Televisión

Justo ayer, Laura me decía que apenas vemos la televisión en casa, al referirse a eso que llamamos como "cadenas de televisión". La verdad es que razón no le falta; apenas pasamos tiempo en casa y el único momento del día en el que podemos ver la caja tonta es por el mediodía y por la noche a partir de las diez como pronto. El problema es que, aparte de que Internet ha copado parte del tiempo libre que antes dedicábamos a la contemplación, a esas horas, especialmente por la noche, o i) los programas que echan no nos interesan (léase las series de TVE o concursos varios), o ii) ya han empezado (léase las películas de La 2), o iii) la programación en general es de una calidad pésima, es decir, y para que nos entendamos: es una mierda.

Además, se ve que al entrar en la lucha por el share, y con todo eso de la fusión, La Sexta y Cuatro han acabado de perder el norte que en algún momento parecieron tener. A la primera le da por emitir pura bazofia-espectáculo como La Generación Ni-Ni  (véase la agresión sexual a una de las participantes), y Cuatro olvida qué es la decencia cuando a Manolo Lama le da por humillar/reirse de una persona sin hogar (sí, sí es para tanto) [página en La Vanguardia]. Después de esto, no es difícil imaginar porqué ya lo único que vemos en televisión son series que bajamos de Internet (igual que mucha gente, y cada vez más): Lost, Weeds, Flashforward, A dos metros bajo tierra, Dexter, The Wire, Rockefeller Plaza, The Office,... Ya veremos dónde está la caja tonta dentro de quince años, como no comience a reinventarse a la de ya.

Por cierto, me ha llamado la atención que Sonia Lus, colaboradora de deportes del programa Hoy por hoy de Carles Francino en La Ser (i.e. PRISA, i.e. Cuatro), se refiriese a Ángel María Villar, con quien no tengo ninguna simpatía ni odio (esos entresijos deportivos me superan), con la frase "Donde no hay mata, no hay patata". Pues eso.

No nos gusta la mierda: nos encanta

Sábado, las 02:05 de la madrugada. En Antena.Neox y La Sexta están poniendo dos de las mejores series de comedia de los últimos años, si no las mejores: The Office la (versión estadounidense) y Rockefeller Plaza. Búsquenlas y véanlas si no lo han hecho ya, verán como no me equivoco.

Al mismo tiempo, en las dos principales cadenas del país ponen, en el sentido más literal de la palabra, Mierda, con mayúsculas. Programas de mierda con gente de mierda que millones de personas ven todos los viernes.

No tengo ninguna duda de que el hecho de que dos maravillas como estas estén relegadas al horario de madrugada de los sábados en dos cadenas minoritarias, mientras la gente consume gustosamente mierda a palazos, explica muy bien porqué en este país hay más de cuatro millones de parados y nos estamos yendo a la mierda. Es muy simple: la mierda nos encanta.

Dinero ¿fácil?

No sé si han visto o conocen ustedes el programa El juego de tu vida de Telecinco, que se emite en La Siete (que es para lo que algunas cadenas conciben esto de la TDT: para reponer antiguos contenidos). El programa concurso sigue la pauta habitual en la cadena de Vasile, esto es: morbo, morbo y más morbo. La única ventaja, si quieren verlo así, es que Belén Esteban no aparece, y vista la zafiedad y estupidez innata a la individua, eso es siempre un punto muy grande a favor.

El formato del programa, presentado por Emma García (menudo carrerón el de esta chica, entre esto y "eso" llamado Mujeres y hombres y viceversa), es el siguiente: los concursantes que desean participar se someten a una ronda de 200 preguntas conectados a un polígrafo, lo que en teoría indica si mienten o no. Tras esto, a aquellos a los que se les puede sacar más "jugo", acaban sentados en el programa, donde tienen que contestar a una selección de 21 preguntas, y donde la respuesta debe ser la que según el polígrafo corresponde a la verdad. Las preguntas se dividen en varias fases, donde el dinero que se gana tras una fase es significativamente superior al anterior, hasta los 100.000 euros finales. En cualquier momento el concursante puede plantarse, y se lleva el dinero ganado hasta el momento (es decir, lo que consiguió al completar la fase anterior), pero si se le pilla en una "mentira", es decir, con una respuesta diferente de la que el polígrafo indica que debería dar, pierde todo lo ganado.

