Budapest

fffff

Estuvimos una semana en Budapest este verano. Cuando volvimos, pensé en escribir una entrada con todo lo que habíamos visto allí, pero la verdad es que como suele suceder, el tiempo pasa y las ganas se diluyen. Sin embargo, ahí van varias notas breves.

La primera es que el transporte público funciona perfectamente, a pesar de las quejas que habíamos leído. Sacamos bonos de 4 días y no tuvimos absolutamente ningún problema; incluso están incluidas las líneas que van por el Danubio (días laborables). 

La segunda es que hay que ir a los ruin pubs, sí o sí. De los que vimos, el mejor el Szimpla Kert, pero hay muchos más; del Corvin hablaban muy bien pero estaba desierto, y el día que fuimos el Instant parecía una fiesta Erasmus (y ya estamos un poco mayores para eso).

Mi tercera recomendación es visitar el cementerio, aunque esto es personal (por algo hay tantas fotos). Si tengo que ir morir en Budapest para que me pongan una estatua de un ángel encima, iré allí a morir. Si me meten en un nicho, juro que me levanto.

La cuarta es que no hay que preocuparse demasiado por el tema euro; es preferible pagar con florines húngaros, pero hay muchas casas de cambio así que con llevar algunos euros es suficiente; las tarjetas además las aceptan en prácticamente todas partes. En este punto, hay que prestar atención: muchas casas de cambio muestran claramente a cuánto está el cambio (es decir, la relación florín húngaro-euro), pero la comisión adicional que ellos se llevan suele estar un poco menos a la vista y va por tramos. Dedicarle cinco minutos a hacer un par de cálculos con el cambio oficial y la comisión es rentable.

Y la quinta es que es una ciudad para ver. Muy Erasmus, muy turística, eso sí, pero una mezcla muy interesante de decadencia ¿soviética? y...  ¿progreso occidental? Hay mucho que ver, y nos hemos dejado más de una cosa en el tintero (no nos gusta ir con prisas y salir de fiesta tiene sus inconvenientes), así que seguro que volveremos.


(Se han quedado muchas fotos fuera. Si alguien quiere alguna, que me la pida a manuel@benetnavarro.es; he tenido que bajarles el tamaño y la calidad para que pudieran cargarse en un tiempo razonable).

Cómo llegar a Cabestro

Las personas que desean o necesitan recorrer los casi ciento diez kilómetros en línea recta que separan Donjuan de la ciudad de Cabestro pueden hacerlo de varias maneras, entre las que destacan dos. Hay más alternativas, porque siempre las hay, pero incluyen desvíos, peajes, transbordos y carecen de las ventajas de las dos que se describen a continuación.

La primera es por carretera. Esta es la recomendable para un viaje de placer o turístico, ya que permite detenerse en los cuatro miradores del trayecto, el primero de ellos a unos ochenta kilómetros de Cabestro. Otra ventaja es que se atraviesan una docena de pueblos, algunos abandonados pero en los que todavía se conservan algunos restos del Medievo: los que todavía no han sido expoliados. Cabe preguntarse, no obstante y con cierta razón, qué ha motivado a los delincuentes a no continuar con el saqueo en lugares carentes de toda protección; quizá lo que hayan dejado carezca del suficiente valor histórico, aunque esos detalles no son de interés para el turista ocasional, ávido por fotografiarse junto a cualquier bloque de piedra manipulada por seres humanos que haya formado parte del pasado, como si eso le concediese por sí mismo un valor, más allá de cualquier consideración estética o histórica. La tercera y última razón es disfrutar de la conducción por una carretera que en los últimos sesenta kilómetros serpentea entre pinos que apenas consienten que la luz del sol alcance la calzada, y hacen al viajero sentirse como en un viaje por algún paraje remoto. Antes de lanzarse a ella sin más, el conductor debe tener en cuenta que el bucólico recorrido hace al menos un par de décadas que no se pavimenta (aunque se parchea con regularidad con pegotes de alquitrán que se desprenden pasados unos meses), que en ciertos tramos la carretera es poco más ancha que un vehículo y que en algunos de éstos se puede encontrar expuesto a una caída de más de noventa metros sin ningún tipo de protección.

La segunda manera de ir desde Donjuan a Cabestro y viceversa, desde hace cuarenta años, es por vía ferroviaria. La frecuencia es más que mejorable si se tiene en cuenta el número de habitantes de ambas ciudades, con únicamente tres viajes los días laborables y dos los festivos, pero es una forma rápida y económica de llegar de uno al otro extremo; probablemente el precio vaya ligado a la escasez de horarios para el viajero. Este medio es el mejor si se trata de un viaje de negocios, en el que todo queda relegado al tiempo, que como todo el mundo sabe es oro. El olor a pinos, hayas, a la humedad y al musgo que invade el suelo y los troncos de los árboles; la observación fugaz de animales salvajes y el entusiasmo que estas apariciones esporádicas y repentinas producen en los seres cuyo hábitat natural es el cemento; el silencio solo interrumpido por los pájaros y el viento filtrándose entre las hojas; el disfrute de la Naturaleza y el placer de observar toda la belleza que hay en el mundo como un fin en sí mismo. Todo eso queda relegado a un segundo plano en los viajes de negocios; al plano de lo irrelevante, prescindible, de lo estéril, porque el tiempo es oro, el oro es dinero y si hay algo relacionado con el dinero, como todo el mundo sabe, eso son los negocios.

(Donjuan es la ciudad donde se desarrolla la novela)

El primer borrador

Si existe un consejo casi universal para aquellos que se aventuran en la escritura de una novela es este: no te detengas a editar mientras escribes.

No corrijas, no es el momento de hacerlo. Céntrate en seguir con la historia. Progresa. Pasa a la siguiente frase. No pienses si la gramática está bien, si el vocabulario es el adecuado, si existe alguna incoherencia con el resto de la historia. Dedícate a avanzar hasta poner el punto final, hasta tener entre tus manos el primer borrador.

Quizá sea exagerado, pero el objetivo es lograr un primer borrador, y tiene todo el sentido. Editar lo que vas escribiendo retrasa el avance, lo que en última instancia puede tener como consecuencia que abandones a mitad de camino, por muy excelente que sea lo obtenido hasta ese momento. Y por desgracia, medio borrador, aunque tenga una prosa sublime, no es una novela. En realidad, ni siquiera es un borrador; solo es medio borrador. 

Sí, es cierto que con esta estrategia ese primer borrador va a requerir un trabajo sustancial de revisión, pero sigue siendo un borrador finalizado, una historia (más o menos) cerrada. Psicológicamente eso es importante.

Sin embargo, mi experiencia personal es un poco diferente. Hasta que conseguí el primer borrador de la novela, no solo editaba al mismo tiempo que escribía, sino que lo que es peor, retrocedía y corregía lo que había escrito la tarde o la semana anterior. Había días que no escribía ni una línea nueva. De hecho, aunque calculo que voy por el tercer borrador, hay párrafos y diálogos que habré reescrito más de una docena de veces. Y sigo haciéndolo. 

Han influido varios factores. El primero es que soy incapaz de dejar escrita una frase que no me guste. No necesito que me enamore, pero sí que la considere "aceptable", y eso en ocasiones lleva su tiempo. El segundo es que a lo largo de estos tres años ha habido periodos en los que durante meses no he fallado ni un solo día, frente a otros en los que ni siquiera me siento frente al ordenador. La consecuencia es que cuando retomo la escritura, necesito volver a meterme en la historia. Y eso requiere releer, lo que a su vez me lleva a corregir. 

Tampoco es oro todo lo que reluce; esta regla requiere tener una idea bastante exacta de los elementos principales de la historia: personajes, evolución, punto de vista, ritmo, el armazón de capítulos, incluso de las escenas, etc. Ese nunca ha sido mi caso; a veces avanzaba a trompicones y me he encontrado con nudos argumentales que me ha costado meses resolver. Simplemente, no podía seguir avanzando porque no sabía cómo hacerlo. 

Por otro lado, durante el primer año estuve experimentando con diferentes puntos de vista y tiempos verbales, hasta obtener el que más me gustaba. Cambiar la narración de pretérito a presente cuando solo llevaba 30.000 palabras me costó, pero si lo tuviese que hacer ahora con 140.000, la cosa iba a ser algo más complicada (y probablemente no lo haría). 

El principal beneficio de "escribir sin mirar atrás" es que se incrementan las probabilidades de obtener un primer borrador, que es el primer y probablemente mayor hito para acabar una novela.

