Ayer -o anteayer, a mi edad no puede ya uno confiar en su memoria- en el Telediario se daba una noticia (¿?) de esas que dan cuando ya no saben que dar, que ni son noticia ni son nada, y no será porque no haya suficientes problemas en el mundo. La noticia (¿?) en cuestión era la novedosa aplicación del detector de mentiras, el polígrafo, a las entrevistas laborales. Ya saben, para que el empresario que le contrata pueda saber si está usted exagerando o incluso está usted mintiendo (¿mintiendo? ¡no! ¿sí?); ya se sabe que el proletariado es muy mentiroso. Y muy falso, y muy malo, y muy ruín, y muy vago, y... y bueno, seguro que ya saben ustedes todo lo que es proletariado, que lo conocen bien, seguro. Estos rojillos...
Hay dos puntos que comentar al respecto. El primero es que parece bastante obvio que no mucha gente va a confiar en una empresa que sin ni siquiera contratarte ya desconfía de lo que le estás diciendo; es como aquello del el que no se fía no es de fiar. En caso de que accedas a pasar el detector de mentiras (mucha gente descartaría un trabajo directamente por esto) y efectivamente lo pases, probablemente no vas a dejarte la piel por una empresa como esa. Y teniendo en cuenta que el trabajador es probablemente el activo más importante de cualquier empresa, es mejor que esté contento, motivado e implicado con lo que hace.
Para el segundo punto, me gustaría contarles un chiste.
Verán. Al morir una mujer -sí, lo recuerdo con una mujer-, Dios decide como recompensa darle a escoger entre el Cielo y el Infierno -comentarios ateos al margen-. Ante tal propuesta, ella decide ver primero ambos, y escoger después. Lógico. Así pues, se presenta ante San Pedro y los dos suben al cielo a ver el panorama; y allá arriba todo el mundo está sentado en nubes, durmiendo, descansando, en un mundo en tonos pastel. Se respira paz y tranquilidad absoluta. Una vez visto el Cielo, se presenta ante Satanás, y juntos bajan al Infierno. Allí pasan el tiempo de fiesta en fiesta, con gente divertida, hombres atractivos e interesantes, mujeres guapas, música, diversión por doquier, glamour... Una vez vistos los dos, preguntada por su elección final, contesta: Verás, Señor, el Cielo está muy bien, es todo muy tranquilo y apacible, pero en realidad, yo creo que a mí lo que me gusta es el Infierno. Dicho esto, nuestra amiga aparece al instante en el Infierno, rodeada de fuego, dolor, lágrimas y crujir de dientes; ya saben a qué me refiero. A la vista de las circunstancias, ella, sorprendida y comenzando a estar arrepentida de su decisión, se dirige a Satanás y le pregunta cómo es que el Infierno ha cambiado tanto, y aquél le responde: Es que antes, te estabamos contratando, pero ahora, ya eres parte de la plantilla.
Creo que es obvio cómo aplica esto a lo que estaba comentando; a menudo, no sólo es el trabajador el que exagera ligeramente -"mi mayor defecto es que soy muy perfeccionista"- sus méritos, sino que el contratador hace lo mismo al explicarle sus posibilidades dentro de la empresa, su futuro salario y subidas, su entorno de trabajo, posibilidades de promoción, etc. Yo mismo me he visto en alguna situación similar, aunque todo sea dicho, no es el de mi actual empresa. Ya saben, el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Claro que es cierto que probablemente, ningún empresario necesitará nunca sentarse frente a un detector de mentiras para contratar a nadie, lo que da una imagen bastante clara de quién tiene en realidad la sartén por el mango, si finalmente la gente -el proletariado, para que me entiendan ustedes- se muestra dispuesta a pasar por el aro.
Y esto es todo. Respecto a la anterior entrada, informar de que he puesto una denuncia -que no me involucra personalmente en ningún sentido- en el Instituto de la Mujer por la serie de fotografías de Women Secret, ya que como he dicho, me parecen bastante escandalosas por la imagen que transmiten. No sé si alguien vendrá hablando -no creo, últimamente tengo cada vez menos comentarios- de la libertad de expresión y tal, pero dado el público al que va dirigida la campaña -adolescentes- y el serio problema que son actualmente tanto la anorexia como la bulimia, alguien debería responsabilizarse por este tipo de cosas y escudarse en la libertad de expresión no es siempre la mejor opción. Tirar la piedra y esconder la mano no está nada bien y todo -hasta la libertad de expresión- tiene un límite. De hecho, insto a cualquiera que opine lo mismo -y este tipo de convocatorias no es algo que suela hacer a menudo, tanto por mi carente espíritu de liderazgo social, como por mi falta de convocatoria- a hacer lo mismo a través de la web o el teléfono del Instituto de la Mujer.