Imbéciles

Propongo que tratemos a los imbéciles como a imbéciles.

Por su bien, el nuestro, el de la Humanidad y el del planeta y todos los seres que lo habitan, dejemos de enmascarar la realidad. Dejemos de tratarlas como personas que razonan, que tienen opiniones fundamentadas e incluso son capaces de cambiarlas, que comprenden el mundo en el que nos movemos, sus complejidades e injusticias, que tienen propósitos que van más allá de ellos mismos. No podemos considerarlas por más tiempo como individuos con los que se puede tener una conversación productiva o ni siquiera educada, que van a mejorar este mundo, con las que es posible un intercambio de impresiones con un mínimo de racionalidad. Es la hora de dar un paso adelante y hacerles comprender y asumir que son imbéciles. Que eso les da unos derechos y les quita otros.

Aunque mi opinión personal es que el imbécil se hace, para evitar suspicacias, en la era de la corrección política y a pesar de la evidencia en contrario, podemos incluso aceptar que hoy en día el imbécil nace, no se hace. Así, igual que ninguna persona se siente insultada por ser morena o bajita, ninguna lo hará por ser imbécil. Debemos eliminar la carga negativa del término y poder decirle a alguien: «No podemos hablar porque aunque no lo sepas, eres un imbécil y esta charla estúpida no nos va a llevar a nada» sin que se lo tome mal. O «Tus esfuerzos por imponer tus ideas de imbécil a gritos son elogiables, pero ya sabes que tu opinión no tiene valor, ¿o es que no recuerdas que eres un imbécil?» o «No, usted no tiene derecho a voto, es un imbécil» o un sencillo y directo «Cierra la boca, imbécil».

Por el otro lado, eso también liberará a los imbéciles de responsabilidad. Sí, tendrán que aceptar, por ejemplo, que por su condición de imbéciles no pueden votar o salir en programas de televisión vociferando estupideces desde lo alto de tribunas mediáticas. Pero al contrario, eso también les traerá ventajas. Eres imbécil, puedes vanagloriarte de no leer libros. Eres imbécil, tienes permiso para ladrar a gritos por el móvil en el metro. Eres imbécil, podemos soportar que el ruido de tu moto de mierda a las tres de la mañana despierte a todo el vecindario. Eres imbécil, puedes utilizar los altavoces del móvil para escuchar música en el autobús. Eres imbécil, puedes obviar cualquier evidencia científica o hecho demostrado cuando abras la boca. Sí, eres imbécil, es cierto, pero no por ello las personas te miran mal, solo entienden tus limitaciones y te compadecen.

Porque con la tontería esta de tratar a todo el mundo por igual, al final lo único que estamos consiguiendo es que personas malvadas y psicopáticas y a veces también imbéciles lleguen a altos puestos de la política o tengan un lugar destacado en la sociedad, aupados ahí en volandas por hordas de imbéciles. Personas malvadas y psicopáticas y a veces también imbéciles que a su vez se rodean de más personas malvadas y psicopáticas y a veces también imbéciles dispuestas a hacer de este un mundo más imbécil, conscientes de que el sujeto imbécil es manipulable, es estúpido, es maleable, pero también de que hay personas que no lo son y que esas personas son peligrosas para ellos y sus intereses.

Si conseguimos que los imbéciles entiendan, lo que anticipo que no será fácil ni indoloro, que el mundo será mejor incluso para ellos y su prole si se mantienen al margen de los asuntos importantes y se limitan a su patética existencia, es muy probable que con cada nueva generación tengamos menos imbéciles, hasta que un día, quizá, solo quizá, nos hayamos librado de ellos o al menos, los hayamos relegado a un rincón tan insignificante que olvidemos que están ahí.

Perdamos el miedo a mirar al imbécil a los ojos y decirle: «Eres un imbécil, pero no es culpa tuya, y ahora apártate de mi camino», y regalarle la mejor de nuestras sonrisas.

¿Inteligencia? colectiva

Ayer estuve viendo el primer capítulo de la miniserie británica Black Mirror (la pantalla negra que queda en cualquier dispositivo cuando éste está apagado), que les recomiendo encarecidamente que no se pierdan si tienen la oportunidad de verla. Sin desvelarles ningún secreto de la trama, el argumento de este primer capítulo gira en torno al poder viral e irreflexivo que las redes sociales pueden llegar a tener hoy en día, llegando a forzar decisiones gubernamentales y marcando la agenda periodística, a menudo más preocupada por los trending topics que por dar un enfoque objetivo y reflexivo a la realidad.

Hace unos días en un medio digital de ámbito nacional, un periodista poco dado a los números afirmaba que los aproximadamente 3,6 céntimos por litro que supondría la subida del IVA de los carburantes del 18% al 21% harían que la gasolina, que en ese momento estaba a 1,51 €/litro, pasase a superar los 1,8 €/litro. Evidentemente, 1,51 € + 0,036 € no suman 1,8 €, sino 1,546 €. No sé si fue gracias a los comentarios que hicimos un par de personas (de un total de más de 100 comentarios), pero el caso es que aproximadamente un par de horas después el titular indicaba que en lugar de superar los 1,8 €, se situaría "rozando" los 1,6 €/litro. Sin embargo, el error todavía persiste en el último párrafo de la noticia, y al parecer numerosos medios cometieron este error, al proceder la información de una noticia de Europa Press evidentemente poco analizada y contrastada. No es mi intención entrar a valorar errores periodísticos de bulto, tarea que ya hacen otros de manera admirable, ni tampoco analizar lo sencillo que resulta cambiar el contenido de una noticia digital sin que los lectores siguientes a la modificación perciban dicha alteración. La cuestión aquí son el centenar de comentarios de Público.es que ignoraron el contenido de la noticia, o las personas que en lugar de plantearse si la información era correcta, retuitearon directamente la información.

Durante los últimos meses, proliferó en las redes sociales (Facebook y Twitter, principalmente) la información de que en España hay aproximadamente 450.000 políticos, argumento que saltó de estos entornos más o menos "populistas" a medios más "serios" como tertulias radiofónicas, artículos de opinión, periódicos digitales y probablemente también a la televisión. En la situación actual de crisis y gracias al malestar existente con la clase política, resultaba tentador prescindir de cualquier análisis crítico e ir directamente a los números, que mostraban una comparación entre España y Alemania en población y políticos que facilitaba poner a los nuestros a caer de un burro. Afortunadamente, a estas alturas diversos medios ya han aclarado que de cuatrocientos mil políticos, nadadenada. Sin embargo, dicha información ha sido repetida hasta la saciedad durante meses probablemente por miles de personas en Twitter, Facebook, Tuenti, blogs personales, conversaciones con amigos, tertulias "políticas" y vayan a saber dónde más.

