Balconing

El principal inconveniente que veo en esta extraña afición de idiotas (nacionales o de importación, da igual, idiotas al fin y al cabo) denominada "Balconing" (que consiste, según elmundo.es en "pasar de un apartamento a otro o de saltar de habitación en habitación a través de los balcones. También los hay que tratan de utilizar la terraza como trampolín a la piscina del hotel"), es que uno de esos gilipollas te caiga encima borracho y drogado y aparte de salvarle la vida y joderte las vacaciones, lo que ya es grave de por sí tal y como está el patio, te compre una habitación en la morgue más cercana. Claro que en el mejor de los casos (i.e. no te cae encima) no hay que olvidar que el tema del levantamiento del cadáver y la limpieza de la sangre pueden agriarte la mañana en la piscina, y los costes médicos que se generan no son despreciables. Propongo que no nos entrometamos y dejemos actuar a las sabias leyes de la evolución natural que nos han traído hasta aquí (lo que no sé determinar si es bueno o malo), lo que como efecto colateral podría tener un nada despreciable efecto disuasorio sobre el resto de idiotas.

Un ruso, otro ruso y un húngaro irresponsable

El pasado sábado estuve viendo Eurovisión, como al parecer unos cuantos millones de españoles. Bueno, en realidad sólo podemos estar seguros de que lo vieron unos miles y yo, que son los que tienen el cacharro en casa (y yo que lo acabo de admitir), pero ya saben cómo funciona todo esto de la estadística y la extrapolación.

En fin. No sé si vieron ustedes la actuación del ganador, o ganadores: el cantante (Dima Bilan), un patinador que había ganado nosecuántos premios y medallas (Evgeny Pluschenko), y un violinista húngaro (Edvin Marton, o Csűry Lajos Edvin para ustedes, en realidad) tocando un Stradivarius de 1697; un violín de esos que valen una millonada y sólo quedan unos cuantos. El suyo en concreto —en realidad no es suyo, pero se lo han dejado de por vida, así que qué más da— tocado por el mismísimo Paganini, según Edvin, aunque la Wikipedia no lo incluya entre los ejemplares renombrados. Y Paganini no es el de los cromos, no se confundan; ese es Panini.

Les describo brevemente la escenografía, por si no tuvieron el privilegio de ver el show. El cantante cantando, y el violinista tocando, ambos haciendo todo tipo de aspavientos estilo Operación Triunfo, mientras el sujeto de los patines daba vueltas a su alrededor, bailando como sólo saben hacerlo los patinadores sobre hielo (y eso no es necesariamente bueno). Y todo eso, en un circulo de quizá tres metros de diámetro a lo sumo. Tiene su mérito, hay que reconocerlo.

Imaginen ahora por un momento que el campeón olímpico se resbala y le mete un codazo al húngaro, quien deja caer al suelo un instrumento de semejante valor. O que el cantante, todos somos humanos, se equivoca en sus cálculos coreográficos y lanza al húngaro contra el patinador, violín incluído. O imaginen que, cuando se están haciendo la foto del ganador, con aquello de la euforia desatada y las ganas de salir retratado (por cierto, y a modo de inciso, ¿no les pareció que cuando entrevistaron a Chikilicuatre la bailarina española que aparecía a la izquierda de las pantallas se exhibía demasiado?), alguien empuja a alguien, que a su vez empuja a otro alguien, que empuja a otro alguien, quien a falta de un apoyo mejor, acaba empujando al húngaro, que sostiene el Stradivarius en lo alto, y que por puro instinto y para evitar romperse la nariz contra el material sintético que simula el hielo, se olvida de lo que se lleva entre manos y pone las dos manos en el suelo, con todo lo que ello implica (es decir, la nariz del húngaro a salvo y el objeto de incalculable valor a freír espárragos).

Imaginen algo así, y entenderán el sufrimiento que tuve que soportar durante algunos momentos de la "gala". Dicho esto, ayer comentaba con una amiga que me parecía una irresponsabilidad hacer algo así, como si, como bien apunta Jorge Galindo, yo «cogiese un Dalí y me lo echase enrollado bajo el brazo para enseñarlo en la cafetería de la uni». A lo que ella me contestaba que si lo había pagado, podía hacer lo que quisiese con él.

Sin extenderme mucho más: no. El Vaticano no es —o no debería ser— libre de pintar de rosa fucsia la Capilla Sixtina ni nadie tiene derecho a utilizar un Van Gogh de alfombra; y no importa lo que haya pagado. Los únicos que pueden hacer eso son sus autores; el pago es en concepto de préstamo, no de propiedad, o eso debería ser. Al menos, eso creo yo.

Cosas que me sacan de quicio

Soy una persona calmada y tranquila. Siempre lo he sido. Una de esas que pueden estar en medio de una gran vía parado durante media hora sin rechistar, de esas que pueden estar en un atasco en la autopista durante horas sin hacer de eso un drama. Pero las cosas como son, hay personas y situaciones que me sacan de quicio, y esta mañana me he topado con una de ellas; una persona y una situación. Les cuento.

