Buena suerte (fragmento): La fotografía

«Un detalle de la fotografía le cautiva desde que la vio: detrás de ellos a lo lejos, una mujer aparece suspendida en el aire, a punto de zambullirse en el agua. Su cuerpo extendido flota sobre el agua de forma inquietante y misteriosa. La respuesta racional es evidente, pero se pregunta si llegó a penetrar en el lago o quedó fijada allí para siempre; a veces piensa que simplemente bajó planeando y la cámara la capturó justo cuando se procedía a levantar el vuelo de nuevo. Hay infinitas posibilidades por las que la foto podría haberse tomado un instante antes o después, o simplemente no tomarse; la más mínima alteración en el transcurso de su existencia, en la de su tío, en la de aquella mujer, en la de cualquier otra persona relacionada o no con ellos, un cambio de las condiciones meteorológicas o los accidentes naturales, la rotación terrestre, la intensidad de los vientos solares, las mareas o la expansión del universo hubiera sido suficiente para hacer que ella no estuviese allí suspendida y entonces la fotografía no sería igual o no habría fotografía ni tampoco estantería, y él no habría pasado horas observando a esa mujer clavada en el infinito del papel, horas que en otra vida diferente en otro universo diferente habría dedicado a otras actividades diferentes, de nuevo el germen de infinitos caminos aleatorios».

Fragmento de la novela Buena suerte.

Buena suerte (fragmento): Caída.

«Su madre llorará desconsolada y su padre la tranquilizará pasando el brazo sobre su hombro, mientras le advertirá con ojos inyectados en sangre que no regrese jamás a esa casa, mira lo que le has hecho a tu madre. Saldrá de la cárcel años más tarde, víctima de varias violaciones carcelarias, compañero aunque no amigo de un narcotraficante de poca monta con aires de Pablo Escobar, con el pelo rapado al cero y varios tatuajes hechos con alguna de las agujas hipodérmicas con las que se hará adicto a la heroína, portador del VIH y enfermará del peor tipo de hepatitis. Nadie recordará su nombre y todos fingirán que ese drogadicto que dice ser su hijo, su sobrino, su amigo, su compañero, ya no existe. Volverá a esa casa y su madre convencerá a su padre y como a un perro abandonado llegarán a ofrecerle comida y cama por lástima, por el recuerdo oculto y proscrito y enterrado en su memoria de un amor mutuo que se rompió, pero que mucho tiempo atrás llegó a existir. A las semanas abandonará su casa, por voluntad propia y ajena, y morirá poco después de una sobredosis, con una goma atada a un brazo en fase avanzada de necrosis, delgado como una lámina de papel y la cara sembrada de pústulas, debajo de un puente tirado sobre un colchón húmedo con olor a orina».

Fragmento de la novela Buena suerte.

Hablar o escribir sin concierto ni propósito fijo y determinado

Hace mucho tiempo que no me dejo caer por aquí a divagar —y permítanme decirles antes de comenzar lo mucho que adoro esa expresión: dejarse caer, como si yo fuese un estresado ejecutivo que tiene la gentileza y el detalle de dedicarles unas palabras—. Sospecho que puede ser en parte, pero solo en parte, porque le haya cogido un poco de manía a esta silla y a esta mesa a las que he estado encadenado durante tantas horas, como si las asociase a algún tipo de terrible tortura que en realidad nunca fue. Pues escribe en algún otro lado, dirán ustedes. Bueno, lo he intentado —sin demasiada voluntad, a quién quiero engañar— pero tampoco crean que he tenido éxito. Resumiendo, que no me ha quedado otra que resignarme a volver a sentarme frente a este patio interior en el que, a pesar del interés que parece tener Samy desde que se levanta, nunca pasa nada más que, de vez en cuando, alguna mujer se asoma a tender o recoger la ropa, o una bandada de pájaros formando una uve cruza el cielo y el cristal de la mesa en la que escribo.

También he de confesar, para qué negarlo, que no está siendo una época especialmente fértil para la divagación, o quizá sería más apropiado decir para la disciplina. Tengo varios textos a medio acabar: un par de descartes de la novela que nunca acabé de pulir del todo, un pequeño relato sobre un salto en un lugar de Londres —sé lo raro que suena eso—, un breve relato de autoficción impregnado de odio trasladado incólume desde mi infancia hasta estos días y por último, la narración del «qué fue de» la buena de Clóe Le Brun, a la que, después de haberles contado la vida y milagros de Didier Faure-Baud y Felix Moreau, dejé en la estacada. Me cuesta creer que ese olvido tenga algo que ver con su género, pero cualquier hijo de vecino sabe que existen procesos mentales que escapan a nuestro control, así que podría ser. Para compensar, le tengo preparada una vida más fructífera que la de sus dos malogrados compañeros de reparto. Denme tiempo, voluntad y disciplina.

En su lugar, ya ven lo que les he ofrecido. Un texto de Roberto Bolaño, sublime, eso sí, y muy útil para poner en perspectiva las ambiciones literarias que albergo, pero ajeno al fin y al cabo, y un vistazo relámpago al estado de la novela. Nada más, desde principios de marzo. No es como para echar cohetes, lo reconozco.

Al menos —ese al menos es para mí, no para ustedes— estoy leyendo bastante, hasta el punto de haber creado una —estúpida— página para llevar un registro de lecturas, y es que hace años que no disfrutaba de una época tan prolífica como lector. Ya saben que he dejado de reseñar textos ajenos —aclaración innecesaria porque reseñar los textos propios no deja de ser un ejercicio de vanidad bastante estéril—, pero les recomiendo La mujer helada, de Annie Ernaux. También he retomado algo de mi intermitente actividad en redes sociales y consumo —¿o debería decir engullo?— series de ficción a una velocidad que entra de lleno en la idiotez.

Tampoco debería obviar que he comenzado a pensar en la siguiente novela. No será lo que tenía pensado en un principio, y que no obstante es una idea que guardo como oro en paño —toma cliché de tres al cuarto—, ya que su escritura requeriría un esfuerzo que no soy capaz de asumir ahora mismo, sino que tengo en mente algo más sencillo de ejecutar. Una historia con menos personajes y ubicaciones, un conflicto tan evidente como la perversión de la socialdemocracia y tanta oscuridad como me sea posible inyectarle.