La cuestión aquí no es la falta de espíritu crítico que parece alumbrar todos estos ejemplos (en especial los dos últimos), que sería material para un blog de diferente temática, sino poner de relevancia la fuerza y el poder que las redes sociales están adquiriendo poco a poco (y que sin ese espíritu crítico, no son otra cosa que altavoces de intereses ajenos). Cierto es, en mi opinión, que no estamos todavía en condiciones de afirmar que Facebook o Twitter puedan ser representativos de la realidad social o política; por un lado, el diseño de las redes sociales en torno a "amigos" y personas con mismas aficiones y opiniones tiende a actuar como una lupa en la que las opiniones propias se ven automáticamente respaldadas por la —nuestra— comunidad y también como una burbuja en la que el usuario accede a los contenidos que le son afines (aunque esto es aplicable también a los ámbitos no digitales). Por otro, es conveniente no olvidar que una gran parte de la población con voz y voto no está presente en las redes sociales.

Sin embargo, no es descabellado pensar que la tendencia actual hará que Facebook, Twitter, Youtube, etc., o aquellas tecnologías y empresas que las releven en el futuro, vayan cobrando una mayor relevancia e importancia con el paso de los años y a medida que los actuales nativos digitales las incorporen a las diferentes esferas sociales. Sin dejar de lado los aspectos completamente beneficiosos de las redes sociales, todos hemos visto la típica escena de película de vaqueros en la que una masa enfurecida trata de linchar a un sospechoso, con independencia de que se haya decidido su culpabilidad o no; todos conocemos la frase difama que algo queda. Quizá no sea hoy, pero como sucede en el capítulo de Black Mirror, puede llegar un día en el que la masa social a través de las herramientas de comunicación digital pueda llegar a hundir una empresa, a una persona, o participe involuntariamente en la comisión (de cometer) o difusión de un acto ilegal o reprobable. ¿Es tolerable permitir que algo así pueda suceder con total impunidad, como si estuviésemos a bordo del Orient Express?

Por tanto, desde el punto de vista social, la cuestión es: ¿cómo conseguir que esa inteligencia colectiva no sea en realidad un martillo neumático que se pone en marcha de manera arbitraria a veces, orquestada en otras, destrozando aquello que encuentra a su paso con o sin razón? Y lo que resulta igualmente importante: ¿cómo hacerlo sin que a) entremos en el peligroso mundo de la censura y b) el martillo neumático lo entienda como censura? ¿Es razonable empezar a pensar en mecanismos de (auto)control?

Desde el punto de vista de la empresa, no tengo ninguna duda de que la defensa, monitorización y control de la imagen de marca y la reputación (digital o no; cuando lo digital salta al mundo físico no tiene sentido diferenciar) y los riesgos que la rodean van a adquirir una importancia destacable en los años venideros. En el primero de los ejemplos, en un momento del capítulo el primer ministro británico pregunta a su asesora por el protocolo a seguir. Pueden imaginarse la respuesta.

La herida oculta

Ayer, mientras volvíamos de Lerma en el coche, tuvimos la ocasión de escuchar a Ricard Ruiz Garzón hablar del libro La herida oculta, que en ocho historias de diferentes escritores trata de mostrar la "problemática" (dejemos ahí ese eufemismo) detrás de los trastornos psicológicos como la esquizofrenia, la depresión o el trastorno bipolar entre otros. Durante la tertulia, tanto unos como otros reclamaban una mayor visibilidad para este tipo de enfermedades, estigmatizadas y escasamente reconocidas tanto por los propios enfermos como por las autoridades sanitarias (pidan cita en el psiquiatra o el psicólogo en la Seguridad Social, y ya verán la risa que les entra); si ya en España la situación es patética, en la Comunidad Valenciana rozamos el tercermundismo, con 2,4 psicólogos clínicos por 100.000 habitantes en 2008, cuando en 2004 la media europea era de 18. En fin, qué les voy a contar que no sepan ya.

Una reflexión que me pareció particularmente interesante fue la relacionada con la manera de hablar; mientras que términos como "sidoso" han sido abandonadas por considerar que la persona no debe ser definida a partir de la enfermedad, se siguen utilizando términos como "esquizofrénico", en lugar de "persona con esquizofrenia" (Laura me apunta que por eso precisamente debe hablarse de "persona con discapacidad" en lugar de "discapacitado"), tanto en el público como en el médico, teóricamente más dado a cuidar la integridad del paciente en las formas. He de decir que, si bien no soy especialmente amante de la corrección política, son aspectos terminológicos que no deberían considerarse baladí.

Volviendo a la tertulia, varios de ellos mostraban cierto optimismo respecto al futuro de estas enfermedades, especialmente en su reconocimiento público y privado, lo que irremediablemente mejoraría los medios y por tanto el éxito en el tratamiento. Es aquí donde discrepo profundamente. Estoy convencido de que la forma de vida que promociona la sociedad capitalista actual (productividad, competitividad, consumismo y crecimiento económico a cualquier precio) va estrechamente ligada al incremento de los trastornos de ansiedad o depresión en las sociedades "avanzadas". Dar completa visibilidad (y tratamiento psicológico, como imprescindible complemento al farmacológico) a uno de los extremos permitiría vislumbrar esa relación en toda su magnitud, algo que —por tanto— no parece probable que vaya a suceder.

NIMBY, o "Sí, pero no aquí"

No defenderé la posición de Sarkozy en la expulsión indiscriminada de gitanos rumanos y búlgaros en Francia, pero tampoco defenderé la posición de la comisaria Reding, y no sólo por comparar la situación con las expulsiones de los judíos en la Segunda Guerra Mundial, que tiene tela, sino porque se trata de un evidente caso de aplicación de principios NIMBY: "Not In My Back Yard", que en castellano viene a ser "Sí, pero no aquí".

En otras palabras, la comisaria es consciente de que en su posición económica y política, jamás tendrá que lidiar con las consecuencias personales de vivir junto a un asentamiento gitano, por lo que puede permitirse el lujo de criticar medidas destinadas a solucionar problemas de otros ciudadanos que ella jamás tendrá. Quizá me esté escorando a la derecha, pero estoy bastante seguro de que a ninguno de los pocos pero imprescindibles lectores de este blog le gustaría tener un asentamiento de gitanos rumanos/búgaros pegado a su casa. Ahora bien, no hay que olvidar que la posición de la comisaria Reding es imprescindible para alcanzar cierto distanciamiento de los problemas y poder analizarlos con cierta objetividad, alejado de los prejuicios personales o las consecuencias que éstos tienen hacia uno mismo; no hay que ser muy listo para adivinar la opinión que tienen de esta medida las personas deportadas, o aquellas que tienen un campamento gitano cerca. Nos encontramos pues en un dilema en el que hay que proteger a aquellos que carecen de los medios básicos de subsistencia o tienen una "filosofía de vida diferente", pero al mismo tiempo es necesario defender los derechos de aquellos que pueden verse afectados por esa forma de vida. La situación no es fácil, y teniendo en cuenta que Sarkozy se debe a sus ciudadanos (por interés personal y por obligación política), y que los asentamientos son de inmigrantes, no es difícil ver la lógica en su medida.

