Una semana en Portugal

Esta semana pasada hemos estado —mi señora y un servidor— pasando unos días en Portugal. Cuando preguntábamos, daba la sensación de que todo el mundo había tenido la misma idea, porque dabas una patada y de debajo de una piedra aparecía un puñado de personas que había estado en Portugal hacía cuatro días, con múltiples recomendaciones que, he de admitir, ignoramos, olvidamos o pasamos por alto, todo ello sin ninguna mala intención. Ahora nosotros formamos parte de los que están debajo de la piedra, aunque tengamos menos recomendaciones que el turista ocasional medio.

Teníamos muchos planes. Bueno, no muchos. En realidad el viaje estaba tan planeado como suelen estarlo nuestros viajes: poco, muy poco. Comenzar por Oporto, vía aérea desde Madrid con aerolinea de bajo coste, léase Ryanair, y desde la ciudad del tan famoso como empalagoso vino acercarnos a Braga, Coímbra y Guimarães, en tren, coche de alquiler o ya veremos cómo. Esto último no estaba planeado, solo esbozado. Después el viaje evolucionaba hacia el sur, ya imaginan: Lisboa, y de allí vuelta a Madrid. La escasa planificación se limitaba a los apartamentos de Oporto y Lisboa, y los viajes de ida y regreso, todo ello pagado de antemano. El resto era improvisado.

El mismo día que llegamos, mientras comíamos, nos enteramos de que en Coímbra había un brote de legionella que afectaba ya a cincuenta personas. Que en realidad en una ciudad de más de cien mil personas, dato de la Wikipedia, viene a ser insignificante, y más si no entra en tus planes dar un paseo por los alrededores del foco de la infección, pero nos sirvió para tachar una visita del mapa. Luego nos dimos cuenta, fíjense en nuestro grado de anticipación, de que Coímbra y Braga están en extremos opuestos si ponemos a Oporto en el centro. Adivinan bien: al final no fuimos ni a Braga ni a Guimarães ni a Coímbra, y si no hubiésemos tenido el apartamento —y el viaje de vuelta con salida desde Lisboa— ya pagado, no me apostaría nada con ustedes a que no nos habríamos quedado en Oporto. Yo lo habría hecho.

Parece existir en el grupo de personas que han visitado Portugal cierto debate en torno a qué ciudad es más interesante, más bonita, más mejor: Oporto o Lisboa. Supongo que es porque en general, mucha gente, incluidos nosotros, no visita ninguna más. También supongo, que es algo que me gusta hacer mucho, que se trata de alguna suerte de rivalidad que se crea en los países entre las grandes urbes nacionales, como entre Madrid y Barcelona, en nuestro caso, al menos mientras Cataluña siga siendo española. Es algo miope ignorar que existen cientos de ciudades más pequeñas, que sin ser las grandes capitales pueden competir en belleza o gastronomía, pero los seres humanos somos así de idiotas. O miopes, si lo prefieren.

En mi caso, no tengo dudas: Oporto. No obstante, es un juicio muy viciado, y déjenme que me explique. Aterrizamos en Oporto un jueves a las 9:40h (hora local), y pasamos allí hasta las cuatro de la tarde del domingo, es decir, más de tres días y medio, que fue cuando partimos para la capital portuguesa. El tiempo no fue óptimo, pero nos respetó lo suficiente para movernos con cierta comodidad, hasta donde la memoria me alcanza, que nunca es mucho. A Lisboa llegamos, autobús mediante, el domingo a las 20:30h (hora local), y la abandonamos el miércoles a las tres. Dos días y medio. Si le añadimos que uno de ellos estuvo lloviendo torrencialmente, lo que nos queda es un día y medio, y parte de ese medio empleado en hacer las maletas e ir al aeropuerto. Así que no hay color. Si tengo que juzgar por lo que ví, Oporto me gustó más, porque Lisboa apenas se dejó ver.

Dicho esto, nos hemos prometido, y quizá esta vez lo cumplamos, volver. A diferencia de Budapest o La Habana, Portugal tiene la ventaja —para nosotros— de estar a un tiro de piedra de Madrid, y eso es decididamente un punto a favor. En contra suya juegan las miles de ciudades candidatas que surgirán cuando planeemos (léase con unas grandes comillas dibujadas con los dedos en el aire) el próximo viaje. Ya saben cómo funciona esto del turismo de consumo: visitas una ciudad unos pocos días, no ves casi nada, pero la tachas del mapa como tachas las patatas de la lista de la compra. Turismo de coleccionista, que al fin y al cabo es como se vive hoy en día: coleccionando. A veces a propósito: parejas de cama o ciudades, a veces a disgusto: trabajos precarios.

