ARCO (o El traje nuevo del Emperador)

Hace muchos años había un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia. No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la misma manera que se dice de un rey: "Está en el Consejo", de nuestro hombre se decía: "El Emperador está en el vestuario".

La ciudad en que vivía el Emperador era muy alegre y bulliciosa. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y una vez se presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las más maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.

«¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el Emperador. Si los tuviese, podría averiguar qué funcionarios del reino son ineptos para el cargo que ocupan. Podría distinguir entre los inteligentes y los tontos. Nada, que se pongan enseguida a tejer la tela». Y mandó abonar a los dos pícaros un buen adelanto en metálico, para que pusieran manos a la obra cuanto antes.

Ellos montaron un telar y simularon que trabajaban; pero no tenían nada en la máquina. A pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se embolsaron, mientras seguían haciendo como que trabajaban en los telares vacíos hasta muy entrada la noche.

«Me gustaría saber si avanzan con la tela» -pensó el Emperador. Pero había una cuestión que lo tenía un tanto cohibido, a saber, que un hombre que fuera estúpido o inepto para su cargo no podría ver lo que estaban tejiendo. No es que temiera por sí mismo; sobre este punto estaba tranquilo. Pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro, para cerciorarse de cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban impacientes por ver hasta qué punto su vecino era estúpido o incapaz.

«Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pensó el Emperador. Es un hombre honrado y el más indicado para juzgar de las cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay quien desempeñe el cargo como él».

El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada por los dos embaucadores, los cuales seguían trabajando en los telares vacíos. «¡Dios nos ampare! -pensó el ministro para sus adentros, abriendo unos ojos como naranjas. ¡Pero si no veo nada!» Sin embargo, no soltó palabra.

Los dos fulleros le rogaron que se acercase y le preguntaron si no encontraba magníficos el color y el dibujo. Le señalaban el telar vacío, y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había. «¡Dios santo! -pensó. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No, desde luego no puedo decir que no he visto la tela».

- ¿Qué? ¿No dice Vuecencia nada del tejido? -preguntó uno de los tejedores.

- ¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro mirando a través de las lentes. ¡Qué dibujo y qué colores! Desde luego, diré al Emperador que me ha gustado extraordinariamente.

- Nos da una buena alegría -respondieron los dos tejedores, dándole los nombres de los colores y describiéndole el raro dibujo. El viejo tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas al Emperador; y así lo hizo.

Los estafadores pidieron entonces más dinero, seda y oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Todo fue a parar a sus bolsillos, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando en las máquinas vacías. Poco después el Emperador envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado de la tela e informarse de si quedaría pronto lista. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y miró, pero como en el telar no había nada, nada pudo ver.

- ¿Verdad que es una tela bonita? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existía. «Yo no soy tonto -pensó el hombre-, y el empleo que tengo no lo suelto. Sería muy fastidioso. Es preciso que nadie se dé cuenta». Y se deshizo en alabanzas de la tela que no veía, y ponderó su entusiasmo por aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo.

- ¡Es digno de admiración! -dijo al Emperador.

Todos los moradores de la capital hablaban de la magnífica tela, tanto, que el Emperador quiso verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar. Seguido de una multitud de personajes escogidos, entre los cuales figuraban los dos probos funcionarios de marras, se encaminó a la casa donde paraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados.

- ¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados dignatarios. Fíjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos -y señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían la tela.

«¡Cómo! -pensó el Emperador. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tan tonto? ¿Acaso no sirvo para emperador? Sería espantoso».

- ¡Oh, sí, es muy bonita! -dijo. Me gusta, la apruebo, y con un gesto de agrado miraba el telar vacío; no quería confesar que no veía nada.

Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar, como el Emperador: ¡oh, qué bonito!, y le aconsejaron que estrenase los vestidos confeccionados con aquella tela en la procesión que debía celebrarse próximamente. ¡Es preciosa, elegantísima, estupenda! -corría de boca en boca, y todo el mundo parecía extasiado con ella.

El Emperador concedió una condecoración a cada uno de los dos bribones para que se las prendieran en el ojal, y los nombró tejedores imperiales.

Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con dieciséis lámparas encendidas, para que la gente viese que trabajaban activamente en la confección de los nuevos vestidos del Soberano. Simularon quitar la tela del telar, cortarla con grandes tijeras y coserla con agujas sin hebra; finalmente, dijeron: ¡Por fin, el vestido está listo!