Por otro lado, también habría que considerar la razón por la que los búlgaros y rumanos están emigrando hacia otros países de la Unión Europea más prósperos (aquí ya no viene ni cristo), y poner medidas para solventar dichos problemas. No obstante, para bien o para mal, la efectividad de dichas medidas se vería limitada por la soberanía nacional de ambos países, la escasa voluntad de Europa para ayudarse entre sí mientras no se trate de asuntos financieros de alto nivel, y la corrupción e incompetencia inherente a la mayor parte de la clase política, independientemente de su nacionalidad e ideología. En otro ámbito, cabría analizar si los asentamientos gitanos responden a necesidades de primer nivel, como puede ser la falta de vivienda, o como decía antes, se trata de estilos de vida tradicionales que tienen difícil cabida en las ciudades europeas contemporáneas. Por último, no hay que despreciar un cierto componente xenófobo fomentado por los partidos políticos de extrema derecha y bien aceptado y asimilado por la ciudadanía, que condiciona, permite y facilita la toma de decisiones de este calibre o incluso peores (aunque a Sarkozy no parece temblarle la mano a la hora de tomar decisiones, sean del calado que sean), por lo que no viene mal una voz discordante, en este caso la de la comisaria Reding, aunque sea para llamar la atención sobre el asunto; el resto de países europeos, bien por intereses de carácter político y/o económico, bien por mantener su libertad de acción en el futuro respecto de situaciones similares, prefieren mantenerse al margen o no participar de las críticas de la comisaria.

En definitiva, que nosotros nos quedamos como al principio, sin una solución clara, y los gitanos rumanos y búlgaros a merced de los gobiernos locales donde se encuentren asentados, ya que no sería de extrañar medidas similares en un futuro cercano por parte de otros países, ahora que Francia ha dado el primer paso.

Petardos

Cada vez estoy más convencido de que el tamaño de los petardos que una persona tira está en relación directa con su grado de estupidez, y en relación inversa con el tamaño de su cerebro. En el caso de los menores de catorce años (ya saben, por no discrepar de aquello de la edad penal), esta regla se aplica al familiar gracioso que le provee del material pirotécnico.

Hay momentos en los que desearía que alguno de estos sujetos perdiese un par de dedos, para que al menos él y sus amigos dejase de molestar por un rato. No es que no me gusten las Fallas, no, aunque cada vez me gustan menos; será que me hago mayor. El problema es que con la excusa de las Fallas, la fiesta, la pólvora y la madre que la parió, los mismos gilipollas de siempre, por decirlo sin rodeos, campan a sus anchas por Valencia sin que nadie les diga nada con petardos que sin demasiada dificultad le convierten a uno en inválido.

Lo peor de todo es que aunque nadie lo diría, las Fallas todavía no han empezado, algo que los descerebrados que llevan debajo de mi casa todo el fin de semana (son las doce y media de la madrugada del lunes y siguen ahí) probablemente no sean capaces de entender, por aquello de la relación del petardo y el cerebro que les comentaba al principio. Como siempre, la que nos espera; a ver cuántos dedos y manos son noticia este año.

Tráteme como un imbécil, me gusta

Esta mañana hemos llamado a Carrefour para ver si les quedaban existencias de una bici plegable que Laura tiene pensado comprarse. Cinco veces, sin éxito; nadie contestó al teléfono. Hace un par de días, tuve que llamar siete veces a Conforama para conseguir hablar con alguien que me diese la información que buscaba. Hasta cuatro veces el mensaje grabado aseguraba que todas las operadoras se encuentran ocupadas, y unos minutos después la llamada se cortaba; las otras dos veces ni siquiera aparecía la locución. De la calidad de atención al cliente de las operadoras de telecomunicaciones no hace falta hablar; de cualquier pregunta podemos obtener una docena de respuestas diferentes, que a menudo se contradicen entre sí. La atención al cliente de Mediamarkt, sobre todo post-venta, es famosa por su baja calidad. Imagino que hay más, pero ahora mismo, son esas las que me vienen a la cabeza.Soy el tipo de persona que si tardan diez minutos en atenderme en una terraza, me levanto y me voy; si en una tienda me dan un mal servicio, me lo pensaré muy mucho para volver a comprar allí. Creo firmemente que la atención al cliente es uno de los pilares fundamentales para cualquier negocio, y principalmente para aquellos cuyo público objetivo es el ciudadano de a pie. Sin embargo, empresas como las mencionadas al principio pueden permitirse mantener unos niveles de calidad en la atención al cliente bastante deficientes y aún así conseguir que sus ventas no se vean afectadas directamente por ello.

Todo apunta a que no tenemos la misma tolerancia a la mala educación en un pequeño comercio que en una gran superficie. Quizá hemos asumido que en cierto tipo de multinacionales la atención al cliente es mala de por sí y simplemente vivimos con ello, o pensamos que los canales de atención al cliente deberían estar mejor cuidados según la concepción que tenemos de una gran empresa; no obstante, Internet nos está demostrando que muchas empresas viven de espaldas a lo que los usuarios hablan de ellas. Mal hecho, porque aunque las ventas en este tipo de organizaciones no se resientan por ello, desprecian un amplio margen de mejora.

Quizá es que estos grandes comercios han comprobado que la atención al cliente no es tan importante cuando existen otros aspectos de valor añadido que atraen a los consumidores, como pueden ser el precio o la concentración de productos . Dicho de otra forma, tiendo a pensar que nos traten mal si el producto es bueno y barato nos importa más bien poco; nos pondrá de mal humor, pero no evitará que volvamos a comprar otro día. Esto me hace cuestionarme cuál es el coste real en términos económicos y humanos de una buena atención al cliente; ¿cuánto cuesta y cuál es el beneficio de que un empleado haga su trabajo y además responda o trate a los clientes con amabilidad?

Por último, una tercera opción es la ausencia de alternativas reales de empresas que ofrezcan el mismo servicio al mismo precio con una mejor atención, algo que puede observarse en el caso de las telecos. Cualquier teleco nace con el peso de pertenecer a un sector en el que lo normal es tratar al cliente como si fuese imbécil y le corresponde a ella demostrar que no es así.

