Les cuatre cents coups - III

Fotograma de Les quatre cents coups (Los cuatrocientos golpes), François Truffaut.

Fotograma de Les quatre cents coups (Los cuatrocientos golpes), François Truffaut.

Hace unas semanas (más de las deseadas) les hablé de la película Los 400 golpes, de François Truffaut (1959), y en concreto de la escena del teatro, uno de cuyos fotogramas aparece sobre estas líneas. También les comenté que los tres chiquillos que aparecen en el plano son Cloé Le Brun, Felix Moreau y Didier Faure-Baud (tapado en parte por el rostro desenfocado de Alain Ferrec), cuyas historias se recogen en un documental rodado en 1989 con motivo del 40º aniversario de la cinta, titulado «Les 400 coups: regardez Truffaut».

Haciendo un poco de memoria a lo que vimos en la primera entrada, recordarán que uno de los elementos destacables de la escena del teatro en cuestión es que no hubo ninguna planificación previa. Esta fue organizada por Truffaut y su mujer Madeleine a espaldas del productor, de modo que no hubo segundas tomas y las expresiones de los niños, que desconocían por completo que estaban siendo grabados, reflejan las emociones que la obra de teatro les provocaba sin que hubiera ningún tipo de manipulación o dirección. En la segunda entrada hicimos un repaso relámpago a las malogradas vidas de Felix y Didier, y para esta última entrada quise dejar a Cloé, con la que la vida fue algo más benévola.

Cloé Le Brun, que como es evidente en el fotograma es la única chica de los tres, entró a los diecinueve años en el prestigioso instituto de arte dramático Le Cours Florent para estudiar arte e interpretación. Aunque en condiciones normales su más que modesta familia jamás habría podido pagar lo que costaba la matrícula, tras la película de Truffaut la chiquilla participó en una veintena de filmes con papeles que aunque pequeños, generaban un dinero que sus padres ahorraban en una cuenta corriente de la que jamás tocaron un franco. A pesar de que aun así, los ahorros apenas daban para pagar los dos primeros cursos, el talento y el esfuerzo de la chica hicieron que no tardase en destacar, y ni siquiera fue necesario que pagara la matrícula del segundo, gracias a la beca que ganó y que renovó con facilidad el resto de años hasta acabar los estudios.

En una coincidencia que puede considerarse casi cósmica, durante el tercer curso conoció a Sophie, la hija menor de Truffat, con la que Cloé inició una relación sentimental que se prolongaría durante casi tres décadas, hasta finales de 2001, momento en el que da un giro radical a su vida y decide abandonarlo todo y emigrar a Mauritania, para incorporarse como voluntaria a una ONG que luchaba por erradicar la ablación del clítoris en los países centroafricanos. Pasará el resto de su vida en África, prácticamente en el anonimato, y el 12 de febrero de 2012 fallece a la edad de 60 años a causa de una infección de malaria. Desde el día que la abandonó, no volvió a pisar Francia.

Aunque durante su vida como intérprete Le Brun siempre mostró una clara preferencia por el teatro, que encontraba más cercana a la libertad y experiencia interpretativa, según afirmó en una entrevista realizada en 1995, sí intervino en un puñado de películas independientes, en su mayoría francesas, siempre en papeles secundarios en los que, sin embargo, su actuación no pasó desapercibida. Dotada de un talento excepcional y una belleza poco común debido a los orígenes argelinos de su madre, varios directores de primera fila le ofrecieron durante los primeros años de su carrera más de una docena de papeles como protagonista, que ella siempre rechazó, alegando que deseaba permanecer alejada de los focos. Uno de los más insistentes fue Jean-Luc Godard, con quien tenía afinidad política, y de quien se dice que se obsesionó tanto con ella que llegó a ofrecerle una hoja en blanco firmada, completamente en blanco, para que ella pusiera las clausulas y el salario que deseara. Como respuesta, ella le devolvió el contrato firmado con una única frase: «Non merci». 

Sin embargo, el ámbito donde Cloé realmente destacó y muy a su pesar no logró pasar desapercibida fue la militancia social, y específicamente la feminista, cuya lucha e implicación fue la que le llevó a África y en última instancia le condujo a la muerte. Aunque las protestas de Mayo del 68 le pillaron con solo dieciséis años, a través de ellas entró en contacto con los movimientos de izquierdas más radicalizados y el pensamiento maoísta que se abría paso, frente al comunismo soviético más tradicional. Un par de años más tarde, se afilió al Partido Comunista Francés, con el que años más tarde mantendría una tensa relación al acusarlo públicamente de machismo en una columna publicada en el diario Libération, en la que criticaba no solo la ausencia de mujeres en los órganos principales de decisión, sino también el enfoque heteropatriarcal de sus protestas y reivindicaciones. 

No sin cierto desdén público, Cloé no tardaría mucho en abandonar los movimientos tradicionales de izquierdas, incluida su afiliación al PCF, a los que tildaba de conservadores por su desprecio de la mujer como actor político relevante. A partir de ese momento, se centraría en el activismo feminista, y durante las décadas de los ochenta y noventa, ella y Sophie fundaron tres revistas, una de las cuales hoy en día todavía se sigue publicando («Oui, moi, femme») y crearon una docena de asociaciones feministas, además de organizar y liderar más de un centenar de protestas, no siempre de carácter pacífico, en las que tuvieron que enfrentarse tanto a la derecha como a la izquierda. De hecho, se sospecha que varios de los atentados contra sedes de organizaciones feministas que sufrieron fueron llevados a cabo por miembros de la CGT, aunque tal extremo nunca ha podido ser demostrado.

Primero como miembro activo de la segunda ola francesa, y posteriormente como una de las principales representantes francófonas de la tercera ola, junto a Marguerite Billard, Charlotte Renan, Zoe Farmechon y la propia Sophie Truffaut, entre otras, a Cloé Le Brun se la reconoce como uno de los principales exponentes del feminismo francés de final del segundo milenio. Aunque mantuvo una prolongada relación epistolar con Simone de Beauvoir, que al parecer fue la que le convenció de publicar la polémica columna en el Libération (pese a la oposición reiterada de Sartre), de esta solo se conservan media docena de cartas.

Una de las principales incógnitas a día de hoy es por qué Sophie Truffaut no la acompañó en su viaje a África, y se ha especulado mucho al respecto, pero lo que parece más probable, y que encaja con su compromiso con el activismo feminista, es que fuese la propia Cloé la que la disuadiera de hacerlo, conocedora del enorme trabajo que todavía  quedaba por hacer en tierras francesas. 

La misma fuerza que muchos años atrás las había llevado a coincidir en el instituto Le Cours Florent hizo pocas horas tras la muerte de Cloé, Sophie falleciese de un ataque al corazón, sin que la noticia hubiera llegado todavía a Francia. Ambas se encuentran enterradas en el cementerio local de Tambacounda.

 

★ ★ ★ 

 

Ya se imaginan que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Les cuatre cents coups - II

Fotograma de Les quatre cents coups (Los cuatrocientos golpes), François Truffaut.

Fotograma de Les quatre cents coups (Los cuatrocientos golpes), François Truffaut.

La imagen de arriba es un fotograma de la escena del teatro que vimos ayer, que pertenece a la película Los 400 golpes, de François Truffaut (1959). Aunque hay otras tomas que muestran a diferentes protagonistas, voy a centrarme en las historias de los tres chiquillos que aparecen en el plano, recogidas en el documental "Les 400 coups: regardez Truffaut", rodado en 1989 con motivo del 40º aniversario de la cinta. De izquierda a derecha, se trata de Cloé Le Brun, Felix Moreau y Didier Faure-Baud (este último tapado en parte por el rostro desenfocado de Alain Ferrec). 