Ayer por la noche aparqué en una calle cercana a mi casa, en la que hay un colegio de primaria y párvulos, si no estoy equivocado y son lo mismo. La calle en cuestión, en la que vivían hace unos años mis abuelos maternos, tiene una longitud de trescientos metros y es en los dos primeros tercios bastante estrecha, a lo que hay que sumarle los coches aparcados a la derecha encima de la acera. Como es natural, a las nueve de la mañana, hora a la que cojo habitualmente el coche para ir a trabajar, está llena de madres, padres y críos que entran al colegio. No suelo aparcar allí si no tengo necesidad, pero ayer no me quedaba otro remedio. Así que esta mañana he cogido el coche, y a paso de peatón, deteniéndome cuando era pertinente y necesario, he avanzado hacia el final de la calle, sin meterle prisa a nadie, sin tocar el claxón, y asumiendo las circunstancias del momento. Pero he aquí que al llegar a la puerta del parvulario, tras estar parado más de dos minutos esperando que la gente me abriese paso (no hablamos de cincuenta mil personas) un hombre de quizá sesenta años que llevaba a su nieto al colegio me mira y me escupe: "No tienes vergüenza", haciendo referencia sin duda a la circulación de mi coche por allí a esas horas de la mañana.

Como les decía al principio, acostumbro a ser una persona conciliadora, pero no siempre. Los gilipollas integrales me sacan de quicio. Entiendo que hay que llevar cuidado, que un chiquillo es algo frágil, y que hay que tomar las precauciones debidas. Pero también que si he aparcado al principio de una calle que no es peatonal y tengo que coger el coche para ir a trabajar, tengo todo el derecho a hacerlo llevando, según lo dicho, el cuidado oportuno. No recuerdo toda la "conversación", pero en pocos detalles, cometo el error de contestar a su impertinencia -con su misma cordialidad- diciéndole que no tengo otra manera de sacar el coche para ir a trabajar y que me dé otra solución, a lo que responde que sabe como va él a trabajar, no cómo voy yo.

No suelo perder los estribos, pero en este caso, la estupidez me ha superado y le he respondido literalmente "Señor, es usted francamente imbécil", y antes de que las cosas llegasen a mayores, con bastante mala hostia, he seguido mi camino. Y es que ya les digo que a los gilipollas integrales no los trago y en algunas ocasiones, hasta me sacan de mis casillas.

(Para acabar, les dejo con un homenaje a un grande que se nos ha ido hoy)

Criterios de felicidad

Esta noche, viendo a la comentarista del Telediario de La Primera sonreir como si acabase de tocarle la lotería cuando hablaba del triunfo de Nadal en Roland Garros, me he preguntado porqué la gente se pone -incluído a veces un servidor- tan contenta cuando algún compatriota, generalmente deportista, gana algo. Quiero decir, la gente vive enfangada en su propia miseria, en su propia vida de mierda, y se alegra porque un sujeto al que no conoce de nada y que -habitualmente- vive sin ninguna preocupación gane un partido de tenis, un partido de fútbol o una carrera de Fórmula 1. Ya sé algunas de las razones a este particular comportamiento, no teman. Una podrían ser las consideraciones patrióticas -chicos no empecemos- que es obvio que existen y se fomentan desde los medios de comunicación, otra la necesidad que tiene la gente de evadirse de la putrefacción existencial en la que están sumidos, y por último, el sentimiento de grupo, que imagino que enlaza con la primera. Pero qué coño quieren que les diga, no voy a comprenderlo todo siempre ni a compadecerme de mi mismo y de los demás una y otra vez, así que la única respuesta que encuentro a esto en estos momentos es la siguiente, que ya conocen: somos gilipollas.

Porque lo peor es que cuando un compatriota efectivamente hace algo que vale la pena, que no es ganar un campeonato de Fórmula 1 ni la Liga de Campeones ni el Masters de Augusta, sino algo como desarrollar técnicas que salvan la vida de las personas, a la gente se la suda. Ya ven lo absurdos que son nuestros criterios de felicidad.

¿Es la gente... gilipollas?

Ya sé lo que les dije el otro día acerca de escribir ficción, pero hay ciertas cosas a las que no puede uno resistirse; me van a disculpar si el siguiente comentario es algo largo. Al menos lo intentaré hacer ameno en la medida de mis posibilidades, que no nos engañemos, no son muchas. Tampoco crean que les voy a decir nada nuevo; en esto de la reflexión política, si es que se atreven ustedes a utilizar tal denominación, no soy nada innovador. Más bien al contrario, soy bastante típico, pero qué le voy a hacer. Lo que venía a contarles hoy es que un rato después de acabar de escribir la entrada del otro día, ví en Noche Hache una pequeña encuesta a pie de calle hecha por Marta Nebot en la que se le preguntaba al viandante sobre temas de política. Sí, claro que sé que Cuatro es una cadena sociata, pero eso no viene al caso ahora. El caso es que hubo dos que me llamaron especialmente la atención, aunque en conjunto eran todas las opiniones bastante deprimentes. En la primera de ellas, una mujer acusaba al PSOE de intentar hacer creer a los españoles que ETA había sido la causante del 11-M. Tras unos momentos de vacilación, no le quedó más remedio que admitir que se estaba liando; menos mal que se dió cuenta. Sin embargo, la mejor era la segunda que recuerdo, que es la que da origen a esta entrada.