Por tanto, ¿están los efectos de la atención al cliente limitados a aquellos pequeños comercios cuya competencia es más feroz? ¿Tienen algo que temer los demás? ¿Somos demasiado tolerantes y permeables a la estupidez de los servicios de atención al cliente de las multinacionales?

Duros a cuatro pesetas

Ayer veía en televisión uno de esos reportajes "de investigación" a los que tanto se están acostumbrando los telediarios, en el que investigaban el timo de las ventas piramidales. Cámara oculta "al hombro" entraban en una reunión en la que los listillos de turno intentaban colocarle a los asistentes los productos que según ellos, se venderían como rosquillas. Según comentaba la periodista en el reportaje, un pobre hombre afirmaba que había llegado a perder hasta 30.000 euros en este tipo de "inversión", mientras en la reunión un individuo trajeado vacilaba al respetable diciendo que antes él era albañil.

Tengo sentimientos encontrados con este tipo de situaciones, y en realidad con cualquier timo que implique aprovecharse de alguien que a su vez cree estar obteniendo un beneficio "no habitual", por decirlo de alguna forma; el caso paradigmático por supuesto es el timo de la estampita, y uno relativamente reciente, aunque menos escandaloso, el del Fórum Filatélico. Por un lado, estoy de acuerdo en que el Estado tiene que intervenir y evitar estos abusos por parte de unos "listos", y principalmente en aquellos casos en los que los "productos de inversión" tienen un respaldo legal, lo que transmite una falsa sensación de garantía al usuario. O algo así.

Pero, por el otro lado, cuando alguien decide invertir una suma de dinero en organizaciones de venta piramidal, es porque habitualmente se le promete que obtendrá una rentabilidad por su inversión superior a la que obtendría en el mercado utilizando cauces financieros más "tradicionales" (claro que el tema ahora no está como para ir metiendo el dinero en fondos de inversión). En definitiva, lo que intenta es comprar duros a cuatro pesetas, cuando todo el mundo sabe, o debería saber, que nadie vende duros a cuatro pesetas. Y cuando lo hace, es porque a) se trata de un timo, o b) hay una prima de riesgo significativa asociada a la inversión y que es conveniente no ignorar.

Definitivamente, igual que no me inspira mucha compasión el pobre idiota que compra un sobre lleno de estampitas a un hipotético tonto de pueblo, tampoco lo hace el que compra un lote de jabones pensando que en unos meses habrá ascendido por la pirámide y estará ganando "una pasta", ni el que invierte en sellos porque le da una rentabilidad mucho mayor que un depósito a medio o largo plazo "clásico"; en general, vienen a ser personas que buscan dar "el pelotazo". Bien pensado, compasión no tengo hacia ninguno de ellos (cada cual que haga con su dinero lo que quiera pero que apechuge con lo suyo si el "chollo" sale torcido), pero por los que vienen llorando cuando el riesgo se materializa y la inversión se pierde lo que no tengo es mucha simpatía.

Por sus actos los conocerás

¿Se acuerdan de que el otro día les comentaba que no contasen con otra bajada de tipos de medio punto a corto plazo por parte del BCE? Pues bien, Citi dice que en breve —antes de noviembre— podríamos ver otro recorte de medio punto, y que para mediados de 2009, volveremos a la senda del 2%. La predicción a largo plazo no tiene sentido hacerla en un escenario como el actual, por muy sensata y lógica que parezca —los analistas tienen que justificar su sueldo—, pero a corto, no son los únicos que están apuntando a dicha bajada. Mientras tanto Trichet, en un rincón, niega con la cabeza y pone muecas mientras dice que hay que dejar madurar las decisiones anteriores.

Al mismo tiempo, muy muy lejos de allí, los miembros del G-7 se reunían en una de sus típicas reuniones de urgencia, para charlar un rato, echarse unas risas y declarar al unísono que no saben qué hacer tomarán las medidas que sean necesarias, dejando claro una vez más —y las que quedan— que aparte de emitir comunicados de cara a la galería, son incapaces de llevar a cabo cualquier tipo de iniciativa efectiva para arreglar este desaguisado; al fin y al cabo, los políticos nunca no hemos distinguido por nuestra capacidad para solucionar problemas, seguro que se dicen unos a otros, y de eso tenemos buenos ejemplos patrios; con la mierda cayendo del cielo a cubos, el PSOE parece más interesado en seguir "discutiendo" con el PP sobre la etimología del término "crisis", que en arreglar esto.

En el plano bursátil, lo mismo de estos últimos días; las bolsas europeas cayeron ayer a plomo una media del 8%, con el Ibex 35 llevándose el premio gordo con una caída del 9,14%, mientras que el Dow Jones daba la sorpresa y se dejaba "sólo" un 1,5%. Por último, tenemos al petróleo cayendo a mínimos anuales, por el tema de la recesión, las expectativas y el consumo, pero no se preocupen que la OPEP ya está pensando en montar una reunión de urgencia para recortar la producción, y evitar que el precio del crudo baje demasiado. Así que bueno, ya veremos cómo va esta semana pero como les decía ayer, pase lo que pase es difícil sorprenderse ya.

Dejando de lado el tema económico, ayer veía en televisión que Gallardón, acompañado de Ana Botella, ha prohibido a partir de principios de 2009 los hombres-anuncio en la capital, por considerar que dicha actividad es vejatoria y ataca a la dignidad de las personas. Como lo oyen. Si hay alguien en este país a quien le importa un rábano la dignidad de las personas, esa es Ana Botella, y más aún si son pobres (ya que entonces no son personas). Dejando aparte consideraciones personales sobre esta señora no carentes de relevancia dada su inclinación política hacia la extrema derecha, hacía tiempo que no oía una idiotez semejante en boca de un político, y decir eso con la clase política que tenemos y lo que le gusta hablar, es mucho decir. Son ellos y sus gilipolleces quienes atacan, pero no a la dignidad, sino a la inteligencia de las personas.

La cuestión es que si tanto les preocupa la dignidad de sus ciudadanos, algo que me niego a creer (porque como es obvio, esto es un tema de imagen de la ciudad, y puedo imaginar a los consejeros de turno buscando la excusa para justificar una prohibición así), podrían empezar, antes que por los hombres-anuncio, por las condiciones de las personas que malviven en el poblado de las Barranquillas o por las de los miles de "sin techo" que hay en Madrid. De su manifiesta incapacidad para arreglar esas situaciones, a cualquier malpensado podría darle por pensar que los que se esconden en un descampado, debajo de un cartón o en un banco del retiro no tienen dignidad. O a lo mejor que para el ayuntamiento de Madrid no son personas.