Como comentamos en la anterior entrada, para la grabación de la escena no hubo ninguna planificación, por lo que la elección de los planos fue totalmente aleatoria, y sus posiciones y gestos responden únicamente a lo que están viendo en el escenario. En el momento de la filmación, los tres tenían siete años, y entre el mayor (Felix) y la menor (Cloé) apenas había cinco meses de diferencia. En esta entrada nos centraremos en los dos niños, y dejaremos a la niña para el último artículo de la serie.

Didier es sin duda del que menos información existe, y la que hay ha llegado a través de la memoria de su hermana, Ines Faure-Baud. Se sabe que aquel sábado estaba pasando el fin de semana en París con su familia, y que ella, un año menor que Didier, no participó en la grabación porque según confesó ella en el documental, su padre tenía una mentalidad muy cerrada y pensaba que nada que tuviera que ver con la televisión, el cine o el teatro era cosa de chicas. Los padres de Didier se separaron al poco de cumplir él trece años, y a partir de ahí su historia sigue casi a pies juntillas a la del protagonista de Los 400 golpes, con una diferencia importante: a los dieciocho, Didier saltó al Sena desde el puente Mirabeau, en pleno mes de diciembre, y las aguas gélidas se lo tragaron para siempre.

Felix, del que emana la mayor parte de la fuerza de la imagen y cuya mirada parece intuir que le están grabando, no estaba allí del todo por casualidad. Su madre, que trabajaba como limpiadora en el teatro, se había enterado de la grabación el día antes, y debido a los problemas económicos que atravesaba su familia, en gran parte causados por un marido alcohólico que se gastaba casi todo el dinero que llegaba a casa en vino, no se lo pensó dos veces. Aquello pareció ser una buena idea, porque Felix fue el único que tras la filmación participaría en alguna película más, aunque para su desgracia, su aspecto cambió radicalmente al cumplir los once años, dejándolo en tierra de nadie: era demasiado mayor para aparecer como un niño y demasiado pequeño para actuar de adolescente. 

Hasta entonces, había participado en seis películas, pero sin ningún papel que pudiera dar esperanzas de un futuro, prometedor o no, en el mundo de la cinematografía. A pesar de los esfuerzos de su madre, antes de cumplir los doce (1970) Felix ya trabajaba con su padre en la recogida de chatarra en las calles de Saint-Germain-en-Laye, hasta que a los diecinueve años, las circunstancias y una mujer embarazada de mellizos lo llevaron a él y a su padre a atracar la joyería de uno de los barrios pudientes de París. 

Felix recibió de un guarda de seguridad una bala que le perforó el estómago, y murió desangrado junto a la puerta del establecimiento antes de que llegara la ambulancia, por casualidades del destino a apenas un par de metros del cuerpo sin vida del productor Adrien Toussaint, que había sido en última instancia el autor indirecto de la escena de los títeres. Su padre murió en 1991 en una reyerta en la prisión de La Santé.

Tras eso, los servicios sociales se hicieron cargo de los mellizos. Uno de ellos, Laurent, se convirtió en el analista más joven de la política francesa, y jugó un papel decisivo en la elección de Jacques Chirac como Presidente de la República en 1995. Por su parte, Michel, escribió un libro narrando la historia de su hermano Didier, que consiguió el visto bueno de la crítica aunque no tuvo un gran éxito comercial. Ambos viven en París en la actualidad apartados de la vida pública.

Para la última entrada de esta serie sobre la película Los 400 golpes dejamos a Cloé Le Brun, la única chica de los tres, con la que mi imaginación se ha portado algo mejor y que a diferencia de Didier y Felix, hoy en día sigue viva.

Les quatre cents coups - I

Fotograma de Les quatre cents coups (Los cuatrocientos golpes), François Truffaut.

Fotograma de Les quatre cents coups (Los cuatrocientos golpes), François Truffaut.

La imagen de arriba es un fotograma de la película Los 400 golpes, de François Truffaut (1959). Forma parte de una secuencia mayor, filmada durante una mañana de sábado en el teatro Lido de París, en la que algo más de un centenar de niños observan entusiasmados los movimientos y bromas de varias marionetas sobre un pequeño escenario improvisado, mientras la cámara recoge sus expresiones de diversión y sorpresa. Según se supo varios años más tarde, la escena no estaba prevista en el guion original, y Truffaut decidió incluirla cuando quedaban apenas dos meses para que la cinta se presentara en el Festival de Cannes. Al parecer, el germen de la idea fueron los gritos de alborozo que el director escuchó mientras mantenía una conversación telefónica con el productor Adrien Toussaint (que moriría años más tarde asesinado en el asalto frustrado a una joyería), cuya responsable era la hija menor de este, que acababa en ese momento de llegar del teatro. Intrigado por el escándalo al otro lado de la línea, Truffaut le preguntó a Toussaint la razón, y la respuesta dio lugar a la escena en cuestión. 

Aunque tomó la decisión de incluir la secuencia en ese mismo momento, se cuidó mucho de decírselo a Toussaint (si bien en una entrevista durante la promoción de la cinta en Cannes, este se atribuiría parte del mérito), a sabiendas de que el productor se habría negado en redondo. Por aquel entonces, la película estaba en la fase final del montaje y movilizar a los técnicos y el equipo de filmación de nuevo habría sido demasiado costoso, en un presupuesto que Truffaut había estirado varios cientos de miles de francos por encima de lo previsto. Pese a ello, más que el aspecto económico, pesaba la tensión que se había creado durante las últimas semanas entre el director y diversos productores, al negarse este a eliminar una de las escenas icónicas de la cinta y que incomodaba a los sectores más conservadores de la política francesa. El tira y afloja estaba alargando en exceso el proceso y ponía en riesgo la puesta de largo en Cannes. Truffaut temía, con bastante acierto, que el hecho de sugerir una nueva escena, incluso a cambio de sacrificar aquella que le pedían, fuese la gota que colmase el vaso, y provocase que lo apartaran definitivamente del montaje. 

La solución que escogió, probablemente la única que había para salvar la película, fue actuar a espaldas de los productores, consciente de que se estaba jugando su carrera profesional. La noche del miércoles previo a la grabación, reunió en su casa a su equipo de confianza y en una cena informal les contó la escena y algunas ideas vagas de cómo pensaba llevarla a cabo. Aunque varias personas mostraron reticencias por las repercusiones que aquel acto de rebeldía podría suponer para sus carreras profesionales en el futuro, Madeleine Morgenstern (la mujer de Truffaut) salvó la iniciativa proponiendo mantener a los miembros de aquella reunión en secreto, y esa misma noche se concretaron todos los detalles. A pesar de lo inverosímil que pueda parecer y las múltiples listas de posibles asistentes, nunca se han conocido las identidades de los conspiradores.

El papel de Morgenstern fue mucho más que hacer de anfitriona en dicha reunión. De hecho, ese sábado fue ella quien dirigió y coordinó la grabación de la escena de las marionetas en el teatro Lido de París, en una sola toma y de manera totalmente improvisada; no había guion, ni actores profesionales, ni maquillaje, ni vestuario. Los niños se sentaron donde quisieron y ninguno sabía que le estaban filmando, aunque para ahorrarse complicaciones, sí obtuvieron la aprobación escrita de los progenitores de al menos, todos aquellos menores cuyas caras se reconocen en algún plano, junto con un compromiso de confidencialidad que finalizaba veinticuatro horas después de la proyección oficial. Pese a que en el filme apenas aparece un fragmento, la obra infantil que se representó fue un viejo relato de la propia Madeleine titulado "Le petit arbre vert".

Tras la grabación, a Truffaut no le costó convencer al montador Jean Bonnet, que se enamoró al instante de la escena del teatro, y que a partir de Los 400 golpes trabajaría de manera exclusiva con Truffaut. Durante tres intensas semanas, los tres: Morgenstern, Truffaut y Bonnet trabajaron en secreto con dos versiones de Los 400 golpes. Por un lado, la versión díscola, en la que no solo aparecía la escena nueva del teatro, sino también la que los productores querían eliminar y tres más sobre las que Truffaut había acabado cediendo y que habían sido amputadas. Por otro lado, la versión aprobada, que no contenía ninguna de dichas secuencias y en la que Truffaut había fingido aceptar las presiones recibidas. Las dos versiones existieron hasta minutos antes de la proyección en Cannes.