Sin embargo, hay que ser consciente de que se corre el riesgo de llegar a un punto en el que cambiar algo que no te acaba de convencer del todo simplemente no es factible. Y sobre todo, que una escritura más pausada proporciona una visión más amplia y reflexiva sobre el universo en el que uno se mueve. Porque recordar el paisaje por el que pasaste hace un par de meses sin prestar mucha atención no es lo mismo que pararse y observarlo mientras caminas por él.

Angelus Novus

“Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En ese cuadro se representa a un ángel que parece a punto de alejarse de algo a lo que mira fijamente. Los ojos se le ven desorbitados, tiene la boca abierta y además las alas desplegadas. Pues este aspecto deberá tener el ángel de la historia. Él ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde ante nosotros aparece una cadena de datos, él ve una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina y se las va arrojando a los pies. Bien le gustaría detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destrozado. Pero, soplando desde el Paraíso, una tempestad se enreda en sus alas, y es tan fuerte que el ángel no puede cerrarlas. Esta tempestad lo empuja incontenible hacia el futuro, al cual vuelve la espalda mientras el cúmulo de ruinas ante él va creciendo hasta el cielo. Lo que llamamos progreso es justamente esta tempestad”.

Walter Benjamin

El fraude de Donald F. Max

Abre el periódico al azar y va a parar a la sección de cultura. La fotografía de alguien llamado Donald F. Max ocupa un octavo de la página. A su lado se despliega un largo artículo cuyo punto final se ve impelido a buscar en la parte trasera de la misma página antes siquiera de comenzar a leer. La cara del sujeto le es vagamente familiar y busca en su memoria hasta que recuerda haber oído algo acerca de su trágica muerte hace varios años. También le suena hacerse la promesa incumplida de leer alguna obra suya, sistemáticamente ensalzadas por la prensa. Su curiosidad se agotó pronto y lo que vino después acabó de aniquilarla. Con ciertos aires apocalípticos, algunos críticos llegaron a decir que había muerto el último genio de la literatura y como de la nada, un nuevo y flamante genio literario apareció apenas un año y pico después. Su obra era bastante prolífica, teniendo en cuenta la edad a la que falleció: tres docenas de libros y varios libros de relatos, algunos de ellos inconclusos. El resto, siempre según los datos aportados por su biógrafo al periódico, se habían perdido en las innumerables mudanzas del escritor o este lo había quemado en uno de sus actos de locura.

El artículo comienza con un breve repaso a la vida y obra del individuo, fallecido según datos oficiales a los cuarenta y tres años de cirrosis, debido al parecer al alcohol contenido en la botella y pico de whisky que ingería a diario. Él duda de la existencia de un organismo con tal capacidad. Según se indica, la fotografía de la esquina es el único testimonio gráfico del rostro del escritor. No existen retratos de su infancia o adolescencia y sus progenitores habían muerto muchos años antes en un pueblucho del interior. El texto hace un repaso exhaustivo a sus datos vitales, extraídos de su biografía post-mortem, como el autor del artículo advierte a modo de descargo de responsabilidad: número de parejas sexuales y sentimentales, adicciones, manías y fobias, enfermedades sufridas, unas reales y otras inventadas, amigos y conocidos, traumas de la infancia, relación paterno-filial, para acabar haciendo inventario de su producción literaria, toda ella publicada con posterioridad a su muerte. 

Tras la introducción y puesta en contexto, lo interesante del artículo viene a continuación. Al parecer, una tesis postdoctoral de la Universidad de California aseguraba que el sujeto jamás había existido, lo que hacía particularmente difícil, si no imposible, que hubiese escrito algún libro. Durante tres años dos estudiantes de doctorado habían llevado a cabo lecturas comparadas de su obra, encontrando que el estilo desplegado en sus obras mostraba alteraciones poco justificables: textos que distaban entre si unos meses parecían escritos por diferentes personas y luego obras alejadas varios años reflejaban similitudes muy significativas. El fantasma utilizaba estilos literarios tan alejados que, o bien padecía un trastorno de identidad disociativo —trastorno de personalidad múltiple, se encarga de aclarar el articulista entre paréntesis— de una magnitud colosal, o se trataba de textos escritos por diferentes personas. Dado que la primera opción no solo era la menos probable sino que no era una de las múltiples e hipotéticas enfermedades mentales de las que hipotéticamente había sido diagnosticado en su hipotética vida, los autores de la investigación concluían afirmando que Donald F. Max no era uno, sino varios. 

Para disipar cualquier duda sobre la intención del estudio, apoyar la tesis principal y hacer frente a posibles demandas de la editorial, los estudiantes habían llevado a cabo una minuciosa investigación de la vida del escritor. A pesar de la solidez del núcleo principal, no les costó mucho encontrar pequeñas grietas y errores por las que introducirse: algunas personas que aparecían en la biografía como amigos o conocidos del presunto escritor o no existían, o habían muerto años antes de que pudiesen tener cualquier tipo de relación con este. Los peores casos aseguraban no conocerlo de nada. Existían incoherencias de carácter administrativo y en varios lugares en los que pretendidamente había vivido nadie le recordaba.

En conjunto todo formaba un cuadro coherente, una narración vital realista y verosímil, pero al rascar sobre la superficie habían comenzado a aparecer ausencias inexplicables, datos incontrastables o directamente erróneos; todo se volvía más mohoso y pegajoso. Sin embargo, los autores del estudio no se olvidaban de añadir que con todo, existían documentos legítimos como su partida de nacimiento y defunción, además de personas que afirmaban haberlo tratado en su juventud. 

A partir de ese punto, el autor del artículo trata de adoptar un enfoque y lenguaje falsamente objetivo, oculto en la coartada ofrecida por las opiniones de respetables académicos universitarios y profesionales del sector literario, y explica el principal argumento formado en el mundillo literario: la vida, obra y milagros de DFM no había sido otra cosa que una invención editorial, un fraude orquestado por la editorial Tadynus, cuya representante y relaciones públicas había afirmado en unas breves y someras declaraciones entrecomilladas que el estudio era un conjunto de conjeturas y vaguedades sin base real; parecía importante destacar que la editorial tenía un código de conducta y ético que prohibía las prácticas descritas. Aunque la biografía contenía multitud de datos en teoría reales, bastantes de los cuales podían ser contrastados, la opinión extendida era que la gran mayoría de ellos habían sido inventados, falsificados o amañados por personal de la propia editorial para dotar de un aura de misticismo e interés al virtual sujeto. Se especulaba que los libros habían sido escritos por estudiantes universitarios de filología y literatura (ninguno de los cuales, por desgracia, había sido localizado), para ser posteriormente corregidos por editores con experiencia, y algunas de las críticas literarias habían sido compradas y acordadas con los redactores y periodistas de algunas revistas. La campaña de marketing que Tadynus puso en marcha una década atrás para vender las obras, en palabras de la propia editorial, del autor desconocido más importante del último siglo fue un auténtico éxito; la historia trágica de un icono literario que había incluso llegado a sobrepasar el ámbito literario, y cuyos libros se siguen vendiendo en la actualidad con bastante éxito. Según el autor del artículo, el asunto tiene visos de levantar una gran polvareda en el sector literario y editorial, y ya existen algunos medios que se plantean demandar a la editorial por fraude.

(Doloroso descarte de la novela)

La causa de esta situación es o son las actividades de limpieza

Vamos con uno de esos ejercicios que tanto gustan. ¿Cuál es la frase correcta?

 

A. La causa de esta situación son las actividades de limpieza.

B. La causa de esta situación es las actividades de limpieza.

 

Parece ser que el "sonido" más armonioso del "son" parece indicar que "las actividades de limpieza" es el sujeto de la oración, ya que sujeto y verbo han de tener concordancia (en teoría). No obstante, ambas oraciones tienen la misma estructura y no hay ninguna razón que sugiera que "las actividades de limpieza" es el sujeto. 

En realidad, ambas partes pueden actuar de sujeto y atributo:

 

El atributo, en las oraciones con el verbo ser y si el sintagma es nominal (el núcleo es un sustantivo), es intercambiable con el sujeto. Cualquiera de los dos puede ser el atributo. En estos casos se suele considerar atributo el elemento que aparece en segundo lugar:

María es la vecina de mi madre.

La vecina de mi madre es María. 

 

Por tanto, según ese ambiguo "se suele", "las actividades de limpieza" no sería el sujeto, sino el atributo, pero en cualquier caso, como veremos la solución no radica en quién es el sujeto, ni tampoco en la concordancia sujeto - verbo. Esta concordancia es la regla general en oraciones copulativas, pero no es necesaria. Por ejemplo: "Tu principal problema son tus manías" es una frase totalmente correcta. Ni "Tus principales problemas son tus manías" (es rara) ni "Tu principal problema es tu manía" transmiten lo mismo.