Llegó el Emperador en compañía de sus caballeros principales, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:

- Esto son los pantalones. Ahí está la casaca. Aquí tienen el manto... Las prendas son ligeras como si fuesen de telaraña; uno creería no llevar nada sobre el cuerpo, mas precisamente esto es lo bueno de la tela.

- ¡Sí! -asintieron todos los cortesanos, a pesar de que no veían nada, pues nada había.

- ¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que podamos vestirle el nuevo delante del espejo?

Quitose el Emperador sus prendas, y los dos simularon ponerle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían haber terminado poco antes. Y cogiendo al Emperador por la cintura, hicieron como si le atasen algo, la cola seguramente; y el Monarca todo era dar vueltas ante el espejo.

- ¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaban todos. ¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje precioso!

- El palio bajo el cual irá Vuestra Majestad durante la procesión, aguarda ya en la calle -anunció el maestro de Ceremonias.

- Muy bien, estoy a punto -dijo el Emperador. ¿Verdad que me sienta bien? -y volviose una vez más de cara al espejo, para que todos creyeran que veía el vestido.

Los ayudas de cámara encargados de sostener la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y avanzaron con ademán de sostener algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada. Y de este modo echó a andar el Emperador bajo el magnífico palio, mientras el gentío, desde la calle y las ventanas, decía:

- ¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!

Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del Monarca había tenido tanto éxito como aquél.

- ¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.

- ¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.

- ¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!

- ¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.

Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.

[Como es obvio, esto no es mio, es de un tal Hans Christian Andersen]

Yo te quiero, Endesa (penúltimo capítulo)

Una pena. Nos vamos a quedar sin telenovela financiera, energética, política, o como quieran llamarla. Por fin, parece que se acaba el culebrón, o eso parece. Cajamadrid dirá que hace con su parte del pastel, un bonito 10%. Acciona hará lo propio respecto a su 20%, y por último, Endesa dará sus recomendaciones, a las que sus accionistas podrán o no acogerse. O más o menos, coño, que yo tampoco trabajo para Expansión.

Y luego vendrán los germanos con su libre competencia en una mano y su proteccionismo local y maniqueos políticos en la otra. Y no digo más que se ve ya bien de qué pie cojeo.

Pensamientos mientras miro mi móvil

De vez en cuando, me llega al buzón un correo electrónico recordando la generación de los ochenta, la década en la que crecí -y cómo- yo. Un correo que habla de cómo los niños salíamos a la calle a jugar y volvíamos a las tantas, sin que nuestra madre sintiese que nos tenía que tener controlados. De cómo nos partíamos un diente o nos abríamos la cabeza, sin que hubiese que encerrar a los culpables. De cómo no le pegabas dos gritos a tu madre ni le levantabas la mano porque tu padre te cruzaba la cara, o de cómo te llevabas un zapatillazo sin que eso te crease un trauma para toda la vida. De cómo íbamos cargados de libros al colegio y ahora tampoco somos el jorobado de Notre Dame. O de cómo compartíamos el bocadillo, la botella de agua o un helado, sin que eso fuese una "amenaza" para nuestro organismo. De cómo hemos crecido y llegado hasta aquí sin bífidus, sin componentes activos y sin José Coronado, gracias a Dios.

Yendo un poco más allá, cuando venía hoy en el coche hacía el trabajo, reflexionando sobre el "terrorífico" peligro que supone hablar por móvil mientras conduces, me han venido a la cabeza las cada vez mayores restricciones del tabaco, las que nos esperan del alcohol, las advertencias sobre el colesterol, los lípidos y la alimentación sana, la asepsia que nos rodea (o eso pretenden los fabricantes de detergentes y demás), etc., etc. y etc., y a la vez me acordaba de mis padres, mis abuelos, y toda esa gente que ha llegado hasta aquí sin cinturones de seguridad ni airbags, con colesterol, bebiendo, fumando y viviendo como buenamente han podido, e involuntariamente, he pensado si no nos estaremos pasando, si no nos estaremos perdiendo algo. Si no nos arrepentiremos, al final del camino, cuando esto se acabe, de haber sido tan sanos, tan limpios, tan asépticos, tan seguros, tan higiénicos.

Sería una verdadera pena. O no, una pena no. Sería una putada.