Nadie sabe cómo, pero Truffaut se las ingenió para sustituir la versión "oficial" por la suya, que fue la que se acabó proyectando. Es probable que de nuevo, el mérito le corresponda a Morgenstern, una mujer muy apreciada en el sector por sus reivindicaciones laborales, y que tenía una extensa red de contactos en el ámbito cultural, no solo francés, sino también español e italiano. Aunque Truffaut insistió en incluir a Madeleine Morgenstern como codirectora, y de hecho la menciona frecuentemente en varias entrevistas, ella se negó en redondo a figurar con su nombre, quitándole importancia a su autoría en una de las escenas más recordadas de la película y casi se diría que del cine francés.

Para evitar que tras la proyección los productores impusieran su criterio y distribuyesen la versión "recortada" en lugar de la completa, Bonnet se aseguró de eliminar todas las copias que existían de esta. Lo más probable es que la cara de Toussaint y sus colegas en la oscuridad de la sala el día de la inauguración de Los 400 golpes en Cannes fuese un poema. Lo peor no es que hubiese una nueva escena no aprobada, lo que al fin y al cabo visto en perspectiva no tenía mayor importancia, sino que Truffaut había recuperado todas las demás. 

La larga ovación que la cinta recibió al aparecer los títulos de crédito y las excelentes críticas de la prensa especializada que obtuvo a la salida persuadieron a los productores de abrir la boca, a pesar de la cara de perro que mostraban cuando se encendieron las luces. Probablemente, ninguno quiso arriesgarse a ser acusado de echar a perder lo que tenía pinta de convertirse en una de las obras maestras de la cinematografía francesa. 

El próximo día hablaremos de tres de los protagonistas de la escena de los títeres: Cloé Le Brun, Felix Moreau y Didier Faure-Baud, cuya historia, tan inventada como los nombres y el texto que acaba de leer, no es menos sorprendente.

* * *

Si te apetece, puedes leer la segunda parte de esta entrada.

Whiplash

Ha vuelto a pasar. Y es que hay algunos colectivos a los que les cuesta especialmente distinguir entre la realidad y la ficción; quizá sea por lo poco acostumbrados que están a verse reflejados en películas.

Ayer por la tarde estuve viendo Whiplash, y no disiento en absoluto de la (mayoría de la) crítica cinematográfica que había leído hasta la fecha. Es cierto que no tiene el espíritu atormentado que transmite Birdman, pero eso no implica que sea peor (hay un detalle de Birdman que en mi opinión destroza la película, y lo voy a dejar ahí). La película es espectacular y magnífica y atrapa desde el principio.

Sin embargo, tenía curiosidad por ver que le parecía a la crítica musical y a los músicos profesionales (incluyendo profesores de academias de música), así que me puse a buscar y como era de esperar no les ha gustado nada. Nada de nada. Prácticamente lo mismo que pasó hace unos años con En tierra hostil de Kathryn Bigelow. En aquella ocasión los artificieros salieron a la palestra quejándose, para aclarar, por si había alguna duda, de que ellos no actuaban de la manera temerosa y casi suicida que se muestra en la película y que la visión que se daba de su profesión era irreal y bla bla bla.

Está claro que cada cual tiene derecho a expresar su opinión, pero no recuerdo haber leído en ningún lugar que Damien Chazelle dijese haber pretendido hacer una obra intimista y fiel del jazz. ¿Que no es como se muestra en la película? Tampoco lo es la seguridad informática y me atrevo a aventurar que lo mismo sucede con la investigación forense, la biología, la profesión de escritor, las matemáticas, el cine, el deporte... bueno, en general una buena parte de lo que se ve en las pantallas. Por no hablar de las 'licencias' y omisiones históricas y culturales que con demasiada frecuencia se ven en el cine (y que sólo reconocen los afectados por la incorrección/salvajada de turno, como ubicar las fallas en Sevilla).

¿Es eso un problema? Hasta cierto punto. Si eres tan idiota como para creerte todo lo que ves en pantalla, sí. Pero el problema en tal caso lo tienes tú. ¿Que sería deseable una mayor cuota de realismo? Es posible, pero aun así no estoy seguro de que la realidad pueda llevarse a la ficción siempre de una manera interesante para todos los públicos.

Volvamos. Es cierto, podría haberse hecho una película más fiel a la realidad; más cercana al mundo del jazz, de la música, más fiel con el esfuerzo personal y la superación, pero entonces no sería Whiplash. Sería otra cosa.

¿Limita el disfrute de ver Una mente maravillosa el hecho de que las alucinaciones de la esquizofrenia no sean como se muestran en la película? No. Probablemente si el director hubiese buscado realismo, se habría perdido gran parte del impacto. Pues aquí pasa lo mismo. No me cabe duda de que el jazz es infinitamente más grande que lo que aparece en pantalla. Pero, en definitiva, ¿a quién coño le importa la realidad? Es ficción, idiota.

Notas cinematográficas

Vamos hoy con unas cuantas notas cinematográficas, tal y como indica el título. La primera es sobre la película La otra hija, una especie de abominable mix entre Señales y la novela de Stephen King Tommyknockers, que pude ver en pre-estreno gracias a una invitación de mi querida hermana. Si olvido el coste de la gasolina empleada en el desplazamiento, el gasto en palomitas y bebida, y las casi dos horas perdidas, casi no me duele. Cuando uno lee "Kevin Costner" en el reparto, tiende a pensar de manera automática en que la película puede valer la pena. Ese pensamiento dura hasta el momento en que reflexionas sobre la filmografía de este individuo; donde aparte de Bailando con Lobos, no tiene gran cosa. Resumiendo, no vayan a verla a menos que les paguen. Y en ese caso, piensen si tienen algo mejor que hacer.

Pasamos a la parte positiva. El sábado por la tarde estuvimos viendo El concierto, una más que agradable comedia de Radu Mihaileanu, coproducción de Francia, Italia, Rumanía y Bélgica, sobre un director relegado de su puesto por motivos políticos, que debe reunir a viejos músicos para dar un concierto en París. La verdad es que —sin que hubiera una razón para ello— no albergaba demasiadas esperanzas sobre esta película, que llevaba algún tiempo olvidada en el disco duro, hasta que nos decidimos a recuperarla. La película no tiene mayores pretensiones que ofrecer un rato de entretenimiento, con un trasfondo cómico y sentimental a partes iguales, algo que consigue sin complicarse demasiado la vida. En definitiva, no se trata de una obra maestra, pero se coloca sin dificultad por encima de la mayor parte de las películas que puedan ustedes ver.

Por último, el domingo continuamos la sesión con El Aura, del incombustible y omnipresente Ricardo Darín. A diferencia de Kevin Costner, puedo decir que no recuerdo haber visto una película de este actor que al acabar haya pensado que había perdido el tiempo; tampoco es que haya visto muchas, pero dado que gran parte de la cinematografía argentina de ámbito "público" que nos llega tiene a Ricardo Darín entre sus filas, he visto unas cuantas. El Aura es una película de cine negro, sencilla, sobria y con interpretaciones más que correctas. Si fuese una película americana, estaría llena de persecuciones, tiros y estrés, pero no es el caso, sino más bien todo lo contrario. Sin llegar a la lentitud, se toma las cosas con calma y le dedica a cada momento los minutos y segundos que requiere. Tampoco esta es una obra maestra, pero merece mucho la pena verla.

Se veía venir...

Después de ver tanto Avatar como En tierra hostil, me resulta difícil comprender la duda que ha existido en la prensa sobre quién podría llevarse el premio a la mejor película y mejor director, aunque bien es cierto que la Academia a veces es imprevisible y tiene sus propios tejemanejes y es posible que por ahí fuesen los tiros.

