Snowfall: una crítica

Releyendo, casi un año más tarde, la última entrada que escribí sobre las mascarillas, me doy cuenta de que no estuve especialmente acertado, por decirlo suavemente, así que para variar, que me estaba poniendo muy serio, hoy voy a hablar de otra cosa.

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En concreto, de una serie que acabé de ver hace unos días: Snowfall. Si van ustedes a la página de filmaffinity en cuestión, donde tiene una puntuación de 7,1 (excesiva en mi opinión), las dos primeras frases de la sinopsis son estas: "Los Ángeles, 1983. Drama sobre el origen de la epidemia del crack y su devastador impacto en la cultura como la conocemos".

Con ese comienzo, la debilidad de Laura por las temáticas sociales y la falta de alternativas decentes, no costó mucho decidirse a verla.

En realidad, esperábamos ver algo más en la línea de The Corner, de David Simon (más conocido por The Wire), serie que tiene un muy merecido 8,2 en filmaffinity. De acuerdo, quizá no que fuera tan buena, pero al menos... en la línea. Desgraciadamente, la realidad fue algo más decepcionante.

Y aquí es donde empiezo a destripar la serie. Empecemos.

La serie narra, haciendo uso de cuatro temporadas y demasiados capítulos, la historia de Franklin Saint, Teddy McDonald, Gustavo Zapata y varios personajes más en el contexto del narcotráfico de los 80, la aparición del crack en los USA y los movimientos de la CIA en Latinoamérica. Dicho así suena un poco vago, pero estaremos de acuerdo en que tampoco tiene mucho sentido contar la historia de principio a fin.

El principal problema de la serie, que empieza a vislumbrarse hacia el final de la segunda temporada, es que poco a poco va asumiendo unos cimientos que en realidad no ha sido capaz de construir.

El primer ejemplo de esto con el que nos encontramos es el de Lucía Villanueva, la hija de un narcotraficante a la que otros personajes califican en repetidas ocasiones de psicópata. El problema es que si hay algo que no parece Lucía Villanueva es una psicópata; en comparación con la gran mayoría de personajes, ella es una persona bastante normal. Si quieres que me crea que es una psicópata, muéstrame actitudes y comportamientos de psicópata. Dame un contexto y una atmósfera en la que me pueda creer que lo es. De acuerdo, importa y vende droga, pero es que eso lo que viene a hacer un narco. Si eso, por sí solo, convierte a una persona en un psicópata es un debate para otro momento.

Otro problema más profundo, por su importancia en la trama, es el de Franklin, el personaje principal. Un chaval avispado que se abre paso entre narcos, vendedores de armas, agentes de la CIA y calaña semejante y con su esfuerzo e inteligencia crea un imperio de la nada vendiendo crack en su barrio. La cuestión es que siendo, como se supone que es, como se dice en un momento, uno de los principales distribuidores de crack a nivel nacional, no tiene laboratorios, ni una gran logística, ni apenas distribución. En realidad, la cocaína la recoge él personalmente, el crack lo fabrica su círculo cercano (media docena de personas) en la cocina de la casa de su primo, por turnos, y lo venden un puñado de chavales del barrio. El resultado es que lo que la serie quiere “vender”, un gran narco, y lo que muestra, un puñado de camellos, no cuadra.

Eso mismo se aprecia en la posición de dominancia que se intenta mostrar en relación con otras "bandas rivales". En torno a la tercera temporada, la madre le insiste en dejar el “negocio”. Y la respuesta que él da es muy de familias de mafiosos italianos: no puede hacerlo, porque las bandas rivales se matarán por su puesto si él se larga. Y tú te preguntas: ¿qué? Porque en realidad, esas supuestas bandas rivales no son grandes cárteles de la droga, ni la Cosa Nostra. Son una docena de chavales en cada bando, sin una gran organización, que además, acabarían matándose igual. Pero, como antes, tampoco se transmite que la "banda" de Franklin (ya lo he dicho, media docena de personas y alguno no muy listo) tenga esa posición de superioridad como para que se pueda crear tal "vacío".

Otro punto a destacar es el discurso que se lleva el protagonista. Al mismo tiempo que está masacrando a la población negra vendiéndoles crack, convirtiéndolos en adictos y destrozando el barrio, algo de lo que parece darse solo hacia el final de la serie, cuando ya le da igual, se atreve a hablar del racismo y la pobreza que sufren los afroamericanos, reivindicando algún tipo de activismo que él debe pensar que lleva a cabo haciéndose millonario vendiendo crack a gente pobre. Eso, por cierto, tampoco se entiende, porque el ámbito geográfico en el que se mueve el protagonista y su gente es en realidad bastante limitado, y nada hace sospechar que haya habido algún tipo de expansión como para hacerse con tal cantidad de dinero.

En definitiva, la historia se va construyendo sobre unas premisas que en realidad no ha sido capaz de establecer, y a medida que la serie avanza, esas carencias se van notando cada vez más, porque el imperio del protagonista se supone que crece, se expande y se hace más poderoso, pero en la pantalla sigue apareciendo el mismo chico negro avispado que fabrica crack en la cocina de su primo y lo vende en las cuatro calles que rodean su casa.

Una pena. Prometía más.

Fin de las reseñas literarias

Imagen por mangostar en Wikimedia Commons. Está borrosa, pero eso es cosa suya.

Imagen por mangostar en Wikimedia Commons. Está borrosa, pero eso es cosa suya.

He decidido dejar de reseñar libros. Es más, he eliminado aquellas críticas ya publicadas, a excepción de una sobre Jota Erre (Sexto Piso), que no calificaría como tal. Lo decidí el otro día, mientras podaba el blog y le daba brillo. Es, sin ninguna duda, una decisión dirigida en todo momento por el optimismo desmesurado, la soberbia, la ausencia de modestia y una versión del cuento de la lechera en la que yo soy el protagonista.

Les expongo el fantasioso razonamiento que he seguido. 

Imaginen que, por azares del destino, mi manuscrito, ese que hace unas semanas se fue —que largué, más bien— de casa a buscarse la vida, llega a manos de un editor, un comité, o yo qué sé, a manos de quien quiera que decida la publicación del texto de un novel, y lo aprueba. Que ya hay que estar loco, pero en fin, esa es otra historia. El caso es que, con independencia de la razón, el sentido común y las buenas costumbres, contra todo pronóstico (falsa modestia, no se engañen) el texto pasa todos los filtros y alguien, en algún sitio, en algún momento, dice algo así como: "Bien, publiquémoslo". Que dicho así suena un poco dejado, y me lo imagino en plan "Pues vale, si no hay más remedio" mientras la persona en cuestión resopla y eleva los ojos al techo pensando en qué punto del pasado se equivocó y lo bien que estaría en una isla rodeado de cocoteros y palmeras que acarician las cristalinas aguas del Pacífico. Sea como fuere, el resultado es el mismo: una persona física o jurídica decide publicarlo. Y mientras lo publiquen, casi admito que me escupan.

Bueno, no. 