Veamos un caso que se parece mucho al expuesto, en nuestro querido Diccionario panhispánico de dudas

 

2.1.1. Para establecer correctamente la concordancia del verbo ser en las oraciones copulativas, ha de tenerse en cuenta lo siguiente:

[...]

c) Cuando el sujeto y el atributo son dos sustantivos que difieren en número, lo normal es establecer la concordancia con el elemento plural«Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla» (Machado Campos [Esp. 1907-17] 491); «Todo eso son falacias» (Ott Dientes [Ven. 1999]); «La primera causa de regresión de la especie son las alteraciones de su hábitat» (DNavarra [Esp.] 20.5.99). No obstante, en algunos casos es posible establecer la concordancia también en singular, en especial cuando uno de los dos sustantivos tiene significado colectivo, o cuando, siendo un plural morfológico, se refiere a un concepto unitario: «Quienes desarrollaron la cultura de La Venta era gente de habla maya» (Ruz Mayas [Méx. 1981]); «El sueldo es tres mil dólares al mes» (Donoso Elefantes [Chile 1995]); «Las migas ruleras es un postre que se reserva para la cena»(Vergara Comer [Esp. 1981]).

[...]

 

Por tanto, la frase que parece más cercana es la que utiliza el plural: "La causa de esta situación son las actividades de limpieza". Nótese, sin embargo, que la RAE dice "lo normal", por lo que parece entenderse que tanto el "son" como el "es" podría considerarse correcto, aunque pueda sonar extraño al oído.

Como siempre, me reservo el derecho a estar equivocado.

Vayan con cuidado.

Los filtros literarios (o cómo escribir para impresionar en Internet)

Hace mucho tiempo que no escribo dos posts en días consecutivos. Algún día tenía que volver a pasar. Ese día es hoy. A raíz de unos textos de ******* que he leído en Facebook me he decidido a venir a hablar de una figura retórica que sin duda se habrán encontrado, y que se utiliza por lo general para mejorar el ritmo del texto y a menudo para darle dramatismo: la anáfora. Y como no soy nadie para ir definiendo términos, veamos qué dicen por ahí de ella.

En su tercera acepción, la RAE nos envía directamente a "repetición", que en su novena acepción dice:

 

"9. f. Ret. Empleo de palabras o conceptos repetidos deliberadamente con voluntad expresiva."

 

En este caso, la Wikipedia es algo más exhaustiva, aunque viene a decir lo mismo:

 

"La anáfora es una figura retórica que consiste en la repetición de una o varias palabras al principio de un verso o enunciado. [...] La anáfora es también considerada como la repetición simple de una palabra cuando ésta va al principio de la frase. En prosa, puede consistir en la repetición de distintas frases o grupos sintácticos."

 

Seguro que ya tienen en la cabeza algún ejemplo, pero si no es así, vamos con uno que se me acaba de ocurrir, así con un trasfondo dramático (que es lo que gusta):

 

A veces me preguntas por qué ya no te escribo. Me cuesta creer que no lo sepas, aunque te lo diré. No lo hago porque dijiste que me querías y me abandonaste. No lo hago porque dijiste que me amabas y te fuiste. No lo hago porque dijiste que me necesitabas y desapareciste. No lo hago porque ahora ya sé que lo nuestro no fue más que una gran mentira.

 

Bueno, no es un gran ejemplo, pero nos vale. Es probable que esté mezclando alguna otra figura retórica, pero como no me las sé todas, pues obviemos esa posibilidad.

En fin, se hacen una idea. Como es fácil ver, se trata de una figura muy efectista (efectista: que pretende impresionar o llamar la atención) y que bien utilizada, es tremendamente útil. El problema es cuando del uso se pasa al abuso, momento en el que pasa de ser un recurso literario a un truco literario, lo que denota una falta de técnicas expresivas del autor, que trata de transmitir mediante la forma una profundidad que no es capaz de expresar mediante las palabras.

Por supuesto que la forma de un texto es importante; no transmiten lo mismo cinco frases cortas que una frase larga, aunque se utilicen las mismas palabras. No obstante, delegar toda la fuerza en la forma nos puede dar pistas de que quizá el fondo tiene problemas importantes (claro que no siempre; Cormac McCarthy utiliza un estilo muy particular en No es país para viejos y eso es sólo una decisión suya y no un reflejo de nada, más allá de quizá cierto interés por la experimentación).

Y aunque esto es básicamente lo que quería contar, dejemos atrás la anáfora y pasemos a otras pequeñas trampas o filtros, que es habitual encontrar en textos de Internet. Lo primero que vamos a hacer es manipular la estructura de las frases, y vamos a introducir repeticiones y pausas de manera algo artificial, junto con alguna palabra suelta por aquí o por allí. Siguiendo el mismo ejemplo anterior:

 

A veces me preguntas por qué ya no te escribo. Tú. Me cuesta creer que no lo sepas. Me cuesta mucho. Te lo diré. Sí, te lo diré. Sí. No lo hago porque dijiste que me querías. Dijiste que me querías y me abandonaste. No lo hago porque dijiste que me amabas. Sí, me amabas, pero te fuiste. No lo hago porque dijiste que me necesitabas. Tú, que me necesitabas, desapareciste. No lo hago, no. Ya no te escribo. Es cierto. No lo hago porque ahora ya sé que lo nuestro no fue más que una gran mentira. Una gran mentira.

 

Este texto dice lo mismo que el anterior, pero utiliza más palabras y podría decirse que suena más poético. Nuestra siguiente trampa es introducir pausas más largas mediante saltos de línea, con lo que se consigue un efecto aún mayor:

 

A veces me preguntas por qué ya no te escribo.
Tú. 
Me cuesta creer que no lo sepas. Me cuesta mucho. 
Te lo diré. Sí, te lo diré.
Sí.
No lo hago porque dijiste que me querías. Dijiste que me querías y me abandonaste. 
No lo hago porque dijiste que me amabas. Sí, me amabas, pero te fuiste. 
No lo hago porque dijiste que me necesitabas. Tú, que me necesitabas, desapareciste. 
No lo hago, no. Ya no te escribo. 
Es cierto. 
No lo hago porque ahora ya sé que lo nuestro no fue más que una gran mentira. 
Una gran mentira.

 

Podemos llevar este filtro un poco más lejos, eliminando algunas repeticiones. Eso lo hará más directo:

 

A veces me preguntas por qué ya no te escribo.
Tú. 
Me cuesta creer que no lo sepas. Me cuesta mucho. 
Te lo diré. 
Sí.
Te lo diré.
No lo hago porque dijiste que me querías. 
Y me abandonaste.
No lo hago porque dijiste que me amabas. 
Y te fuiste.
No lo hago porque dijiste que me necesitabas.
Y desapareciste.
No lo hago, no. Ya no te escribo. 
Es cierto.
No lo hago. 
Porque ahora ya sé que lo nuestro no fue más que una gran mentira. 
Una gran mentira.

 

No está quedando mal, y eso que básicamente estamos manipulando la forma. El fondo permanece inalterable. Es decir, aunque la apariencia poética del texto respecto a la versión original se incrementa, en realidad no hemos hecho gran cosa: no hay nuevo vocabulario, ni hemos añadido ninguna idea adicional. Tan solo hemos recortado las frases, las hemos organizado en diferentes líneas y hemos añadido algún golpe de efecto.

El truco (o filtro) definitivo viene a continuación. Se trata de añadir líneas en blanco, recortar algunas frases (aunque carezcan de sentido por sí solas) y repetir otras varias veces, creando patrones. Repetir es importante. De este modo, tenemos el texto listo para subirlo a Facebook, a nuestro blog, o a nuestra red social de preferencia y dejar una buena impresión: 

A veces preguntas.

Preguntas por qué ya no te escribo.

Tú preguntas.

Y a mí me cuesta.

Me cuesta creer que no lo sepas.

Mucho.

Me cuesta mucho creerlo.

Pero te lo diré.

No lo hago, no. Ya no te escribo.

No lo hago porque dijiste que me querías.

Lo dijiste.

Y me abandonaste.

No lo hago, no. Ya no te escribo.

No lo hago porque dijiste que me amabas.

Lo dijiste.

Y te fuiste.

No lo hago, no. Ya no te escribo.

No lo hago porque dijiste que me necesitabas.

Lo dijiste.

Y desapareciste.