La encuestadora le pregunta a una mujer de quizá cincuentaytantos qué opina de ZP, a lo que esta responde literalmente Es un gilipollas. Su interlocutora le pregunta, asombrada, cuáles son las razones para tal opinión, y contesta algo como que es un gilipollas porque lo dice su hermano, que siempre está metiéndose con él. Tras esta asombrosa gilipollez, esta vez sí, mi señora L., bastante indignada, me pregunta si es que la gente es gilipollas. Y yo, aparte de contestarle que sí, que la gente es efectiva y profundamente gilipollas, les traslado la pregunta a ustedes, a pesar de la redundancia del insulto: ¿Creen que es la gente gilipollas? No, no estoy siendo laxo en el uso del lenguaje. No interpreten nada: ¿es la gente gilipollas?

Y no me refiero sólo a esta buena y paleta señora (perdóneme buena mujer, pero puestos a ello, seguro que su hermano opina lo mismo que yo). Si sólo fuese esta tonta, otro gallo nos cantaría. A lo que voy es a cómo es posible que la gente que ha salido más reforzada de estas elecciones sean los especuladores del ladrillo [gracias, primo] y muchos sujetos políticos de dudosa reputación y peores escrúpulos, imputados por delitos más que sospechosos; Fabra es el primero que me viene a la cabeza. O cómo es posible que aún haya gente que crea que ETA tuvo algo que ver en el 11-M, o el populacho ignore conscientemente o disculpe barbaridades urbanísticas simplemente porque la causa de éstas es la construcción del estadio de "tu equipo". Para mí, esto es casi incomprensible. Verán, hace unas semanas salía en prensa el señor Alfonso Rus, alcalde de Xàtiva, porque al parecer había llamado burros a sus propios votantes, ya que en un mítin había prometido que llevaría la playa a Xàtiva, y eso le había conseguido la reelección. Para los que no la conozcan, Xàtiva es una bonita ciudad que está situada aproximadamente a cuarenta y cinco (45) kilómetros de Valencia hacia el interior [actualización 12:25h], segun la Wikipedia. Sí, ni más ni menos. Cuarenta-y-cinco. Cágate lorito. Mucho tiene que subir el nivel del mar para que Xàtiva vea algún día las olas del Mediterráneo.

Por supuesto, esto es lo que el sujeto este, por llamarlo de alguna forma, opina. Otra cosa es que realmente la gente creyese esta promesa y por eso le votase, aunque el hecho es que esta bonita ciudad hizo alcalde a un señor que decía que iba a llevar la playa a Xàtiva, cosa que es literalmente imposible; no sé de qué se asombra El Levante de que les llame burros, ni a qué viene tal indignación periodística. Porque sí, efectivamente son burros y muchas cosas peores. La gente se cree lo que un tipo subido en un pedestal le diga. La gente se cree que un producto es mejor que otro simplemente porque un médico, un actor o un presentador se lo dice en televisión. Porque básicamente, e incido, la gente es tonta. No sé si pillan la idea que quiero transmitir, aunque creo que sí. Esto es de alguna forma como el anuncio del Smart; metiendo dinero y gente, puedes hacer que la gente se crea cualquier cosa.

Hace algunos meses ya, cuando aún estudiaba la eternamente inacabada carrera de Filosofía, tuve una pequeña discusión en clase en torno a la capacidad de la gente para pensar por sí sola. En un extremo de la balanza, el individuo es capaz de tomar sus propias decisiones de manera autónoma en todas las circunstancias posibles, y si no lo hace así, se le culpabiliza por no llevar las riendas de su propia vida. Algo como esto es una utopía y me parece totalmente injusto. La gente no tiene siempre el tiempo, la formación y la capacidad para ello, y es totalmente comprensible que adopte modelos ajenos de conducta, opinión o ideológicos en ciertos ámbitos; todos lo hacemos de vez en cuando, y no hay nada de malo en ello. No obstante, eso no tiene porqué hacerle perder una posición crítica en muchos otros aspectos. En el otro extremo se plantea que, puesto que el sujeto carece de, como decía, la formación, el tiempo y la capacidad, no se le puede pedir que piense por sí mismo, y se le victimiza; es la sociedad la que le subyuga y le vuelve idiota. Pues no, perdone. Las cosas no acostumbran a ser blancas o negras, así que la cuestión reside en buscar el punto intermedio entre ambos extremos. Para variar.

