pone una cruz encima y te quedas sin regalos de reyes para muchos años. En realidad, tú sabes que es un farol, pero es tu tío al fin y al cabo. Ay, pero tu tío tampoco quiere prestarle nada, porque ya sabes, estamos en una mala época y no nos viene nada bien. Ahora cuando pase la cuesta de enero, ya si eso lo vemos. Pero es tu primo.

Para rematar el asunto aparece por tu casa un amigo del primo y empieza a comerte la oreja. Pobre hombre, si no ha hecho nada malo, mira tú qué mala suerte, es un tío legal, con la visión que él tiene, tú fíate que ya veras que sale bien. Ah, no, yo es que no tengo dinero, lo tengo metido en un fondo de inv... bueno, que me tengo que ir, ¿eh? Ayúdale, hombre, que a ti te va bien, mira la casa que tienes, y el coche, joder, si estás montado en el dólar.

Bueno, vale, piensas. Vamos a ver qué se puede hacer.

Y en esas que te acuerdas de que tu primo se compró hace un par de años un coche que no está nuevo pero al que seguro que se le puede sacar algo. Así que se lo dices. El problema es que tu primo, que es más listo que el hambre, le ha pedido dinero a un par de primos tuyos lejanos. Y como son lejanos y la verdad es que familia, familia, tampoco lo son tanto, alguno sí lo quiere llevar a juicio. Y aunque tú quieres buscar una solución, a tu madre le va a parecer que has jodido a la familia. Y a tu tío. 

Y lo peor es que tu primo, que dice que se va a quedar en la calle, no quiere vender el coche, y remolonea: lo estoy mirando, lo he puesto a la venta, es que es mal momento, es que esto, es que lo otro. Mal asunto, piensas, porque ni vendiendo el coche le llega. Y parece que la mitad de las empresas que tiene no valen un duro y las otras, entre unas cosas y otras, lo pagado por lo servido. Pero bueno, por algo se empieza. Al menos, que se moje un poco, joder. A ver si voy a ser yo el único que ponga la cara.

Así que tienes el marrón de convencer a tu primo para que venda el coche si quiere que le dejes más pasta, convencer a tus otros primos para que aguanten y no le denuncien, esperar que lo del negociete ese sea verdad para recuperar al final algo de lo que le prestaste (mal lo ves, de todas formas), y además sabiendo que como la cosa se alargue, por el coche acabarán dándole cuatro duros y su familia va camino de quedarse en la calle (lo que a tu primo, que llora mucho, parece que le importa tres pimientos). Todo eso, con tu mujer diciéndote que entiende lo de su familia, pero que tu primo es un caradura y que es su responsabilidad, que eres un ingenuo y que como le dejes más dinero, vais a tener un problema de los gordos.

Menudo panorama el tuyo, ¿eh?