De bancos y utopías

Desde que soy pequeño, siempre he tenido una morbosa curiosidad por la flexibilidad de las cosas. Dicho de otra forma menos fina, siempre he sido amante de doblar pequeñas piezas de plástico y comprobar su resistencia... hasta que por lo general acaban por romperse sin remedio. He de confesarles que con esto de la crisis financiera, y sin querer parecer frívolo, me ocurre algo parecido. Tengo realmente interés por saber si esto seguirá así durante un tiempo y luego volveremos a lo de siempre, o acabará por romperse de una vez por todas.

Desde un punto de vista, el problema es que, al menos en el caso del plástico, una vez rota, no suele haber marcha atrás, por mucho que en televisión anuncien las bondades del Super Glue; por mucho que uno lo intente, a los diez minutos de secarse el pegamento, la pieza vuelve a separarse en dos y se queda así para siempre, abandonada en un cajón o tirada a la basura. Pero visto de otra forma, aunque tras la dichosa rotura solía venir un período traumático, cuya tensión y longitud era proporcional a la importancia de lo que había roto, al final todo volvía a ser lo mismo. En el peor de los casos, escondía la pieza o simulaba una rotura accidental, y en el mejor, son cosas que pasan. Semanas después, cuando me abordaba la curiosidad, volvía a hacerlo; hoy en día aún lo hago con el rabillo de las tapas de los bolis Bic.

Les debo confesar que hace ya unos años, en mi época más idealista y hablando con mi padre sobre temas sociales, siempre tenía la impresión de que la única forma de que este mundo cambiase de una vez por todas era que la soga empezase realmente a ahogar a la gente; que se generase una situación límite, que permitiese a las personas adquirir conciencia de su situación vital y les incitase a actuar en consecuencia. Por suerte o por desgracia, ahora ya no soy tan idealista ni creo lo mismo. Aunque todo esto se rompiese hoy, con las bolsas mundiales cayendo en picado (y apuesto a que el BCE comiéndose las uñas por bajar o no los tipos de interés), o mañana, o el mes que viene, me juego con ustedes la mano derecha a que dentro de cinco años todo seguirá básicamente igual, en lo que a índices de pobreza y distribución de la riqueza a nivel mundial se refiere. Vivimos en una sociedad triste y mayoritariamente alienada, y ajena a tejemanejes financieros y políticos; dejando aparte los mecanismos de autoprotección que el propio sistema tiene, tensar la soga sólo sirve para lo que sirve: para ahogar a las personas.

Lo bueno, si es que hay algo bueno en todo esto, es que la gente muerta no paga sus deudas, y eso tampoco interesa. Claro que aunque se dice que dios aprieta pero no ahoga, de los bancos no sabe uno qué pensar.

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Actualización 13:30h: Cuando no les quedaban uñas, el BCE, la Fed y el Banco de Inglaterra han decidido bajar a la vez los tipos, medio puntito, que no es poco... Muy bueno El Economista, que lo anticipaba a primeros de la mañana.

Catorce de julio

Querido diario, Hoy me he levantado hecho una auténtica mierda, por decirlo pronto y claro. El pasado viernes me quedé dormido en el sofá sin camiseta, y en el tránsito a la cama me olvidé ponérmela; el ventilador enchufado toda la noche hizo el resto, y así estoy desde entonces, mucho me temo que en proceso de incubación de vayan ustedes a saber qué; y me siento como un protagonista de Alien al decir eso. Aún no tengo el "alivio sintomático" que anuncia el Frenadol, pero espero que falte poco para ello, porque tras tres cuatro cafés en tres horas sigo estando agilipollado, y lo que me queda. Y sigo teniendo calor. Me muero de calor.

En otro orden de cosas, estos días no han sido especialmente interesantes. En el ámbito público, no falta el trabajo. En el privado, en esa parte que es publicable, duermo mal, tengo calor, sudo, y ahora además toso y no me aparto de los Kleenex, "Pañuelos con loción · 4 capas · extra suaves", para ustedes. Ayer estuve viendo La Guerra de Charlie Wilson, lo que viene a ser una estupenda narración del quién y cómo dió los medios al fenómeno del terrorismo internacional de Bin Laden; les recomiendo que no se la pierdan. Como decían por ahí muy acertadamente, Cría cuervos y te sacarán los ojos.

Hace unos días salió en televisión que tres chavales, uno de los cuales se acababa de sacar el carnet, se habían matado en una curva, al parecer por un exceso de velocidad; las fotos de los fallecidos que aparecieron en televisión hablaban bastante mal de ellos, aunque esté mal juzgarlos una vez muertos. La cuestión es que todos los fines de semana hay accidentes en los que gilipollas que vuelven de fiesta borrachos, drogados y pensando que son Emerson Fittipaldi se matan contra un camión, contra un autobús, o se empotran contra un turismo que ni pincha ni corta, matando a gente que simplemente estuvo en el momento equivocado en el lugar equivocado. Por ese tipo de cosas, la muerte de este tipo de personas no me da pena; más bien al contrario, es una suerte que encontrasen antes una curva que mi coche o el de cualquier otro, y perdónenme la crudeza del argumento.

Nada más. Intento sobrevivir, pero mis dedos no responden. Ya hablaremos, y no se olviden de la película; es entretenida, informativa y les gustará.

Hasta luego, querido diario.

Tres de julio

Querido diario,

Hace unos cuantos días que no me pasaba por aquí, por cuestiones de trabajo y falta de tiempo. Entre trabajar, la piscina, ocio personal variado (poco) y comprar algo en las rebajas, confieso que no me queda demasiado tiempo libre para pasarme a dejar unas palabras. Algo saco, sin embargo, como puedes ver. Como es evidente por lo dicho, continúo con el firme propósito de convertirme en el próximo Johnny Weissmuller, si no Mark Spitz; sé que queda lejos, pero como dice el anuncio, Impossible is Nothing. Cincuenta piscinas tres o cuatro veces por semana es el objetivo por ahora, en mi opinión más que suficiente de momento; como era de esperar y gracias a Dios ya no me duele la espalda, aunque sigo sudando como vayan ustedes a saber qué animal, puesto que como un cerdo no puede ser (gracias, Agus :^). No, no jadeo, por si alguien tiene curiosidad. En definitiva, que estoy empezando a sentirme algo en forma, y he perdido algo de peso; poco, pero menos es nada y tampoco es que me sobren quince kilos.