No lo hago, no. Ya no te escribo.

No.

No lo hago, no. Ya no te escribo.

Ya no te escribo.

No lo hago, no. Ya no te escribo.

Es cierto.

No lo hago, no. Ya no te escribo.

Tienes razón.

No lo hago, no. Ya no te escribo.

Porque ahora ya sé que lo nuestro no fue más que una gran mentira.

Por eso no no lo hago.

Por eso no te escribo.

Por esa gran mentira.

En resumen, se trata de algo parecido a los filtros de fotografía. Utilizarlos está bien, y pueden ayudar a mejorar o enfatizar la impresión que el autor quiere crear con la escena, pero cuando se abusa de ellos y lo que realmente destaca es el propio efecto, una de dos: o el fotógrafo es malo, o la fotografía es mala.

Por si hay alguna duda, todo lo dicho aquí es una opinión exclusivamente mía, y me reservo el derecho de estar equivocado. Como siempre.

Vayan con cuidado.

Series (I): The Strain, Stranger Things, Fargo, The Wire, Catastrophe

A las buenas. Aprovechando que me han dejado de rodríguez y que acabo de rematar la temporada 1 de The Strain, se me ha ocurrido hacer una serie de entradas comentando algunas de las series que durante estos años hemos visto, hasta donde la memoria me permita y basándome en la impresión que me dejaron. Tranquilidad: como no tengo intención de desvelar detalles de las tramas, no me explayaré demasiado; para eso ya hay un montón de páginas. Dejaré fuera blockbusters del tipo Anatomía de Gray, House, Sexo en Nueva York, Friends y demás. No todos, según me dé. No tendría mucho sentido hacer una crítica de algo que todo el mundo sabe de qué palo va. Empecemos.

 

The Strain.

Como decía, acabo de rematar la temporada 1 y la impresión es que la serie es más bien flojilla. Supongo que el hecho de que la serie venga firmada por Guillermo del Toro ha ayudado a darle algo de fama (inmerecida). La serie mezcla diferentes elementos fantásticos en una especie de batiburrillo que en algunos momentos parece que los guionistas se inventen sobre la marcha (lo que no es así dado que está basada en un libro de Guillermo del Toro, pero sí lo parece).

A medida que la temporada avanza, te das cuenta de que su esquema se parece bastante al de The Walking Dead (lucha de grupo variopinto de personas algo estereotipadas en una cruzada común), aunque evidentemente con algunos cambios. Las interpretaciones no son nada del otro mundo, aunque la que realiza la madre de una de las protagonistas destaca por ser especialmente penosa. Entretenida, y ya. 

 

Stranger Things.

Esta serie, que parece que ha renovado para una segunda temporada, fue una de las revelaciones de este verano. El argumento es sencillo: un chaval se pierde en el bosque y en la búsqueda, sus amigos se meten en un fregao de tres pares de narices donde está el gobierno y algún que otro bicho paranormal. Francamente, aunque todo el mundo estaba loco con ella, no me pareció nada del otro mundo, más allá de ser un homenaje (a veces excesivo) a películas como Los Goonies o ET, incluyendo la estética.

Las interpretaciones, aceptables. Y discrepo de la opinión generalizada: a mí la niña no me transmite absolutamente nada en toda la serie.

En resumen: pasable, aunque sea como recordatorio de tu infancia. Aunque recuerden que, como decía Félix Grande: Donde fuiste feliz alguna vez / no debieras volver jamás: el tiempo / habrá hecho sus destrozos, levantando / su muro fronterizo / contra el que la ilusión chocará estupefacta. Están advertidos.

 

Fargo.

Esta serie es algo mucho más serio. A pesar tener el mismo nombre, no comparte trama ni personajes con la película de los hermanos Coen, pero sí evoca la estética, la manera de narrar, el humor negro y el carisma de los protagonistas.

Cada una de las dos temporadas plantea un escenario y unos protagonistas diferentes, cuyos detalles argumentales los tienen en filmaffinity. Las interpretaciones, sublimes todas ellas, y si tienes debilidad por Billy Bob Thornton como es mi caso, no puedes dejarla pasar. Yo no me la perdería.

 

 

The Wire.

Esta es la serie que se supone que hay que ver, que entra en la categoría de Los Soprano, A dos metros bajo tierra, Mad Men o Breaking Bad. Ya saben, una serie que en algún momento recibió la categoría de "Mejor serie de todos los tiempos". En fin. No les diré que la he visto entera, porque mentiría; llegué hasta el final de la segunda temporada, y debido a la falta de acompañamiento (es decir, que a Laura no le gustaba), acabé abandonándola.

La serie es una puñetera maravilla, en serio, pero no es algo como para ver mientras comes palomitas o miras el móvil, porque la complejidad argumental y el número de personajes hacen que no te puedas despistar, y aun así en ocasiones te preguntas quién coño es ese personaje o qué relación tiene con otros. Resumiendo, la serie es muy buena, pero es compleja y requiere una buena dosis de concentración.

 

Catastrophe.

Voy a acabar este post con una de las mejores series que hemos visto este verano y cuyas dos temporadas nos zampamos casi de una sentada. El argumento es sencillo: chico estadounidense (Rob) durante un viaje de negocios a Londres conoce a chica irlandesa (Sharon) y el folleteo ininterrumpido acaba en embarazo. El resto es una deliciosa comedia británica en la que ambos personajes (que son los directores y guionistas, y en la realidad se llaman también Rob y Sharon) intentan sobrevivir a las nuevas circunstancias.

En resumen, una serie muy agradable, sembrada de humor y conversaciones inteligentes, ironía, realidad, algo de mala leche y un conjunto de buenas interpretaciones, tanto de ellos dos como de los diferentes personajes secundarios. Que su puntuación en filmaffinity sea sólo de 7.1 es algo que me supera. 

 

Y eso es todo. La semana que viene (o cuando me acuerde), hablaré de A dos metros bajo tierra, Mr Robot, Transparent, The Knick, The Affair y The girl experience.

Vayan con cuidado.

El patriarcado ataca de nuevo

Seguro que conocen esa foto donde una jugadora olímpica de voleibol (egipcia, para más señas) juega con un hijab puesto. Lo más probable es que hayan leído a muchas personas criticar la vestimenta. También habrán leído críticas por el hecho de que la alemana juegue con bikini. Otras personas criticarán la vestimenta de ambas y dirán que es fruto del machismo. Bueno, sí, pero no. Ojalá fuese tan fácil.

En un lado de la red, una religión que oprime a la mujer y que (dicho suavemente) coarta su libertad para mostrar su cuerpo; lo cual, dicho sea de paso, tiene un tufillo a superioridad cultural y etnocentrismo que echa para atrás (por si no tuviera bastante con la discriminación de género; léase interseccionalidad para más detalles). En el otro lado de la red, tenemos a una sociedad sexista (la nuestra) que también oprime a la mujer, y en la que el cuerpo femenino se exhibe como cualquier un objeto de consumo.

Con esas premisas, la conclusión a la que se llega es sencilla: ninguna de las dos mujeres sabe pensar por sí misma. Es necesario que alguien venga a criticar, de nuevo, cómo visten dos mujeres que juegan un partido de volleyball. A abrirles los ojos. A liberarlas de su ignorancia. A salvarlas.

Se me ocurre que a lo mejor son dos mujeres adultas que para jugar el partido se han puesto lo que les ha salido del coño de acuerdo a sus ideas, sus creencias y sus principios. Que a lo mejor es cosa suya y de nadie más. Todo lo demás vuelve a ser, de nuevo, el mismo patriarcado de siempre opinando sobre algo que no le atañe.

No hay más. Me vuelvo a la novela.