Supongan entonces que alguien relacionado con la editorial agraciada acaba un día, por aburrimiento o curiosidad o casualidad, en mi blog —o donde quiera que esté usted leyendo estas líneas—, y se da cuenta de que hace X años publiqué una entrada en la que ponía a caer de un burro el libro de Menganito, que por casualidad resulta ser un autor de la casa. No he hecho muchas reseñas así, pero alguna con muy mala idea sí he hecho. Incluso más de la que el libro se merecía.

En fin.

Lo que pasa después se lo pueden imaginar. El manuscrito va directo a la papelera, con una cruz figurada encima. Además, en una suerte de cuento de la lechera invertido, ese editor llamaría a todos sus colegas y a todas las agencias literarias, y todos me pondrían esa misma cruz, u otra similar, también figurada, encima. Y caería un satélite ruso sobre mi casa, lo que sería un final poético, que es como deberían ser todos los finales. Vale, quizá no poético del todo, pero no me negarán que morir aplastado por un Sputnik no tiene cierto encanto.

Algo así.

Visto en perspectiva, tampoco soy un lector excepcional, y como reseñista soy todavía peor, así que el mundo de la crítica literaria no se pierde gran cosa. Lo único que les puedo decir es que lean Chicas de Emma Cline y El adversario de Emmanuel Carrère. Y esa es, por ahora, mi última palabra sobre el tema.

Series (I): The Strain, Stranger Things, Fargo, The Wire, Catastrophe

A las buenas. Aprovechando que me han dejado de rodríguez y que acabo de rematar la temporada 1 de The Strain, se me ha ocurrido hacer una serie de entradas comentando algunas de las series que durante estos años hemos visto, hasta donde la memoria me permita y basándome en la impresión que me dejaron. Tranquilidad: como no tengo intención de desvelar detalles de las tramas, no me explayaré demasiado; para eso ya hay un montón de páginas. Dejaré fuera blockbusters del tipo Anatomía de Gray, House, Sexo en Nueva York, Friends y demás. No todos, según me dé. No tendría mucho sentido hacer una crítica de algo que todo el mundo sabe de qué palo va. Empecemos.

 

The Strain.

Como decía, acabo de rematar la temporada 1 y la impresión es que la serie es más bien flojilla. Supongo que el hecho de que la serie venga firmada por Guillermo del Toro ha ayudado a darle algo de fama (inmerecida). La serie mezcla diferentes elementos fantásticos en una especie de batiburrillo que en algunos momentos parece que los guionistas se inventen sobre la marcha (lo que no es así dado que está basada en un libro de Guillermo del Toro, pero sí lo parece).

A medida que la temporada avanza, te das cuenta de que su esquema se parece bastante al de The Walking Dead (lucha de grupo variopinto de personas algo estereotipadas en una cruzada común), aunque evidentemente con algunos cambios. Las interpretaciones no son nada del otro mundo, aunque la que realiza la madre de una de las protagonistas destaca por ser especialmente penosa. Entretenida, y ya. 

 

Stranger Things.

Esta serie, que parece que ha renovado para una segunda temporada, fue una de las revelaciones de este verano. El argumento es sencillo: un chaval se pierde en el bosque y en la búsqueda, sus amigos se meten en un fregao de tres pares de narices donde está el gobierno y algún que otro bicho paranormal. Francamente, aunque todo el mundo estaba loco con ella, no me pareció nada del otro mundo, más allá de ser un homenaje (a veces excesivo) a películas como Los Goonies o ET, incluyendo la estética.

Las interpretaciones, aceptables. Y discrepo de la opinión generalizada: a mí la niña no me transmite absolutamente nada en toda la serie.

En resumen: pasable, aunque sea como recordatorio de tu infancia. Aunque recuerden que, como decía Félix Grande: Donde fuiste feliz alguna vez / no debieras volver jamás: el tiempo / habrá hecho sus destrozos, levantando / su muro fronterizo / contra el que la ilusión chocará estupefacta. Están advertidos.

 

Fargo.

Esta serie es algo mucho más serio. A pesar tener el mismo nombre, no comparte trama ni personajes con la película de los hermanos Coen, pero sí evoca la estética, la manera de narrar, el humor negro y el carisma de los protagonistas.

Cada una de las dos temporadas plantea un escenario y unos protagonistas diferentes, cuyos detalles argumentales los tienen en filmaffinity. Las interpretaciones, sublimes todas ellas, y si tienes debilidad por Billy Bob Thornton como es mi caso, no puedes dejarla pasar. Yo no me la perdería.

 

 

The Wire.

Esta es la serie que se supone que hay que ver, que entra en la categoría de Los Soprano, A dos metros bajo tierra, Mad Men o Breaking Bad. Ya saben, una serie que en algún momento recibió la categoría de "Mejor serie de todos los tiempos". En fin. No les diré que la he visto entera, porque mentiría; llegué hasta el final de la segunda temporada, y debido a la falta de acompañamiento (es decir, que a Laura no le gustaba), acabé abandonándola.

La serie es una puñetera maravilla, en serio, pero no es algo como para ver mientras comes palomitas o miras el móvil, porque la complejidad argumental y el número de personajes hacen que no te puedas despistar, y aun así en ocasiones te preguntas quién coño es ese personaje o qué relación tiene con otros. Resumiendo, la serie es muy buena, pero es compleja y requiere una buena dosis de concentración.

 

Catastrophe.

Voy a acabar este post con una de las mejores series que hemos visto este verano y cuyas dos temporadas nos zampamos casi de una sentada. El argumento es sencillo: chico estadounidense (Rob) durante un viaje de negocios a Londres conoce a chica irlandesa (Sharon) y el folleteo ininterrumpido acaba en embarazo. El resto es una deliciosa comedia británica en la que ambos personajes (que son los directores y guionistas, y en la realidad se llaman también Rob y Sharon) intentan sobrevivir a las nuevas circunstancias.

En resumen, una serie muy agradable, sembrada de humor y conversaciones inteligentes, ironía, realidad, algo de mala leche y un conjunto de buenas interpretaciones, tanto de ellos dos como de los diferentes personajes secundarios. Que su puntuación en filmaffinity sea sólo de 7.1 es algo que me supera. 

 

Y eso es todo. La semana que viene (o cuando me acuerde), hablaré de A dos metros bajo tierra, Mr Robot, Transparent, The Knick, The Affair y The girl experience.

Vayan con cuidado.

Jota Erre

Hace cosa de un mes comencé a leer uno de los libros que me regalaron por navidades: Jota Erre, de William Gaddis. No sé si les suena el libro o el autor. Probablemente no. No importa. Cuando lo pedí yo ya había leído sobre él en el blog La medicina de Tongoy (la imagen de la portada es de su blog), que hace una reseña fantástica, además de en algún otro sitio. Iba sobre aviso. Sabía que era "raro", pero después de La broma infinita de DFW (que está en proceso) y de La subasta del Lote 49 de Pynchon (al que le espera una relectura), estaba preparado para cualquier cosa. Así que después de tenerlo ocho meses esperando en la estantería del comedor, finalmente me decidí a abrirlo. He de adelantarles que no lo he acabado, pero sí (creo) que he llegado lo suficientemente lejos para poder escribir sobre ello. Ya voy, ya voy.