Cosas que me hacen vomitar

“No podemos conducir por ti”

Y me pregunto yo, como siempre, en mi cada vez más infinita y supina ignorancia, ¿por qué querría yo que la DGT condujese por mí? ¿No hace ya el Estado bastantes cosas por mí? ¿A qué viene este asqueroso paternalismo estatal?

(Puede verse al respecto el "despotismo blando" del que alerta Alexis de Tocqueville en su Democracia en América)

Cosillas de políticos

Desde que no veo el Telediario de ninguna cadena, no leo los periódicos, y sólo oigo programas de humor en la radio, no me entero de nada. Hay que ver.

No me entero, por ejemplo, de que al señor Rajoy, que cada día parece más un teleñeco y menos una persona de carne y hueso -y eso es una valoración personal, por supuesto-, no le vale con que para ser Presidente del Gobierno tenga uno que salir elegido en las elecciones generales, sino que *además* de ser español y mayor de dieciocho años, cree que deberían introducirse nuevos requisitos. Me pregunto si éstos incluyen llevar barba y llamarse Mariano y tener como apellidos Rajoy Brey. Y militar en el PP, no vaya a ser que jodamos y tengamos en España dos sujetos como este.

Tampoco me entero de que por lo visto, a Pedro Sanz, presidente de la Rioja le parece poco importante que en la Conferencia de Presidentes, que se hizo a puerta cerrada, alguien -es decir, él mismo- filtrase a la prensa la metida de pata de ZP al decir aquello del "accidente de Barajas", ni que alguien -seguramente, de nuevo, él mismo- con un teléfono móvil grabase la citada conferencia. Y sorpresa sorpresa, Esperanza Aguirre está de acuerdo con él en que el tema carece de relevancia. ¿Qué raro, eh? Y es que entre nuestros políticos hay más de un imbécil suelto, siendo fino. Aunque claro, eso ya lo sabía yo sin tener que ver los telediarios.

Tampoco me entero de que pedrojota, en el editorial de su periódico El Mundo [imagen aquí], ha dicho que «El comunicado del PSOE parece la puesta en práctica del 'cordón sanitario' propugnado por el actor Federico Luppi hace unos días. Algo políticamente equivalente -y no exageramos un ápice- a lo que practicaban los nazis cuando enclaustraban a los judíos en sus guetos», y sobran las palabras. Pues menos mal que no exageran, que si no...

Y por último, tampoco me entero de que el mismo individuo de arriba, el tal Rajoy, adalid del PP, ese partido que durante sus legislaturas abogó por el diálogo, el consenso y la búsqueda de soluciones en común, ha afirmado que «es la primera vez en la historia de la democracia en la cual las posiciones de un partido y sus propuestas no se pueden debatir en un Parlamento. Esto ni Stalin. Lo que está pasando es muy grave». Gravísimo, añadiría yo. Hay que ver qué corta es la memoria de algunas personas. O qué selectiva, porque de Stalin se acuerda, y Franco el caso es que como ejemplo quedaba más cerca. Que tampoco tengo yo muy claro que lo de Stalin pudiera llamarse democracia, pero para qué, pelillos a la mar que total, como el otro, ¿qué importancia tiene? Detalles, detalles.

Y esto, señores y señoras, creo que es todo por el resto del fin de semana. Incluído, quizá, el lunes, que es San Vicente y aquí en la capital del Turia (qué bonito) no se trabaja. Pásenlo bien y olvídense de las noticias, que como ven, no hay tampoco gran cosa que ver.

Tim Robbins o cómo dar una opinión impopular

Leo a través de Escolar.net que al parecer, Tim Robbins se sintió "utilizado" cuando Gallardón aprovechó la visita de éste al I Festival Internacional de Cine Solidario de Madrid (FICS) para fotografiarse con él. El actor, que viene de un país cuya izquierda política es inexistente, dijo que «Mi intención era apoyar el festival, no salir en fotos con políticos de derecha. Siento que me han utilizado», y que «Es curioso que un alcalde pueda hacer el esfuerzo de venir a hacerse una foto con un actor norteamericano pero no lo haga para unirse a la ciudadanía en una manifestación».

