Les insinué que nos veríamos antes del lunes, y aquí estoy. No sé si se acuerdan de que hace unas semanas les conté que había participado en el primer concurso de microrrelatos Diomedea, organizado por Sergi Bellver. Si no se acuerdan, qué más da, si se lo acabo de decir. Como les comenté, no gané mas que el derecho a la pataleta, que no es poco. Bueno, he de mencionar que Sergi me obsequió con un enlace, y eso es siempre de agradecer. La semana pasada mandé mi única participación a la segunda convocatoria de dicho concurso, relato que no era otra cosa que una versión "capada" del "Vivir" que leyeron aquí hace unos días, para que se ajustase a los requisitos de extensión del concurso; ya ven lo chapucero que es uno. Lo que salió fue lo que sigue, aunque en este caso lo llamé "A.":
«A. lo convierte todo en una obligación. Cualquier cosa se torna en algo que "ha de hacer", y eso elimina toda la diversión de las actividades que emprende, lo que le lleva a abandonar una tras otra en busca de entretenimiento. Y en esa búsqueda que elimine el hastío que envuelve todo aquello en lo que se embarca, observa. Estudia y experimenta. La lectura, el cine, la música, los amigos y los deportes. Los sospechosos habituales: colócate mientras el cuerpo aguante, y visita la sala de urgencia del hospital más cercano; sexo: hetero y homosexual; orgías, sado y cualquier parafilia que imagines. En todo ello, fracasa, incapaz de comprender en qué cualidad, ajena a él, reside la diversión que obtiene la gente que le rodea. Como última escapatoria, miente, roba, viola y asesina, tortura, y se esfuerza en reducir la vida del otro a un infierno. Y se siente alegre, realizado, feliz; al fin se divierte, y su existencia se convierte en una vida, en una que vale la pena vivir.
Seguramente culparán a A. y lo condenarán sin más. Hagan lo que quieran, qué más da. Al fin y al cabo, ¿qué saben ustedes de vivir sin ilusión?»
Estoy de acuerdo en que quizá el texto no vale demasiado, o al menos a mí no me parecía que pudiese ganar un concurso de microrrelatos; y aún así lo envié, lo admito. Se me echaba el tiempo encima y el texto original había gustado por aquí, así que, ¿qué podía perder? Pues nada, lo mismo que gané. Tampoco es que esta vez los ganadores me hayan entusiasmado; creo que incluso menos que la vez anterior, puedo añadir, aunque para gustos colores (¿sí? ¿seguro?) y todo esto puede ser, simplemente, y como ya les dije, una perversión de mi objetividad por parte de mi orgullo. Dejando al margen el concurso, el fallo del jurado y mi opinión sobre los ganadores, lo cierto es que el relato original, a pesar de recibir varios cumplidos, personalmente no me acababa de gustar; lo había comenzado con una idea diferente, más basada en una experiencia real que de ficción, empezó a moverse solo y antes de perder el control lo acabé matando sin demasiado entusiasmo. No puede decirse, en definitiva, que lo considere una de mis mejores historias, pero ahí está.
Y esto viene a propósito —y agárrense, aquí es donde comienza de verdad la entrada— de un pensamiento recurrente que tengo acerca del valor del microrrelato como pieza literaria. Imagino que lo que sigue a continuación podría interpretarse como una versión ligeramente intelectualizada y enmascarada de la pataleta, de la excusa por no haber "triunfado" (yúju) en los premios citados. Qué quieren; conscientemente no lo es, inconscientemente, vayan ustedes a saber. Sin más preámbulos, como dicen en las presentaciones de la tele, la idea es que no le doy demasiada importancia a los relatos que les suelo poner aquí; no es que no piense que alguno de ellos pueda gustar, sino que como textos literarios los considero algo de poca entidad, y esto se extiende a cualquier relato de este tipo (micro) que escriba básicamente cualquier persona. Su composición es para mí —en mi caso— un simple ejercicio literario, una rutina creativa, un entretenimiento personal, mi manera de matar el poco tiempo que tengo para escribir contando historias. Desde el punto de vista del talento, una pieza de doscientas, trescientas o cuatrocientas palabras no deja entrever apenas nada, y lo mismo sucede si entramos a valorar el esfuerzo; es tan breve el espacio que la elección de las palabras adquiere una importancia vital, y por ello, carece de relevancia; no se puede basar la calidad de un texto en aspectos meramente estéticos. Por su parte, la historia no puede ser apenas desarrollada en tan corto espacio. Esto puede considerarse un poco a colación de los concursos de microrrelatos, tanto el de Sergi (cuya labor, independientemente de todo lo que yo diga, es encomiable), como el de la cadena SER o cualquier otro que quieran pensar. Imagino que habrá discrepancias tanto en este punto como en lo que ya he dicho, pero la idea es que elección de un texto de unos pocos cientos de palabras frente a otros de similar "calidad literaria" desde el estricto punto de vista del vocabulario o el uso de los "tempos" cobra una subjetividad extrema; los criterios personales y las razones a favor y en contra de un texto como este se basan en sensaciones y quedan sujetos por finos hilos. Eso no significa que un texto no pueda ser mejor que otro, sino que para que esto suceda, uno de ellos tiene que estar sensiblemente peor escrito. Sergi me comentaba en mi último comentario acerca de su concurso que un texto como el de Rosemary no puede abarcar elipsis temporales de veinte años, porque el lector pierde el interés. Discrepo; un lector no puede perder el interés en doscientas palabras; el error del texto es el texto en sí, no la elipsis. O el texto, o nada.
Podría extenderme más, pero para qué. Esto ya se ha alargado demasiado (eso es obvio), mi señora me llama a cenar (aunque haya hecho yo la cena), y tampoco sé si con más palabras aclararía mucho lo que pienso o lo que he escrito ahí arriba (que muy posiblemente esté mal estructurado y mal expresado). Miento; lo sé: no. Mañana, el lunes o el martes, más; tengo un diálogo en la cabeza desde hace meses, pero no encuentro la forma y el momento de ponerme a ello. Acabando, quizá esta entrada moleste a alguien, o algunos lo consideren una pataleta. Bueno, qué más da. Si así fuese, no obstante, ¿qué otro lugar hay, mejor que tu propio blog, para protestar sobre lo que te dé la gana?