Ni que decir tiene que las preguntas son especialmente escogidas para sacar cuanta más mierda mejor, y créanme que la basura que sale a la luz no suele ser peccata minuta; es de suponer que los afectados por las respuestas del concursante conocen todo o casi todo lo que se va a decir, porque en caso contrario no entiendo como en ocasiones continúan sentados y con una sonrisa en la boca. Especialmente hacia el final, las preguntas están pensadas para que el concursante no tenga claro qué respuesta dio en la fase del polígrafo, al estar basadas en creencias o intuiciones sobre las que una persona puede no estar convencida en absoluto. Además, a decir por algunas referencias, el uso que se hace de esto del polígrafo no está tan claro. Claro que esto no es Redes, así que nada de qué sorprenderse.

Para acabar, lo mejor —o lo peor, en realidad— de todo (y la razón de esta entrada, pero ya ven, me he liado), es ver hasta qué punto la gente es capaz de soltar mierda por la boca por cuatro míseros duros, adjetivo en este caso especialmente apropiado. Directamente de la web de Telecinco:

La estructura del concurso se divide en cinco fases. Las primeras seis preguntas integrarán el primer nivel: la sinceridad del participante le reportará 1.000 euros. El segundo nivel estará compuesto por cinco cuestiones y estará dotado de un premio de 3.000 euros. El tercer grado de dificultad constará de cuatro preguntas, cuyas respuestas serán recompensadas con 5.000 euros. Tres preguntas conformarán el cuarto nivel, que tendrán un premio de 10.000 euros.

Es decir, que para ganar 10.000 euros hay que contestar a 18 preguntas sobre todo tipo de prejuicios, intimidades sexuales, laborales, familiares y cualquier cosa que puedan imaginar. No sé si las preguntas están pactadas o si en ocasiones el propósito del concursante es comenzar una nueva vida (a veces esa parece ser la única razón lógica), pero si no es así, es inaudito hasta qué punto puede llegar la gente por ganar (no demasiado) dinero. Claro que como les decía antes, nada de qué sorprenderse.

Duros a cuatro pesetas

Ayer veía en televisión uno de esos reportajes "de investigación" a los que tanto se están acostumbrando los telediarios, en el que investigaban el timo de las ventas piramidales. Cámara oculta "al hombro" entraban en una reunión en la que los listillos de turno intentaban colocarle a los asistentes los productos que según ellos, se venderían como rosquillas. Según comentaba la periodista en el reportaje, un pobre hombre afirmaba que había llegado a perder hasta 30.000 euros en este tipo de "inversión", mientras en la reunión un individuo trajeado vacilaba al respetable diciendo que antes él era albañil.

Tengo sentimientos encontrados con este tipo de situaciones, y en realidad con cualquier timo que implique aprovecharse de alguien que a su vez cree estar obteniendo un beneficio "no habitual", por decirlo de alguna forma; el caso paradigmático por supuesto es el timo de la estampita, y uno relativamente reciente, aunque menos escandaloso, el del Fórum Filatélico. Por un lado, estoy de acuerdo en que el Estado tiene que intervenir y evitar estos abusos por parte de unos "listos", y principalmente en aquellos casos en los que los "productos de inversión" tienen un respaldo legal, lo que transmite una falsa sensación de garantía al usuario. O algo así.

Pero, por el otro lado, cuando alguien decide invertir una suma de dinero en organizaciones de venta piramidal, es porque habitualmente se le promete que obtendrá una rentabilidad por su inversión superior a la que obtendría en el mercado utilizando cauces financieros más "tradicionales" (claro que el tema ahora no está como para ir metiendo el dinero en fondos de inversión). En definitiva, lo que intenta es comprar duros a cuatro pesetas, cuando todo el mundo sabe, o debería saber, que nadie vende duros a cuatro pesetas. Y cuando lo hace, es porque a) se trata de un timo, o b) hay una prima de riesgo significativa asociada a la inversión y que es conveniente no ignorar.