Quizá En tierra hostil no sea todo lo alternativa que se quiere vender en el sentido de cultura alternativa (diez millones la hacen independiente comparada con los presupuestos de las grandes productoras, y desde luego con Avatar, pero no alternativa), a la vista de algunos clichés pro-americanos y cierta parcialidad patriótica, pero desde luego, es una película muy superior a la de los lagartos humanoides de Pandora. Que la calidad técnica de esta última es impecable, no hay ninguna duda; que visualmente es una película impresionante, con o sin 3D, tampoco, pero poco más; el guión, el desarrollo y profundidad de la historia y la caracterización de los personajes no puede ser más convencional y típica: malos muy malos, buenos muy buenos, el héroe, la chica, etc. Nada nuevo bajo el sol. Aunque no hay que quitarle mérito a la película de Cameron, creo que ésta se ha alimentado de una fantástica campaña de marketing, de ser la película comercial que apuesta definitivamente por el 3D, y de la fama previa que acumulaba su director, así como de su silencio estos años.

¡Es Hollywood, idiota!

Leía hace un rato que "a los miembros del cuerpo de artificieros y especialmente a aquellos que se encuentran trabajando en Irak" [ElPaís.com] no les ha gustado nada, pero nada nada, la película de Kathryn Bigelow En tierra hostil, porque no refleja la realidad de esta profesión. A mí, francamente, la película me encantó y lo que digan los artificieros de verdad me trae sin cuidado.

Dejando aparte la crítica cinematográfica, no estoy muy seguro de entender cuál es el sentido detrás de estas quejas; parece como si el cuerpo de artificieros viviese ajeno a la realidad. Por supuesto que ejercer esa profesión, y más en Irak donde las cosas eran, son y tienen visos de continuar siendo cualquier cosa menos fáciles por decirlo suavemente, no es algo baladí. Bien, ¿y? Protestar porque una película de ficción no dé una visión real de las cosas es un indicio de haber estado viviendo en Saturno los últimos cincuenta años.

Hollywood está cansada de utilizar tópicos y obviar la investigación más básica para hablar de los países europeos (MI-2: las fallas en Sevilla, ahí es nada), de manipular la Historia y la política mundial a su antojo para que coincidan con los valores patrióticos estadounidenses o el argumento que el guionista tenía en la cabeza, y de simplificar cualquier profesión al máximo para que parezca mínimamente interesante. Sin duda, médicos, abogados, físicos, profesores y una lista interminable de profesionales podrían exponer las mismas críticas realizadas por el cuerpo de artificieros sobre la visión que Hollywood da de su trabajo.

Y por supuesto, unos de los que más podemos quejarnos dada la estupenda simplicidad de cualquier programa o sistema que aparece en pantalla, somos adivinen quiénes: ¡los informáticos!

Explicaciones

Hace ya unas semanas escribí sobre el tema del doblaje, y en ese post (que quizá cuando lean esto ya no esté disponible en el blog, aunque sí en su lector RSS preferido) tuve la osadía de meterme con aquellos que se muestran absoluta e incondicionalmente en contra del doblaje. Uno de ellos era Joan Planas, quien, a pesar de que no estaba referenciado vía hiperenlace, llegó a parar a este triste y cada día más abandonado blog (Technorati, que es muy listo), leyó lo que escribí y me mandó un correo.

Su escritura me sigue pareciendo odiosa, y ajena a las reglas de puntuación más básicas, pero para que no se diga que les oculto información, aquí tienen su blog si se quieren formar una opinión propia. En cualquier caso, no voy a entrar a valorar lo que me comenta en su e-mail; no tengo ganas ni tiempo de entrar en debates estériles que previsiblemente no nos llevarán a ninguno de los dos a cambiar de opinión; al fin y al cabo, yo estoy más cerca de Weber que de Habermas y la experiencia me ha demostrado que la realidad también.

A lo que venía es que dice Joan que no le doy derecho a defenderse, y en eso tiene su parte de razón. Claro que este no sería el lugar más apropiado, porque él ya tiene un blog, pero bueno, lo cierto es que hace ya unas cuantas semanas que eliminé de este blog el acceso a los archivos históricos, y en lo que a esta entrada concierne, la posibilidad de dejar comentarios (y por tanto, de rebatir mis opiniones, aunque no suele ser habitual que critique a alguien directamente), todo ello sin dar absolutamente ninguna explicación.

En realidad, es muy sencillo: la posibilidad de que alguien dejase un comentario me obligaba a visitar de manera regular el blog, y responder cuando fuese el caso. Al mismo tiempo, el hecho de que los hubiese evidenciaba la presencia de lectores, lo que me obligaba a mantener un ritmo constante (a veces, incluso demasiado) de publicación que en ocasiones me sobrepasaba. En definitiva, convertía algo que debía ser un placer en un deber, lo que me generaba ansiedad y una cierta obsesión, aunque de poca intensidad.

Y esa es la razón de que no puedan ustedes dejar comentarios; quiero poder escribir sin pensar si alguien está "esperando" que lo haga, y desde el otro punto de vista, poder dejar el blog dos semanas quieto sin que ello me produzca la menor inquietud. Parece razonable, ¿no? Ni que decir tiene, claro que sí, que pueden mandarme un e-mail siempre que lo deseen. Estaré encantado de recibirlos.

Doblaje y snobismo

Hace ya unas cuantas semanas leía en el blog de Hernan Casciari en ElPaís.com, Espoiler, una defensa a ultranza de los subtítulos, o mejor dicho, un ataque en toda regla contra el doblaje al castellano de series y películas anglosajonas (aunque imagino que el argumento es extensible a cualquier nacionalidad). La entrada es esta. Lo cierto es que lee uno la entrada y el número de defensores de la versión original subtitulada es apabullante. Hasta hay alguno que además de decir que no sabe demasiado inglés, apuesta por la versión original, sin subtítulos, antes que doblada. Toma ya. Aunque no entienda ni papa. Jódete Mariano.

Empecemos por el principio: por las series en versión original sin subtitular; tal y como las ven al otro lado del charco. Estarán al tanto de que en este país al menos, la mayor parte de la gente tiene un nivel de inglés cuanto menos discutible (utilizar las películas como vehículo de enseñanza del idioma anglosajón es otro tema). Y de aquellos que tienen un nivel "decente" de inglés, bastantes serían incapaces de entender una parte significativa de las películas y series en versión original; una cosa es chapurrear cuatro frases con otros europeos, y otra cosa entender a un nativo americano; están los chistes, las jergas, las ironías, y sobre todo, los acentos y voces de los personajes (que viene a ser el principal argumento de los no-dobladores). En definitiva, si no hablan despacio y vocalizando, a muchos afroamericanos simplemente no les entiendes. Justo lo mismo que los escoceses, pero esos da igual cómo hablen: no hay manera de entenderlos. He vivido en Atlanta y créanme que hay gente que a veces es como si hablasen otro idioma; de hecho, a mi me da que lo hablan.

Pasemos al subtitulado. Para todo aquel que sepa algo de inglés, es obvio que en no pocas ocasiones el subtítulo no recoge todo lo que dice el personaje, sino tan sólo lo básico: lo que cabe en dos líneas, por una simple restricción de tiempo y espacio. Y no quiero decir nada de cuando hablan varias personas a la vez o se trata de una conversación rápida. Tampoco dejemos de lado el perjuicio hacia la fotografía de la serie/película o el hecho de que los subtítulos que uno puede encontrar no son habitualmente elaborados por profesionales sino por aficionados, cuyas traducciones dejan a veces mucho que desear. Entiendo que haya gente que prefiera subtítulos, pero que alguien haya dejado de ver una película o una serie (Dexter parece ser el paradigma de la queja en este aspecto) porque no le gusta una voz, me parece de lo más ridículo. O si quieren, de lo más snob, que viene a ser "pijo" en castellano. O de lo más chorra.