Dicen las estadísticas que en estas rebajas cada españolito de a pie se gastará una media de casi cien (100) euros. Yo llevo ya cuatrocientos (400), entre dos trajes de Pedro del Hierro, unas corbatas, unas camisas y un cinturón, así que siguiendo la regla estadística correspondiente, tres personas de este país no se gastarán ni un duro; no les va mal, tal y como están las cosas; además, eso viene a ser lo que habitualmente gastaba yo en rebajas, por lo que lo único que he hecho es compensar mi saldo histórico. Parece mentira, pero tengo ganas de estrenar la ropa nueva; quién me iba a decir a mí, hace tres o cuatro años, que me haría ilusión estrenar un traje una camisa o una corbata. Creo que de momento esa será toda mi aportación al gasto común, al menos en relación con, llamémoslo así, el uniforme de trabajo. Es posible que caiga alguna cosilla adicional, pero serán zapatillas o algo más relacionado con mi tiempo libre y mi "estilo" indumentario. Hay una gorra que me gusta, pero lo admito, no me siento tan guay, y no me veo con ella; no es que no tenga edad, es que no tengo ni un Mini ni un Golf. Y disculpen mis prejuicios, pero nunca dije que no tuviese.

Estoy pensando en elaborar una serie de entradas de coches estéticamente feos, o peor. Quizá alguno de mis lectores posea uno de ellos, pero como todo el mundo sabe, no se puede contentar siempre a todo el mundo. Se me ocurren sin pensarlo demasiado cuatro o cinco modelos, aunque seguro que alguno más surge. Aparte de eso, no tengo demasiadas ideas en relación con el blog, como es evidente por la periodicidad de publicación; estoy pensando en recuperar algunos de los textos antiguos que más me gustan, y que gran parte de mis lectores seguramente no hayan leído. Quizá parezca que es una medida "de relleno", pero creo que puede funcionar y a algunas personas les gustará; sería como reponer una vieja serie de televisión.

Y hablando de series, hemos consumido ya la tercera temporada de la genial The Office, aunque la cuarta ya está en emisión al otro lado del charco, pero en inglis; no es que los subtítulos me cansen, ya que casi podría verla sin subtitular —no así la versión de la BBC—, pero puedo esperar, seguro. La otra gran estrella del "canal DVD", o "canal portátil" si quieren, Anatomía de Gray, tampoco tiene una cadencia suficiente para colmar la parrilla televisiva semanal, por lo que voy a intentar implantar el día de The Wire, el día de Los Soprano y quizá hasta el día de Roma; tengo no poca resistencia ajena, pero con un poco de esfuerzo quizá lo consiga. Es cierto que llegando a casa a las nueve y pico, no te sientas en el sofá antes de las diez y media, y a esas horas con que estés un poco cansado, no apetece demasiado prestar atención a la caja tonta, así que presumo que la programación anunciada se cumplirá únicamente en parte.

Hay más cosas, pero tengo que irme. Me disculparás las faltas y fallos que pueda contener el texto, pero hoy no tengo tiempo para releerlo en profundidad, así que esto es lo que hay. Sólo esto.

Hasta luego, querido diario.

Pablo Picasso

Si tengo que hacer caso a mi señora y a sus estudios de psicología, aparte de algún que otro texto, resulta que Pablo Picasso era un psicópata. Y estoy seguro de que no se lo ha inventado, ni ella ni su fuente, en el caso que nos ocupa su profesor. Al parecer, aparte de un genio de la pintura, el sujeto era un maltratador y un hijo de puta consumado, aunque no tengo intención de cebarme con él (como si importase mucho). Al parecer, Andy Warhol compartía este tipo de particular actitud. Viendo el anuncio de la editorial SM, en el que una profesora relata los primeros segundos de vida del pintor fuera del vientre de su madre, me preguntaba porqué con algunas personas determinadas, estamos tan dispuestos a olvidar determinados comportamientos.

Moraleja: si van a ser ustedes unos hijos de puta, mejor será que sean unos genios (o los consideren como tal). Por cierto, no se hacen una idea de hasta qué punto me duele hoy la cabeza, así que seguramente no estoy lo lúcido que debería estar, aunque eso no sea una novedad.

Koipesol

Que las compañías de seguro hacen negocio del miedo, a pesar de enmascararlo de tranquilidad, no es un secreto; ¿de qué otra forma sino podrían vender que desembolsases una cierta cantidad de dinero al año por si pasa algo que quizá no pase nunca? Se me ocurren pocas otras formas, si acaso alguna.

Pero que en un anuncio de aceite de girasol Koipesol salga una mujer en avanzado estado de gestación diciendo que ella con Koipesol está tranquila —a raíz de aquella partida ucraniana contaminada hace unas semanas—, no es sólo hacer negocio del miedo, sino también del oportunismo más abyecto. Abyecto. Qué bonita palabra, ¿no creen?

Todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros

Seguro que se acuerdan que tras el 11-M, ningún telediario mostró imágenes del atentado por respecto a las víctimas y cuestiones de sensibilidad. Estoy convencido de que no obstante, todas las cadenas estaban deseando sacar por televisión los cadáveres y cuerpos mutilados de las personas asesinadas.

Hace tan sólo diez minutos en las noticias de la Sexta han mantenido durante casi quince segundos un plano de un birmano muerto desnudo flotando boca abajo en un río. Entre otras cosas.

Ya saben aquello de "Todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros", ¿verdad?

Estudiar no compensa

El otro día, a partir de cierto incidente, hablaba con mi señora de esas personas que sin haber estudiado nada en su vida piensan que lo saben todo, y no contentos con ello, hablan como si fuesen auténticos eruditos en cualquier campo del conocimiento; a los más radicales, los puedes ver defendiendo la "escuela de la vida" a ultranza, frente a la pérdida económica y de tiempo que nos supone a muchos la educación ya no sólo universitaria, sino incluso el bachillerato o la ESO. Bien. Pues yo no sé a cuanto se paga el título que expide "la escuela de la vida" (tm), pero al parecer, y a decir por esta noticia que leo a través del blog de Enrique Brito, parece ser que en este santo país, en comparación con los que nos pasamos media vida estudiando, la falta de estudios de nivel superior no se cotiza del todo mal. Vamos, que compensa casi más estudiar fontanería o electricidad que la carrera de Ingeniero Industrial; aunque eso ya lo sabíamos nosotros sin leer el estudio, claro.

En cualquier caso, les dejo con la gráfica más optimista de la noticia, para que no se me depriman, y ya saben lo que se dice: yo sólo sé que no se nada.