Me pregunto si cuando dijo eso, después de haberse hecho la foto en cuestión, ya sabía de qué hablaba cuando decía lo de la derecha, lo de las manifestaciones y lo de la ciudadanía, si ya se había informado y formado un criterio propio de qué pasa en la política y sociedad española. Me pregunto si cuando dijo eso, conocía ya la política de Gallardón y la política del PP en la comunidad de Madrid. Qué será buena o mala, pero para opinar, hay que conocerla, no criticarla por el mero hecho de que el político en cuestión sea de derechas, porque corre así uno el riesgo de acabar afirmando que Castro es un santo. Me pregunto si una foto con un político de izquierdas, así sin más, hubiese sido aceptable para él. Para mi, lo único que dejó claro, clarísimo, es que antes de hacerse la foto, no tenía ni idea de nada, ni para bien, ni para mal. Ni siquiera, y tiene narices, de con quién se estaba haciendo la foto.

Y no me entiendan mal, que a mi el Tim Robbins este no me cae mal, aparte de que es un pedazo de actor y director. Simplemente me parece que ha dado la imagen de ser un gilipollas sin ningún criterio más que el de la orientación política más simplista: eres de izquierdas, sí, eres de derechas, no.

(Y me pregunto yo, en mi ingenuidad y la impopularidad de este post, si su productora no le avisó de que estaría en la presentación, como es lógico, el alcalde de Madrid, político votado democráticamente, después de todo, por unos cuantos madrileños)

[La noticia original en Terra]

Estudios para olvidar

Me comentaba hace unos días LdeLaura que había leído en El País -versión en papel, que no he podido obtener- una noticia en la que se hablaba de un estudio que había concluido afirmando que al parecer, un índice de masa corporal (IMC) superior a 21 es perjudicial para la salud. Dicho índice se utiliza, entre otras cosas, para determinar si una persona sufre obesidad o anorexia, y se obtiene a partir de la división del peso en kilogramos entre la altura, medida en metros, al cuadrado. La OMS considera que un valor normal se encuentra comprendido entre 20.5 y 25.5, aumentando este valor en un punto por cada diez años a partir de los 34.

Puesto que no he podido localizarlo, no sé realmente quién es el responsable del mencionado estudio. No sé si es una clínica de cirugía estética, si es alguna de las empresas del Grupo Inditex, o si lo ha hecho algún departamento de alguna universidad con la urgencia de justificar fondos públicos (o publicas, o no hay prórroga de beca). Pero teniendo en cuenta los niveles establecidos por la OMS, que a todas luces parece una organización competente en la materia, me parece cuanto menos arriesgado darle credibilidad -por parte del periódico en cuestión- a este tipo de estudios, tal y como están las cosas en relación a la anorexia.

Y tampoco estoy diciendo que no es que no haya que publicar estudios que vayan en contra de las tendencias dictadas -en este caso, en materia de salud- desde los organismos oficiales, sino únicamente que hay que tener cuidado con la veracidad que se publica, y más en temas tan sensibles como este. Aunque al fin y al cabo, teniendo en cuenta la afición a leer prensa -que no sea el Marca- que tienen los adolescentes de este país (no les culpo, visto lo visto), probablemente el estudio haya pasado totalmente desapercibido. Como ven, no hay mal que por bien no venga.

País de gilipollas, sí (pero no tanto)

El tema es casi de risa. O quizá no, si uno piensa en lo que nos estamos jugando: manejar este país.

Bien. Pues resulta que al PP, en el afán divulgativo que le caracteriza, le ha dado por hacer un vídeo "promocional" que refleje cómo está el tema de la seguridad en este santo país (España), y no para precisamente sugerir nuestra similitud con Oslo -no tengo ni pajolera idea de la tasa de criminalidad en Oslo, pero imagino que muy alta no debe de ser-, cosa lógica por otra parte, tanto porque no nos parecemos, como porque ellos pretenden que lo tengamos claro. Como también es lógico, los responsables del susodicho partido contrataron la realización del citado "documental", "anuncio", "publirreportaje" o loquesea a una productora "especializada" -cuántas comillas, hay que ver, y es que hay tantas cosas que no sabe uno cómo llamarlas...- en este tipo de productos. También es cierto que si tenemos que dejarle esa tarea a Zaplana, Acebes et al., puede salir cualquier cosa.