Dice Hernán en su última entrada que hasta ahora no había visto The Sarah Silverman Program porque no había encontrado subtítulos para dicha serie, y que ahora que la ve doblada, "es imposible reírse, a causa del dolor de oídos que provocan las palabras tíos, guay, chachi, etcétera, en un contexto de judíos de Nueva York". Hernán no sabe inglés, tal y como ha admitido más de una vez; me gustaría ver qué aportan un montón de voces por lo general incomprensibles a la gracia de una serie. Pide por ello una versíón original subtitulada, a lo que yo me pregunto: ¿la V.O.S. no incluirá las palabras anteriores? Si no lo hace, ¿cuáles incluirá? Y si lo hace, ¿son más tolerables por estar escritas y no ser habladas? (claro que en este caso particular y para esas palabras, todo el mundo sabe, qué significa cool o guy).

Joan Planas —no pongo el enlace porque su escritura parece aborrecer los puntos y me disgusta profundamente— argumenta que el doblaje modifica la obra original, en lo que estoy de acuerdo. Claro que sí, pero una pintura y una película o un libro no son equivalentes; simplemente, no se trata de lo mismo. Porque básicamente lo mismo que el doblaje hace la traducción de un libro, y seguramente él no lee libros en inglés. Por no mencionar que no estamos hablando de inglés académico, al que muchos estamos acostumbrados por literatura técnica o "para todos los públicos"; existe una diferencia evidente y muy notable entre el vocabulario de una simple novela de bolsillo y el de un libro universitario. Deberían ustedes hacer la prueba, y verían las evidentes lagunas de vocabulario y expresiones que tienen.

No negaré que ambas cosas tienen sus ventajas. Yo personalmente sé el suficiente inglés para reconocer cuándo un subtítulo se está comiendo una frase, pero no para entender un chiste o jerga específica (¿cuál es el término inglés para "maromo"? ¿Y para "madero"? ¿cuántas formas de decir "cagar" o "pene" conocen en castellano? ¿Y en inglés?), por mucho que a Hernán un doblaje le produzca urticaria. Si no tengo una serie o película doblada, la veo subtitulada. En caso contrario, la veo doblada. Creo que el tema no es tan grave, sino que es simplemente mucho ruido y pocas nueces. Sólo hay, para acabar, una excepción a todo lo que he dicho, y es básicamente porque las conversaciones son lo de menos. Esa excepción, como imaginarán, es el porno.

¿Cuál sino?

Che, El Argentino

La semana pasada, tras algunos meses de ausencia, fuimos al cine a ver Che El Argentino, protagonizada por Benicio Del Toro, dirigida por Steven Soderbergh y precedida, como se habrán dado cuenta, por un impresionante despliegue publicitario. En general las críticas que había oído y/o recibido eran bastante buenas, lo que nos hizo animarnos a verla, aunque una vez vista, discrepo profundamente de ellas.

Mi impresión tras ver la película es que la gran parte del mérito de ésta recae en el parecido físico que existe entre el protagonista y el Che Guevara, sin dejar de lado no obstante una impecable interpretación por parte de Benicio Del Toro, y el papelón que hace Demian Bichir como Fidel Castro, en algunos momentos realmente memorable. Esos son, a mi parecer, los principales y únicos elementos a destacar de la película, y no porque sea mala (ya que técnicamente no lo es), sino porque es fría como un témpano; es lo más parecido a un documental sobre los inicios de la revolución castrista. No ahonda, como sería de esperar dado su título, en las motivaciones y personalidad del Che, sino que se queda muy en la superficie y pasa de largo, como si no fuese con ella. Por el deseo del director de mantenerse alejado de posicionamientos políticos y adoptar un planteamiento neutro, la película adquiere desde el principio un (erróneo) tono aséptico que la hace fracasar, la vacía de contenido, y arranca de raíz cualquier emoción que los fundamentos ideológicos de la revolución castrista o la figura del protagonista pudieran despertar en el espectador. El Che es un guerrillero más en una guerra de guerrillas, y eso es todo lo que hay.

En definitiva, tanto la acción que se desenvuelve en película como el personaje del Che resultan en todo momento muy distantes, y cuando sales del cine, no queda nada más que un ¿Vale, y? Soderbergh no se moja, y como consecuencia de ello, la película no transmite nada, no deja nada en el espectador; quizá debería haber optado por hacer algo más sencillo y que careciese de planteamientos políticos de fondo, si lo que pretendía era no entrar en ellos. Mi recomendación, obviamente, es que prescindan de verla, y más al precio que está el cine.

Catorce de julio

Querido diario, Hoy me he levantado hecho una auténtica mierda, por decirlo pronto y claro. El pasado viernes me quedé dormido en el sofá sin camiseta, y en el tránsito a la cama me olvidé ponérmela; el ventilador enchufado toda la noche hizo el resto, y así estoy desde entonces, mucho me temo que en proceso de incubación de vayan ustedes a saber qué; y me siento como un protagonista de Alien al decir eso. Aún no tengo el "alivio sintomático" que anuncia el Frenadol, pero espero que falte poco para ello, porque tras tres cuatro cafés en tres horas sigo estando agilipollado, y lo que me queda. Y sigo teniendo calor. Me muero de calor.

En otro orden de cosas, estos días no han sido especialmente interesantes. En el ámbito público, no falta el trabajo. En el privado, en esa parte que es publicable, duermo mal, tengo calor, sudo, y ahora además toso y no me aparto de los Kleenex, "Pañuelos con loción · 4 capas · extra suaves", para ustedes. Ayer estuve viendo La Guerra de Charlie Wilson, lo que viene a ser una estupenda narración del quién y cómo dió los medios al fenómeno del terrorismo internacional de Bin Laden; les recomiendo que no se la pierdan. Como decían por ahí muy acertadamente, Cría cuervos y te sacarán los ojos.

Hace unos días salió en televisión que tres chavales, uno de los cuales se acababa de sacar el carnet, se habían matado en una curva, al parecer por un exceso de velocidad; las fotos de los fallecidos que aparecieron en televisión hablaban bastante mal de ellos, aunque esté mal juzgarlos una vez muertos. La cuestión es que todos los fines de semana hay accidentes en los que gilipollas que vuelven de fiesta borrachos, drogados y pensando que son Emerson Fittipaldi se matan contra un camión, contra un autobús, o se empotran contra un turismo que ni pincha ni corta, matando a gente que simplemente estuvo en el momento equivocado en el lugar equivocado. Por ese tipo de cosas, la muerte de este tipo de personas no me da pena; más bien al contrario, es una suerte que encontrasen antes una curva que mi coche o el de cualquier otro, y perdónenme la crudeza del argumento.

Nada más. Intento sobrevivir, pero mis dedos no responden. Ya hablaremos, y no se olviden de la película; es entretenida, informativa y les gustará.

Hasta luego, querido diario.

Inland Empire

Ayer por la tarde, motivado por la crítica de un sujeto que sin duda alguna estaba bajo el efecto de las drogas, mi señora y yo nos tumbamos en el sofá a ver Inland Empire, de David Lynch (autor también de la recomendada El hombre elefante). Anteriormente, ya había intentado ver la, a decir por los comentarios, críptica Mulholland Drive, sin éxito como pueden imaginar, por lo que mi actitud ante la película era más escéptica que otra cosa. Diciéndolo de otra forma, pajas mentales no, gracias.