Enlazando la idiotez no congénita y aprendida de las personas con nuestros amigos los políticos, uno podría pensar que un ciudadano formado y con capacidad de análisis crítico sería beneficioso, ya que votaría a la que considerase la mejor opción tras un análisis de cada uno de los programas electorales. Claro que eso implicaría la necesidad de que los políticos desarrollasen propuestas electorales viables (más playas en Xàtiva: conectar mediante AVE *todas* las capitales de provincia. Vamos, señor Rajoy, no nos haga perder el tiempo...) y discursos tanto razonados como razonables. Pero por desgracia, los políticos son conscientes del esfuerzo -y a menudo, de su incapacidad- para hacer tal cosa, por lo que escojen el camino rápido que es agilipollar a la gente y así poder manipularla sin más que subirse a un estrado y gritar cuatro tonterías a pleno pulmón llenas de descalificaciones.

Concluyo. Esta entrada es simplemente una respuesta a la incógnita de cómo es posible que los más beneficiados por las elecciones sean los sinvergüenzas de siempre que todo el mundo ya conoce. Sí, la gente es idiota. Tonta. Gilipollas. Faba. Imbécil. Y aunque a nadie se le pueden pedir imposibles, tampoco a nadie se le puede excusar de toda capacidad crítica. Y como creo que ya les he dicho, a los hechos me remito.

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Por lo demás, llegada la temporada de verano, van a haber algunos ligeros cambios en el blog, que afectan sobre todo a la periocidad de publicación. En estos momentos, estoy poniendo a razón de una entrada diaria, algo que creo que incluso puede ser demasiado para algunas personas de las que me leen. Tengan en cuenta que tengo que trabajar, salir a correr, hacer la cena, tareas de limpieza varias, sacar a Samy de paseo, comprar cuando se tercia, escribir algo más serio, y tareas diversas. Y todo eso, dejándole a mi señora su correspondiente parte de tiempo y protagonismo. Imagínense. Así que de una al día vamos a pasar a una cada dos días o de vez en cuando, incluso una cada tres días. Aunque seguramente me conocen bastante bien; digo esto y seguro que sigo como hasta ahora. Ya veremos, pero al menos quedan advertidos.

Bendito alambre

No les voy a preguntar si alguna vez han sentido deseos de matar a alguien, porque doy por supuesto que sí; hay demasiado capullo suelto como para no haber querido nunca en tu vida librar al mundo de uno de ellos. Pocas tareas más altruistas existen. Seguramente, algunos de ustedes incluso habrán imaginado o hasta planeado cómo lo harían. No sé, incluso es posible que alguien haya llevado a cabo tan reprobable tarea, aunque lo dudo. Esto no son los usa; allí, BANG BANG! y espabilao de marras al hoyo. Qué gran país, ¿no creen? Todo se andará, no desesperen.

Disculpen el desvarío; ya me conocen. Esto venía a propósito de lo siguiente. Intentaré ser breve, pero si no lo consigo, sepan que la intención es lo que cuenta. Como algunos de ustedes saben -y a esos no hace falta que os trate de usted-, hace no mucho tiempo vivía yo en la casa familiar, un chalet apartado de la inmundicia de la urbe. Allí, cuando llega la noche no hay más sonidos que los ladridos de algún perro, propio o extraño, y algún grillo o cigarra cantando; a las proletarias hormigas no las oye nadie, están currando.

En ese silencio, cualquier ruido de un volumen decente se oye en más de un kilómetro a la redonda, y ese ruido solían ser los putos tubos de escape de las putas motos de los putos mascachapas que se paseban por aquella carretera, propicia para coger velocidad, hasta la llegada de los benditos badenes, mal que me pese. Perdonen el vocabulario, es que me enervo. Desde que empezabas a oír el molesto sonido hasta que dejabas de hacerlo, podía pasar más de medio minuto, con el pertinente -y esperado- pico decibélico al pasar delante de la puerta de mi casa. Imagínense eso a las doce de la noche. Así pues, mientras me cagaba en toda su familia estuviera viva o muerta, solía especular con la idea de poner un alambre de lado a lado de la carretera, y sus posibles consecuencias. A veces, hasta visualizaba la escena, aunque por desgracia, mi visión solía ser demasiado realista; nunca les cortaba la cabeza, sino que caían hacia atrás y se partían la crisma contra el asfalto, con parte de la garganta rajada; too bad. No vayan a pensar que soy un sádico o un asesino; es que me molestaban de verdad.

Recuerdo ahora que hace un tiempo unos niños mataron a un motorista mediante este macabro procedimiento. Suerte que no se lo conté a nadie, o vayan ustedes a saber si me habrían imputado como cabeza pensante o quién sabe qué. Bueno, pelillos a la mar, porque en realidad, todo esto era para contarles que hace un par de noches me acordé de aquellas ensoñaciones, cuando tres motos con sus tres correspondientes gilipollas -uno de ellos, por cierto, vecino de mi misma finca- se pusieron a hacer caballetes y carreras a las dos de la mañana justo debajo de mi ventana. Y mientras pensaba en llamar a la policía -¿me estaré haciendo mayor?- y como hace meses, me cagaba en todo lo cagable -disculpen de nuevo el vocabulario- me he dicho a mi mismo que en este caso no sería suficiente con un sólo alambre, y probablemente tampoco con dos, pero... ¿y con tres?