Para el final he dejado la parte más interesante, si es que en este contexto podemos decir tal cosa: interesante. No por nada la RAE dice de divagar en su tercera acepción que es «Hablar o escribir sin concierto ni propósito fijo y determinado». A lo que me refiero es, por supuesto, la novela. Qué otra cosa si no. Ah, en eso sí he tenido noticias, tan frescas como si las acabara de coger del lineal de yogures del Carrefour, en el que estaremos de acuerdo que hace siempre un frío de narices. Sin embargo, por eso mismo voy a esperar un poco a que tales noticias se posen en los adoquines de mi mente para contárselas. No se trata de que crea que hacerlo las malogrará, qué va; no soy ese tipo de persona. Es tan simple como decir que prefiero esperar a que esté todo atado; no tardaré mucho, créanme. Lo único que les puedo decir es que, si todo va como debe ir, les voy a pedir dinero y a cambio les daré un libro. Y hasta aquí puedo leer. O escribir, si lo prefieren.

He de admitirlo. Había olvidado lo mucho que disfruto divagando, o escribiendo, quién sabe dónde está la diferencia.

Buen fin de semana.

Seguimiento de la novela

Han pasado 65 días desde que acabé la novela. Es decir, desde que cerré el documento, respiré hondo y crucé los dedos. Tuve que descruzarlos al par de horas porque me dolían.

Por desgracia, no puedo decir que tenga muchas cosas que contar. Echemos un vistazo a la cronología:

  • El 29 de enero acabo la novela.
  • Del 30 de enero al 3 de febrero envío el manuscrito (o la propuesta editorial, en función de lo que cada destinatario solicita) a 7 agencias literarias y 10 editoriales. De esas, dos editoriales y una agencia contestan en cuestión de horas diciendo que están saturadas. Solo recibo acuse de recibo electrónico de las grandes: Kerrigan y Balcells. 
  • El 7 de febrero envío el manuscrito (...) a tres editoriales. Una de ellas me contesta en unas horas diciendo que está saturada.
  • El 14 de febrero recibo acuse de recibo de Anagrama (envío en papel), que tiene un plazo de valoración (¡y contestación!) de tres meses.
  • El 15 de febrero envío el manuscrito (...) a dos agencias literarias.
  • Del 3 al 6 de marzo envío el manuscrito (...) a dos editoriales.
  • El 14 de marzo recibo acuse de recibo de Random House (envío en papel), que me indica un plazo de valoración de diez meses.
  • El 20 de marzo envío el manuscrito (...) a una editorial, que me da acuse de recibo una semana más tarde.
  • Hoy mismo, envío el manuscrito (...) a una editorial.

En total, según mis registros y si no me he descontado (lo que es muy probable), la tienen en la actualidad 8 agencias literarias y 17 editoriales. De estas, ya ha expirado el plazo dado por la agencia Antonia Kerrigan (2 meses). Los siguientes plazos son los de Anagrama (3 meses), que aún queda, y la agencia Balcells (3 meses), para lo que quedan tres semanas. Sloper me indica un plazo de tres a cuatro meses para la valoración. Del resto no manejo plazos de contestación (ni desestimación silenciosa).

Han pasado dos meses y una semana. Todavía hay esperanza. Vuelvo a cruzar los dedos.

Voy a volver a escribir.

Estado del manuscrito

Hace casi un mes desde que acabé la novela y comencé a distribuirla, aunque los envíos se alargaron hasta mediados de mes. Creo que es un buen momento para hacer un breve resumen de situación. 

Agencias literarias

Si hacemos un breve repaso a las afortunadas, tenemos, en el papel de agentes literarios, a: Antonia Kerrigan, Carmen Ballcels, Agencia literaria MB, Página Tres, Ute Körner, Albardonedo, Casanovas Lynch, ACER, Silvia Bastos, IMC y BookBank. Otras como STA, IWE, The Foreign Office o Pontas Agency o no aceptan manuscritos, o representan solo a editoriales y agencias, o trabajan solo con manuscritos en otros idiotas.

Hasta el momento, el estado es el siguiente:

  • Antonia Kerrigan y Carmen Balcells me enviaron un acuse de recibo electrónico generado automáticamente por su página web.

  • Una agencia me comunicó que estaban saturados y no aceptaban manuscritos por el momento.

  • Otra agencia me indicó que no estaban interesados ya que no se corresponde con lo que buscan en la actualidad. Aunque en su página web tienen representados de ficción adulta, es cierto que su catálogo más reciente está orientado a la literatura infantil y juvenil.

  • Por último, una agencia me dijo que para la valoración del manuscrito era necesario primero contratar primero un informe de lectura. Aunque he leído buenas opiniones de estos, a la vista de la extensión de Yunque (en torno a 450 páginas), el coste del informe estaría en torno a los 500 €, por lo que de momento es un tema que no he valorado.

Editoriales

Por su parte, en el papel de editorial protagonista, tenemos a Tusquets, Malpaso Ediciones, Sexto piso, Hueders, Edhasa, Libros del Asteroide, Nørdica Libros, Errata Naturae, Anagrama, Alfaguara (Penguin Random House), Seix Barral (Planeta), Leqtor Universal, Automática Editorial, Delirio y Periférica. He preguntado si admiten manuscritos a varias otras, pero al no recibir respuesta de momento las he dejado en espera.

En este caso, el estado es el siguiente:

  • Anagrama me contestó a los pocos días de remitirles la propuesta editorial por correo postal, dando acuse de recibo. Si bien probablemente se trata de un correo modelo, el detalle es agradable.

  • Una editorial me contestó indicándome que no aceptaban manuscritos, antes de remitirlo.

  • Por último, una tercera editorial me contestó con una respuesta automática que la cuenta de correo asociada a la recepción de manuscritos estaba cerrada debido al volumen de propuestas recibidas.