Caminar

Se tiende a pensar que la forma más silenciosa de caminar es de puntillas. En este movimiento, el peso recae en su mayoría en la unión de las falanges proximales con los metatarsianos. Puesto que el sonido de la pisada procede del contacto entre el pie y el suelo, al minimizar la superficie de contacto cabe esperar que este se reduzca. Sin embargo, conviene tener en cuenta varios inconvenientes. El primero es que el ser humano está adaptado a caminar con toda la superficie del pie, por lo que en ciertos casos, el impacto contra el suelo será más violento y generará un sonido de mayor intensidad que si se realiza toda la pisada completa. El segundo es que caminar así produce una pérdida de estabilidad que puede acabar con el pie contrario aterrizando abruptamente en el suelo para evitar la caída, lo cual es desde luego contraproducente. El tercero es que si el individuo se ve obligado a detenerse en su movimiento, por ejemplo porque escucha a su agresor moverse por la habitación contigua, una postura estática de puntillas genera una tensión extra sobre las extremidades inferiores que es posible que la víctima no sea capaz de mantener mucho tiempo. Por último, la física determina que al disminuir la superficie de apoyo, la presión ejercida sobre el suelo se incrementa, lo que en suelos de madera o cuando se camina sobre baldosas sueltas puede generar ruidos indeseables, además de sonidos provenientes de las articulaciones, sobre todo si se camina descalzo. Una alternativa a caminar de puntillas es realizar el movimiento completo del pie pero ralentizándolo, de modo que la pisada imite el balanceo de una mecedora a cámara lenta. Además de ser un movimiento anatómicamente más natural, que el pie contrario al que inicia la pisada tenga la mayor parte de su superficie sobre el suelo incrementa la estabilidad, reduce el estrés muscular y disminuye los sonidos. Cuando pasas años tratando de esconderte de alguien con la capacidad y el deseo de asesinarte, incluido este preciso momento, tienes ocasiones de sobra para comprobar empíricamente que esta segunda opción es preferible, y que acompañada de una respiración pausada y un calzado adecuado permite alcanzar casi el silencio absoluto al caminar, además de proporcionar un mejor apoyo en el caso de tener que huir. 

Equilibrio

Algunas noches, cuando cenamos con vino, cojo la copa cuando todavía está medio llena y juego a posarla en el sofá junto a mí. Sobre la tela que cubre la gomaespuma, encima de algún cojín que tenga cerca o encima del brazo acolchado, en realidad da igual el lugar, solo importa que no sea una superficie firme, sólida, segura, como se supone que debería ser.

Tras apoyarla con lentitud, como el que coloca el último eslabón en una larga cadena de piezas de dominó o la carta definitiva en un castillo de naipes, separo las manos y las mantengo alrededor, esperando que el conjunto gane la estabilidad suficiente para sobrevivir sin mi ayuda. Poco a poco las retiro, hasta que dejo la copa expuesta en un equilibrio precario, a merced de cualquier alteración en su base que la pueda precipitar contra el suelo si no soy lo bastante rápido en su rescate. Me gusta ver el vino mecerse encerrado dentro de la pared cóncava de cristal, a veces con violencia, y la forma en que el caos del líquido amplifica cualquier movimiento por pequeño que sea.

Lo habitual es que la observe balancearse durante unos segundos, casi inmóvil en mi asiento, ante la mirada inquisitiva de Laura, y la acabe rescatando de nuevo entre mis dedos antes siquiera de que pueda correr peligro alguno. Pero de vez en cuando, algo hace que olvide que está ahí: una llamada, un pensamiento, una pregunta, o simplemente yerro al cogerla, y acaba en el suelo hecha añicos sobre un pequeño charco de vino.

A veces me siento un poco como esa copa.

¿Su música la o le hace soñar a ella?

Hoy traigo uno de esos ejercicios que me gustan. De este hace aproximadamente mes y pico. He aquí la frase:

 

Su música la / le hace soñar a ella.

La cuestión, como es evidente, es: ¿qué es lo correcto, utilizar "la" o "le"? Argumenta tu respuesta.

 

Vamos allá. Esta es fácil.

Como no podría ser de otra manera, la referencia principal es el Diccionario Panhispánico de Dudas, en su artículo sobre el laísmo, leísmo y loísmo:

 

Leísmo: 
Es el uso impropio de le(s) en función de complemento directo, en lugar de lo (para el masculino singular o neutro)
, los (para el masculino plural) y la(s) (para el femenino), que son las formas a las que corresponde etimológicamente ejercer esa función [...].

 

Está claro, ¿no? Sí. La cuestión es, por lo tanto, saber si "a ella" es complemento directo o indirecto. Intuitivamente, muchos nos guiamos por la preposición "a" para directamente concluir que es indirecto. Entonces, ¿es complemento indirecto? Es ahora cuando viene lo interesante. Vamos directamente al punto 4.b), 2º párrafo, del artículo indicado, específicamente la parte que señalo en negrita:

 

Los verbos hacer y dejar, cuando tienen sentido causativo, esto es, cuando significan, respectivamente, ‘obligar’ y ‘permitir’, siguen la misma estructura que los verbos de influencia: «verbo causativo + complemento de persona + verbo subordinado». Tanto hacer como dejar tienden a construirse con complemento directo si el verbo subordinado es intransitivo: «Él la hizo bajar a su estudio y le mostró el cuadro» (Aguilera Caricia [Méx. 1983])«Lo dejé hablar» (Azuela Tamaño [Méx. 1973]); y tienden a construirse con complemento indirecto cuando el segundo verbo es transitivo: «Alguien lo ayudó a incorporarse, lo estimuló y hasta le hizo tomar café» (JmnzEmán Tramas [Ven. 1991]); «El alcaide de la cárcel le dejaba tocar el banjo todas las mañanas» (Cela Cristo [Esp. 1988]).

 

Para complicar un poco las cosas, el verbo soñar es tanto transitivo como intransitivo. Es decir, que puede admitir complementos como no admitirlos. En esta frase "a ella" no es un complemento de "soñar", sino de "hacer soñar", por lo que en este caso particular, "soñar" es intransitivo. Por esto, "a ella", de acuerdo con lo anterior, actúa de complemento directo.

Llegados hasta aquí, el resto es fácil; si atendemos al artículo de la RAE "Uso de los pronombres lo(s), la(s), le(s). Leísmo, laísmo, loísmo", debería utilizarse 'la'. 

Es muy sencillo verlo si comparamos la frase ejemplo de la RAE con la de nuestro ejercicio: "Él la hizo bajar a su estudio" y "Su música la hace soñar". Otro ejemplo que quizá suene raro pero que es la forma correcta: "El polén la hace estornudar" , dado que estornudar es intransitivo.

Y a esto dedica el tiempo un servidor. Como siempre, aplica un descargo de responsabilidad, y es que uno no es infalible, por más que lo parezca.

Huidas (+18)

Sentado en el taburete, balanceo la pierna que cuelga en el aire. Con el dedo índice retiro el agua condensada en el cristal de la copa de vino. Una camarera con los dos brazos tatuados retira un vaso, seca con un trapo la barra de madera y desaparece. Ella me mira y le sonrío. Se acerca a mí, siento el contacto de su pierna con la mía y después un beso largo como una eternidad y húmedo como un océano. Mi mano se desliza casi como si tuviese vida propia al interior de su muslo y sufro para detenerla ahí. ¿Qué hacemos?, pregunta cuando salimos a la calle. No sé, miento. Los dos lo sabemos. Junto a la puerta acerco mis labios a los suyos hasta rozarlos. Trata de darme un beso y me retiro hasta que desiste. Le muerdo el labio y entonces acepto su invitación anterior, mientras encima y debajo de la falda exploro su cuerpo lo que el pudor nos permite. Habrá otra copa en otro local y volveremos a hacernos la misma pregunta en la puerta y mentiremos de nuevo. Pero esta vez huiremos a la oscuridad de algún portal en alguna calle que nunca es lo bastante solitaria, que pagaríamos para que cerrasen por un par de horas. Y cuando pase alguien nos ocultaremos de las miradas, nos abrocharemos de nuevo los botones, nos arreglaremos la ropa, disimularemos y buscaremos un lugar diferente para perdernos hasta que sea imposible seguir andando sin tocarnos; otro portal, contra el cristal de algún coche, ocultos tras alguna sombra. Personas que van y vienen, dedos que se abren paso a través de tu ropa interior húmeda, saliva que atrapas con los labios, risas, súplicas, gemidos y algún mordisco. Y como si fuésemos alguna versión para adultos de La Cenicienta, antes de que desaparezcas me arrodillaré delante de ti, recorreré tus piernas con mis manos hasta llegar a tus caderas y haré el camino inverso con tus bragas, mientras tú desde arriba me observas sonriendo.

Estúpidas imprudencias

Es domingo. Son las 07:35h.

Acostumbrado a levantarme temprano, no puedo dormir, así que le mando un whatsapp a Laura, que sale de trabajar a las ocho: ¿Quieres que vaya a recogerte? Por querer, sí, claro, contesta ella un par de minutos más tarde. Ok, respondo. Me visto, cojo a Samy, vamos al coche, de un salto sube al maletero. Pienso que no me he lavado la cara y que aún estoy algo dormido; no voy a tardar en despertarme. Voy justo de tiempo, pero creo que llego, aviso de antemano.