Vale, déjenme pensar. No sé cómo comenzar. Ah, sí. Ahora.

Imaginen que comienzan a cruzar un lugar en medio del Ártico, y van ustedes saltando entre placas de hielo para ir de una orilla a la otra, sin nada más que sus propios pies. Comenzarán con miedo, porque no están acostumbrados: no saben si la placa sobre la que están se romperá o si la siguiente aguantará. Pero si continúan andando el tiempo suficiente, poco a poco irán ganando confianza (lo que no significa que se puedan relajar), y a medida que avancen se darán cuenta de que las placas son más sólidas de lo que pensaban y comenzarán a disfrutar de una fantástica experiencia. Sí, tengan por seguro que al principio mirarán hacia delante y tendrán miedo de fallar en algún salto y no llegar al final; se preguntarán qué hacen allí en medio de ese inhóspito lugar y querrán irse lejos de allí. Pero a veces, mirarán hacia atrás y se darán cuenta de que lo que antes era tan solo un montón de placas de hielo aisladas y diferentes entre sí, simples trozos de hielo, empieza a convertirse en algo: en un camino que no pensaban que existiese, al mirar cada placa, diferentes unas de otras.

Eso es Jota Erre. No sé si me siguen o se han quedado varados en el párrafo anterior. Bien, probemos otra forma. 

Jota Erre son casi 1200 páginas repletas de diálogos fascinantes sin atribución ni contexto en los que intervienen decenas de personajes, entrelazados por complejas descripciones. ¿Qué significa esto? Que a menudo no tienes muy claro quién está hablando, dónde se encuentran los personajes o de qué están concretamente hablando. En ocasiones lo intuyes, otras simplemente te dejas llevar. El hecho de que los diálogos sean tremendamente reales añade una complejidad adicional: como en cualquier conversación, los personajes saltan de unas ideas a otras, son interrumpidos, dejan frases a medias, titubean. Nadie explica la acción. Ellos hablan. A veces hablan de otras personas utilizando el nombre propio, a veces el apellido. No importa si están en un sótano o un autobús. Si es procedente en la conversación, si sería procedente en una conversación real, aparecerá. Si no, no lo hará.

Ah, otra cosa. No hay capítulos. Es decir: no hay pausas, no hay páginas en blanco, no hay reposo. Es un continuo. Ya saben, si se detienen quizá la placa se rompa.

No les niego que al comienzo del libro lo que sientes es frustración. Te encuentras frente a diálogos en los que a) no sabes quién habla, b) no sabes quiénes son las personas que están en la escena, c) no sabes de qué están hablando, y d) no sabes dónde transcurre la acción. Entonces quizá aparezca una descripción, a veces en una frase tan larga como una página y tan enigmática como un jeroglífico egipcio, que te mueve la placa y te obliga a saltar. En la siguiente escena probablemente haya personajes diferentes que hablan en un lugar diferente sobre cualquier otro tema. Por supuesto, esto no es siempre así. Lo es sobre todo al principio. Hasta la página 150, quizá; no recuerdo el momento del cambio. Entonces sigues perdido, pero ya no te preocupa. Continúas saltando. Disfrutas del balanceo de la siguiente placa, del sonido del agua, del viento helado. Ya no estás tan inseguro. Sí, quizá cuando te apoyes se rompa y tengas que pasar a otra diferente, pero no importa. Empiezas a ver la experiencia en un marco mayor que cada diálogo, que cada conversación, que cada descripción.

No se equivoquen; Jota Erre no es el caos. Pero de alguna forma, acaba consiguiendo que dejes de preocuparte, como harías en cualquier otra novela, por saber si habla éste o aquél; ya no cuentas los guiones, como harías en cualquier otra novela, para ver si te has despistado, porque a veces hay media docena de personas hablando en la misma conversación pero nadie levanta la mano y dice: Eh, yo soy fulanito. Simplemente continuas leyendo (no he dicho pasando páginas, he dicho leyendo) y al tiempo ves un destello de luz aquí, otro allí, otro más lejos. Reconoces un personaje en un diálogo, un tema de conversación, ves conexiones. Y a veces crees que estás en tierra firme y entonces la historia te obliga a saltar. O piensas que ves la imagen completa pero entonces el hielo se rompe delante de ti.

Mis sensaciones leyendo Jota Erre están siendo en parte similares a las de La subasta del Lote 49. A veces creo que he entrado en la historia, y entonces todo desaparece y el libro me escupe a otro lugar en el que no he estado y que a veces ni siquiera sé qué tiene que ver con lo que he leído antes. Entro y salgo continuamente. Sé que hay cosas flotando alrededor de mí, cosas que no acabo de ver, pero que están ahí. Que todo tiene un sentido y que tarde o temprano se mostrará. Es una sensación amarga y dulce a la vez.

Eso es Jota Erre. Seguramente no es parecido a nada que hayan leído antes. No sé si me he explicado, espero no haberles asustado. Si quieren saber de qué va el argumento, vayan a otra parte o mejor, lean el libro. Es algo diferente, es algo grande (pero que hará que otros muchos libros les parezcan aburridos). Es un libro inmenso (en muchos sentidos) que les obligará a pensar, a estar despiertos.

 

«[…] Espero que a todos los lectores esta historia les sirva para estar prevenidos y hacer alguna aportación a las alas del tiempo, problema, joder, es que casi todos los lectores preferirían estar en el cine. Prestar atención, pensar algo, sacar una conclusión, problema, joder, es que casi todos los libros están escritos para lectores completamente satisfechos con lo que son, preferirían estar en el cine, llegan con las manos vacías y se van igual, joder, lo que le decía a Scharmm Bast. Si les pides que hagan un mínimo esfuerzo, joder, quieren que se lo den todo hecho, se levantan y se van al cine, […]» (Pág.446-447)

 

(Me disculparán que le robe el fragmento al blog que les decía. Me parece sublime como elección y no me atrevo a buscar ninguna).

Si no, se pueden ir al cine. Pero si han llegado hasta aquí, probablemente sea que sí.

Whiplash

Ha vuelto a pasar. Y es que hay algunos colectivos a los que les cuesta especialmente distinguir entre la realidad y la ficción; quizá sea por lo poco acostumbrados que están a verse reflejados en películas.

Ayer por la tarde estuve viendo Whiplash, y no disiento en absoluto de la (mayoría de la) crítica cinematográfica que había leído hasta la fecha. Es cierto que no tiene el espíritu atormentado que transmite Birdman, pero eso no implica que sea peor (hay un detalle de Birdman que en mi opinión destroza la película, y lo voy a dejar ahí). La película es espectacular y magnífica y atrapa desde el principio.

Sin embargo, tenía curiosidad por ver que le parecía a la crítica musical y a los músicos profesionales (incluyendo profesores de academias de música), así que me puse a buscar y como era de esperar no les ha gustado nada. Nada de nada. Prácticamente lo mismo que pasó hace unos años con En tierra hostil de Kathryn Bigelow. En aquella ocasión los artificieros salieron a la palestra quejándose, para aclarar, por si había alguna duda, de que ellos no actuaban de la manera temerosa y casi suicida que se muestra en la película y que la visión que se daba de su profesión era irreal y bla bla bla.