Definitivamente, igual que no me inspira mucha compasión el pobre idiota que compra un sobre lleno de estampitas a un hipotético tonto de pueblo, tampoco lo hace el que compra un lote de jabones pensando que en unos meses habrá ascendido por la pirámide y estará ganando "una pasta", ni el que invierte en sellos porque le da una rentabilidad mucho mayor que un depósito a medio o largo plazo "clásico"; en general, vienen a ser personas que buscan dar "el pelotazo". Bien pensado, compasión no tengo hacia ninguno de ellos (cada cual que haga con su dinero lo que quiera pero que apechuge con lo suyo si el "chollo" sale torcido), pero por los que vienen llorando cuando el riesgo se materializa y la inversión se pierde lo que no tengo es mucha simpatía.

Un ruso, otro ruso y un húngaro irresponsable

El pasado sábado estuve viendo Eurovisión, como al parecer unos cuantos millones de españoles. Bueno, en realidad sólo podemos estar seguros de que lo vieron unos miles y yo, que son los que tienen el cacharro en casa (y yo que lo acabo de admitir), pero ya saben cómo funciona todo esto de la estadística y la extrapolación.

En fin. No sé si vieron ustedes la actuación del ganador, o ganadores: el cantante (Dima Bilan), un patinador que había ganado nosecuántos premios y medallas (Evgeny Pluschenko), y un violinista húngaro (Edvin Marton, o Csűry Lajos Edvin para ustedes, en realidad) tocando un Stradivarius de 1697; un violín de esos que valen una millonada y sólo quedan unos cuantos. El suyo en concreto —en realidad no es suyo, pero se lo han dejado de por vida, así que qué más da— tocado por el mismísimo Paganini, según Edvin, aunque la Wikipedia no lo incluya entre los ejemplares renombrados. Y Paganini no es el de los cromos, no se confundan; ese es Panini.

Les describo brevemente la escenografía, por si no tuvieron el privilegio de ver el show. El cantante cantando, y el violinista tocando, ambos haciendo todo tipo de aspavientos estilo Operación Triunfo, mientras el sujeto de los patines daba vueltas a su alrededor, bailando como sólo saben hacerlo los patinadores sobre hielo (y eso no es necesariamente bueno). Y todo eso, en un circulo de quizá tres metros de diámetro a lo sumo. Tiene su mérito, hay que reconocerlo.

Imaginen ahora por un momento que el campeón olímpico se resbala y le mete un codazo al húngaro, quien deja caer al suelo un instrumento de semejante valor. O que el cantante, todos somos humanos, se equivoca en sus cálculos coreográficos y lanza al húngaro contra el patinador, violín incluído. O imaginen que, cuando se están haciendo la foto del ganador, con aquello de la euforia desatada y las ganas de salir retratado (por cierto, y a modo de inciso, ¿no les pareció que cuando entrevistaron a Chikilicuatre la bailarina española que aparecía a la izquierda de las pantallas se exhibía demasiado?), alguien empuja a alguien, que a su vez empuja a otro alguien, que empuja a otro alguien, quien a falta de un apoyo mejor, acaba empujando al húngaro, que sostiene el Stradivarius en lo alto, y que por puro instinto y para evitar romperse la nariz contra el material sintético que simula el hielo, se olvida de lo que se lleva entre manos y pone las dos manos en el suelo, con todo lo que ello implica (es decir, la nariz del húngaro a salvo y el objeto de incalculable valor a freír espárragos).

Imaginen algo así, y entenderán el sufrimiento que tuve que soportar durante algunos momentos de la "gala". Dicho esto, ayer comentaba con una amiga que me parecía una irresponsabilidad hacer algo así, como si, como bien apunta Jorge Galindo, yo «cogiese un Dalí y me lo echase enrollado bajo el brazo para enseñarlo en la cafetería de la uni». A lo que ella me contestaba que si lo había pagado, podía hacer lo que quisiese con él.

Sin extenderme mucho más: no. El Vaticano no es —o no debería ser— libre de pintar de rosa fucsia la Capilla Sixtina ni nadie tiene derecho a utilizar un Van Gogh de alfombra; y no importa lo que haya pagado. Los únicos que pueden hacer eso son sus autores; el pago es en concepto de préstamo, no de propiedad, o eso debería ser. Al menos, eso creo yo.