Ya en el coche, a escasos cien metros de la puerta del portal de casa un chico de unos treinta años me hace señales con los brazos, algo nervioso. Me paro y bajo la ventanilla unos centímetros. ¿Estás bien? ¿qué te pasa?, pregunto. A través del cristal me enseña el móvil, un iPhone 4 con la pantalla totalmente rota. Le han atracado, dice, llévame a una parada de metro, venga, por favor. Está muy nervioso. Yo también lo estaría si me hubiesen atracado, pero algo dentro de la cabeza me dice que suba la ventanilla y siga mi camino, que este tipo no es trigo limpio. Esa intuición que dice ARRANCA se hace más fuerte cuando sin que yo le diga nada rodea el coche por delante y se pone junto a la puerta del copiloto. Bajo la otra ventanilla unos centímetros. Vale, ¿pero qué te ha pasado?, insisto, esperando que me dé alguna explicación adicional que me permita confiar en él. Abre, por favor, sigue diciendo él, sin responder a mi pregunta. No intenta abrir la puerta y eso de algún modo me tranquiliza, aunque sepa que el cierre automático garantiza que no pueda hacerlo aunque quiera.

Titubeo un par de segundos. Extirpo el sentido común de mi cabeza, aprieto el botón del cierre centralizado y con un chasquido se retira el seguro. Entra, se sienta y se pone el cinturón. Los restos de normalidad de la situación, escasos ya de por sí, se evaporan en menos de un minuto y antes de llegar al final de la calle. Estás muy bueno, dice, mientras se mueve intranquilo en su asiento. No sé si le han atracado de verdad, pero ahora ya estoy seguro de que esa no es la razón de su nerviosismo. Va puesto, no sé de qué, pero va puesto hasta las cejas. Vamos a un descampado, dice treinta segundos después. Vamos a algún sitio. Me pregunta por un edificio grande junto al que pasamos. No sé lo que es, le miento; es un hotel NH, en realidad. Eres muy guapo, insiste. También eres muy gilipollas, Manolo, añado yo para mis adentros. 

Diviso mi móvil junto al cenicero y el cambio de marchas, alargo la mano y lo dejo caer a mis pies, tratando de que no se dé cuenta de la acción. Vamos, te lo vas a pasar bien, hazme caso, créeme. Apoya el brazo en el reposabrazos y hace intencionadamente contacto con el mío. Mueve la mano pero antes de que pueda tocarme la pierna lo aparto con el codo y le digo, lo más claramente que soy capaz, que se esté quieto. Es un poco más bajo que yo, y no muy corpulento, aunque disfruta de mayor libertad de movimiento. Sujeta por las patillas unas gafas de aviador con la misma mano con la que sujeta el móvil. Con la otra se masajea el muslo derecho arriba y abajo, intranquilo. De vez en cuando se rasca la entrepierna y vuelve de nuevo al muslo.

Valoro parar en medio de la calle y decirle que se baje, o incluso parar y bajarme yo hasta que salga y se largue, pero la parada de Puerta de Toledo está a, como mucho, cinco minutos en coche y me preocupa que se ponga agresivo. No lo parece, pero después de la estúpida decisión que me ha llevado hasta aquí decido hacerle caso a mi sentido común y no provocar una situación violenta si puedo evitarla. Intento pensar el camino más directo y transitado. Es pronto y no hay mucha circulación, pero son avenidas grandes y hay algunos coches. Sigue buscando el contacto con el antebrazo cada pocos segundos. Insiste con el descampado. Mira, tío, te he cogido de buen rollo porque me has dicho que te habían atracado, y te voy a llevar al metro, pero estate quieto de una puta vez, joder. Parece que me hace caso, aunque la pausa dura sólo unos segundos. Me enseña el móvil: qué putada, colega, se me ha jodido la puta pantalla. Empujo el mío con el pie a un lado, de modo que no se vea desde donde él está. Me palpo el bolsillo izquierdo. Noto las llaves y la cartera. Sólo dios sabe por qué no las he dejado donde siempre, junto a la radio. 

Reduzco al acercarnos a un semáforo en rojo y aprovecha para pasarme el brazo por los hombros. Se lo quito sin ningún miramiento. Que te estés quieto, hostia, digo, alargando la 'e' de 'quieto'. Así: quieeeeeto, como si hablase con alguien que simplemente se está poniendo muy pesado. Va, que te gustará, te voy a chupar la polla como no te la han chupado en tu vida, vamos a algún sitio, vamos, seguro que tu novia no te lo hace como yo, te lo vas a pasar bien. Muchos años atrás, un chico venezolano en un pub de Valencia me hizo una propuesta que tenía la misma filosofía: yo soy un tío y sé lo que te gusta. Estate quieto, no vas a conseguir nada, digo, y el semáforo se pone en verde antes de que nos detengamos. Acelero y respiro algo aliviado cuando al girar veo la Puerta de Toledo al frente. Media hora más tarde, cuando se lo cuento a Laura, me daré cuenta de lo estúpido que he sido; la parada de metro más cercana está a escasos 15 minutos de nuestra casa. Habrían bastado unas indicaciones, aunque dudo mucho que le hubiesen atracado y que en realidad necesitase que le acercaran a una parada de metro. Insisto: soy gilipollas.

En esa recta final de 500 metros intensifica sus esfuerzos al mismo tiempo que el acelerador hace que la aguja del cuentakilómetros se sitúe en un punto indeterminado entre el 60 y el 70. Que vaya a su casa, que vayamos a un hotel, que le gusto mucho, de nuevo a un descampado, que quiere que me corra en su boca, tío, joder, vamos, me gustas, eres muy guapo, de nuevo la alusión a mi novia, sabes que te lo vas a pasar bien, etc. Ya no parece tan nervioso, sino desesperado, frustrado, casi suplicante. Mira, tío, no va a pasar nada, así que déjalo ya de una vez, siento en la necesidad de aclarar. No sé por qué coño soy tan educado, pero me preocupa que lleve una navaja.

Detengo al fin el coche, con el arco de la Puerta de Toledo frente a nosotros. Baja, le digo. Va, no me dejes así, joder, replica. Que bajes, coño, insisto. Desabrocha el cinturón de seguridad, abre la puerta y apoya una pierna en el suelo. Comienzo a sentirme un poco más seguro. Que bajes, joder, le digo. Sale del coche dejando la puerta abierta y apoya la mano en la esquina en el extremo, abriendo las piernas. Se pone las gafas de sol, se muerde el labio, se lleva la mano a la polla con el habitual y desagradable gesto masculino tan característico, mientras sigue insistiendo y ofreciéndose a prácticamente cualquier cosa que quiera hacerle. Cierra la puerta, digo, pero me ignora y sigue con sus gestos. Que cierres la puta puerta, joder, vuelvo a decir levantando la voz. 

Miro al frente y pienso en arrancar sin más, y calibro si la puerta se cerrará sola por la aceleración, pero no estoy convencido de que lo haga y lo más probable es que golpee contra la parte trasera de una furgoneta que sobresale a pocos metros por delante. Lo haré si hace ademán de volver a entrar, pero por suerte, cierra la puerta cinco segundos más tarde y yo pulso el botón de cierre centralizado casi al mismo tiempo. Pone las manos en la ventanilla y se inclina. Mierda, tío, venga, vamos, ven conmigo, te doy lo que quieras. Puedes correrte dentro. En ese momento soy un puto flan, pero le sonrío, no sé si por la seguridad que acabo de recuperar o el nerviosismo que se va reduciendo. Adiós, le digo. No sé ni siquiera por qué me despido. Frustrado, da un pequeño golpe con la palma de la mano en la puerta, casi como gesto de despedida. Meto primera y arranco, mientras veo en el retrovisor que levanta el brazo en señal de disgusto y se pierde entre los coches aparcados en batería. Unos minutos más tarde, a kilómetro y pico de allí, detengo el coche en un lateral de la calle y respiro hondo con las ventanillas subidas. No recuerdo la última vez que pasé tanto miedo y me encontré en una situación tan desagradable. No las bajaré hasta entrar en los túneles de la M-30 y ponerme a 70. Recupero el móvil del suelo, lo desbloqueo, abro el whatsapp. Cariño, llego 15 minutos tarde. Ahora te explico.