Que es, en realidad, lo que ha salido, porque al parecer, en el vídeo resultante no sólo hay imágenes actuales, sino que además hay, admitido por el propio PP, imágenes de la etapa de Aznar y no de manifestaciones pacifistas, así como, según denuncia esta vez el PSOE, imágenes de Medellín (Colombia), que no es, como todo el mundo sabe, el paraíso de la calma y la seguridad, sino más bien todo lo contrario.

Así que, en definitiva, uno se pregunta si es que los gañanes de la productora -oloquesea- contratada no han sido capaces de encontrar imágenes actuales de la tan cacareada inseguridad ciudadana, y por ello han tenido que recurrir a imágenes del extranjero y otras legislaturas... del PP. Que bien visto, tampoco les habría resultado muy difícil en los tiempos en que vivimos, porque nadie se le escapa que inseguridad ciudadana, haberla, hayla. Por último, como corolario a todo esto, es difícil no pensar que, o a) en el PP creen que en este país somos gilipollas, o b) en el PP son gilipollas. Así que juzgen por ustedes mismos.

Para el hipotético caso de que sea "a)", somos gilipollas, sí, "señores", pero no *tanto*.

Christie's

No sé si estoy atravesando un proceso gripal -me encanta esa expresión-, estoy a punto de entrar en él, o estoy ya saliendo sin casi haber entrado. El caso es que ya sé que lo que acabo de decir no tiene nada que ver con la imagen de la izquierda, pero me sirve de justificación por si lo que voy a decir resulta ser una argumentación débil, estúpida o incoherente, o incluso para el caso en el que ni siquiera merezca el denominativo de "argumentación". Que es, a la postre, y vista la falta de lucidez que estoy sufriendo, el caso más probable. Léase el párrafo anterior como "excusa".

La cuestión es que cuando miro la fotografía de la izquierda, en la que un grupillo de gentecilla -en el mismo sentido que ustedes y yo somos gentecilla- con aspiraciones, enfundados en su respectivos trajes, se aferra a sus respectivos teléfonos debajo de una enorme proyección de un cuadro de Klimt, siento un poco de asco. Pero el problema es que no se exactamente el porqué. No sé si es porque me jode, hablando en plata, que alguien sea capaz de pagar unos cuantos cientos de millones -a veces de euros, a veces de pesetas- por un Van Gogh, un Picasso o cualquier otra obra y pueda por ello disfrutarlos en privado, negándonos su disfrute a los demás. Pero luego lo pienso y bueno, que alguna obra de arte me sea inaccesible -en directo- a mi o a millones de personas, sinceramente, no supone tanto.

No sé, por el contrario, si siento asco porque en estas subastas se traten las obras de arte como meras inversiones, con la simple idea de obtener un bien revalorizable a corto, medio o largo plazo. Una cosa es que alguien tenga la pasta para colgar un Monet en su comedor, y otra que lo meta embalado en la caja fuerte de un banco para venderlo unos años después y ganar así unos milloncetes. Aunque básicamente la situación es la misma que la anterior -es decir, ni ustedes ni yo olemos ni de lejos la obra en cuestión-, siento por esta opción una mayor repulsión. Supongo que de alguna forma, entiendo que el autor de cualquier obra de estas pone en ella su esfuerzo y talento para que el resultado final sea contemplado, admirado, disfrutado de algún modo, no para que sirva como simple mercancía financiera. Aunque también es verdad que nadie me ha dado parte como guardián de los deseos y aspiraciones de los artistas.

Y por último, no sé si siento asco por la perversión moral y social que supone una escala de prioridades en la que un cuadro o una escultura se vende y se compra por el mismo dinero con el que vivirían durante toda su vida muchos miles de personas que mueren todos los días... y eso nos parece a todos tan normal. Pero también es verdad que, si me mirase el ombligo, probablemente encontraría muchas cosas, entre ellas este portátil, completamente innecesarias y con las que mucha gente podría vivir durante varias semanas o meses... y también lo encuentro tan normal.

En definitiva, que una vez puesto sobre el papel lo que se me pasa por la cabeza al ver la dichosa fotografía, sigo sin ser capaz de decidirme cuál de todas es la principal razón por la que la visión, como decía, de esos yuppies, o aspirantes a, sobre la proyección de un cuadro de Klimt, me parece desagradable. Y yo no estoy con ganas ni ánimo de averiguarlo.

Así que vayan ustedes a saber.