Eso es básicamente todo lo que tengo hasta la fecha. Del resto de agencias y editoriales no tengo respuesta, aunque como digo, por lo que leo y me indicaba este fin de semana Marie N. Vianco, es todavía demasiado pronto para recibir una respuesta, afirmativa o negativa. Como es evidente, en ese caso no aplica lo de "No news is good news", sino más bien "No news is no news".

Lo único que me carcome ligeramente es que, tras remitirlo a casi todas las editoriales y agencias enumeradas arriba, detecté un error a mitad del segundo capítulo, introducido sin duda durante una de las últimas revisiones, a pesar de las innumerables lecturas que hice. Confío en que el resto del texto sea lo suficientemente sugerente o bueno o interesante o ausente de errores o lo que sea como para que la metida de pata no pese en exceso en la valoración de los lectores profesionales. 

* * *

Aparte de eso, para matar el tiempo he estado dándole un par de vueltas al blog, organizando etiquetas y categorías y cambiando ligeramente el diseño.

En la parte más "literaria", con la ayuda de una persona que no puedo decir (al menos de momento), he comenzado a trabajar en el argumento de la siguiente novela, aunque no creo que me ponga en serio hasta dentro de mes y pico como poco (si bien ya le voy dando vueltas en la cabeza). También he comenzado un par de relatos breves, uno de los cuales tengo ya bastante adelantado y espero acabarlo esta semana. Por último, he iniciado (tímidamente) a recopilar los textos ya escritos en Scrivener, aunque tengo la sensación de que eso me llevará algún tiempo. 

Y esto es todo, que ya es bastante. Seguiremos informando, espero.

YUNQUE

Pues ya está. Aunque más de una vez pensé que moriría en el intento y otras tantas que no lo conseguiría, al fin, ya está. Yunque, antes conocida como Buena Suerte, está acabada. Han sido algo más de tres años y medio, un millón de cambios, otro tanto de preocupaciones, ración y media de agobios y cuarto y mitad de paciencia de Laura (o un poco más). 

Aunque el primer "registro documental" que tengo de la novela es del 6 de octubre de 2013, ese documento tiene unas 25000 palabras, lo que ubicaría el comienzo "real" como mínimo en julio de ese mismo año. Teniendo en cuenta que ha habido meses que he dedicado muchas, muchísimas horas, otros que no he dedicado tantas y otros que directamente la he olvidado, me es imposible saber el número de horas exacto invertido. Sin embargo, me atrevería a decir que una media bastante realista sería una hora y media al día. Un cálculo rápido nos devuelve 1890 horas, o 113400 minutos, que parecen bastantes. Si tenemos en cuenta que la versión final tiene 136500 palabras, haciendo un cálculo rápido, podría decirse que escribir cada una de esas palabras me ha costado en torno a 50 segundos. 

Ya está registrada en el Registro de la Propiedad Intelectual. ¿Ahora, qué?

Lo primero, comenzar a distribuirla. Tras redactar una breve carta de presentación, una sinopsis y un somero currículum literario, de momento he remitido el manuscrito a siete agencias literarias (Antonia Kerrigan, Carmen Ballcels, MB, Página Tres, IMC, Ute Körner y Albardonedo) y cuatro editoriales (Tusquets, Malpaso, Sexto piso, Hueders, Edhasa). En breve lo enviaré a Anagrama, Alfaguara (Penguin Random House) y Seix Barral (Planeta). Estoy a la espera de varias contestaciones relativas a la recepción de manuscritos no solicitados por parte de un par de agencias, pero aparte de eso, y quizá algún sello adicional, no tengo intención ahora mismo de moverlo (el manuscrito) mucho más... Aunque eso puede cambiar tan pronto como la semana que viene. Lo siguiente será esperar y cruzar los dedos. Estoy francamente contento con el resultado conseguido, pero creo que la satisfacción personal tiene poca relevancia en esta fase.

Cerrado al menos de momento este capítulo, ¿qué hay en el horizonte? Varias cosas. Demasiadas, en realidad.

Primero, recuperar mi vida, que lleva congelada desde octubre de 2016. Lo siguiente, volver a mover la página de Facebook y revivir el blog. Me gustaría poder escribir al menos un relato a la semana (no más de 500 palabras) y algún artículo de opinión. También quiero recopilar los principales relatos y microrrelatos del blog, revisarlos a fondo, empaquetarlos en un ebook y publicarlos en Amazon a un precio simbólico (0,99 € o menos), solo por probar. Otra cosa que he de afrontar es la lectura de los ciento cincuenta mil libros que tengo pendientes. Y más adelante, quizá hacia el verano, quizá un poco antes, quizá un poco después, empezar con la segunda novela, de la que si algo tengo claro es que no quiero que tenga más de 75000 palabras. Un infierno cada 10 años es suficiente tortura.

Les voy contando.

El primer borrador

Si existe un consejo casi universal para aquellos que se aventuran en la escritura de una novela es este: no te detengas a editar mientras escribes.

No corrijas, no es el momento de hacerlo. Céntrate en seguir con la historia. Progresa. Pasa a la siguiente frase. No pienses si la gramática está bien, si el vocabulario es el adecuado, si existe alguna incoherencia con el resto de la historia. Dedícate a avanzar hasta poner el punto final, hasta tener entre tus manos el primer borrador.

Quizá sea exagerado, pero el objetivo es lograr un primer borrador, y tiene todo el sentido. Editar lo que vas escribiendo retrasa el avance, lo que en última instancia puede tener como consecuencia que abandones a mitad de camino, por muy excelente que sea lo obtenido hasta ese momento. Y por desgracia, medio borrador, aunque tenga una prosa sublime, no es una novela. En realidad, ni siquiera es un borrador; solo es medio borrador. 

Sí, es cierto que con esta estrategia ese primer borrador va a requerir un trabajo sustancial de revisión, pero sigue siendo un borrador finalizado, una historia (más o menos) cerrada. Psicológicamente eso es importante.

Sin embargo, mi experiencia personal es un poco diferente. Hasta que conseguí el primer borrador de la novela, no solo editaba al mismo tiempo que escribía, sino que lo que es peor, retrocedía y corregía lo que había escrito la tarde o la semana anterior. Había días que no escribía ni una línea nueva. De hecho, aunque calculo que voy por el tercer borrador, hay párrafos y diálogos que habré reescrito más de una docena de veces. Y sigo haciéndolo. 