(Y creo que visto lo visto, me voy a currar a Hungría)

[En Security A(r)tWork: "Intención de voto"]

Una reflexión de pacotilla: la violencia

Ya saben lo pesado que me pongo últimamente con este tema de las reflexiones de tres al cuarto y tiro porque me toca. Tendrán que perdonarme, porque aquí va otra. Recuerdan la historia -verídica- que les contaba el otro día, ¿verdad? Bien. Ésta viene a colación de un tema recurrente en mí, y que expresé hace unos meses en la historia de ficción The Shouting Hill. De nuevo, confieso que aunque a ustedes todo esto les pueda parecer aburrido e incluso una perogrullada -no les culpo por ello-, a mí me resulta bastante interesante. Tampoco me juzguen por la profundidad del asunto o la argumentación, que esto es un blog, no una cátedra de Ciencias Sociales o Filosofía. No lo olviden.

El problema que vengo a contarles aquí gira en torno a la indefensión a la que se ve sometido a menudo el individuo civilizado y dialogante en -y de- la vida moderna, ese sujeto que rechaza recurrir a la violencia, que cree firmemente en el uso de la razón y en la palabra como herramienta de solución de conflictos. Esto es fácil de ver en muchos ambientes, incluso en los niños; si un niño insulta al otro, se asume que el agredido verbalmente no va a soltarle una leche al primero, sino que o le ignorará o a lo sumo le devolverá el insulto; eso es lo que está bien visto. El primero puede seguir, pero en última instancia, la "víctima" tendrá que ignorarle, lo que significa que: Dong!, punto moral, set y partido para el matón y tocapelotas, que es además el que se lleva toda la diversión.

Si esto lo llevamos al extremo, el problema se puede ver representado en la segunda parte de La Naranja Mecánica, cuando el protagonista ha sido sometido al tratamiento de rechazo instintivo a la utilización de la violencia, lo que le deja en un estado total de indefensión frente a otros que sí hacen uso de ella. Aunque las condiciones psicológicas y sociales del personaje en la película no son directamente extrapolables al mundo real, sí es cierto que muchas personas son educadas en el total y absoluto repudio irracional de la violencia, incluyendo los extremos en los que ésta está fundamentada en la defensa propia -ya saben lo que se dice: la violencia engendra violencia.

La realidad es que el mundo espera que si dos capullos en una moto te mojan el pantalón porque a ellos les parece divertido, te comportes como un ser civilizado incluso mientras se ríen y burlan de tí, y no recurras, como decía el otro día, a alguna medida de violencia física para proteger tu persona contra una agresión tanto psicológica como física. El problema es que de este modo, aquellos que hacen un uso gratuito de la violencia y a través de ella abusan de otras personas educadas, salen una vez tras otra indemnes, sabiendo que están protegidos por unas reglas sociales y unas convenciones de comportamiento que no sólo ellos no admiten sino que además actúan como mecanismos inhibidores de actitudes de defensa para la víctima, resultando de este modo perjudiciales para ella.

Y eso es todo. Una cuestión adicional -pero fuera del ámbito de esta entrada- es que a veces, en individuos puntuales, la repetición de este tipo de situaciones reprimidas provoca que se vaya lentamente tensando lentamente la cuerda, hasta que un buen día a esa buena persona -hasta ese momento- "se le tuerce la castaña" y su siguiente aparición es en las noticias, sección de sucesos, aunque en opinión de todos sus vecinos fuese una persona normal y muy educada, que siempre daba los buenos días. Pero bien, como digo, esa es otra historia.

Cuánta hipocresía y yo que viejo

Me temo que esta entrada no va a ser demasiado popular, aunque como ustedes comprenderán, no siempre va uno a decirles lo que les gusta oír; yo no soy su abuela. Y discrepar es sano, se aprende mucho con ello. Ya escribí sobre esto hace algún tiempo, en el papel de abogado del diablo, pero a causa de lo que he leído últimamente, quería repetirlo. Entiéndanme. Yo estoy en contra de la SGAE, en contra de cualquier tipo de criminalización de las redes P2P, en contra de la asociación de la distribución de música por Internet con las mafias terroristas y criminales. Estoy en contra del cánon, tanto el de soportes informáticos como el recientemente aplicado al préstamo de libros -que vergüenza-, y en contra de los derechos de autor eternos y abusivos -pero a favor de los derechos de autor-. Estoy a favor de la copia privada, y considero que el precio de los discos -y de la primera edición de muchos libros- es excesivo. Pienso que las compañías discográficas están dando palos de ciego, y que aquí mucha gente no quiere ver que las cosas están cambiando y aún van a cambiar más.

Pero eso no es todo. Cuando la mejor y única defensa para el uso de las redes P2P que muchos arguyen es el respaldo legal, ese "lo que hago es legal" repetido hasta la saciedad, algo cruje. Ya no es cuestión de defender el acceso de la población sin recursos a la cultura, no. Aquí la cuestión reside en poder bajarse la última película americana de terror adolescente, o el último disco del ganador de OT; eso es lo que algunos entienden por cultura libre. Esa es en realidad la cuestión para muchos detrás de tanta "lucha", aunque es cierto que no para todos. Miren. Tal como yo lo veo, a nadie le gusta que le obliguen a trabajar gratis; a nadie. Así que aunque sea legal o no, sea punible o no que yo me baje de Internet el último disco de Mika, lo que no me parece moralmente aceptable es obtener el trabajo de otras personas sin que éstas obtengan nada a cambio, y encima, decir que está bien y que tienes derecho a ello. ¿O es que hay alguno de ustedes que trabaje gratis por gusto?

Bajen, copien y compartan ustedes lo que quieran, pero por favor, al menos no seamos *tan* hipócritas.

[En Security A(r)tWork: Lucha contra el spam]

Bendito alambre

No les voy a preguntar si alguna vez han sentido deseos de matar a alguien, porque doy por supuesto que sí; hay demasiado capullo suelto como para no haber querido nunca en tu vida librar al mundo de uno de ellos. Pocas tareas más altruistas existen. Seguramente, algunos de ustedes incluso habrán imaginado o hasta planeado cómo lo harían. No sé, incluso es posible que alguien haya llevado a cabo tan reprobable tarea, aunque lo dudo. Esto no son los usa; allí, BANG BANG! y espabilao de marras al hoyo. Qué gran país, ¿no creen? Todo se andará, no desesperen.

Disculpen el desvarío; ya me conocen. Esto venía a propósito de lo siguiente. Intentaré ser breve, pero si no lo consigo, sepan que la intención es lo que cuenta. Como algunos de ustedes saben -y a esos no hace falta que os trate de usted-, hace no mucho tiempo vivía yo en la casa familiar, un chalet apartado de la inmundicia de la urbe. Allí, cuando llega la noche no hay más sonidos que los ladridos de algún perro, propio o extraño, y algún grillo o cigarra cantando; a las proletarias hormigas no las oye nadie, están currando.