Está claro que cada cual tiene derecho a expresar su opinión, pero no recuerdo haber leído en ningún lugar que Damien Chazelle dijese haber pretendido hacer una obra intimista y fiel del jazz. ¿Que no es como se muestra en la película? Tampoco lo es la seguridad informática y me atrevo a aventurar que lo mismo sucede con la investigación forense, la biología, la profesión de escritor, las matemáticas, el cine, el deporte... bueno, en general una buena parte de lo que se ve en las pantallas. Por no hablar de las 'licencias' y omisiones históricas y culturales que con demasiada frecuencia se ven en el cine (y que sólo reconocen los afectados por la incorrección/salvajada de turno, como ubicar las fallas en Sevilla).

¿Es eso un problema? Hasta cierto punto. Si eres tan idiota como para creerte todo lo que ves en pantalla, sí. Pero el problema en tal caso lo tienes tú. ¿Que sería deseable una mayor cuota de realismo? Es posible, pero aun así no estoy seguro de que la realidad pueda llevarse a la ficción siempre de una manera interesante para todos los públicos.

Volvamos. Es cierto, podría haberse hecho una película más fiel a la realidad; más cercana al mundo del jazz, de la música, más fiel con el esfuerzo personal y la superación, pero entonces no sería Whiplash. Sería otra cosa.

¿Limita el disfrute de ver Una mente maravillosa el hecho de que las alucinaciones de la esquizofrenia no sean como se muestran en la película? No. Probablemente si el director hubiese buscado realismo, se habría perdido gran parte del impacto. Pues aquí pasa lo mismo. No me cabe duda de que el jazz es infinitamente más grande que lo que aparece en pantalla. Pero, en definitiva, ¿a quién coño le importa la realidad? Es ficción, idiota.

Notas cinematográficas

Vamos hoy con unas cuantas notas cinematográficas, tal y como indica el título. La primera es sobre la película La otra hija, una especie de abominable mix entre Señales y la novela de Stephen King Tommyknockers, que pude ver en pre-estreno gracias a una invitación de mi querida hermana. Si olvido el coste de la gasolina empleada en el desplazamiento, el gasto en palomitas y bebida, y las casi dos horas perdidas, casi no me duele. Cuando uno lee "Kevin Costner" en el reparto, tiende a pensar de manera automática en que la película puede valer la pena. Ese pensamiento dura hasta el momento en que reflexionas sobre la filmografía de este individuo; donde aparte de Bailando con Lobos, no tiene gran cosa. Resumiendo, no vayan a verla a menos que les paguen. Y en ese caso, piensen si tienen algo mejor que hacer.

Pasamos a la parte positiva. El sábado por la tarde estuvimos viendo El concierto, una más que agradable comedia de Radu Mihaileanu, coproducción de Francia, Italia, Rumanía y Bélgica, sobre un director relegado de su puesto por motivos políticos, que debe reunir a viejos músicos para dar un concierto en París. La verdad es que —sin que hubiera una razón para ello— no albergaba demasiadas esperanzas sobre esta película, que llevaba algún tiempo olvidada en el disco duro, hasta que nos decidimos a recuperarla. La película no tiene mayores pretensiones que ofrecer un rato de entretenimiento, con un trasfondo cómico y sentimental a partes iguales, algo que consigue sin complicarse demasiado la vida. En definitiva, no se trata de una obra maestra, pero se coloca sin dificultad por encima de la mayor parte de las películas que puedan ustedes ver.

Por último, el domingo continuamos la sesión con El Aura, del incombustible y omnipresente Ricardo Darín. A diferencia de Kevin Costner, puedo decir que no recuerdo haber visto una película de este actor que al acabar haya pensado que había perdido el tiempo; tampoco es que haya visto muchas, pero dado que gran parte de la cinematografía argentina de ámbito "público" que nos llega tiene a Ricardo Darín entre sus filas, he visto unas cuantas. El Aura es una película de cine negro, sencilla, sobria y con interpretaciones más que correctas. Si fuese una película americana, estaría llena de persecuciones, tiros y estrés, pero no es el caso, sino más bien todo lo contrario. Sin llegar a la lentitud, se toma las cosas con calma y le dedica a cada momento los minutos y segundos que requiere. Tampoco esta es una obra maestra, pero merece mucho la pena verla.

Se veía venir...

Después de ver tanto Avatar como En tierra hostil, me resulta difícil comprender la duda que ha existido en la prensa sobre quién podría llevarse el premio a la mejor película y mejor director, aunque bien es cierto que la Academia a veces es imprevisible y tiene sus propios tejemanejes y es posible que por ahí fuesen los tiros.

Quizá En tierra hostil no sea todo lo alternativa que se quiere vender en el sentido de cultura alternativa (diez millones la hacen independiente comparada con los presupuestos de las grandes productoras, y desde luego con Avatar, pero no alternativa), a la vista de algunos clichés pro-americanos y cierta parcialidad patriótica, pero desde luego, es una película muy superior a la de los lagartos humanoides de Pandora. Que la calidad técnica de esta última es impecable, no hay ninguna duda; que visualmente es una película impresionante, con o sin 3D, tampoco, pero poco más; el guión, el desarrollo y profundidad de la historia y la caracterización de los personajes no puede ser más convencional y típica: malos muy malos, buenos muy buenos, el héroe, la chica, etc. Nada nuevo bajo el sol. Aunque no hay que quitarle mérito a la película de Cameron, creo que ésta se ha alimentado de una fantástica campaña de marketing, de ser la película comercial que apuesta definitivamente por el 3D, y de la fama previa que acumulaba su director, así como de su silencio estos años.

The Wire

Últimamente, cuando me siento frente a la televisión por la noche, no sé si irme un rato a vomitar o cortarme las venas directamente en el sofá. Dicho de otra forma: la televisión, cualquier día de la semana, es una mierda. Pero en especial, las tres joyas de la corona son para darles de comer aparte: Física o Química, 700 euros, y Sin tetas no hay paraíso. Jódete Mariano y cágate lorito. ¿Saben aquello de que cada nación tiene los políticos que se merece? Pues espero que no aplique también a la televisión, o vamos apañados, porque con ZP, Rajoy y la cohorte de parásitos de unos y otros ya tenemos bastante.

Como sé que son ustedes de mi misma opinión, he decidido traerles una recomendación de esas que se agradecen. Algo en lo que puedan entretenerse frente a la caja tonta sin sentirse como si estuvieran comiendo basura en un estercolero. La serie que les propongo hoy, The Wire, ostenta al parecer el título de mejor serie de ficción de la televisión, en clara disputa con Los Serrano Soprano (perdón, lapsus mortal), a decir por los entendidos. Ya sé que carecemos de memoria, y me abstengo de decir si es o no la mejor serie de todos los tiempos, pero desde luego, no tengan ninguna duda de que es una de las mejores cosas que he visto.

Incluyendo el cine.

Che, El Argentino

La semana pasada, tras algunos meses de ausencia, fuimos al cine a ver Che El Argentino, protagonizada por Benicio Del Toro, dirigida por Steven Soderbergh y precedida, como se habrán dado cuenta, por un impresionante despliegue publicitario. En general las críticas que había oído y/o recibido eran bastante buenas, lo que nos hizo animarnos a verla, aunque una vez vista, discrepo profundamente de ellas.