De regalo, y gracias a Singleboy, esa noticia que todos sospechábamos.

Y no se olviden, sobre todo, de que en este blog desaprobamos el asesinato. Aunque sea de capullos. Buenas noches a todos.

Ay qué risa (María Luisa)

Hacía mucho que no iba a parar a uno de esos autocompadecientes blogs que tanto abundan, pero hoy lo he hecho otra vez, sin ni siquiera intentarlo. Ay. Joder. Ya me estoy metiendo otra vez con la gente, coño. Últimamente lo hago ya sin darme cuenta...

(...)

Bueno. Que le den que hoy no tengo nada peor de lo que hablar. Como pueden ver, desde Fallas voy corto de ingenio, ideas, imaginación y muchas otras cosas.

El caso es que no voy a decirles qué blog en concreto me ha impulsado a escribir este post, puesto que se dice el pecado y no el pecador, pero la razón se encuentra entre algo que he leído y algo que no he escrito. Jeroglíficos a mí. ¿Lo entienden ustedes? Pues yo tampoco. Como imaginan, la mala leche y las ganas de joder -no se si en un sentido literal, figurado, o en ambos- han hecho el resto, aunque eso no es una novedad. Y bueno, el resto se lo dejo a ustedes, si es que les queda algo. ¿A qué venía todo esto? Ah, sí.

Todo esto viene a propósito de toda esa gente atormentada, angustiada, triste, patética, patéticamente atormentada, patéticamente angustiada, patéticamente triste, patéticamente patética, que pulula por estos mundos de Internet. Como usted y como yo, pero a lo exhibicionista; y créanme que yo de eso sé un rato. Seguro que han visitado alguno de estos blogs, cuya simulada depresión es una constante, no una anécdota; todos tenemos días malos, nadie dice que no. Pero en estos en concreto da la sensación de que es sentarse frente a un teclado y ponerse a llorar lo agónico de su existencia, de que es ponerse frente a la cámara y les da por mostrar su opresión existencial. Siempre posando. Claro. Al borde de la muerte quiero dejar un bonito cadáver. Todo porque soy más guay, porque soy más chachi, porque estoy más atormentado, porque mi vida es una mierda más grande que la tuya. Porque soy adolescente (y eso les disculpa). Porque es terrible vivir en el fango consumista de la sociedad occidental. Y porque yo lo valgo, eso también.

Pues eso, que me dan mucha risa, aunque a veces me dan pena, porque debe ser *tan* cansado fingir que huyes de la felicidad continuamente que acaba pensando uno que va a ser verdad que es insoportable. Para acabar, y como dicen en la tele, «sin más dilación» (qué bonita expresión, ¿no creen?), les dejo con un extracto de una pobre atormentada por la desesperación:

 

«No hay desgracia personal que justifique la opresión que a veces siento. Estoy tan enferma»

 

¡Y es que es *tan* aburrido ser feliz!

Cuatro mil trescientas (4300) razones o un poco de educación

Imagínense que mañana van ustedes a una tienda del barrio, y compran objetos por valor de 4300 euros. Que vienen a ser aproximadamente unas 750000 pesetas. Sí, yo aún pienso en pesetas. A mi no se me compra así como así. Bueno, a lo que iba. Imaginen mejor, que durante un par de meses se dejasen esa suma en compras semanales. Que bueno, no da para comprarse un yate, pero en casi cualquier establecimiento, da para bastante.

Digo yo que esperarían ustedes, sería lógico suponer, digo yo, repito, que en un barrio, al cruzarte alguna vez con el dueño del establecimiento, éste te saludase, ¿no? No efusivamente, no como a su mejor amigo, no como si fueses el hijo pródigo. No. Simplemente, como todo el mundo hace: con un gesto con la cabeza, con un holaquéhay así por lo bajini, un buenosdías y una sonrisa medio finjida, todo sin detenerse. Saludas y sigues tu camino. Eso suele ser más que suficiente. Y no sólo por aquello de cuidar al que ha sido buen cliente, no sólo por aquello de yo soy el que paga, que hace mucho que la esclavitud se abolió y no seré yo quien abogue por su retorno. Simplemente, por educación, por cortesía.

O eso pensaba yo. Pero al parecer, la dueña de la inmobiliaria que me "gestionó" la compra del piso, que tengo literamente justo delante de mi casa al otro lado de la calle, no lo considera así. Claro que yo fui cliente y no lo volveré a ser, así que a lo mejor piensa que para qué. O debe pensar, quizá, que le miro mal, que pienso que -en su caso particular- ganarse casi 4000 euros y no hacer ni las gestiones correspondientes, no estuvo bien. O que no es tanta pasta, comparado con las cantidades que maneja habitualmente. O que tratarme como si me estuviese haciendo un gran favor, fue poco "apropiado". O yoquése.