Han influido varios factores. El primero es que soy incapaz de dejar escrita una frase que no me guste. No necesito que me enamore, pero sí que la considere "aceptable", y eso en ocasiones lleva su tiempo. El segundo es que a lo largo de estos tres años ha habido periodos en los que durante meses no he fallado ni un solo día, frente a otros en los que ni siquiera me siento frente al ordenador. La consecuencia es que cuando retomo la escritura, necesito volver a meterme en la historia. Y eso requiere releer, lo que a su vez me lleva a corregir. 

Tampoco es oro todo lo que reluce; esta regla requiere tener una idea bastante exacta de los elementos principales de la historia: personajes, evolución, punto de vista, ritmo, el armazón de capítulos, incluso de las escenas, etc. Ese nunca ha sido mi caso; a veces avanzaba a trompicones y me he encontrado con nudos argumentales que me ha costado meses resolver. Simplemente, no podía seguir avanzando porque no sabía cómo hacerlo. 

Por otro lado, durante el primer año estuve experimentando con diferentes puntos de vista y tiempos verbales, hasta obtener el que más me gustaba. Cambiar la narración de pretérito a presente cuando solo llevaba 30.000 palabras me costó, pero si lo tuviese que hacer ahora con 140.000, la cosa iba a ser algo más complicada (y probablemente no lo haría). 

El principal beneficio de "escribir sin mirar atrás" es que se incrementan las probabilidades de obtener un primer borrador, que es el primer y probablemente mayor hito para acabar una novela.

Sin embargo, hay que ser consciente de que se corre el riesgo de llegar a un punto en el que cambiar algo que no te acaba de convencer del todo simplemente no es factible. Y sobre todo, que una escritura más pausada proporciona una visión más amplia y reflexiva sobre el universo en el que uno se mueve. Porque recordar el paisaje por el que pasaste hace un par de meses sin prestar mucha atención no es lo mismo que pararse y observarlo mientras caminas por él.

Actualización

Hace tiempo que no paso por aquí. Utilizo esa frase cada vez que hace un tiempo que no paso por aquí, lo que me parece bastante coherente.

Vayamos por orden. No hay mucha miga, no vayan a pensar.

La novela. La novela está acabada, pero no está acabada. Es decir, se mantiene igual que la última vez. Véase la entrada de debajo. Eso tiene dos interpretaciones. No ha ido hacia delante, pero tampoco hacia atrás. No es un gran consuelo, porque no espero que se "desescriba". En fin. Corría el 27 de abril de 2016 y dije que me había tomado un pequeño descanso. Estamos a 3 de junio y la pausa parece que se ha alargado y de momento no hay planes de retomarla. Eso significa que no llego tampoco a la convocatoria del premio Herralde de novela, pero será por premios. La pregunta entonces es: ¿cuándo voy a continuarla? La respuesta es sencilla: el día que me encuentre con ganas, previsiblemente después del verano. Ya veremos.

Aparte de eso, he comenzado a desvincular este blog y mis cuentas sociales de mi perfil profesional. O mejor dicho, de mi identidad, dado que es la única forma de hacerlo. La intención última es que si tecleas mi nombre en Google, no haya una relación directa y evidente con mi Instagram, Facebook o Twitter. Sí, los caminos de Google son inescrutables (y que mi foto está en todos mis perfiles, eso también es importante), pero es un comienzo.

Y no hay muchas más novedades. Los relatos siguen en línea, ahí arriba a la izquierda. Sigo con el Instagram, más activo de lo que esperaba. He dejado de correr; me duró dos días. O tres, no es una diferencia que sea relevante. Continúo con el mismo móvil, como es evidente, y aún no me he cargado la pantalla, aunque se me ha caído un par de veces. Me he cortado el pelo de nuevo, precisamente hoy. Es una extraña coincidencia. Y no hay más, eso es todo por ahora. Más adelante, más, probablemente. 

Fin de la cita.

Bueno, sí tengo un nuevo proyecto, pero eso lo dejaremos para mediados de julio.

La novela, suma y sigue

Ah, la novela. Cuánto tiempo sin hablar de ella. Bien, veamos si puedo ser breve.

Después de dos años y medio de escritura interrumpida, hace algo menos de un mes logré al fin tener un primer borrador "estable" de la novela. Hay que tener en cuenta que aunque hable de "primer borrador", el caótico proceso de desarrollo que he seguido ha provocado que algunos capítulos hayan sido revisados al menos media docena de veces. Sea como fuere, la cuestión más positiva es que el argumento ya está cerrado, y eso es un alivio. No hay piezas que encajar; el puzzle está acabado, sólo falta darle la pátina de cola y enmarcarlo. Puedo recortar algunas escenas, alargar otras, pero no tengo que "inventar" nada.

Al final la extensión ha quedado en torno a 150.000 palabras, que vienen a ser entre 400 y 500 páginas. Sí, yo también creo que es demasiado, pero es lo que ha salido. Puede variar algo en la versión final, pero no estimo que se reduzca en exceso. Como mucho 10.000 palabras, especialmente de la primera parte, pero no creo que vaya más allá de eso, aunque quién sabe.

Laura fue la primera persona en leerla, mientras yo iba acabando de cerrar algunos capítulos, y me proporcionó varios detalles que necesitaba perfilar; después de tanto tiempo, se pierde parte de la perspectiva. Unos días después, tras aplicar algunos cambios (otros están pendientes), envié varias copias a un conjunto de personas para que la revisasen, con el foco sobre todo en los aspectos argumentales y de estructura, dado que por entonces todavía contenía un número considerable de erratas que he de corregir (los primeros capítulos están sembrados). Algunos de los comentarios que ya he recibido van en la línea de lo esperado.  

¿Y ahora? Mi idea original era presentarla al II Premio Dos Passos a la primera novela, cuyo plazo acaba el 30 de abril, pero ya sea porque me he autosaboteado o porque llevaba seis meses de mucho trabajo intensivo y necesitaba un descanso, el caso es que ya no llego. Tras éste, las principales alternativas son el Café Gijón (15/5), el Herralde (15/6), el Fernando Quiñones (30/6) y alguno más. No obstante, con independencia del premio escogido, me gustaría poder tenerla cerrada como mucho en un par de semanas, a poder ser antes de las fiestas de San Isidro, para poder soltarla de una vez y, como suele decirse, que sea lo que Dios quiera. 