Admito que durante los dos primeros minutos aproximadamente (quizá fuese algo menos) permanecí optimista; tenía buena pinta, o al menos no demasiado mala: se dejaba ver, que no es poco. Después, durante los interminables ochenta y ocho minutos que les siguieron, estuve (estuvimos) buscando el sentido a una cinta cuya duración total es de tres horas, con la vaga esperanza de que al final del túnel hubiese alguna tenue luz, o se insinuase alguna forma de encajar las piezas del puzzle; algo que haces hasta que te das cuenta de que no hay túnel ni nada, sino que estás encerrado en una habitación a oscuras, ni tampoco hay puzzle sino un montón de escombros sin nada que ver entre sí. Y entonces pasa lo que tiene que pasar: que uno se cansa de esperar, se harta de tanta intelectualidad chorra tanta gilipollez y tanto experimento visual, decide que ya basta de perder el tiempo, y apaga el DVD.

Puedo admitir que hay películas que a mí no me gustan por su excesivo intelectualismo, pero que tienen cierto trasfondo de algún tipo. Por poner un ejemplo, Cache de Haneke me parece, como producto de entretenimiento, una auténtica basura. Como análisis social, filosófico o psicológico, quizá tenga más sentido, pero a menudo, llegar a ese nivel en una cinta cinematográfica supera con creces mi capacidad de sufrimiento y voluntad, aunque entiendo que alguien pueda tener ganas de llegar a eso, o simplemente, querer decir que ha llegado a eso por razones que no vienen al caso. También hay que ser capaz de distinguir los infinitos matices que hay entre la simplicidad idiota de Spiderman 3 y la complejidad incomprensible de Inland Empire, y no polarizar en exceso el asunto, como algunos hacen.

Y bueno. No voy a argumentar más, porque para qué; seguro que a alguno de ustedes le parece la obra maestra de un genio en estado de gracia y una de las mayores películas de la historia del cine, como he leído por ahí, pero para mí, mente obtusa donde las haya y para algunomás, esta película es una auténtica tomadura de pelo donde el director no sabe no tiene ni puta idea de lo que hace.

Resumiendo: no pierdan el tiempo. Hay cosas mucho mejores que ver y que hacer.

Nunca vi una TOTALIDAD. Sólo vi hoyos. Un montón de ellos. HOYOS. Pero eso no me preocupaba. Se me ocurría una idea para una escena y entonces la filmaba. Se me ocurría otra, y la filmaba. Ni siquiera sabía cómo podían relacionarse entre sí.
-- David Lynch

Precisamente. Hoyos, eso es lo que hay. Un montón de hoyos. No te jode...

No es país para viejos

Recordarán que la semana pasada les dije que tenía intención de ir a ver No es país para viejos. Por suerte, y eso debería adelantarles mi impresión de lo que vi, fui. Sin duda todos han oído hablar de la película, básicamente porque sale Javier Bardem y eso ha provocado que la publicidad gratuita (¿?) a base de telediarios, entrevistas y programas varios haya sido considerable. En cualquier caso, al César lo que es del César: en mi opinión (típica coletilla absurda, ¿de quién va a ser si esto lo escribo yo?) Bardem hace un papelón. Que otros actores podrían haber dado la talla al mismo nivel, como he leído en algún blog, pues sí, pero igual que en tantas otras películas, y con tantos otros actores, así que para qué especular.

Tranquilos, no les voy a desvelar nada del argumento. Sólo diré que la película me gustó mucho, y aunque no llega al nivel de molestia de "lanza clavada en un costado" que tienes mientras estás leyendo el libro, sí que tiene "algo" que incomoda pero que no soy capaz de identificar; quizá la dirección de los hermanos Coen, la historia en sí o la forma de narrarla. En cualquier caso, esa piedra en el zapato, lejos de suponer un problema, es lo que la saca del convencionalismo y la mete en la diferencia, haciéndola interesante y lo buena que es, aunque más de uno acabe discrepando con mi opinión tras su visionado. Ya me dirán.

En definitiva, una película más que recomendable. Y nada más por el momento, así que ya ven que mierda de entrada. Luego si tengo un rato, les cuento sobre mi afición a la controversia, por decirlo de alguna forma, y la diversión que sin saberlo me está proporcionando un idiota que se empeña en querer molestar (no, chico, no, todo lo contrario).

El Hombre Elefante

El pasado domingo estuve de sesión cinematográfica tirado en el sofá, viendo El hombre elefante, de David Lynch, y El ultimátum de Bourne, la última película de una trilogía que personalmente me encanta; no sólo por el realismo de las escenas de acción (o esa impresión me generan, ni que viese a agentes secretos metiéndose galletas a diario) a pesar de lo inverosímiles que resultan muchas de ellas, sino porque nunca sabes cómo va a salir de los marrones en los que acostumbra a meterse, pero la cuestión es que sale.

Dejando eso aparte, en realidad, y como pueden ver por la imagen de la izquierda, esta entrada iba a propósito de la primera película, con John Hurt y Anthony Hopkins. Aunque la había visto antes, hacía tantos años que no recordaba lo buena que es. En la Wikipedia, de donde por cierto está sacada la fotografía, pueden leer la historia del protagonista, ya que se trata de un hecho real.

Si no la han visto, alquílenla, cómprenla o bájenla de Internet. Les aseguro que vale la pena.

(Ahora saldrá el típico listillo capullo diciendo que si no puedo recomendar algo que no haya visto todo el mundo. Pues no, no puedo.)

Los crímenes de Oxford

(Si están decididos a ir a ver Los crímenes de Oxford y no quieren conocer mi opinión sobre ella, lean sólo el primer párrafo: hasta el primer guion. Si desean saber mi opinión pero no puntos clave de la historia, pueden seguir leyendo hasta el segundo guion. Y si no tienen intención de ir a verla, adelante, es todo suyo.)

Hace unas semanas ví una película titulada Idiocracia. Básicamente, su argumento se basa en dos personas de inteligencia mediocre (ni mucha, ni poca) que son escogidos para un experimento militar que pretende congelarlos durante un año y descongelarlos tras ese periodo. Por cosas que no vienen al caso, los sujetos del experimento despiertan quinientos años después, descubriendo que son los dos sujetos más inteligentes de la tierra, cuya gente ha derivado hacia un estado de estupidez extrema. No voy a decirles que es una gran cinta, pero tiene algunas escenas divertidas si se quieren reir. Lo mejor de todo es que, aunque la sátira social no parece haber sido el motor de la película, cuestión a la que podían haberle sacado mucho más jugo, encuentra uno a diario razones para pensar que el futuro, ese que espero no tener que ver, derivará más hacia algo parecido a lo que se ve en la película que hacia una sociedad culta, racional, democrática y que vive en armonía. Vamos, y no se lo tomen a mal, que no sé si seré yo que lo veo todo con malos ojos, pero es que últimamente —ese últimamente llega muy lejos atrás en el tiempo— me da la extraña sensación de que este mundo de salsa rosa está cada vez más lleno de idiotas profundos, y donde el culto al cuerpo es mucho más importante que el desarrollo intelectual. Teoría respaldada hace tan sólo unos minutos al ver un cartel de discoteca que rezaba "asta las ocho abierto". Me he sentido tentado a inmortalizar tal aberración, pero para qué.

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Bien. El pasado martes fuímos a ver Los crímenes de Oxford, y era de esto de lo que venía a hablar en realidad. El párrafo de arriba venía motivado por el encuentro automovilístico con un primate, y dejémoslo ahí. Además, servirá de entretenimiento para aquellos infelices que estén ilusionados con ver —y peor aún, disfrutar de— la película de Alex de la Iglesia; yo lo estaba, hasta media hora antes de la entrada a la sala; una pena que no hiciese caso a mi intuición. Queda patente por tanto que la película me desagradó enormemente, y esa es la forma fina que tengo de decirles que la película es mala, mala. Vale, quizá yo entré con las expectativas muy altas, y quizá no sea tan horrible, pero si soy sincero, me pareció bastante mala o incluso muy mala, así que les recomiendo que no vayan a verla. Por eso, y porque después de que yo se la destripe, tampoco tendrá mucho sentido gastar su dinero y su tiempo en algo que ya conocen; no es que vaya a contarles el argumento, pero seguramente les daré claves que no deberían conocer. En conjunto, la película parece una producción americana de misterio para adolescentes, en lugar de algo serio, que es lo que yo esperaba (y deseaba) encontrar. Y ahora, los que aún tengan intención de verla, dejen de leer y vuelvan cuando la hayan visto. El resto, sigan.