No quiero pensar en lo gilipollas e inconsciente que fui, ni en qué podría haber pasado si el tipo hubiera llevado una navaja o se hubiera puesto violento. Tendría que haberle obligado a bajar del coche con su primer comentario, intentar ser un poco más enfático, incluso agresivo, pero durante varios minutos no supe cómo manejar la amenaza y mi cabeza estaba centrada en buscar el camino más rápido y transitado para llegar al metro más cercano. Qué podía haber hecho o qué podía haber dicho es irrelevante ya, porque ignoro cuál habría sido su reacción; son posibilidades que prefiero no entrar a valorar; es un ejercicio estéril. Pero como le comenté a Laura, en lo que sí reflexioné en cuanto dejé atrás al hijo de puta es en la cantidad de veces que muchas mujeres se habrán visto y se verán en una situación similar a lo largo de su vida, sin la ventaja de la igualdad física que yo tenía y sin haber cometido una estupidez como la que yo cometí. Lo que, de todas formas, jamás constituirá una justificación para ningún agresor.

Aunque este incidente no me proporciona información que no conociera ya (si bien hasta ahora no experimentada en primera persona), y hace tiempo que vengo siendo consciente de la abundante repugnancia del género masculino, si pienso seriamente en ello, se me ocurre que, quizá, lo de cortar alguna que otra polla no sea tan mala idea.

Y si hay algún hombre al que eso no le parece bien, debería hacérselo mirar.

La explotación laboral en las ONG del "ámbito social"

Los que me conocen, saben que mi pareja se dedica a lo que yo llamo incorrectamente "el ámbito social", y que ella denominaría de una manera mucho más correcta y precisa. No importa. En su caso, colectivos desprotegidos o en riesgo de exclusión social: discapacidad intelectual, enfermedad mental, sinhogarismo o reclusos en tercer grado, entre otros. Una parte de sus amigos y conocidos también se dedican a lo mismo. Podríamos decir que en general, durante la última década ha trabajado para organizaciones muy conocidas y grandes del sector. Hablo tanto de ONG que se anuncian en televisión como de empresas multiservicios de ámbito nacional que, literalmente, "hacen de todo" (limpieza, jardinería, servicios sociales, seguridad, etc.). 

Sin ánimo de exagerar un ápice, podría decir que, en general, las condiciones laborales que ha tenido que sufrir en todas ellas han estado más cercanas a la explotación de lo que uno esperaría de organizaciones que tienen que llevar a cabo "una tarea social" y se nutren de subvenciones millonarias de dinero público, que sin duda debería estar sometido a un mayor control. En el caso de las empresas privadas alguien podría pensar que de algún modo es lo esperable: maximización de beneficios, rentabilidad y cosas así. Que sea lo esperable no significa que sea lo correcto, pero podría decirse que no supone una sorpresa.

Sin embargo, si nos vamos al caso de las ONG, parece que de algún modo su forma de funcionar debería estar más próxima a los derechos humanos y laborales de las personas, si es que los segundos no son un subconjunto de los primeros. Eso es lo que parece, porque la realidad es muy diferente, y puedo afirmar que ella no es un caso aislado; todas las personas que conoce y que se dedican a este sector trabajan en el mismo estado de precariedad e incertidumbre laboral, y tengo la sensación de que es algo que se reproduce en la mayor parte de estas organizaciones (fundaciones y asociaciones, en general), sean del tamaño que sean. 

La cuestión es: por ejemplo, de una organización que lucha por los derechos de las personas con discapacidad, ¿no es de esperar que muestre una mayor sensibilidad en todos los ámbitos sociales? Yo creo que sí. PERO NO.

¿A qué me estoy refiriendo en particular? Fácil. Me refiero a aguantar muchos meses sin cobrar, tener disponibilidad casi total en horarios y turnos, cobrar salarios miserables, a que la empresa (porque así es como funcionan, se llamen como se llamen) te ubique en una categoría profesional inferior a la que marcan tus funciones (por ejemplo, cuidador en lugar de educador, limpiador en lugar de cuidador, limpiador en lugar de educador), a no cobrar o tener que reclamar los pluses de nocturnidad o transporte que marca el convenio, a que la empresa marque servicios mínimos en huelgas generales que son superiores a los que hay un fin de semana, a tener que pelear hasta el último euro de la nómina y del finiquito, o a que la empresa mantenga de manera intencionada la incertidumbre laboral o penalice con la no renovación cualquier reinvidicación laboral de los trabajadores. Claro, que cuando uno ve que el delegado sindical de una ONG miente sin ningún tipo de pudor en un juicio a favor de ésta, o que otra intenta descolgarse de un convenio que ella misma ha promovido aprovechando la última reforma laboral, se pregunta que por qué debería uno esperar otra cosa. 

Ya, eso mismo pienso yo. Son organizaciones sin ánimo de lucro, no gubernamentales o como coño quieran ustedes llamarlas. Asumir cualquier otra cosa es una equivocación.

Si dejamos de lado el chantaje emocional autoinfligido y fomentado por parte de los mandos superiores, que explota la implicación personal de los trabajadores con los usuarios, la total ausencia de apoyo sindical (apoyo, he dicho, no presencia) y el hecho de que muchas de estas personas tienen un alto componente vocacional, otro problema es el escaso margen de maniobra a la hora de visibilizar las protestas. Después de todo, ¿quién va a solidarizarse con los trabajadores de una asociación que se dedica al cuidado de personas con enfermedad mental, si cuando éstos hacen huelga los usuarios quedan "desatendidos" (lo cual no es cierto, de todas formas)? ¿Y con los que trabajan con drogodependientes? 

Al final de la película, lo que queda es un retrato bastante siniestro y maquiavélico de este tipo de organizaciones, muy diferente al que uno imaginaría y sobre todo al que se muestra al público. Un retrato en el que el trabajador al final del organigrama, el que realmente cuida, interviene y se relaciona con los usuarios, es sacrificado, utilizado como un recurso intercambiable sin ningún valor, chantajeado y explotado en aras de maximizar los recursos para el fin social en cuestión. 

Claro que al fin y al cabo, ¿qué coño importa la vida de tus trabajadores, mientras no sean personas sin hogar o discapacitados? No es tu puto problema. Que se jodan.

Actualización

Hace tiempo que no paso por aquí. Utilizo esa frase cada vez que hace un tiempo que no paso por aquí, lo que me parece bastante coherente.

Vayamos por orden. No hay mucha miga, no vayan a pensar.

La novela. La novela está acabada, pero no está acabada. Es decir, se mantiene igual que la última vez. Véase la entrada de debajo. Eso tiene dos interpretaciones. No ha ido hacia delante, pero tampoco hacia atrás. No es un gran consuelo, porque no espero que se "desescriba". En fin. Corría el 27 de abril de 2016 y dije que me había tomado un pequeño descanso. Estamos a 3 de junio y la pausa parece que se ha alargado y de momento no hay planes de retomarla. Eso significa que no llego tampoco a la convocatoria del premio Herralde de novela, pero será por premios. La pregunta entonces es: ¿cuándo voy a continuarla? La respuesta es sencilla: el día que me encuentre con ganas, previsiblemente después del verano. Ya veremos.

Aparte de eso, he comenzado a desvincular este blog y mis cuentas sociales de mi perfil profesional. O mejor dicho, de mi identidad, dado que es la única forma de hacerlo. La intención última es que si tecleas mi nombre en Google, no haya una relación directa y evidente con mi Instagram, Facebook o Twitter. Sí, los caminos de Google son inescrutables (y que mi foto está en todos mis perfiles, eso también es importante), pero es un comienzo.

Y no hay muchas más novedades. Los relatos siguen en línea, ahí arriba a la izquierda. Sigo con el Instagram, más activo de lo que esperaba. He dejado de correr; me duró dos días. O tres, no es una diferencia que sea relevante. Continúo con el mismo móvil, como es evidente, y aún no me he cargado la pantalla, aunque se me ha caído un par de veces. Me he cortado el pelo de nuevo, precisamente hoy. Es una extraña coincidencia. Y no hay más, eso es todo por ahora. Más adelante, más, probablemente. 

Fin de la cita.

Bueno, sí tengo un nuevo proyecto, pero eso lo dejaremos para mediados de julio.

El día de la madre

Junto a nosotros hay un matrimonio con dos hijos pequeños. Sobre su mesa hay esparcidas al menos dos docenas de servilletas de papel satinado, de esas que parecen diseñadas para repeler la grasa de los dedos. En el centro, una cazuela de barro en la que un trozo de carne huérfano nada en un charco de aceite rojizo. A su lado finaliza el menú un plato blanco desportillado con un montoncito de mayonesa y migas de rebozado. Calamares, intuyo.