Aunque me he permitido casi un mes de descanso, comienzo ahora una fase de revisión a fondo para eliminar los errores y mejorar algunos puntos que tengo pendientes, a la espera de los comentarios que lleguen de los lectores beta. Lo más positivo es que estos días vuelvo a tener ganas de escribir, lo que es una sensación agradable después de unos meses bastante extenuantes desde el punto de vista creativo.

No sé por qué cuento todo esto. Bueno, más cosas. Después de mucho recapacitar, he vuelto a poner los relatos en línea de manera definitiva. Como dice Rodrigo, por si gustan. También me he abierto un Instagram, algo a lo que también me resistía. Y he empezado a correr. Y he cambiado de móvil. Y me he cortado el pelo de nuevo. Y no sé qué más. Ya ven. Son tiempos convulsos.

Con Dios. Se hace tarde.

Eppur si muove

Oh, vaya, ya está de nuevo el pesado este con el rollo de la puta novela. Qué tío más pesado.

Sí, qué pasa. Respect.

Bueno, a lo que iba. La última vez que aparecí por aquí para hablar de mi eterno proyecto fue el 6 de diciembre. Entonces llevaba 135.000 palabras. Ahora llevo 140.000. El incremento de 5000 palabras en un mes no parece mucho, aunque claro, no se trata de generar volumen. A pesar de lo que puede parecer, en este último mes he avanzado bastante. Menos de lo que me gustaría y desde luego, menos de lo que debería a decir por las horas que paso delante del teclado y los dolores de cabeza con los que acabo algunos días, pero bueno. Ya saben, el que algo quiere... 

El primer y principal cambio que he abordado está en la estructura. Debido a la forma en que había planteado la historia el final de las dos primeras partes me chirriaba un poco (bastante) y no veía muy clara la forma de solucionar el problema. Después de mover varios capítulos y adoptar un enfoque bastante diferente en la tercera parte ahora la veo más clara. He sincronizado algunos puntos conflictivos, y aunque es posible que la segunda parte se haya quedado un poco coja, pero eso lo abordaré en su momento.

También estoy jugando un poco, sin pasarme, con el uso del presente y el pasado. Me costó mucho decidirme a escribir la novela en presente (cambié varias veces al principio), pero me gusta más la sensación de cercanía temporal (y en cierto modo, crudeza) que causa un "el hombre mira el cielo" que un "el hombre miró el cielo". Creo que el culpable de esto fue Corre Conejo, de Updike. El cambio de estructura me ha permitido introducir algunos flashbacks en los que recurro al pretérito. Al principio comencé a escribirlos en presente, pero creo que era confuso y requería dar demasiados detalles del momento temporal en el que transcurría la escena. Para mí es interesante, pero entiendo que en un marco que transcurre en el presente, si la escena se retrae al pasado, mantener el presente puede ser un poco raro. Debo admitir que después de escribir tanto tiempo en presente, a veces me cuesta un poco elegir entre el perfecto y el imperfecto (comió vs. comía), aunque creo que en general lo estoy resolviendo bien.

El tercer cambio, bastante reciente, es cambiar el género del personaje que en mi opinión es el más carismático de la novela (y el más hijo de puta, todo sea dicho). Que fuese un hombre me empezaba a dar poco juego y era un estereotipo, así que me lo he "cargado" y en su lugar he puesto a su mujer. Y en el lugar de su mujer, a otra mujer. Este cambio me está dando mucho juego en algunas escenas y tengo ya algunos cambios pensados para la siguiente revisión; algunos necesarios, otros que quiero introducir. No, no hay nada sexual.

Y eso es todo de momento, creo. Aunque el listado de lecturas pendientes no hace más que incrementarse y con la llegada de los Reyes Magos todo apunta a que se incrementará aún más, he tenido que dejar aparcados un poco los libros en marcha (principalmente Jota Erre, La broma infinita y La maravillosa vida breve de Óscar Wao). La única lectura que mantengo, más o menos, es No es país para viejos, que abordo por tercera vez. Me avergüenza admitir no he leído nada más de Cormac McCarthy, pero desde luego en este libro el cabrón es astringente y áspero. Habrá que leer otros.

Y hasta aquí puedo leer. Sirva este post como intermedio entre tanta foto de recurso fácil. Con Dios.

Encadenado a un niño repulsivamente deformado gateando.

Hace unos minutos, mientras paseaba a Samy por el barrio, venía pensando en qué escribir y cómo escribirlo; sabía lo que quería decir, y he llegado incluso a concretar varias frases. He pensado varios comienzos, pero esto de escribir se parece bastante, imagino, a lo de pintar. En tu cabeza todo parece más fácil de lo que es, y ahora que me he puesto manos a la obra me doy cuenta de que he perdido palabras, argumentos, comienzos, finales; que lo que parecían frases bien definidas han metamorfoseado en entidades amorfas en las que sólo reconozco un atisbo de su forma original. Así pues, me toca trabajar con arcilla cuando creía que ya tenía la figura pintada a punto de barnizar. 

Una bandada de pájaros que vuela formando una uve en el cielo se refleja sobre el cristal de la mesa. Veo muchas últimamente.

No me gusta dejar las cosas a medias. Diría que no se trata de un principio personal inquebrantable sino de una manía, pero no estoy seguro de que sean cosas muy diferentes. Quizá justificamos nuestras manías convirtiéndolas en principios, y nuestros principios acaban siendo manías. La última vez (que recuerde) que hice eso fue con la carrera de filosofía. Tras tres años y pico tuve que admitir que ni el tiempo, ni el esfuerzo ni las ganas eran suficientes para continuar, y ahí acabó mi periplo universitario. Los restos del naufragio siguen amontonados en dos estanterías en Valencia cogiendo polvo, recordándome el fracaso de la aventura; no les guardo rencor. Algún día tendré que venderlos o regalarlos. Por suerte, no tengo que temer por la obsolescencia de las ideas de Rawls, Kant, Kuhn o Compte. Aunque quizá sí por el interés en su lectura, visto el panorama. Creo que los regalaré.