Pero, ¿saben qué? Soy una buena persona, así no le culpo. Porque un año y pico después aquello me trae bastante sin cuidado y tengo otras cosas más importantes en las que pensar. Y porque sin saberlo, me ha dado para un post. Y porque en realidad, a mi tampoco me apetece saludarle, por razones obvias (¿he oído... una mala gestión?), y porque coño, es fea como un demonio.

Pero claro, yo *sí* tengo educación, así que la próxima vez, prometo ser más... efusivo.

Nada nuevo bajo el sol (pero nada de nada)

Yo pensaba que lo que escribí esta mañana era triste, pero si quieren ustedes algo triste, algo triste de verdad, algo patético incluso, vergonzoso, piensen que, según un estudio del instituto de opinión Gallup, el español más popular de este país es Julián Muñoz. Como lo oyen. Julián Muñoz. Bueno, eso explica muchas cosas. Muchísimas.

Lo dicho, país de gilipollas. De sol y pandereta. No se de qué me sorprendo.

Violencia gratuita

Siempre he estado en contra de la pena de muerte, pero creo que es la única solución digna para algunas personas. Y éstas son los listos, esos espabilados que nos encontramos todos los días en la carretera (y en otros muchos sitios, aunque suelen ser los mismos); los que aparcan en el sitio reservado para minusválidos y bajan sonriendo con cara de "pero mira que soy listo", mientras los demás damos vueltas buscando un sitio donde dejar el coche. El que te adelanta en el atasco por el arcén a sesenta por hora, como si conducir por el arcén no estuviera prohibido, sino sólo reservado para personas con extrema pericia al volante como él. O ese que cree que sólo él ha visto ese carril de la rotonda que en un embotellamiento el resto de conductores hemos dejado libre para permitir el tránsito en otras direcciones, sintiéndose probablemente como el ser más avispado de la creación.

Y puesto que eso de que el tiempo pone a cada uno en su sitio suele ser mentira, y algunas personas nunca en la vida reciben lo que merecen, habría que decapitar de vez en cuando a alguno de estos individuos (preferiblemente con una katana, algo que lo haría más espectacular si cabe), lo que conseguiría que a los demás conductores las esperas en los atascos se nos hiciesen más entretenidas, y disuadiría al resto de potenciales y no tan potenciales listillos de demostrarnos a los demás su ingenio al volante.

(Alguien dirá que esto es simplemente la picaresca española, pero yo más bien lo llamaría la caradura universal)

Cuentos escolares

Érase una vez un niño que iba a la escuela. He aquí que el niño trabajaba, y por ello, no le era posible asistir a clase. Había en concreto una asignatura, cuyo nombre no nos interesa, que tenía como método de evaluación la confección de un trabajo de la materia impartida en clase. Pero como decimos, nuestro niño no podía coger apuntes, ya que durante las clases, se dedicaba a levantar este santo país con el sudor de su frente.

Es por ello que nuestro amigo pidió, llegado el final del curso, los apuntes a partir de los cuales elaborar el trabajo. Pero vió que a causa de que se había relajado (no es necesario aclarar que nuestro niño, como cualquier niño, tiene vida social, tiene aficiones, tiene ganas de salir y tiene otras ocupaciones aparte de estudiar y trabajar. Ya, pero estudia porque quiere, nadie le obliga, pensaréis correctamente. Es cierto, aunque no pretendía ponerlo como excusa y nuestro niño tampoco lo hace), trabajo y resto de exámenes previos, le iba a resultar difícil realizar un trabajo que estuviera a la altura de sus posibilidades. Difícil aunque no imposible, me gustaría añadir.

Y es por ello que le envió un correo al responsable de esa asignatura, para pedir una pequeña prórroga de un fin de semana. Pero cometió el error de mencionar su situación laboral, cosa que, amiguitos, puedo prometeros, no hizo para justificar su petición, sino para proporcionar algo de información sobre quién era. Mal hecho, pensaréis. Pues sí, mal hecho, porque nuestro querido profesor pensó inmediatamente que ese dato venía proporcionado como razón de ser de su ruego, por lo que no sólo la denegó, sino que expresó la opinión que le merecía utilizar aquello como excusa.

A nuestro amigo aquello no le molestó. Más bien al contrario, pensó que era normal y justo con el resto de sus compañeros. Así que, en un acto de cordialidad y sinceridad, le volvió a contestar, exponiéndole su conformidad con la corrección de la decisión adoptada e intentando explicar el malentendido. Todo habría quedado ahí si el niño no hubiera tenido que llamarle para preguntar cuando sería el examen oral del trabajo presentado, decidido ya a entregarlo fuese como fuese. Así pues, le llamó, y tras recordarle quién era, obtuvo un seco Sí, ya sé quién eres. ¿Qué quieres?, en un tono que a nuestro amigo no le gustó nada, interpretando inmediatamente que el profesor había pensado que el motivo de aquella llamada era realizar la misma petición de nuevo vía telefónica.

Pero aún así, aquello no le justificaba. Y pensó que, después de todo, hay mucha gente por el mundo que debería pensar un poco antes de abrir la boca.