El marido lleva puesta una camiseta de color ocre y unos pantalones vaqueros que tienen dificultades para contener unas lorzas que desbordan con generosidad por su cintura, formando un flotador de un tamaño considerable. Probablemente no sabe que el perímetro abdominal es un indicador del riesgo de infarto de miocardio. Intento adivinar su índice de masa corporal. Debe rondar los 27 o 28, no estoy seguro. Tendré un valor más fiable cuando se haya levantado, ya que desde aquí no puedo verle bien las piernas. Con los codos sobre la mesa y ambas manos sostiene el móvil frente a él y con rapidez y el pulgar, sube y baja por las publicaciones de su muro de Facebook. De vez en cuando, señala con el dedo una imagen o un texto y dice algo en voz alta, pero parece más un comentario para sí mismo que una interacción humana.

De todas formas, aunque lo fuese, su mujer no está en condiciones de prestarle atención: tiene tareas más importantes de las que ocuparse: sus dos hijos, que se mueven agitados en las sillas. El que parece mayor lleva un rato enrabietado, lloriqueando y haciendo aspavientos con las manos. Entre sus gritos apenas entiendo lo que dice pero creo entrever que está pidiendo, reclamando, exigiendo un helado, a lo que su madre se niega en redondo porque "no hay helados después de la cena, que luego vomitas, ¿o no te acuerdas de la última vez?". Me parece una razón lógica, pero su hijo no comparte mi opinión. Aprovechando el fuego de cobertura de su hermano, el otro ha metido la mano en la mayonesa y se prepara para esparcirla por la mesa, pero antes del aterrizaje ella es más rápida y cogiéndole con fuerza por la muñeca le limpia los dedos con las servilletas repele-grasa.

La mujer tiene el pelo rubio recogido en una coleta mal hecha que es incapaz de recoger algunos mechones y que cuando la situación se lo permite se recoge detrás de las orejas. Las canas pueblan las raíces del cabello sin ningún pudor y en la piel blanquecina de su cara se extienden varias manchas rojizas, no sé si debido al esfuerzo de contención. Lleva puesta una camisa amplia de color plátano en la que destacan unos grandes pechos algo caídos; el botón a la altura de su escote se aleja con entusiasmo del ojal que le corresponde. Se lleva el dorso de la mano a la frente, retira el sudor y lanza una mirada rápida a su marido, pero el ser humano que se esconde tras la marca SAMSUNG de la carcasa trasera del móvil no parece dispuesto a ser de gran ayuda.

Así pasan varios minutos, hasta que al fin ella pide ayuda de manera evidente: "cariño, ¿quieres ayudarme, por favor?". Entonces él baja el aparato, mira al crío, la mira a ella y dice con una amplia sonrisa mientras se guarda el teléfono en el bolsillo: "Venga, vamos a comprarte un helado".

La novela, suma y sigue

Ah, la novela. Cuánto tiempo sin hablar de ella. Bien, veamos si puedo ser breve.

Después de dos años y medio de escritura interrumpida, hace algo menos de un mes logré al fin tener un primer borrador "estable" de la novela. Hay que tener en cuenta que aunque hable de "primer borrador", el caótico proceso de desarrollo que he seguido ha provocado que algunos capítulos hayan sido revisados al menos media docena de veces. Sea como fuere, la cuestión más positiva es que el argumento ya está cerrado, y eso es un alivio. No hay piezas que encajar; el puzzle está acabado, sólo falta darle la pátina de cola y enmarcarlo. Puedo recortar algunas escenas, alargar otras, pero no tengo que "inventar" nada.

Al final la extensión ha quedado en torno a 150.000 palabras, que vienen a ser entre 400 y 500 páginas. Sí, yo también creo que es demasiado, pero es lo que ha salido. Puede variar algo en la versión final, pero no estimo que se reduzca en exceso. Como mucho 10.000 palabras, especialmente de la primera parte, pero no creo que vaya más allá de eso, aunque quién sabe.

Laura fue la primera persona en leerla, mientras yo iba acabando de cerrar algunos capítulos, y me proporcionó varios detalles que necesitaba perfilar; después de tanto tiempo, se pierde parte de la perspectiva. Unos días después, tras aplicar algunos cambios (otros están pendientes), envié varias copias a un conjunto de personas para que la revisasen, con el foco sobre todo en los aspectos argumentales y de estructura, dado que por entonces todavía contenía un número considerable de erratas que he de corregir (los primeros capítulos están sembrados). Algunos de los comentarios que ya he recibido van en la línea de lo esperado.  

¿Y ahora? Mi idea original era presentarla al II Premio Dos Passos a la primera novela, cuyo plazo acaba el 30 de abril, pero ya sea porque me he autosaboteado o porque llevaba seis meses de mucho trabajo intensivo y necesitaba un descanso, el caso es que ya no llego. Tras éste, las principales alternativas son el Café Gijón (15/5), el Herralde (15/6), el Fernando Quiñones (30/6) y alguno más. No obstante, con independencia del premio escogido, me gustaría poder tenerla cerrada como mucho en un par de semanas, a poder ser antes de las fiestas de San Isidro, para poder soltarla de una vez y, como suele decirse, que sea lo que Dios quiera. 

Aunque me he permitido casi un mes de descanso, comienzo ahora una fase de revisión a fondo para eliminar los errores y mejorar algunos puntos que tengo pendientes, a la espera de los comentarios que lleguen de los lectores beta. Lo más positivo es que estos días vuelvo a tener ganas de escribir, lo que es una sensación agradable después de unos meses bastante extenuantes desde el punto de vista creativo.

No sé por qué cuento todo esto. Bueno, más cosas. Después de mucho recapacitar, he vuelto a poner los relatos en línea de manera definitiva. Como dice Rodrigo, por si gustan. También me he abierto un Instagram, algo a lo que también me resistía. Y he empezado a correr. Y he cambiado de móvil. Y me he cortado el pelo de nuevo. Y no sé qué más. Ya ven. Son tiempos convulsos.

Con Dios. Se hace tarde.

Sábana (+18)

Cuando llego a casa estás ya durmiendo. Son las dos y media de la madrugada y debemos de estar al menos a treinta y cinco grados, pero dices que taparte con una sábana te hace sentirte protegida. Tumbada de lado y las piernas entreabiertas, tu pelo se extiende sobre la almohada como si estuvieses sumergida debajo del agua. Inmóvil a los pies de la cama, tiro de la tela muy despacio, que se desliza sobre tu cuerpo desnudo con suavidad, descubriendo las pecas de tu espalda, la curva de tu cadera, la promesa de tu coño, las formas de tus pechos. La luz amarillenta que se filtra por las rendijas de la persiana hace que tu piel parezca de terciopelo y permanezco observándote así un par de minutos. Me desvisto en silencio, con cuidado de no despertarte. Reaccionas levemente a mi presencia cuando el colchón se hunde al tumbarme sobre él. 

Me pego a ti y me recibes con un leve suspiro. Sonrío. No duermes. Me gusta el contacto del sudor sobre tu cuerpo; te paso los labios por la nuca para saborearte; sabes igual de bien que siempre, un poco más salada esta vez. Acaricio el perfil de tu muslo con las yemas y recorro tu silueta hasta detenerme en tus pechos. Me das la bienvenida definitiva acomodando tu culo con mi sexo y presionándote contra mí. No hablas y no puedo verte pero sé que mantienes los ojos cerrados, como haces cuando te corres. Me chupo los dedos y juego con tus pezones hasta que se endurecen. Te escucho respirar más fuerte y empujas las caderas contra mí como si ya estuviese dentro de ti. Te beso en el cuello y cuando acerco mis dedos a tu boca abres las piernas; tu sexo está ya tan húmedo que cuando penetran en él nada opone resistencia. Nos movemos despacio mientras tu clítoris me acompaña y poco después aparece tu mano buscando mi polla. Quieta, te susurro al oído. Obedeces resignada y suspiras y gimes y vuelves a suspirar y vuelves a gemir mientras te balanceas al ritmo de mi mano entre tus piernas. Echas la cabeza hacia atrás buscando mi boca, mi lengua, mis labios. Fóllame, suplicas. Despidiéndome de tu espalda con mi lengua me separo de tu cuerpo y me acomodo para meter mi polla en tu coño, que entra como un dedo caliente en mantequilla. Me recibes con un gemido de satisfacción y tiro de tu barbilla hacia atrás; te dejas hacer y te mueves conmigo mientras jugamos; te ordeno que te masturbes hasta que siento cómo te estremeces y ahogas un grito en la garganta al correrte; esa es la señal que estoy esperando para acabar y perderme en ti.

Te doy un beso en la espalda y me quedo pegado a ti, todavía dentro de tu sexo caliente y húmedo. No te veo, pero sé que sonríes.

Puerto de Cotos

(19/02/2016)