Hay tres frases que definen muy bien lo que me pasa durante los últimos meses, ¿o debería decir años? Una de ellas me la mandó Laura, y aparece en el libro Diario de un mal año de Coetzee. Dice así:

 

"¿Una novela? No, ya no tengo la fortaleza necesaria. Para escribir una novela tienes que ser como Atlas, cargar con todo un mundo en tus hombros y sostenerlo durante meses y años, mientras todos sus asuntos se resuelven por sí mismos. Es demasiado para mí en mi estado estado actual".

 

La segunda frase es de Paul Valéry, que tiene su gracia teniendo en cuenta que apenas he terminado el primer borrador, lo que significa que tengo por delante todavía varios cientos de kilómetros a pie, por expresarlo de una manera que sea fácil de comprender. Así que si ni siquiera he llegado al primer repostaje, como para abandonar ahora. Es esta:

 

"Las obras no se acaban, se abandonan".

 

La última frase, que me ha costado bastante encontrar, aparece en la biografía de David Foster Wallace, Todas las historias de amor son historias de fantasmas, y es del personaje Bill Gray de Don DeLillo, quien afirma que escribir un libro es como:

 

"un niño repulsivamente deformado que sigue al escritor por todas partes, gateando siempre tras el escritor".

 

El propio DFW profundiza en esta metáfora en un interesante ensayo que está traducido por Jon Bilbao en este enlace, aunque en mi caso me quedo con el sentido de "seguir por todas partes", más que con el de ente deforme que temes que otros no vean como tú. Todavía no he llegado a esa preocupación

El pasado octubre hizo dos años, más o menos, que llevo escribiendo la novela. Octubre 2013. Durante ese tiempo he atravesado fases creativas en las que he escrito mucho, temporadas en las que no he escrito una sola palabra; días, semanas y meses que amaba lo que estaba haciendo, y periodos de la misma duración en los que lo odiaba con todas mis fuerzas. He dejado pasar horas y horas perdidas delante del teclado, frustrado, por no hacer lo que sentía que debía estar haciendo; eso da una pista de cómo me siento ahora. Lo peor de todo, sin embargo, no son las horas malgastadas; muchos días no tengo mucho mejor que hacer con ese tiempo. Lo peor es lo que esas horas traen de la mano. Intentaré describirlo y pondré un punto y aparte, para que no se agobie el lector.

Todo empieza cuando pasan los días y, dispongas de tiempo o no, te das cuenta de que no avanzas. En ese momento su graciosa majestad la ansiedad no tarda en aparecer, y les aseguro que no utilizo la palabra ansiedad alegremente; por desgracia somos viejos amigos. Pero no sólo se da una vuelta por tu cabeza, sino que acaba por colonizar cualquier minuto del día en el que no estás trabajando; en todos y cada uno de los instantes tienes la sensación de que deberías estar escribiendo. Estoy en twitter, pero debería estar escribiendo. Estoy viendo una serie, pero debería estar escribiendo. Estoy leyendo, pero debería estar escribiendo. Estoy dando un paseo, pero debería estar escribiendo. Me estoy masturbando, pero debería estar escribiendo. Bueno, esto último tampoco quita tanto tiempo. De esta forma tan divertida, actividades que deberían ser un placer se convierten en una pérdida de tiempo que hacen que las disfrutes menos, o directamente no lo hagas. Aunque seguro que se van dando cuenta de que eso no es lo peor; al fin y al cabo, uno es responsable de lidiar con sus propias frustraciones y todos tenemos las nuestras. Pero antes otro punto y aparte.

El problema es cuando esa sensación sale de la esfera privada, llamémosla así, la tuya, y lo contamina todo. Lo infecta. Así, se produce la mutación de "algo que nos gusta hacer" en "algo que hay que hacer". Es sábado y vamos a ver una película, pero debería estar escribiendo. Demos una vuelta, pero debería estar escribiendo. Salgamos a cenar, pero debería estar escribiendo. Así, tu cerebro te engaña con la sensación de que cualquier puñetera actividad que haces, da igual qué ni para qué ni cuándo ni dónde, es un ladrón de un tiempo que podrías dedicar a escribir. Cuando la verdad es que sabes, sé, estoy convencido, que aunque dispusiese de las 24 horas de día libres todos los días para escribir, no cambiarían mucho las cosas. En realidad, esta situación no es muy diferente de lo que me pasaba cuando era estudiante y se aproximaban los exámenes de septiembre: no disfrutas de nada porque deberías estar estudiando, pero en realidad tampoco estudias. DFW lo explica mucho mejor que yo en el ensayo que les decía:

 

"Y aun así es tuyo, el niño, eres tú, y lo quieres y te lo subes a tus rodillas y lo haces saltar y limpias el fluido cerebro-espinal de su floja barbilla con el puño de tu única camisa limpia (sólo te queda una camisa limpia porque no has hecho la colada en casi tres semanas porque parece que por fin ese capítulo o ese personaje están a punto de salir y funcionar como debe ser y te aterroriza perder el tiempo en cualquier otra cosa que no sea trabajar en ellos porque si desvías la vista un segundo los perderás, condenando al niño a una monstruosidad sin final)."

 

Ya saben, el perro del hortelano. Un niño que haga lo que haga, no deja de tirar de la pernera del pantalón: hazme caso, estoy aquí, hazme caso, estoy aquí, hazme caso, estoy aquí. Eso es mi novela. Mi niño. 