Mi impresión tras ver la película es que la gran parte del mérito de ésta recae en el parecido físico que existe entre el protagonista y el Che Guevara, sin dejar de lado no obstante una impecable interpretación por parte de Benicio Del Toro, y el papelón que hace Demian Bichir como Fidel Castro, en algunos momentos realmente memorable. Esos son, a mi parecer, los principales y únicos elementos a destacar de la película, y no porque sea mala (ya que técnicamente no lo es), sino porque es fría como un témpano; es lo más parecido a un documental sobre los inicios de la revolución castrista. No ahonda, como sería de esperar dado su título, en las motivaciones y personalidad del Che, sino que se queda muy en la superficie y pasa de largo, como si no fuese con ella. Por el deseo del director de mantenerse alejado de posicionamientos políticos y adoptar un planteamiento neutro, la película adquiere desde el principio un (erróneo) tono aséptico que la hace fracasar, la vacía de contenido, y arranca de raíz cualquier emoción que los fundamentos ideológicos de la revolución castrista o la figura del protagonista pudieran despertar en el espectador. El Che es un guerrillero más en una guerra de guerrillas, y eso es todo lo que hay.

En definitiva, tanto la acción que se desenvuelve en película como el personaje del Che resultan en todo momento muy distantes, y cuando sales del cine, no queda nada más que un ¿Vale, y? Soderbergh no se moja, y como consecuencia de ello, la película no transmite nada, no deja nada en el espectador; quizá debería haber optado por hacer algo más sencillo y que careciese de planteamientos políticos de fondo, si lo que pretendía era no entrar en ellos. Mi recomendación, obviamente, es que prescindan de verla, y más al precio que está el cine.

The Office (NBC)

Hace unas semanas que empezamos a ver la versión estadounidense de The Office, casi sin darnos cuenta. Tras casi dos temporadas, ignoro qué tal será la versión original inglesa, pero esta es muy buena. Muy buena. Y por eso mismo, me resultaba curioso que Cuatro la Sexta hubiese decidido programarla después de Buenafuente a las tantas de la madrugada, y así se lo hice saber a Laura. Me contesté yo solo.

La realidad es dura: esta serie no es apta para todos los públicos. No se trata de "discriminación intelectual", pero es un hecho que hay gente incapaz de entender el humor negro, o gente que prefiere Lina Morgan a los Monty Python. Quizá usted sea de esos.

Si no lo es, The Office le gustará.

Dexter

Cuando empiezas a ver Dexter, la voz en off del personaje y sus pensamientos introspectivos te hace ser un poco escéptico; pero qué coño es esto. Como dicen en Microsiervos, te sientes un poco incómodo y tentado a quitar el DVD y ver otra cosa. Y como dicen allí, entonces aguantas un par de capítulos, a ver qué tal, y lo único que te queda es degustar los diez capítulos restantes pegado al sofá (o donde quiera que vean ustedes la tele).

Dexter Morgan es el forense especializado en restos de sangre del Departamento de Policia de Miami, y asesino psicópata en sus ratos libres ("proyectos personales"); claro que no se carga a cualquiera, y el criterio no es baladí. Y poco más les voy a contar. Ayer acabamos de ver el último capítulo de la primera temporada, y ya tengo algunos capítulos de la segunda en la recámara.

No tengo nada más que añadir, en realidad; la serie engancha como pocas y tiene un desarrollo fluído, sin estiramientos innecesarios. Alguno, y no un cualquiera, ha dicho incluso que Dexter es la mejor serie de 2006, así que para qué seguir. Les digo lo mismo que con Californication: consigan la serie, es altamente recomendable, y pásenlo bien.

Californication

Ayer por la noche acabamos de ver el duodécimo y último capítulo de la primera temporada de Californication. Teniendo en cuenta que cada entrega viene a durar algo menos de media hora, si no tienes la suficiente fuerza de voluntad como para dosificártelos semanalmente, en un fin de semana te comes la serie casi sin enterarte. Y eso es básicamente lo que nos ha pasado.

La serie viene a contar la vida de Hank Moody, un escritor de éxito interpretado por David Duchovny (The truth is out there), al que la inspiración y muchas otras cosas le han abandonado, aunque como suele decirse, cada uno persigue su propia suerte. L. decía anoche que Hank viene a ser el House de las relaciones sociales, y eso ya les dirá algo de por dónde van los tiros.

Hay poco más que añadir; consigan la serie, es altamente recomendable. Eso sí, tómenselo con calma; hasta verano no hay segunda temporada y se quedarán con ganas de más.

Inland Empire

Ayer por la tarde, motivado por la crítica de un sujeto que sin duda alguna estaba bajo el efecto de las drogas, mi señora y yo nos tumbamos en el sofá a ver Inland Empire, de David Lynch (autor también de la recomendada El hombre elefante). Anteriormente, ya había intentado ver la, a decir por los comentarios, críptica Mulholland Drive, sin éxito como pueden imaginar, por lo que mi actitud ante la película era más escéptica que otra cosa. Diciéndolo de otra forma, pajas mentales no, gracias.

Admito que durante los dos primeros minutos aproximadamente (quizá fuese algo menos) permanecí optimista; tenía buena pinta, o al menos no demasiado mala: se dejaba ver, que no es poco. Después, durante los interminables ochenta y ocho minutos que les siguieron, estuve (estuvimos) buscando el sentido a una cinta cuya duración total es de tres horas, con la vaga esperanza de que al final del túnel hubiese alguna tenue luz, o se insinuase alguna forma de encajar las piezas del puzzle; algo que haces hasta que te das cuenta de que no hay túnel ni nada, sino que estás encerrado en una habitación a oscuras, ni tampoco hay puzzle sino un montón de escombros sin nada que ver entre sí. Y entonces pasa lo que tiene que pasar: que uno se cansa de esperar, se harta de tanta intelectualidad chorra tanta gilipollez y tanto experimento visual, decide que ya basta de perder el tiempo, y apaga el DVD.

Puedo admitir que hay películas que a mí no me gustan por su excesivo intelectualismo, pero que tienen cierto trasfondo de algún tipo. Por poner un ejemplo, Cache de Haneke me parece, como producto de entretenimiento, una auténtica basura. Como análisis social, filosófico o psicológico, quizá tenga más sentido, pero a menudo, llegar a ese nivel en una cinta cinematográfica supera con creces mi capacidad de sufrimiento y voluntad, aunque entiendo que alguien pueda tener ganas de llegar a eso, o simplemente, querer decir que ha llegado a eso por razones que no vienen al caso. También hay que ser capaz de distinguir los infinitos matices que hay entre la simplicidad idiota de Spiderman 3 y la complejidad incomprensible de Inland Empire, y no polarizar en exceso el asunto, como algunos hacen.

Y bueno. No voy a argumentar más, porque para qué; seguro que a alguno de ustedes le parece la obra maestra de un genio en estado de gracia y una de las mayores películas de la historia del cine, como he leído por ahí, pero para mí, mente obtusa donde las haya y para algunomás, esta película es una auténtica tomadura de pelo donde el director no sabe no tiene ni puta idea de lo que hace.