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No se me da bien hacer críticas estructuradas, así que no lo voy a intentar, sino que empezaré por lo mejor y más prescindible de todo: Leonor Watling y sus tetas (que coño, parecen reales). Aunque he de admitir que a esta chica la tengo bastante atragantada como cantante y actriz, no hace falta ser muy observador ni dejarse llevar por la subjetividad para darse cuenta de que su presencia en la película está de más; que no aporta más que el rollito (poco creíble) con Elijah Wood, y alguna escena donde enseña el culo y los pechos; exhibirse es su única función, ya que tampoco adquiere en ningún momento el carácter de sospechosa. Verán que he dicho que el affaire con Elijah Wood es poco creíble, y esa es la tónica en toda la película, cuando se analizan las relaciones entre los personajes. No es sólo que aparte de los protagonistas no parezca haber nadie más en Oxford, sino que entre ellos todo pasa *demasiado* deprisa; las conversaciones son irreales, y los unos y los otros mantienen unos contactos iniciales que parece que se conozcan de toda la vida. Esto incluye que ellas parezcan ansiosas en tirarse a los pies de Frodo sin apenas haber cruzado dos frases, algo que, teniendo en cuenta que este chico no es precisamente un playboy, no aporta precisamente credibilidad.

Otro problema es ese aura de pseudo-matemáticas que envuelve todo el argumento. Y es un problema porque está mal desenvuelta (el aura); en lugar de desvelar poco a poco y de forma inteligente cuestiones matemáticas o enigmas que pueden ser perfectamente indescifrables en un primer momento al público en general, se opta por una opción mucho más sencilla: que parezca que hay matemáticas, sin haberlas. Porque no hay en la hora y pico que dura nada que sugiera que las matemáticas tienen algo que ver con los crímenes, a pesar de los nombres de matemáticos, terminología matemática barata entre los protagonistas (yo no soy del gremio, y para que yo me de cuenta...), y medio minuto de demostración en pizarra que no pinta nada. A todo lo que ya se ha dicho se pueden sumar aún un par de cosas. Por una parte, hay varios personajes excesivamente estereotipados (si te pasas te lo pierdes), como el inspector de policía que no sólo no parece no enterarse de nada sino que roza la inteligencia límite, o el alumno y compañero de despacho de Wood que está medio ido. Y por otra, un argumento enrevesado y demasiado complicado que no te mete en la película, y mucho menos te invita a intentar descubrir quién es el asesino y porqué; algo terrible en cualquier obra de misterio que se precie.

En definitiva, que en mi opinión —y a decir por las críticas que he leido, en la de muchas otras personas— la película es mala; bastante mala. Y no es sólo cosa de mis expectativas. Sin duda American Gangster habría sido sin duda una forma mucho mejor de gastar mi dinero, aunque ahora ya es tarde para eso.

Dos recomendaciones cinematográficas y una no recomendación

Hoy no les traigo tres recomendaciones como hice la última vez. Les traigo dos recomendaciones y una no recomendación, con las que probablemente alguno no estará de acuerdo. Es posible que alguien vuelva a decir que recomiende algo que «no haya visto todo dios», pero sin ánimo de ofender, ni este blog ni su autor son inmunes a la estupidez ajena, dejando aparte el hecho de que Michael Haneke no es desde luego lo que se dice un director de masas. Aclarado este pequeño punto, empecemos.

Michael Haneke, de quien ya les recomendé Funny Games, es un director al que le gusta jugar con el espectador. Confundir realidad y ficción, incomodar al espectador y manipularlo a su antojo, o hacer preguntas sin respuesta son algunas de sus formas de hacer cine. Y a mi me parece muy bien, y muy respetable, si no se pasa uno de listo. Porque con Caché, a pesar del premio a la mejor película y director en Cannes, le da a uno la sensación de ser un poco tonto, o no ser lo bastante gafapasta para entender dónde está la gracia, o dónde está el suspense en una película pretendidamente de suspense.

La película en cuestión gira en torno a un matrimonio francés que comienza a recibir cintas de vídeo en las que aparecen ellos entrando y saliendo de su casa, como si alguien estuviese vigilándolos. Sin desvelarles nada más del argumento y de lo que viene a continuación, una vez leídas varias críticas, lo que el director pretende con la película es destapar algunos de los episodios más sangrientos de la historia reciente de Francia, y la forma en que la sociedad francesa ha pasado sobre ellos evitando la reflexión y la culpa. Y aunque puede que, una vez asimilado ese contexto y ese mensaje, la película no sea tan falta de contenido como lo es mientras la ves, en mi opinión el señor Haneke se pasa uno, dos y tres pueblos. Planos fijos mantenidos durante mucho, demasiado tiempo, conversaciones y situaciones que parecen prescindibles y que en ocasiones resultan irreales, una lentitud en la narración que en ningún momento traslada al espectador el más mínimo atisbo de suspense o intriga —ni desgraciadamente ayuda a que éste se identifique con los personajes—, o la ausencia de un final (ni claro, ni insinuado), hacen que viendo esta obra maestra en opinión de algunos, te sientas como el niño del cuento El traje nuevo del Emperador. O como ya he dicho, te sientas no lo suficientemente gafapasta. Me alegro mucho de que a Haneke no le preocupe generar frustración, irritación o aburrimiento con sus películas, tal y como dice la Wikipedia, porque de lo contrario, este señor iba a tener mucho de lo que preocuparse.

Afortunadamente, a alguno le gustó tanto como a mí.

Dejando ya a Haneke y sus —perdonen la expresión— pajas mentales, y cuya película no recomiendo más que para que cada uno se forme su propia opinión, pasamos a las recomendaciones, con las que intentaré ser más breve, algo que no deja de ser paradójico y quizá incluso alguien podría considerar como un triunfo de Caché. Primero, Requiem por un sueño. Bien, esto es otra cosa, sí, desde luego. La película gira en torno a las historias de un chico adicto a la heroína (cuya novia es la guapísima Jennifer Connelly) y de su madre, adicta a las anfetaminas y obsesionada con adelgazar para asistir como concursante a un programa la televisión. Aunque la película, con un montaje innovador y una banda sonora que le ajusta como un guante, es difícil de digerir e incluso resulta desagradable por momentos debido a la crudeza de las situaciones, les recomiendo que si pueden, no se la pierdan. Vale la pena aunque luego —les advierto— a alguno les cueste dormir.

Por último, les dejo con una película que al parecer no tuvo demasiada repercusión en este país, a pesar de contar con Penélope Cruz como uno de los personajes. Alta Sociedad (Chromophobia), dirigida por Martha Fiennes (sí, hermana de Ralph y Joseph), se centra en las relaciones entre una familia londinense adinerada (a cuya esposa la interpreta, de nuevo, otra guapísima mujer, Kristin Scott Thomas), una prostituta y un periodista, y no les diré más. Personalmente, para que se hagan una idea de por dónde van los tiros, el argumento de la historia en sí me recuerda a La hoguera de las vanidades de Tom Wolfe (con película de Brian de Palma), y la estética, quizá por la abundancia de color blanco y la música de Beethoven presente en toda la cinta, a La naranja mecánica, aunque no me hagan demasiado caso en esto. Aunque encontrarán que el comienzo es algo extraño, y quizá tarde algo en arrancar, una vez en marcha y superada la primera impresión, la película acelera y se desarrolla perfectamente con unos personajes que están en todo momento a la altura. En definitiva, una película bastante o incluso muy recomendable.

Y eso es todo. Mañana más, a lo mejor.