Tengo escritas aproximadamente 135.000 palabras, que calculo que son 400-500 páginas. Me queda un capítulo por escribir, cuatro o cinco por acabar y unos tres más por revisar. Después de eso tocará volver a empezar desde la primera palabra, porque aún no tengo el primer borrador cerrado y ya caigo en la cuenta de la cantidad de cosas que no he dicho. Podría hacer la cuenta que todos hacemos cuando vemos que se nos echa el tiempo encima antes de un examen, la entrega de un informe, una presentación: revisas lo que queda, calculas el tiempo que tienes y con una división rápida y simplista decides que tienes tiempo de sobra (algo muy parecido a esto: no me puede costar más de diez minutos revisar cada página del informe así que en un par de horas lo tengo acabado, aunque a medida que pasa el tiempo te das cuenta de que para cada página necesitas el doble o triple de tiempo y acabas saliendo a las tantas o dejando la mitad del temario por estudiar o levantándote a las cinco de la mañana). He hecho ese tipo de cálculo muchas veces, tanto para mí como para poder dar una fecha a quien me pregunta. Muchas veces, demasiadas para no saber a estas alturas que el resultado del cálculo difiere mucho de la realidad. Hubo un tiempo que pensaba que la tendría lista a finales de 2014. Luego tras el verano de 2015. Luego noviembre de este año, hace un mes. Hace poco pensé que quizá para febrero estaría acabada. Pero al fin, empiezo a darme cuenta de que no tengo ni la más remota idea de cuándo verá la luz en forma de manuscrito "final", y entrecomillo no por lo que decía Valéry, sino porque después de esa versión tocará distribuirla, recibir los comentarios y hacer un par de revisiones más. Es decir, que acabar la novela puede llevarme tres meses, tres años o tres décadas; aunque si soy sincero, no estoy seguro de que vaya a tener fuerzas de seguir tres décadas más. Quizá sí, cómo estar seguro. Además, la palabra final va adquiriendo unos límites cada vez menos claros.

Podría parecer, llegado este punto, que estoy harto, cansado, agotado, de escribir la novela; que me arrepiento de haber comenzado una historia que a veces no sé hacia dónde va o siquiera si va hacia algún lugar; que a veces me parece una absoluta basura y otras me enamora, y muy a menudo ambas cosas a la vez. Si he transmitido esa impresión, al menos he hecho algo bien en esta entrada, porque sí, a menudo lo estoy. Pero debo reconocer, para hacer honor a la verdad, que igual que unos días me da una de cal, otros me da una de arena. Cuando miro hacia atrás me doy cuenta del esfuerzo y bueno, creo que está valiendo la pena. El problema es, supongo, que mientras que yo recibo de las dos, las personas a mi alrededor siempre reciben dosis de la misma sustancia. Y eso sí me preocupa porque después de todo este tiempo todavía no he aprendido a encerrar al niño para que no moleste, y ni siquiera sé si se puede hacer o seré capaz de hacerlo, pero por mi salud mental y la de otras personas, debo al menos intentarlo. Si consigo que me deje en paz al menos unos minutos cada día, habré adelantado mucho, porque de momento, con lo que me está costando el parto, no tengo la intención de sacrificarlo. Esperemos que leer Bartleby y compañía de Vila-Matas no me haga cambiar de opinión y me convierta en otro artista del No.

En fin. Debo irme. Llevo unas tres horas con esta entrada, es hora de comer y ya saben, algo llora pidiendo atención y en esta ocasión no es mi estómago.

La novela

Llevo un tiempo esquivando esta entrada, pero la idea de echar un vistazo a la evolución de la novela parece una buena idea, por aquello de que igual alguna vez la acabo. Incluso podría llegar a (i) publicarla, (ii) hacerme famoso y asquerosamente rico, (iii) comprar todos los ejemplares de 50 sombras de Grey y (iv) hacer una hoguera gigante. Cierto, solo (i) parece realmente factible, y no apostaría nada a ello. Eso si no muero antes, porque, por duro que parezca, no hemos de descartar la idea de que lo haga y la cruda realidad es que podría dejar este mundo (en un sentido figurado, no estoy pensado en desintegrarme) en cualquier momento.

Ahora, por ejemplo. No, parece que todavía no.

Para imaginar mi muerte podría escoger un ataque al corazón, pero es demasiado real y seguro que mi madre se preocupa, así que pensaré en un satélite ruso de la Guerra Fría fuera de control cayendo sobre esta casa; aunque no conozco las probabilidades que tengo de sufrir un infarto justo en este preciso momento, tiendo a pensar que son mayores que la idea del impacto del satélite.

Sigo escribiendo y ninguna de ambas cosas ha pasado. 

Podemos considerar otras alternativas: un meteorito, una invasión alienígena con epicentro en esta habitación, un maremoto que llegue hasta el centro de Madrid o la aparición de una singularidad en el espacio-tiempo que acabe con mi organismo. Morir tampoco es nada excepcional. Es otro suceso más sin importancia en un universo demasiado grande para ser concebido, y aunque uno puede sentirse apesadumbrado por las cosas que dejará sin hacer, qué más da; todo continuará su camino y las galaxias no te echarán de menos dentro de un millón de años.

Es opinable, pero esa última frase es un buen ejemplo del uso del punto y coma: cuando un punto es demasiado pero una coma es muy poco, aunque resumirlo de esa manera es un poco banal.

Al lío. Empecé con la novela allá por octubre de 2013. Poco después compré el programa Scrivener, que me ha servido de gran ayuda para organizar los capítulos y trabajar de una manera estructurada. Todo ha cambiado mucho desde la idea original, y lo sigue haciendo. El argumento inicial apenas es reconocible, la estructura ha cambiado al menos media docena de veces, el punto de vista lo ha hecho otras tantas y la forma verbal dos veces (de presente a pasado y de vuelta al presente). Por fortuna, todo eso es ya bastante estable y aunque tengo que decidir dónde ubico determinados acontecimientos, por primera vez tengo la sensación de que estoy enfilando la recta final del primer borrador.

Digo "primer" porque, aunque en realidad podría decirse que ya hay un primer borrador, la revisión que estoy haciendo es tan exhaustiva y estoy encontrando tantas omisiones que considerar lo anterior como algo definido no sería más que un ejercicio de optimismo voluntarista. Por lo que leo y corrijo, lo que había era más bien un boceto, ni siquiera un borrador; algo más parecido a la arcilla que sirve de materia prima al jarrón, que una vez formado habrá que repasar y añadir los adornos y corregir irregularidades, cocer, pintar, barnizar y, si todo va bien, buscar una tienda y un vendedor, poner a la venta y esperar que se venda. Queda mucho camino por andar. 