Resumiendo: no pierdan el tiempo. Hay cosas mucho mejores que ver y que hacer.

Nunca vi una TOTALIDAD. Sólo vi hoyos. Un montón de ellos. HOYOS. Pero eso no me preocupaba. Se me ocurría una idea para una escena y entonces la filmaba. Se me ocurría otra, y la filmaba. Ni siquiera sabía cómo podían relacionarse entre sí.
-- David Lynch

Precisamente. Hoyos, eso es lo que hay. Un montón de hoyos. No te jode...

No es país para viejos

Recordarán que la semana pasada les dije que tenía intención de ir a ver No es país para viejos. Por suerte, y eso debería adelantarles mi impresión de lo que vi, fui. Sin duda todos han oído hablar de la película, básicamente porque sale Javier Bardem y eso ha provocado que la publicidad gratuita (¿?) a base de telediarios, entrevistas y programas varios haya sido considerable. En cualquier caso, al César lo que es del César: en mi opinión (típica coletilla absurda, ¿de quién va a ser si esto lo escribo yo?) Bardem hace un papelón. Que otros actores podrían haber dado la talla al mismo nivel, como he leído en algún blog, pues sí, pero igual que en tantas otras películas, y con tantos otros actores, así que para qué especular.

Tranquilos, no les voy a desvelar nada del argumento. Sólo diré que la película me gustó mucho, y aunque no llega al nivel de molestia de "lanza clavada en un costado" que tienes mientras estás leyendo el libro, sí que tiene "algo" que incomoda pero que no soy capaz de identificar; quizá la dirección de los hermanos Coen, la historia en sí o la forma de narrarla. En cualquier caso, esa piedra en el zapato, lejos de suponer un problema, es lo que la saca del convencionalismo y la mete en la diferencia, haciéndola interesante y lo buena que es, aunque más de uno acabe discrepando con mi opinión tras su visionado. Ya me dirán.

En definitiva, una película más que recomendable. Y nada más por el momento, así que ya ven que mierda de entrada. Luego si tengo un rato, les cuento sobre mi afición a la controversia, por decirlo de alguna forma, y la diversión que sin saberlo me está proporcionando un idiota que se empeña en querer molestar (no, chico, no, todo lo contrario).

El Hombre Elefante

El pasado domingo estuve de sesión cinematográfica tirado en el sofá, viendo El hombre elefante, de David Lynch, y El ultimátum de Bourne, la última película de una trilogía que personalmente me encanta; no sólo por el realismo de las escenas de acción (o esa impresión me generan, ni que viese a agentes secretos metiéndose galletas a diario) a pesar de lo inverosímiles que resultan muchas de ellas, sino porque nunca sabes cómo va a salir de los marrones en los que acostumbra a meterse, pero la cuestión es que sale.

Dejando eso aparte, en realidad, y como pueden ver por la imagen de la izquierda, esta entrada iba a propósito de la primera película, con John Hurt y Anthony Hopkins. Aunque la había visto antes, hacía tantos años que no recordaba lo buena que es. En la Wikipedia, de donde por cierto está sacada la fotografía, pueden leer la historia del protagonista, ya que se trata de un hecho real.

Si no la han visto, alquílenla, cómprenla o bájenla de Internet. Les aseguro que vale la pena.

(Ahora saldrá el típico listillo capullo diciendo que si no puedo recomendar algo que no haya visto todo el mundo. Pues no, no puedo.)

Los crímenes de Oxford

(Si están decididos a ir a ver Los crímenes de Oxford y no quieren conocer mi opinión sobre ella, lean sólo el primer párrafo: hasta el primer guion. Si desean saber mi opinión pero no puntos clave de la historia, pueden seguir leyendo hasta el segundo guion. Y si no tienen intención de ir a verla, adelante, es todo suyo.)

Hace unas semanas ví una película titulada Idiocracia. Básicamente, su argumento se basa en dos personas de inteligencia mediocre (ni mucha, ni poca) que son escogidos para un experimento militar que pretende congelarlos durante un año y descongelarlos tras ese periodo. Por cosas que no vienen al caso, los sujetos del experimento despiertan quinientos años después, descubriendo que son los dos sujetos más inteligentes de la tierra, cuya gente ha derivado hacia un estado de estupidez extrema. No voy a decirles que es una gran cinta, pero tiene algunas escenas divertidas si se quieren reir. Lo mejor de todo es que, aunque la sátira social no parece haber sido el motor de la película, cuestión a la que podían haberle sacado mucho más jugo, encuentra uno a diario razones para pensar que el futuro, ese que espero no tener que ver, derivará más hacia algo parecido a lo que se ve en la película que hacia una sociedad culta, racional, democrática y que vive en armonía. Vamos, y no se lo tomen a mal, que no sé si seré yo que lo veo todo con malos ojos, pero es que últimamente —ese últimamente llega muy lejos atrás en el tiempo— me da la extraña sensación de que este mundo de salsa rosa está cada vez más lleno de idiotas profundos, y donde el culto al cuerpo es mucho más importante que el desarrollo intelectual. Teoría respaldada hace tan sólo unos minutos al ver un cartel de discoteca que rezaba "asta las ocho abierto". Me he sentido tentado a inmortalizar tal aberración, pero para qué.

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Bien. El pasado martes fuímos a ver Los crímenes de Oxford, y era de esto de lo que venía a hablar en realidad. El párrafo de arriba venía motivado por el encuentro automovilístico con un primate, y dejémoslo ahí. Además, servirá de entretenimiento para aquellos infelices que estén ilusionados con ver —y peor aún, disfrutar de— la película de Alex de la Iglesia; yo lo estaba, hasta media hora antes de la entrada a la sala; una pena que no hiciese caso a mi intuición. Queda patente por tanto que la película me desagradó enormemente, y esa es la forma fina que tengo de decirles que la película es mala, mala. Vale, quizá yo entré con las expectativas muy altas, y quizá no sea tan horrible, pero si soy sincero, me pareció bastante mala o incluso muy mala, así que les recomiendo que no vayan a verla. Por eso, y porque después de que yo se la destripe, tampoco tendrá mucho sentido gastar su dinero y su tiempo en algo que ya conocen; no es que vaya a contarles el argumento, pero seguramente les daré claves que no deberían conocer. En conjunto, la película parece una producción americana de misterio para adolescentes, en lugar de algo serio, que es lo que yo esperaba (y deseaba) encontrar. Y ahora, los que aún tengan intención de verla, dejen de leer y vuelvan cuando la hayan visto. El resto, sigan.