La gallina de los huevos colgando de oro

He decidido hablar hoy y ahora de una cosa que probablemente sólo me interesa a mí, aunque confieso que no estaría mal sentir algo de remota empatía: cómo de hasta las narices estoy de las películas de animación por ordenador.

Lo admito, yo solía ser un acérrimo seguidor de tales films. Toy Story, Ice Age, Toy Story 2, Los Increíbles, Bichos, Antz, Shrek, Buscando a Nemo, Monstruos S.A.... Vamos, que por lo general me gustaban todas; de hecho, iba al cine con la decidida intención de ver esas películas. Supongo que al principio, aquello suponía una novedad, y había efectivamente saltos de calidad entre diferentes películas. La primera que me perdí fue, si no recuerdo mal, una de tiburones, en apariencia bastante flojilla. Luego creo que fue la de los pingüinos de Madagascar, y en adelante, creo que no he vuelto a ver ninguna película de animación por ordenador... ni ganas.

Porque estoy harto de los putos peces, de las putas ardillas, de los putos osos, de los putos mapaches y de las putas mismas historietas de tres al cuarto de animalitos subnormales y graciosetes que están saliendo últimamente en la cartelera como setas. Ganas tengo de ver cuánto tardan en matar a la gallina de los huevos de oro, ahora que parece que tienen el cuchillo bien afilado.

Vamos de estreno: publicidad engañosa

Ya lo he dicho alguna vez. En el momento que te pones manos a la obra, nunca mejor dicho, con tu propio "Redecora tu vida", no tardas en descubrir que las cosas no son siempre del color con que las pintan. los publicistas. Es más, nunca lo son. De hecho, si hay un color del que no lo son es del de una chica monísima de la muerte, divina con sus pantaloncitos cortos y .decorada. para la ocasión, sonriendo mientras posa pintando con un pincelito vayaustedasaberqué. Pues no. No. Que no, ni de lejos. Lo repito: no.

En realidad, el color de tal reforma vital, y lo digo por experiencia, se suele parecer mucho más a las agujetas, y éstas sí que son de la muerte. Al dolor de espalda, de piernas, de brazos, de manos, de pies, de cabeza y de culo, es decir, a llegar a casa como si te hubiesen molido a palos. Se parece más a coño como pesa este puto rodillo y qué alto está ese techo, a que te caigan gotas de pintura en los ojos, o a no poder pegar el polvo pre-siesta dominical ni su correspondiente siesta -también dominical- porque te espera una pared por pintar -y eso se dice pronto. Se parece más a esperar impacientemente a que te llame el fontanero, a bajar sacos de escombro, a ladrillos, cemento, yeso y escayola. A salir con prisas del trabajo para poder hacer algo antes de que se haga de noche y pasarse el fin de semana entre las cuatro mismas paredes; a rascarse mucho el bolsillo y apretarse más el cinturón. A heridas en las manos, en los brazos, en las piernas, en los pies y a sangre (con dolor pero sin lágrimas). Y por supuesto, ante todo, se parece a rascar la mierda -casi literalmente- del suelo del baño, del techo, de las paredes y de las ventanas; de las puertas de las lámparas y de los rodapiés. Se parece al amoníaco a la lejía al salfumán y al desengrasante, que aunque quizá no sean el color, sí que son el olor.

Pero no se parece, nunca, nunca, nunca, NUNCA, a una chica monísima de la muerte, divina con sus pantaloncitos cortos y .decorada. para la ocasión, sonriendo mientras posa pintando con un pincelito vayaustedasaberqué. No. Así que no digáis que no os avisé.

Sólo se mueren los tontos

Superman.

Un individuo que vuela y se mueve a la velocidad del sonido, que es prácticamente indestructible y muchas otras cosas más. Un tipo que se dedica a sacar personas de coches llenos de agua, jugar con las faldas de Lois Lane -tiran más dos tetas que dos carretas-, hacer el tonto como periodista, y evitar atracos de poca monta. Y por el otro lado está Lex Luthor, un ser humano normal y corriente. Nada excepcional, pero inteligente, ambicioso, emprendedor, con una perspectiva global, visión y ganas de hacer algo grande: gobernar el Mundo, nada más y nada menos. Poder, con mayúsculas, como está mandado, a pesar de sus limitaciones.

Pues eso. Que puestos a tomar ejemplo...