No les voy a contar el viaje, porque les aburriría a ustedes, me aburriría yo, y me temo que no hicimos nada excepcional. Se lo puedo resumir, eso sí lo puedo hacer: caminamos, bebimos, comimos, hicimos algunas fotos, salimos de fiesta y vimos algunos monumentos de los imprescindibles, mientras otros se quedaban sin ver, por falta de ganas, por falta de tiempo, por falta de previsión, por falta de conocimiento. No somos grandes aficionados al turismo cultural, en cualquier caso. No les voy a decir que vista una catedral, vistas todas, pero en fin, ya saben a qué me refiero. 

Lo único destacable, para acabar el viaje y esta entrada, fue la vuelta, vía aerolinea de bajo coste, léase easyJet en este caso. Al estilo más puramente Lauriano, si quieren llamarlo así, acabamos saliendo del metro corriendo con las maletas, subiendo las escaleras mecánicas corriendo con las maletas, buscando por el aeropuerto corriendo con las maletas, cogiendo el shuttle a la Terminal 2 en modo pánico corriendo con las maletas y facturando esas mismas maletas tres minutos antes de que la amable (no es ironía) trabajadora que nos atendió cerrara el mostrador de facturación, todo ello gracias a una línea de  metro más confusa de lo deseable, una máquina expendedora de billetes poco colaboradora, un visita relámpago al (exterior del) Panteón Nacional de Lisboa y, sobre todo, una confianza ciega en nuestras capacidades para viajar en el tiempo y desplazarnos a velocidades irreales. Ya saben, la planificación lo es todo y nosotros tenemos poco de eso, aunque lo llevamos bien.

Poco después estábamos embarcando y cincuenta minutos después, aterrizábamos en la terminal T1 madrileña del Aeropuerto Adolfo Suarez Madrid—Barajas. Una hora más tarde, tirados en el sofá, comiendo pipas mientras, si de nuevo la memoria no me falla, veíamos el último capítulo de la tercera temporada de Narcos. Y hoy, aproximadamente cuatro días más tarde, estoy yo aquí contándoles esto. Les juro que no lo había planeado.

(Paradójicamente, la imagen es de Lisboa)

Cantabria

Debajo, una pequeña selección de nuestro fugaz paso por tierras cántabras este verano. Había más, pero no es cuestión de abusar.

Budapest

fffff

Estuvimos una semana en Budapest este verano. Cuando volvimos, pensé en escribir una entrada con todo lo que habíamos visto allí, pero la verdad es que como suele suceder, el tiempo pasa y las ganas se diluyen. Sin embargo, ahí van varias notas breves.

La primera es que el transporte público funciona perfectamente, a pesar de las quejas que habíamos leído. Sacamos bonos de 4 días y no tuvimos absolutamente ningún problema; incluso están incluidas las líneas que van por el Danubio (días laborables). 

La segunda es que hay que ir a los ruin pubs, sí o sí. De los que vimos, el mejor el Szimpla Kert, pero hay muchos más; del Corvin hablaban muy bien pero estaba desierto, y el día que fuimos el Instant parecía una fiesta Erasmus (y ya estamos un poco mayores para eso).

Mi tercera recomendación es visitar el cementerio, aunque esto es personal (por algo hay tantas fotos). Si tengo que ir morir en Budapest para que me pongan una estatua de un ángel encima, iré allí a morir. Si me meten en un nicho, juro que me levanto.

La cuarta es que no hay que preocuparse demasiado por el tema euro; es preferible pagar con florines húngaros, pero hay muchas casas de cambio así que con llevar algunos euros es suficiente; las tarjetas además las aceptan en prácticamente todas partes. En este punto, hay que prestar atención: muchas casas de cambio muestran claramente a cuánto está el cambio (es decir, la relación florín húngaro-euro), pero la comisión adicional que ellos se llevan suele estar un poco menos a la vista y va por tramos. Dedicarle cinco minutos a hacer un par de cálculos con el cambio oficial y la comisión es rentable.

Y la quinta es que es una ciudad para ver. Muy Erasmus, muy turística, eso sí, pero una mezcla muy interesante de decadencia ¿soviética? y...  ¿progreso occidental? Hay mucho que ver, y nos hemos dejado más de una cosa en el tintero (no nos gusta ir con prisas y salir de fiesta tiene sus inconvenientes), así que seguro que volveremos.


(Se han quedado muchas fotos fuera. Si alguien quiere alguna, que me la pida a manuel@benetnavarro.es; he tenido que bajarles el tamaño y la calidad para que pudieran cargarse en un tiempo razonable).