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No se me da bien hacer críticas estructuradas, así que no lo voy a intentar, sino que empezaré por lo mejor y más prescindible de todo: Leonor Watling y sus tetas (que coño, parecen reales). Aunque he de admitir que a esta chica la tengo bastante atragantada como cantante y actriz, no hace falta ser muy observador ni dejarse llevar por la subjetividad para darse cuenta de que su presencia en la película está de más; que no aporta más que el rollito (poco creíble) con Elijah Wood, y alguna escena donde enseña el culo y los pechos; exhibirse es su única función, ya que tampoco adquiere en ningún momento el carácter de sospechosa. Verán que he dicho que el affaire con Elijah Wood es poco creíble, y esa es la tónica en toda la película, cuando se analizan las relaciones entre los personajes. No es sólo que aparte de los protagonistas no parezca haber nadie más en Oxford, sino que entre ellos todo pasa *demasiado* deprisa; las conversaciones son irreales, y los unos y los otros mantienen unos contactos iniciales que parece que se conozcan de toda la vida. Esto incluye que ellas parezcan ansiosas en tirarse a los pies de Frodo sin apenas haber cruzado dos frases, algo que, teniendo en cuenta que este chico no es precisamente un playboy, no aporta precisamente credibilidad.

Otro problema es ese aura de pseudo-matemáticas que envuelve todo el argumento. Y es un problema porque está mal desenvuelta (el aura); en lugar de desvelar poco a poco y de forma inteligente cuestiones matemáticas o enigmas que pueden ser perfectamente indescifrables en un primer momento al público en general, se opta por una opción mucho más sencilla: que parezca que hay matemáticas, sin haberlas. Porque no hay en la hora y pico que dura nada que sugiera que las matemáticas tienen algo que ver con los crímenes, a pesar de los nombres de matemáticos, terminología matemática barata entre los protagonistas (yo no soy del gremio, y para que yo me de cuenta...), y medio minuto de demostración en pizarra que no pinta nada. A todo lo que ya se ha dicho se pueden sumar aún un par de cosas. Por una parte, hay varios personajes excesivamente estereotipados (si te pasas te lo pierdes), como el inspector de policía que no sólo no parece no enterarse de nada sino que roza la inteligencia límite, o el alumno y compañero de despacho de Wood que está medio ido. Y por otra, un argumento enrevesado y demasiado complicado que no te mete en la película, y mucho menos te invita a intentar descubrir quién es el asesino y porqué; algo terrible en cualquier obra de misterio que se precie.

En definitiva, que en mi opinión —y a decir por las críticas que he leido, en la de muchas otras personas— la película es mala; bastante mala. Y no es sólo cosa de mis expectativas. Sin duda American Gangster habría sido sin duda una forma mucho mejor de gastar mi dinero, aunque ahora ya es tarde para eso.

Dos recomendaciones cinematográficas y una no recomendación

Hoy no les traigo tres recomendaciones como hice la última vez. Les traigo dos recomendaciones y una no recomendación, con las que probablemente alguno no estará de acuerdo. Es posible que alguien vuelva a decir que recomiende algo que «no haya visto todo dios», pero sin ánimo de ofender, ni este blog ni su autor son inmunes a la estupidez ajena, dejando aparte el hecho de que Michael Haneke no es desde luego lo que se dice un director de masas. Aclarado este pequeño punto, empecemos.

Michael Haneke, de quien ya les recomendé Funny Games, es un director al que le gusta jugar con el espectador. Confundir realidad y ficción, incomodar al espectador y manipularlo a su antojo, o hacer preguntas sin respuesta son algunas de sus formas de hacer cine. Y a mi me parece muy bien, y muy respetable, si no se pasa uno de listo. Porque con Caché, a pesar del premio a la mejor película y director en Cannes, le da a uno la sensación de ser un poco tonto, o no ser lo bastante gafapasta para entender dónde está la gracia, o dónde está el suspense en una película pretendidamente de suspense.

La película en cuestión gira en torno a un matrimonio francés que comienza a recibir cintas de vídeo en las que aparecen ellos entrando y saliendo de su casa, como si alguien estuviese vigilándolos. Sin desvelarles nada más del argumento y de lo que viene a continuación, una vez leídas varias críticas, lo que el director pretende con la película es destapar algunos de los episodios más sangrientos de la historia reciente de Francia, y la forma en que la sociedad francesa ha pasado sobre ellos evitando la reflexión y la culpa. Y aunque puede que, una vez asimilado ese contexto y ese mensaje, la película no sea tan falta de contenido como lo es mientras la ves, en mi opinión el señor Haneke se pasa uno, dos y tres pueblos. Planos fijos mantenidos durante mucho, demasiado tiempo, conversaciones y situaciones que parecen prescindibles y que en ocasiones resultan irreales, una lentitud en la narración que en ningún momento traslada al espectador el más mínimo atisbo de suspense o intriga —ni desgraciadamente ayuda a que éste se identifique con los personajes—, o la ausencia de un final (ni claro, ni insinuado), hacen que viendo esta obra maestra en opinión de algunos, te sientas como el niño del cuento El traje nuevo del Emperador. O como ya he dicho, te sientas no lo suficientemente gafapasta. Me alegro mucho de que a Haneke no le preocupe generar frustración, irritación o aburrimiento con sus películas, tal y como dice la Wikipedia, porque de lo contrario, este señor iba a tener mucho de lo que preocuparse.

Afortunadamente, a alguno le gustó tanto como a mí.

Dejando ya a Haneke y sus —perdonen la expresión— pajas mentales, y cuya película no recomiendo más que para que cada uno se forme su propia opinión, pasamos a las recomendaciones, con las que intentaré ser más breve, algo que no deja de ser paradójico y quizá incluso alguien podría considerar como un triunfo de Caché. Primero, Requiem por un sueño. Bien, esto es otra cosa, sí, desde luego. La película gira en torno a las historias de un chico adicto a la heroína (cuya novia es la guapísima Jennifer Connelly) y de su madre, adicta a las anfetaminas y obsesionada con adelgazar para asistir como concursante a un programa la televisión. Aunque la película, con un montaje innovador y una banda sonora que le ajusta como un guante, es difícil de digerir e incluso resulta desagradable por momentos debido a la crudeza de las situaciones, les recomiendo que si pueden, no se la pierdan. Vale la pena aunque luego —les advierto— a alguno les cueste dormir.

Por último, les dejo con una película que al parecer no tuvo demasiada repercusión en este país, a pesar de contar con Penélope Cruz como uno de los personajes. Alta Sociedad (Chromophobia), dirigida por Martha Fiennes (sí, hermana de Ralph y Joseph), se centra en las relaciones entre una familia londinense adinerada (a cuya esposa la interpreta, de nuevo, otra guapísima mujer, Kristin Scott Thomas), una prostituta y un periodista, y no les diré más. Personalmente, para que se hagan una idea de por dónde van los tiros, el argumento de la historia en sí me recuerda a La hoguera de las vanidades de Tom Wolfe (con película de Brian de Palma), y la estética, quizá por la abundancia de color blanco y la música de Beethoven presente en toda la cinta, a La naranja mecánica, aunque no me hagan demasiado caso en esto. Aunque encontrarán que el comienzo es algo extraño, y quizá tarde algo en arrancar, una vez en marcha y superada la primera impresión, la película acelera y se desarrolla perfectamente con unos personajes que están en todo momento a la altura. En definitiva, una película bastante o incluso muy recomendable.

Y eso es todo. Mañana más, a lo mejor.