Nada nuevo bajo el sol (pero nada de nada)

Yo pensaba que lo que escribí esta mañana era triste, pero si quieren ustedes algo triste, algo triste de verdad, algo patético incluso, vergonzoso, piensen que, según un estudio del instituto de opinión Gallup, el español más popular de este país es Julián Muñoz. Como lo oyen. Julián Muñoz. Bueno, eso explica muchas cosas. Muchísimas.

Lo dicho, país de gilipollas. De sol y pandereta. No se de qué me sorprendo.

País de gilipollas

Vivimos en un país de risa. De pandereta. De gilipollas.

Somos capaces de coger una trama de corrupción como la de Marbella, donde se han robado miles de millones -de euros, no pesetas- de dinero público, y llevarla a la categoría de chascarrillo, de prensa rosa, de tertulia barata, de conversación de patio de colegio. Y aquí no pasa nada. Capaces de entrevistar por televisión, como si fueran famosetes de tres al cuarto, a personas que salen de la cárcel porque han robado millones. A yonkis que pillan robando 30 euros para meterse un pico, no, a esos no. Pero a hijos de puta que roban miles de millones y se ríen de nosotros, a esos sí.

Pues lo dicho, un país de gilipollas.

Comparaciones

Supongo que cuando Herri Batasuna o como coño se llamen ahora no condena los atentados de ETA, es que los apoyan.

Supongo que cuando los Estados Unidos de América no condenan el asesinato deliberado de cuatro observadores de la ONU —civiles e imparciales— por parte de Israel, es que los apoyan.

Enough said.

(¿Cómo era aquello que decía Bush de o estás con nosotros o estás contra nosotros? ...)

Fin de semana capital

Aprovechando que está por estos lares el jefe de estado del Vaticano (cuando digo esto me siento como la Raola hablando del ciudadano Juan Carlos Borbón), creo que este fin de semana me voy a dedicar a practicar de manera especialmente intensa y consciente la gula, la lujuria y la pereza. De orgullo voy habitualmente suficientemente bien servido —esta época es quizá una excepción—, aunque menos de lo que puede parecer en este blog, y respecto a la ira, en cuanto empiece a ver las calles cortadas por la visita de este sujeto y los sitios a los que no puedo ir, sumado todo eso a lo poco y mal que duermo y me alimento, seguro que no tendré ningún problema. Me queda la envidia y la avaricia. El primero no me costará mucho si me lo propongo, en cuanto vea la pasta, los coches y los lujos que mueve toda esta gente. El problema va a ser el segundo, así que he pensado que eso de la avaricia voy a dejárselo de momento a ellos (la Iglesia), que me lleva milenios de ventaja y sin duda saben practicarlo mucho mejor que yo.

Y los otros seguro que también, claro, pero al menos en esos puedo intentarlo.

Cagaderos católicos

Está Valencia llena de cagaderos por todas partes. Como lo oyen: cagaderos, de esos de plástico que se utilizan en los conciertos. Esto parece más una convención universal de fabricantes de inodoros públicos que la visita del jefe de estado del Vaticano. Eso sí, en Fallas brillaban por su ausencia, por lo que supongo que quizá eso significa que los católicos son unos guarros y nuestro querido Ayuntamiento quiere evitar que esto se convierta en una gigantesca defecation party. No, imagino que no, esa no puede ser la razón, conozco algún católico y no. No. Supongo entonces que siempre ha habido clases, así que en Fallas meas por las esquinas y ahora dispones de miles de millones de millones de tazas de váter público a tu disposición para mear. O a lo mejor, es que mear en la calle va a ser pecado. O yoquesé.

Bien visto, uno tiene que alegrarse de que al final venga "sólo" el Papa, porque pensándolo bien, si por alguna de aquellas a Dios le diese por bajar a visitarnos, me veo Valencia convertida en un cagadero gigante, y la verdad, oiga, tampoco es cuestión.

Hay demasiado cabrón suelto

El pasado viernes me enfadé ligeramente al descubrir que alguien me había robado el piloto del intermitente lateral, el que hay al lado de la puerta en muchos coches. No es un gran problema así que para qué sulfurarse; la pieza no valdrá más de diez euros —espero—, y afortunadamente, y cruzo los dedos para que eso no me pase ahora, ni me han jodido la bombilla, ni han tirado del cable, ni nada. Sólo querían el trozo de plástico color naranja y es eso lo que se han llevado. Si es que aún debería estar agradecido.