Vamos con los números. En el momento de escribir esta entrada, la novela tiene 119.472 palabras. A 250 palabras por página vienen a ser unas 480 páginas, y si subimos el número de palabras por página a 300, son justo 400 páginas. Mis estimaciones es que, cuando finalmente tenga un primer borrador real, estaré en torno a 140.000 palabras, que es más de lo que inicialmente había pensado. No obstante, las posteriores revisiones deberían actuar de poda y reducir en algo ese número. No descartemos el recorte que puede venir después del corrector profesional o que puede requerir un potencial editor. El objetivo es un número inferior a las 400 páginas, aunque no voy a recortar fragmentos que me parezcan relevantes por la simple razón de reducir la longitud. Habrá tiempo para eso.

Los tiempos. Aquí hablo de memoria. Como decía arriba, empecé en octubre de 2013 y seguí trabajando en ella hasta febrero de 2014.  La abandoné unos meses y la retomé de nuevo en verano pero no recuerdo haber hecho demasiados avances. La volví a dejar de lado y la retomé en las vacaciones de navidad de este pasado año, donde progresé en algunos conflictos argumentales. Este comportamiento errático ha tenido una ventaja y un inconveniente. La ventaja es que me permite ver lo escrito con nuevos ojos, pero por contra dejar el texto tanto tiempo me obliga a releer parte de la novela ya que se me olvida si he hablado de esto o aquello (en ocasiones me descubro leyendo un fragmento que habla de lo mismo que acabo de escribir y que había escrito meses atrás). Más o menos en mayo de este año la volví a coger y continué con ella, aunque un par de nudos que no tenía claro cómo resolver me generaban bastante ansiedad y no avanzaba tanto como me hubiese gustado.

El empujón definitivo ha llegado en las vacaciones de verano, que han sido atípicas; a un ritmo de escritura de unas siete horas al día con la excepción de los fines de semana y algún día suelto, me alegra darme cuenta de que empiezo a ver el jarrón; he publicado algunos fragmentos que van dando una idea del tono. Dado que tengo que ganarme la vida, en las próximas semanas el ritmo se reducirá, pero espero tener un texto estable antes de finales de año, y no creo estar siendo demasiado generoso. En un par de meses más (mediados de febrero), un segundo borrador, y luego dar paso a los lectores beta (cuatro como máximo). Valorar e incorporar las modificaciones y comentarios que me hagan (y considere adecuadas) y un poco más tarde, en mayo, el corrector profesional (que no será barato). De esta forma, a expensas de lo que puede tardar éste, para el verano que viene debería tener el jarrón pintado y listo para barnizar. Pero falta mucho.

Acabo con una cita que pertenece al libro Diario de un mal año, de J. M. Coetzee. Me la envió Laura hace ya varios meses mientras lo leía, quien está sufriendo como nadie la elaboración de esta novela y las frustraciones y angustias que me genera.

¿Una novela? No, ya no tengo la fortaleza necesaria.
Para escribir una novela tienes que ser como Atlas, cargar con todo un mundo en tus hombros y sostenerlo durante meses y años , mientras todos sus asuntos se resuelven por sí mismos. Es demasiado para mí en mi estado estado actual.

Si yo sostengo el mundo, tú me sostienes a mí.

Icarus is flying

Aquí estoy de nuevo hablándole al vacío. Ya sabes que no he estado muy comunicativo estas últimas semanas. No he estado muy nada, en realidad. Bastante poco de todo, a decir verdad. Bueno, quizá no de todo, pero es complicado de explicar. Quizá otro día. Hay días que no sé si mi cabeza está repleta de pensamientos sin ordenar o de un vacío ordenado. Hoy es uno de esos. Permanece todo tan confuso como los últimos días e incluso semanas. Por suerte, siempre quedan algunos pilares firmes a los que abrazarme mientras pasa la tormenta. Aunque a veces me siento como si durmiese en una de esas casas que en los programas de televisión americanos trasladan de una ciudad a otra por la noche, y al día siguiente me despertase en un lugar extraño y remoto. Soy el mismo pero al mismo tiempo dejo de serlo.

Estoy divagando sin rumbo.

Hace semanas que no escribo nada. Al menos, no algo de más de 300 palabras y desde luego, nada de ficción. La novela superó las 75.000 palabras y parece que se ha plantado, aunque no estoy dispuesto a dejarla ir ahora, aunque tenga que atravesarla con una lanza y encadenarme al enorme escritorio del estudio. Creo que no me equivoco si digo que lo último que escribí es el relato del Tío Raimundo para un curso de escritura creativa al que falté más de la mitad de las veces, alguna vez por impedimentos personales y en su mayoría profesionales. La vida no es fácil, dice Óscar. Supongo que no, pero nosotros tampoco ayudamos demasiado.

En ocasiones desearía ser una de esas personas que han sido bendecidas con el privilegio de la constancia por las cosas, ese estado mental que en mi caso se traduce en una obsesión pasajera que por lo general no me dura más de unas semanas o meses. Hay un refranero sobre eso. Supongo que siento cierta envidia al ver lo que esa constancia puede conseguir en algunos casos. Claro que en otras no. Imagino dónde hubiese podido llegar en esto o aquello si hubiese empezado hace años; quizá muy alto, quizá a ningún sitio. Pero la verdad es que luego lo pienso de nuevo y qué aburrimiento, joder.

En fin. Continuamos para bingo.

De bombas

Llevo un par de días enfrascado en una escena de un capítulo. Por razones de carácter metafórico, me ha parecido interesante utilizar un símil con los ensayos nucleares subterráneos de bombas atómicas que se realizaban en la Guerra Fría, así que me puse a buscar en Google. Después de pasarme dos días buscando bomba, misíl balístico, detonación, radiación nuclear, bomba nuclear, onda de expansión, pantalla bomba atómica, efectos explosión, y varios términos similares, estoy esperando que de un momento a otro aparezca en mi puerta el Centro Nacional de Inteligencia para detenerme.

En ese caso, la novela quedará inacabada. Será una pena. Quizá debería ir buscando un abogado.