En ese silencio, cualquier ruido de un volumen decente se oye en más de un kilómetro a la redonda, y ese ruido solían ser los putos tubos de escape de las putas motos de los putos mascachapas que se paseban por aquella carretera, propicia para coger velocidad, hasta la llegada de los benditos badenes, mal que me pese. Perdonen el vocabulario, es que me enervo. Desde que empezabas a oír el molesto sonido hasta que dejabas de hacerlo, podía pasar más de medio minuto, con el pertinente -y esperado- pico decibélico al pasar delante de la puerta de mi casa. Imagínense eso a las doce de la noche. Así pues, mientras me cagaba en toda su familia estuviera viva o muerta, solía especular con la idea de poner un alambre de lado a lado de la carretera, y sus posibles consecuencias. A veces, hasta visualizaba la escena, aunque por desgracia, mi visión solía ser demasiado realista; nunca les cortaba la cabeza, sino que caían hacia atrás y se partían la crisma contra el asfalto, con parte de la garganta rajada; too bad. No vayan a pensar que soy un sádico o un asesino; es que me molestaban de verdad.

Recuerdo ahora que hace un tiempo unos niños mataron a un motorista mediante este macabro procedimiento. Suerte que no se lo conté a nadie, o vayan ustedes a saber si me habrían imputado como cabeza pensante o quién sabe qué. Bueno, pelillos a la mar, porque en realidad, todo esto era para contarles que hace un par de noches me acordé de aquellas ensoñaciones, cuando tres motos con sus tres correspondientes gilipollas -uno de ellos, por cierto, vecino de mi misma finca- se pusieron a hacer caballetes y carreras a las dos de la mañana justo debajo de mi ventana. Y mientras pensaba en llamar a la policía -¿me estaré haciendo mayor?- y como hace meses, me cagaba en todo lo cagable -disculpen de nuevo el vocabulario- me he dicho a mi mismo que en este caso no sería suficiente con un sólo alambre, y probablemente tampoco con dos, pero... ¿y con tres?

De regalo, y gracias a Singleboy, esa noticia que todos sospechábamos.

Y no se olviden, sobre todo, de que en este blog desaprobamos el asesinato. Aunque sea de capullos. Buenas noches a todos.

Cinco + 1 preguntas para no comprar sin pensar

Hace unos días, mientras L. y yo buscábamos una mantilla para la boda del fin de semana pasado, entramos en una tienda de ropa deportiva. Ropa de esa que llaman casual. Allí estuve probándome una chaqueta clásica de Adidas, negra con franjas amarillas, y un gran bordado de Muhammad Ali en la espalda. Durante un buen rato. Esta es la prenda en cuestión:

Sepan antes de continuar que no tengo nada en contra del consumismo desbocado; cada uno hace con su dinero lo que buenamente le viene en gana. Lo que sigue son simplemente las razones por las que no me compré esa chaqueta; preguntas que, por una razón o por otra, llevo haciéndome desde algún tiempo, casi inconscientemente, para evitar gastarme el dinero en caprichos innecesarios, vulgares, prescindibles, o excesivos. A veces funcionan, a veces no. Como todo, es cuestión de práctica: cuanto más las uso, más funcionan. Y la sensación no es nada desagradable. Bien, empecemos.

Uno. La primera pregunta es la de siempre. ¿Necesito esto? No estoy hablando de necesidades básicas ni de no comprarte otras zapatillas cuando las que tienes están para tirarlas. No. Estoy hablando del tercer par de zapatillas o de otro móvil a los dos meses de comprarte el último. En este caso, se trata de pensar si lo voy a comprar porque lo necesito, o por el contrario simplemente porque estoy en la tienda y lo tengo en la mano.

Dos. ¿Puedo permitírmelo? Aquí no se trata de si voy a tener que pedir un crédito para pagar mi capricho. Se trata de hacer un cálculo mental rápido, ver los gastos que voy a tener el resto del mes -o incluso en meses sucesivos, cuando la cantidad es importante-, y pensar qué nivel de agobio económico me va a provocar. Hipoteca, coche, créditos varios, comida, luz, agua, teléfono, gas, gasolina, regalos, imprevistos, bodas (¡!)... Quizá incluso pueda permitírmelo sin problemas, pero tenga que privarme de cosas de las que no me gusta prescindir.

Tres. ¿Es realmente esto que me quiero comprar tan, tan, tan especial? Es decir, pienso si es algo que realmente me gustaría tener, y que considero "único" -nótese el entrecomillado-, o si dentro de un rato encontraré algo en otra tienda que me parecerá igual de especial o incluso me gustará más. Esta fue una de las principales razones en el caso de la chaqueta. Me gustaba mucho, me la podía permitir, y aunque no la necesitaba, podía pasar esa pregunta por alto. Lo que pasó es que en realidad, no la encontraba tan especial, porque a mi Ali, ni fu ni fa.

Cuatro. ¿Hay otra cosa que realmente necesite, y a lo que debería dedicar este dinero? Me refiero a algo que necesites comprar y para lo que necesites ahorrar; en mi caso particular, un sofá es una buen ejemplo. Hay muchas ideas: un nuevo móvil, una televisión, una reforma del piso, un sofá, un traje... Por un lado se trata de establecer prioridades, y por otra de aplazar la decisión de la compra; quizá luego cambies tus prioridades, y quizá no.

Cinco. ¿Voy realmente a utilizar esto que voy a comprar? Esto es un simple cálculo que hago entre lo que cuesta el objeto de mi deseo y el rendimiento que le voy a sacar. Esto puede considerarse un caso particular del primer punto. Obviamente, esto no aplica a los vestidos de boda -nadie en su sano juicio se compraría uno según esto-, pero para muchas cosas es bastante lógico. Hace unos años, en mi casa dimos bastante la paliza para que nos regalasen una Playstation 2. Al final, la conseguimos, y meses después, el aparato estaba ya acumulando polvo y actualmente su uso es esporádico, por no decir que no se usa. A eso me refiero.

Cinco + 1. ¿Disfrutaría más si me gastase este dinero de otra forma? Y aquí hablo de ocio, básicamente. Con ese dinero, quizá pueda ir a comer a un buen restaurante, comprar una buena botella de vino y unas cuantas cigalas, ir de viaje a algún sitio, visitar el Oceanográfico, o regalarle algo a mi pareja. Entre otras muchas cosas. Aquí, como antes, se trata de establecer prioridades.

Y eso es todo. No se trata de morirse siendo el más rico del cementerio, sino comprar aquellas cosas que *realmente* quieras, y ser capaz de salir de una tienda sin comprar nada aunque haya unas cuantas cosas que te hubiera gustado llevarte. Como dice el anuncio de Mercedes, piensa que tiempo es en realidad todo lo que tienes en esta vida; un montón de segundos cada día. Y afortunadamente, eso no se puede comprar.