Esto me ha recordado que nada más estrenar mi coche, descubrí al par de días un par de rayas en el capó, hechas sin duda por algún hijo de la gran puta. Tomen nota de que lo he escrito bien, con todas las letras, no ijoputa como cuando lo vanalizo. Esta vez lo digo en serio, y me refiero a uno de esos que habría que colgar de los cojones hasta que se los arrancase la acción de la gravedad sobre su propio cuerpo. Y sigo hablando en serio. Todos nos hemos cruzado con personas de esa calaña, y no hay pocos. La maldad por la maldad, sin más. Joderme el capó, porque sí. Porque le divertía, aunque no sacase nada con ello. Hacer el mal por pura y simple diversión.

Y mientras pensaba tirando de ironía y en broma, que habría que mandar al paredón a todos aquellos que abusan físicamente de los coches del prójimo sin obtener ningún beneficio, me he dado cuenta de que en realidad, el cabrón del viernes pasado sí que había ganado algo: mi intermitente. Un puto trozo de plástico triangular de color naranja. Y aunque esto desbarata parte de lo contado hasta ahora, también he pensado que bueno, qué más da si tenía o no algo que ganar, ya que después de todo, no deja de ser una verdad como un templo que me va a tocar comprarme el puto piloto y que como todo el mundo sabe, hay muy cabrón, y mucho hijo de la gran puta suelto por el mundo.

Muchos no. Demasiados.

(¿Les parece a ustedes que la una menos cuarto de la madrugada de un domingo es hora para poner una obra maestra como Bienvenido Mister Marshall? ¿Es que no hay horarios más asequibles?)

¿Dónde estás, gripe aviar?

Hace meses que recibo mucho Referral Spam, entre otros. La idea de este tipo de spam, para quien no esté familiarizado, es utilizar los sistemas de estadísticas para conseguir enlaces a páginas de venta de medicamentos, casinos, pornografía, o vayaustedasaberqué. Pongamos un ejemplo. Si accedes desde este blog cien veces a una página de las que tengo enlazadas, es muy posible que esos accesos le aparezcan en las estadísticas de procedencia de visitantes, y es posible que lo haga en los primeros puestos, con lo que casi seguramente el dueño de esa página, y con suerte alguno de sus lectores, se pasará por este blog para ver qué dice alguien que al parecer está tan interesado en ellos. Si además contases con un programa que simula ese acceso, podrías, si quisieses, "acceder" —simular que accedes, en realidad— cien veces a un millar de páginas, lo que haría aparecer a este blog, o a la página que quisieses, en muchas estadísticas. Pero yo no quiero eso, porque yo no vendo pornografía, ni medicamentos, ni regento un casino online, y estoy más preocupado por la calidad que por la cantidad de las visitas.

En mi caso, simplemente filtro este tipo de visitas. No cuesta demasiado, aunque imagino que más de lo que les cuesta a ellos. La propaganda puede ser de cualquier cosa, y va cambiando con el tiempo. Desde hipotecas a venta de medicamentos como el Viagra. Y el caso es que editando este filtro hace un momento, me he encontrado con lo siguiente, que seguro que os es familiar: tamiflu. Rápidamente, con el corazón en un puño, raudo como Jolly Jumper y veloz como una centella, me ha faltado el aliento para acercarme a algunos periódicos digitales, y buscar en portada la palabra 'gripe'. Y el resultado ha sido que no había nada en La Vanguardia, nada en El País, nada en ABC, nada en La Razón, y un único enlace en el apartado de 'Salud' de El Mundo hablando de la gripe aviar.

Y me he alegrado, en mi fuero interno, de ver cómo una enfermedad que hace sólo unos meses iba a acabar con nosecuántos millones de personas y en torno a la que se había creado casi una histeria colectiva, ahora ya no merezca ni un pedacito de texto en las portadas de los periódicos. Y he supuesto, felizmente, que eso significa que, o ya no va a acabar con tanta gente, o toda esa gente es pobre y por tanto a los del ecuador hacia arriba —con la excepción de Australia, claro— nos traen sin cuidado, o hay cosas más importantes de las que hablar.

O no. A lo mejor es que coño, ¡¿qué más da quién muera, teniendo fútbol en la tele?!