(Epílogo: El niño decidió que, a pesar de todo, dicha persona se merecía el beneficio de la duda y que quizá, aunque quizá no, aquello había sido simplemente una impresión personal equivocada.)

No toda la especulación es inmobiliaria

Hoy, mientras llamaba a mi family (ah, que sería de este viejo y privinciano castellano sin esos dejes de cosmopolitismo inglés) desde el pasillo de la biblioteca de Humanidades, oigo que una chica le dice a otra por teléfono: «no te preocupes, están todos vuestros sitios bien. Pero hay que ver, la gente está robando sitios que da gusto». Me ha costado controlarme y explicarle, de forma que ella pudiera comprenderlo, que los sitios la gente no los roba porque no son de nadie. Simplemente los ocupa si ve que no están siendo utilizados, ateñiéndose estrictamente a la política de la biblioteca según la cual un sitio no se puede reservar más de veinte minutos.

Y es que creo que no existe en el mundo un lugar donde quede tan patente el corporativismo femenino adolescente y post-adolescente (es uno de los síntomas que se pueden apreciar en dicho entorno, pero existen muchos más). No sólo una chica es capaz de reservar hasta cinco sitios a la espera de que sus amigas vengan a estudiar varias horas después, sino que se mantiene alerta a la espera de cualquier sitio nuevo que quede libre, por si acaso. Se podría hacer un estudio bastante exhaustivo acerca de esto. Parece incluso haber una especie de pacto entre dichos grupos de especuladoras de puestos, de modo que el sitio corresponde al grupo que lo ha "adquirido" antes. Pacto (o contrato) obviamente irrelevante de cara al resto de habitantes de la biblioteca, al no tener un respaldo "legal".

Afortunadamente, no tengo ningún reparo en okupar aquellos sitios que veo que no se utilizan, lo que habitualmente provoca que alguien de la sala se levante y retire aquellos apuntes que yo previamente he desplazado a un lado, sin mayores consecuencias. De vez en cuando, alguien te pone mala cara. Pero qué le vas a hacer. Estás ahí para estudiar, no para perder el tiempo.

Y aún así, me sabe mal por toda esa gente que deambula a la caza de un sitio libre, porque no se dan cuenta de que sitios libres hay muchos. Aunque bueno, si hiciesen lo que yo, nadie me miraría raro cuando me siento en un sitio ocupado, por lo que parte de la culpa es suya. Así que que se jodan y espabilen.

Adeu. Me voy a "robar" un sitio.

Pulseritas

Ayer me crucé por la calle con una bonita y sexy individua que llevaba cinco pulseritas de estas de plástico que se suponen que son para asociaciones benéficas, lo que además de todo lo dicho, la hacía algo ridícula. Cinco. Nada más y nada menos. No entiendo como aquello le resultaba cómodo, aunque supongo que le resultaba fashion, y ya se sabe que para presumir hay que sufrir. Creo que fue Amstrong (bueno, obviamente no él en concreto) el precursor de esta curiosa iniciativa, con una contra el cáncer. Aquello parecía buena idea, y como lo parecía, y al decir por la popularidad que ha adquirido, lo era, ahora tienes n+1 pulseritas de cualquier asociación que se te pueda ocurrir. Y lo mejor es que se han puesto de moda y son, al menos en Valencia, lo más pijo que hay —similar a las pantunflas esas de pueblo— entre los pijos y pijas adolescentes y no tan adolescentes (¿por qué últimamente tengo la impresión de que la adolescencia se ha alargado hasta los veinticinco años? ¿Me estaré haciendo mayor?).

Y no es que me importe, más bien al contrario, me alegro de que a alguien se le haya ocurrido una iniciativa para sacarle la pasta a todos esos niños de papá; supongo que es una aplicación inteligente de la maquiavélica (de Maquiavelo) frase el fin justifica los medios. Aunque claro, lo que pasa es que luego se pone en la calle la gente de la AECC (Asociación Española Contra el Cáncer) y como el bote verde y la pegatina no molan tanto —o igual que las suscripciones a AI, Cruz Roja, Greenpeace, Médicos del Mundo, etc... no se ven— pues ni Dios les da un duro, ¿porque quién quiere una pegatinilla chunga pudiendo tener una pulserilla chorra?

Y es que no hay nada como estar a la moda.

(Creo que los comentarios a partir de ahora van a ser menos frecuentes. Exámenes y la necesidad de escribir —otras cosas— son dos buenas razones)

Stalingrado

Me encanta vivir en una ciudad donde la gente se toma en serio sus responsabilidades civiles. Valencia, domingo, ofrenda de la Virgen de los Desamparados. Las nueve de la noche, y vuelvo de ver el partido con Óscar. La idea consiste básicamente en llegar al metro, pero para ello hemos de atravesar -en principio- la calle San Vicente, aunque aparentemente sea más difícil que el asalto a Stalingrado. Recorremos la calle, buscando una brecha en las defensas, compuestas en su mayoría por fervientes abuelas católicas, sentadas en sillas dispuestas ordenadamente en ambas aceras y dispuestas a matar por un buen sitio. Cuanto amor se respira. Hemos perdido la otra mejilla.