Seduciendo a un extraño

El pasado fin de semana tuve la desgracia de ver una de las peores películas que recuerdo, y la peor desde hace bastante tiempo: Seduciendo a un extraño, con Halle Berry y Bruce Willis. Y lo peor es que ni siquiera la bajé de Internet, sino que la alquilé. Aunque no suelo hacer críticas de películas de DVD, esta se lo merece, porque ni siquiera la presencia de esta impresionante mujer en la pantalla compensa lo que se va a ver, y eso es mucho decir. Les advierto, antes de empezar, que si pretenden verla, cosa nada recomendable, no deberían seguir leyendo mucho más. Bueno, en cualquier caso, no deberían seguir leyendo, porque esta entrada va a ser larga y aburrida.

La historia de esta película comienza con una periodista que después de renunciar a su trabajo, se encuentra con una amiga que le cuenta que ha tenido un affair con un publicista reputado a quien ha amenazado con destapar la relación. Poco después la amiga aparece asesinada, y la periodista decide embarcarse por su cuenta (y la de un compañero) en la investigación del crimen. La película se desarrolla desde ese punto, que no es malo, como digo sin un mal desnudo de Halle Berry como recompensa en toda la película.

Pero empecemos con las pegas. El primero es el amiguito de la prota: un hacker omnipotente. Capaz de obtener datos de cualquier empresa, cambiarlos, acceder al correo ajeno, crear referencias laborales, y de todo tipo de actos posibles o imposibles, aparte de que por supuesto gran parte de sus diálogos están basados en la habitual jerga informática sí, tienen tal y cual sistema, pero no es problema. Claro que esto no deja de ser lo típico para un hacker de película; no hay más que ver la filmografía relacionada. Imagino que otras profesiones —se supone que el sujeto es informático o algo parecido— se verán escenificadas de forma igualmente ridícula. Si con esto no fuese suficiente, el chico está obsesionado con su amiga (algo completamente normal, visto lo visto), hasta el punto de tener una especie de maniquí-collage en la pared al estilo de cualquier psicópata de tres al cuarto, sin que esto, que tu mejor amigo tenga comportamientos ciertamente preocupantes, tenga ningún papel destacable en la película. Imagino que obedece al hecho de que ni el propio director sabía quién iba a ser el malo al final de la película: se rodaron tres finales diferentes. Bravo, Fernando.

El siguiente sujeto en la lista es Harrison Hill, dueño de una empresa de publicidad de Nueva York, gracias a la cual vemos por pantalla no sólo el logo de Sony Vaio en el portátil (un iMac suele ser lo habitual, pero asumo que siendo de Sony Entertainment la película, no era lógico hacerle propaganda a Apple), sino publicidad de Reebok, Heineken o Victoria's Secret. Aparte de que el personaje es cualquier cosa menos creíble, poco más se puede decir a favor o en contra, y eso es ya bastante.

Por último, está Halle Berry, cuyo personaje es complicado de explicar, y su "motivación" se va descubriendo a través de varios flashbacks indescifrables, en forma de pesadilla-me-despierto-sudando o frente al espejo (¿hay algo más típico?). En éstos, aparece ella de niña y un hombre que parece ser su padre o padrastro, quien presumiblemente abusa de ella. Una noche, su madre lo golpea y lo acaba matando, y entre las dos lo entierran en el jardín... mientras una niña mira por la ventana. Esta niña, cómo no, resulta ser la "amiga" asesinada del principio, quien según parece pasa toda su vida chantajeándole, lo cual conduce finalmente a que Halle Berry decida acabar con ella. Así pues, es realmente ella la que asesina a su amiga, y no el publicista Harrison Hill.

Si bien uno puede llegar a entender el móvil del asesinato de la "amiga", que le quiera cargar el muerto —nunca mejor dicho— a otra persona carece totalmente de sentido. Si la policía no tiene ninguna pista sobre su asesino, e incluso las pistas puestas en el cuerpo jamás les conducirían a ella, ¿para qué tomarse la molestia de joder al publicista? E incluso de ser así, parece claro que de hacerlo, uno debería ser lo suficientemente inteligente para "montarlo" todo poco antes del asesinato, y no después. Para rematar el despropósito en el que se mueve la cinta, su compañero, con quien ya no se lleva tan bien desde que descubre que fantasea con ella, y dejémoslo ahí, acaba descubriendo el "montaje", y también es asesinado en una de las últimas escenas de la película al pedir pago a su necesario silencio... mientras alguien observa la escena desde la ventana de enfrente. Una segunda parte no, por favor.

Háganme caso. No pierdan más tiempo que el que le han dedicado hasta ahora. Es *mala*.

Cuatro minutos

Después de pasar varias semanas sin pisar una sala de cine, algo inconcebible en mi hace poco más de un año, el sábado pasado me levanté de la mesa con la intención de pasar la tarde viendo Death Proof de Quentin Tarantino, y ante mi sorpresa mi partenaire accedió sin réplica. Pero eso fue hasta que leí media docena de críticas que no la ponían precisamente bien, y aunque intenté convencerme de continuar con la idea original usando la siempre cuestionable idea de que sobre gustos no hay nada escrito, la unanimidad en torno a la calidad de la película de Tarantino, a quien Cuatro le dedicaría un semi especial esa misma noche (Pulp Fiction + Jackie Brown), me provocó una profunda apatía y consiguió que abandonase completamente esa opción y comenzase a valorar diversas alternativas, entre ellas la de mandar a la mierda a la industria del celuloide, al menos durante ese fin de semana. Por si eso fuese poco y para mi desgracia, la segunda alternativa, Planet Terror, con mejores críticas, no estaba accesible en ningún horario deseado. Finalmente, El ultimatum de Bourne, la tercera de las opciones, no era del agrado de mi acompañante (léase mi novia), a pesar de tener bastantes buenas críticas.

Así que finalmente, y al borde del suicidio abandono ante tan desolador panorama, decidimos entrar en Cuatro minutos, gratamente impresionados por la película de la misma nacionalidad —alemana—que habíamos visto hace unas semanas, La vida de los otros, aunque sin saber prácticamente nada sobre ella. Desgraciadamente, eso acabó siendo un craso error y la materialización de ese refrán que habla de las brasas y la sartén, porque Cuatro minutos es decepcionante, aunque las expectativas no fuesen desde el principio como para tirar cohetes. Sospecho, sin temor a equivocarme, que esta película permanece en la cartelera gracias al tirón que su grandísima compatriota tuvo en los últimos meses, porque cualquier comparación entre ambas es pura coincidencia: La vida de los otros es una maravilla, mientras que Cuatro minutos es cuando menos prescindible.

No se preocupen, no se la voy a destripar. Sólo les diré que la película trata de la relación que hay entre una anciana profesora de piano y una joven reclusa condenada por asesinato, rebelde sin causa y con extraordinarias dotes para tocar el piano. En resumen, los problemas de la cinta son diversos, que pasan por la cuestionable interpretación de las protagonistas principales y la evidente falta de empatía que esto genera, un final completamente previsible a la Hollywood, o los excesos melodramáticos a menudo en forma de flashbacks. En definitiva, vayan a verla si quieren, pero al precio que está el cine, yo les recomiendo que dediquen su dinero a cosas mejores.