Seduciendo a un extraño

El pasado fin de semana tuve la desgracia de ver una de las peores películas que recuerdo, y la peor desde hace bastante tiempo: Seduciendo a un extraño, con Halle Berry y Bruce Willis. Y lo peor es que ni siquiera la bajé de Internet, sino que la alquilé. Aunque no suelo hacer críticas de películas de DVD, esta se lo merece, porque ni siquiera la presencia de esta impresionante mujer en la pantalla compensa lo que se va a ver, y eso es mucho decir. Les advierto, antes de empezar, que si pretenden verla, cosa nada recomendable, no deberían seguir leyendo mucho más. Bueno, en cualquier caso, no deberían seguir leyendo, porque esta entrada va a ser larga y aburrida.

La historia de esta película comienza con una periodista que después de renunciar a su trabajo, se encuentra con una amiga que le cuenta que ha tenido un affair con un publicista reputado a quien ha amenazado con destapar la relación. Poco después la amiga aparece asesinada, y la periodista decide embarcarse por su cuenta (y la de un compañero) en la investigación del crimen. La película se desarrolla desde ese punto, que no es malo, como digo sin un mal desnudo de Halle Berry como recompensa en toda la película.

Pero empecemos con las pegas. El primero es el amiguito de la prota: un hacker omnipotente. Capaz de obtener datos de cualquier empresa, cambiarlos, acceder al correo ajeno, crear referencias laborales, y de todo tipo de actos posibles o imposibles, aparte de que por supuesto gran parte de sus diálogos están basados en la habitual jerga informática sí, tienen tal y cual sistema, pero no es problema. Claro que esto no deja de ser lo típico para un hacker de película; no hay más que ver la filmografía relacionada. Imagino que otras profesiones —se supone que el sujeto es informático o algo parecido— se verán escenificadas de forma igualmente ridícula. Si con esto no fuese suficiente, el chico está obsesionado con su amiga (algo completamente normal, visto lo visto), hasta el punto de tener una especie de maniquí-collage en la pared al estilo de cualquier psicópata de tres al cuarto, sin que esto, que tu mejor amigo tenga comportamientos ciertamente preocupantes, tenga ningún papel destacable en la película. Imagino que obedece al hecho de que ni el propio director sabía quién iba a ser el malo al final de la película: se rodaron tres finales diferentes. Bravo, Fernando.

El siguiente sujeto en la lista es Harrison Hill, dueño de una empresa de publicidad de Nueva York, gracias a la cual vemos por pantalla no sólo el logo de Sony Vaio en el portátil (un iMac suele ser lo habitual, pero asumo que siendo de Sony Entertainment la película, no era lógico hacerle propaganda a Apple), sino publicidad de Reebok, Heineken o Victoria's Secret. Aparte de que el personaje es cualquier cosa menos creíble, poco más se puede decir a favor o en contra, y eso es ya bastante.

Por último, está Halle Berry, cuyo personaje es complicado de explicar, y su "motivación" se va descubriendo a través de varios flashbacks indescifrables, en forma de pesadilla-me-despierto-sudando o frente al espejo (¿hay algo más típico?). En éstos, aparece ella de niña y un hombre que parece ser su padre o padrastro, quien presumiblemente abusa de ella. Una noche, su madre lo golpea y lo acaba matando, y entre las dos lo entierran en el jardín... mientras una niña mira por la ventana. Esta niña, cómo no, resulta ser la "amiga" asesinada del principio, quien según parece pasa toda su vida chantajeándole, lo cual conduce finalmente a que Halle Berry decida acabar con ella. Así pues, es realmente ella la que asesina a su amiga, y no el publicista Harrison Hill.

Si bien uno puede llegar a entender el móvil del asesinato de la "amiga", que le quiera cargar el muerto —nunca mejor dicho— a otra persona carece totalmente de sentido. Si la policía no tiene ninguna pista sobre su asesino, e incluso las pistas puestas en el cuerpo jamás les conducirían a ella, ¿para qué tomarse la molestia de joder al publicista? E incluso de ser así, parece claro que de hacerlo, uno debería ser lo suficientemente inteligente para "montarlo" todo poco antes del asesinato, y no después. Para rematar el despropósito en el que se mueve la cinta, su compañero, con quien ya no se lleva tan bien desde que descubre que fantasea con ella, y dejémoslo ahí, acaba descubriendo el "montaje", y también es asesinado en una de las últimas escenas de la película al pedir pago a su necesario silencio... mientras alguien observa la escena desde la ventana de enfrente. Una segunda parte no, por favor.

Háganme caso. No pierdan más tiempo que el que le han dedicado hasta ahora. Es *mala*.

Cuatro minutos

Después de pasar varias semanas sin pisar una sala de cine, algo inconcebible en mi hace poco más de un año, el sábado pasado me levanté de la mesa con la intención de pasar la tarde viendo Death Proof de Quentin Tarantino, y ante mi sorpresa mi partenaire accedió sin réplica. Pero eso fue hasta que leí media docena de críticas que no la ponían precisamente bien, y aunque intenté convencerme de continuar con la idea original usando la siempre cuestionable idea de que sobre gustos no hay nada escrito, la unanimidad en torno a la calidad de la película de Tarantino, a quien Cuatro le dedicaría un semi especial esa misma noche (Pulp Fiction + Jackie Brown), me provocó una profunda apatía y consiguió que abandonase completamente esa opción y comenzase a valorar diversas alternativas, entre ellas la de mandar a la mierda a la industria del celuloide, al menos durante ese fin de semana. Por si eso fuese poco y para mi desgracia, la segunda alternativa, Planet Terror, con mejores críticas, no estaba accesible en ningún horario deseado. Finalmente, El ultimatum de Bourne, la tercera de las opciones, no era del agrado de mi acompañante (léase mi novia), a pesar de tener bastantes buenas críticas.

Así que finalmente, y al borde del suicidio abandono ante tan desolador panorama, decidimos entrar en Cuatro minutos, gratamente impresionados por la película de la misma nacionalidad —alemana—que habíamos visto hace unas semanas, La vida de los otros, aunque sin saber prácticamente nada sobre ella. Desgraciadamente, eso acabó siendo un craso error y la materialización de ese refrán que habla de las brasas y la sartén, porque Cuatro minutos es decepcionante, aunque las expectativas no fuesen desde el principio como para tirar cohetes. Sospecho, sin temor a equivocarme, que esta película permanece en la cartelera gracias al tirón que su grandísima compatriota tuvo en los últimos meses, porque cualquier comparación entre ambas es pura coincidencia: La vida de los otros es una maravilla, mientras que Cuatro minutos es cuando menos prescindible.

No se preocupen, no se la voy a destripar. Sólo les diré que la película trata de la relación que hay entre una anciana profesora de piano y una joven reclusa condenada por asesinato, rebelde sin causa y con extraordinarias dotes para tocar el piano. En resumen, los problemas de la cinta son diversos, que pasan por la cuestionable interpretación de las protagonistas principales y la evidente falta de empatía que esto genera, un final completamente previsible a la Hollywood, o los excesos melodramáticos a menudo en forma de flashbacks. En definitiva, vayan a verla si quieren, pero al precio que está el cine, yo les recomiendo que dediquen su dinero a cosas mejores.

Serie B

Me pregunto si, en lugar de realizar tanto tributo a las películas de serie B, que no dudo de que hayan aportado grandes momentos a la historia del cine, y cuya tarea parece ser la fijación principal de Robert Rodríguez y en menor medida de Quentin Tarantino (quien creo, sin haber visto -todavía- Planet Terror, que cada día está más sobrevalorado y cuya calidad como director tiene una gran componente de marketing, más allá de las grandes bondades de Reservoir Dogs y Pulp Fiction), no sería también de desear que se hiciesen tributos a directores como Bergman, Fellini, o Kurosawa.

Claro que la respuesta a esa pregunta imaginaria estaria muy clara después de ver la película en cuestión: «Pues no, no era tan de desear»