De repente, un rayo de esperanza. Divisamos un pasillo sin defensas y decido que vale la pena arriesgar nuestra integridad física. Únicamente dos espaldas nos separan de la libertad o de ser despedazados, quien sabe si figurada o literalmente. Golpeo suavemente una de ellas. Nada. Un poco más fuerte. Nada. Pongo mi mano sobre su hombro. Nada. Me pregunto si esta mujer posee sensibilidad en su hombro. En ese momento, el otro sujeto me dirige un Me han dicho que por aquí no pase nadie, y a continuación se gira y me ignora; el maniquí ni siquiera se inmuta (creo que está muerta).

¿Me han dicho? ¿Quién coño le ha dicho? ¿Me enseña su placa, por favor? ¿Pertenece usted a los cuerpos de seguridad del Estado? ¿Los Geos? ¿Es usted de la secreta quizá? ¿Guardia Civil? ¿Policia de incógnito? ¿Cuerpos antiterroristas? ¿Me dice si no le importa quien es usted para impedirme a mi cruzar la calle? Porque no veo que usted tenga ninguna autoridad. Ninguna en absoluto. Así que aparte su culo, pobre viejo infame e ignorante, y permítame ejercer mi puto derecho a cruzar la puta calle cuando y por donde me de la puta gana.

Por suerte o por desgracia, soy mejor persona de lo que mucha gente se merece, así que en lugar de eso, pongo cara de póker, adopto una postura conciliadora y decido ignorar al hombrecillo. La procesión debe encontrarse en su momento álgido, al parecer. Yo es que no entiendo de esas cosas, pero quién sabe. En definitiva, media hora más tarde y quizá un kilómetro más lejos, conseguimos cruzar al otro lado con éxito.

(Coming out of my cage / And I've been doing just fine / Gotta gotta be down / Because I want it all / It started out with a kiss / How did it end up like this? / It was only a kiss)

Una hija de puta de buena mañanita

Empezamos bien el día. La situación es la siguiente: llego a la Piscina de Valencia, buscando aparcamiento, sobre las ocho menos diez, y ya no queda ni un sitio. Habitualmente, lo que se hace en esos casos es quedarse dentro del coche, en segunda fila, a la espera de que la gente que sale de la piscina a las ocho deje sitios libres.

Bien, pues en esas que estaba yo ya cinco minutos esperando, y veo que justo el que tengo detrás (los coches aparcan en batería delante de la piscina) entra en el coche, arranca y se dispone a irse. Hago un poco marcha atrás, paro, pongo el intermitente y espero a que salga, y justo cuando voy a empezar a hacer marcha atrás aparece un Citröen C2 y empieza a meterse. Al ver que pongo la marcha atrás, se detiene a mitad, y me mira, y poco más o menos me dice con gestos que no me ha visto -como si el coche no fuese visible- y que lo siente mucho, y acaba de meter el coche. Me cago en sus muertos y me vuelvo a meter en el coche, esperando que salga. Yo tenía sitio asegurado -Gregorio salía diez minutos más tarde- pero la situación me ponía de mala ostia. Como tarda un poco, me acerco ocasionalemente a su ventanilla y le preguntó a qué coño juega, y me contesta lo mismo: que no me ha visto. Todo eso con el conductor de un Passat al que yo le había cedido un sitio como espectador privilegiado.

Bien, el caso es que sale del coche diez minutos más tarde. Yo no me enfado con facilidad, ni acostumbro a encararme con la gente, pero la mala ostia que llevaba encima podía conmigo. Como me ve fuera del coche, mirándola, me mira y me dice que no me había visto, que si me hubiera visto no se habría metido. Yo creo que eso es casi lo que más me ha jodido durante todo el rato. Que además de tener la cara como el cemento armado, se haga la gilipollas. ¿Y qué coño crees que hago con el coche en marcha y el intermitente puesto, tomarme una caña o qué? Obviamente, ella sabe que todo el mundo hace lo mismo a esas horas: parar y esperar que alguien salga para aparcar, pero es mejor aparentar ignorancia. ¿Y qué quieres que haga ahora, que saque el coche? Pues sí, por supuesto que quiero que lo saques, porque YO estaba esperando que ese coche saliese. ¿Qué pasa, no ves el puto intermitente que lleva puesto cinco minutos?. El caso es que así hemos cruzado cuatro palabras, y mientras se va me dice que no le falte, que ella no me ha faltado. Yo tampoco. Hijadeputa, tu no me has faltado, me has quitado el puto sitio.

Ah! Y mientras se va me amenaza que si ve que le han hecho algo al coche... y le contesto que no le haré nada, pero si encuentra un piloto roto, que me puede denunciar sin ningún problema. No, yo no soy de los que van jodiendo de esa forma, pero cualquier día pillará a alguien con más mala ostia que yo y le hará un picasso en el coche con las llaves de casa. No es recomendable ir jodiendo a la gente de esa manera, porque siempre hay alguien mucho más hijo de puta que tú.