Buena suerte (fragmento): La fotografía

«Un detalle de la fotografía le cautiva desde que la vio: detrás de ellos a lo lejos, una mujer aparece suspendida en el aire, a punto de zambullirse en el agua. Su cuerpo extendido flota sobre el agua de forma inquietante y misteriosa. La respuesta racional es evidente, pero se pregunta si llegó a penetrar en el lago o quedó fijada allí para siempre; a veces piensa que simplemente bajó planeando y la cámara la capturó justo cuando se procedía a levantar el vuelo de nuevo. Hay infinitas posibilidades por las que la foto podría haberse tomado un instante antes o después, o simplemente no tomarse; la más mínima alteración en el transcurso de su existencia, en la de su tío, en la de aquella mujer, en la de cualquier otra persona relacionada o no con ellos, un cambio de las condiciones meteorológicas o los accidentes naturales, la rotación terrestre, la intensidad de los vientos solares, las mareas o la expansión del universo hubiera sido suficiente para hacer que ella no estuviese allí suspendida y entonces la fotografía no sería igual o no habría fotografía ni tampoco estantería, y él no habría pasado horas observando a esa mujer clavada en el infinito del papel, horas que en otra vida diferente en otro universo diferente habría dedicado a otras actividades diferentes, de nuevo el germen de infinitos caminos aleatorios».

Fragmento de la novela Buena suerte.

Buena suerte (fragmento): Caída.

«Su madre llorará desconsolada y su padre la tranquilizará pasando el brazo sobre su hombro, mientras le advertirá con ojos inyectados en sangre que no regrese jamás a esa casa, mira lo que le has hecho a tu madre. Saldrá de la cárcel años más tarde, víctima de varias violaciones carcelarias, compañero aunque no amigo de un narcotraficante de poca monta con aires de Pablo Escobar, con el pelo rapado al cero y varios tatuajes hechos con alguna de las agujas hipodérmicas con las que se hará adicto a la heroína, portador del VIH y enfermará del peor tipo de hepatitis. Nadie recordará su nombre y todos fingirán que ese drogadicto que dice ser su hijo, su sobrino, su amigo, su compañero, ya no existe. Volverá a esa casa y su madre convencerá a su padre y como a un perro abandonado llegarán a ofrecerle comida y cama por lástima, por el recuerdo oculto y proscrito y enterrado en su memoria de un amor mutuo que se rompió, pero que mucho tiempo atrás llegó a existir. A las semanas abandonará su casa, por voluntad propia y ajena, y morirá poco después de una sobredosis, con una goma atada a un brazo en fase avanzada de necrosis, delgado como una lámina de papel y la cara sembrada de pústulas, debajo de un puente tirado sobre un colchón húmedo con olor a orina».

Fragmento de la novela Buena suerte.

★ Buena suerte ★

Bien, ya lo saben.

Mi primera novela Buena suerte, anteriormente conocida como Yunque, y antes de eso conocida como Buena suerte (como lo oyen), es ya una realidad. Ya les comentaré otro día cómo pasó eso.

Aunque mi editora me dio el disparo de salida el sábado por la tarde, he pasado un par de días preparando —para ustedes— una presentación en condiciones que creo haber conseguido. Y bueno, el sábado por la tarde estaba de fiesta, para qué les voy a mentir.

Los detalles ya los conocen: el libro está en preventa a un precio de 15 € hasta principios de octubre, que es cuando se presentará en público, se enviará a las personas que lo hayan comprado y entonces comenzará la distribución a un precio ligeramente superior: 18 €.

¿Para qué sirve la preventa?

  • A mí, como autor novel, me sirve para demostrarle a la editorial que existen personas interesadas en lo que escribo y que no son ustedes de mentira (no se escondan, sé que están ahí).

  • A la editorial le sirve para hacer una estimación de la tirada de la primera edición.

  • A ustedes les sirve para... ah, sí. Veamos eso.

¿Por qué comprar en preventa?

  • Por un lado, para ahorrarse 3 €, que en Madrid son al menos media docena de porras. O más. Hace tiempo que no compro porras. Seguro que en su ciudad puede comprar también algo que le guste por esa cantidad.

  • Pero principalmente, para asegurarse un ejemplar del libro. Una vez distribuidos los ejemplares a los compradores de la preventa, una parte de la primera edición irá a las presentaciones, otra a las librerías y otra a la venta online. Si la demanda es lo bastante grande —soñar es gratis—, habrá una segunda edición, pero si no lo es (y esto es alguien que nadie sabe, para desgracia de todos), una vez finalizados los ejemplares de la primera edición, c’est fini y a por el próximo libro.

En resumen, si tienen decidido comprar el libro, no esperen a octubre.

¿Y ahora, qué?

Ahora, la vida, amigos, la vida.

Durante los meses siguientes, además de la programación habitual (ya saben, divagaciones, pequeños relatos y alguna tontería más), les iré dejando de vez en cuando algún fragmento de la novela para abrir boca y calmar la ansiedad hasta el día del estreno (y ayudar a algunas personas a decidirse).

Si consigo sacar tiempo suficiente, quiero retomar también la escaleta de la segunda novela, pero eso son pájaros en mi cabeza.

De momento, es todo. Retomamos la programación habitual. Si tienen alguna duda que no les permita dormir por las noches —y que yo pueda ayudarles a resolver—, ya saben: mandan un e-mail a manuel@benetnavarro.es (o dejan un comentario) y veremos qué se puede hacer. Y si no les puedo ayudar a resolverla pero quieren compartirla, también me la pueden mandar.

Para eso estamos.


★ ★ ★

Hablar o escribir sin concierto ni propósito fijo y determinado

Hace mucho tiempo que no me dejo caer por aquí a divagar —y permítanme decirles antes de comenzar lo mucho que adoro esa expresión: dejarse caer, como si yo fuese un estresado ejecutivo que tiene la gentileza y el detalle de dedicarles unas palabras—. Sospecho que puede ser en parte, pero solo en parte, porque le haya cogido un poco de manía a esta silla y a esta mesa a las que he estado encadenado durante tantas horas, como si las asociase a algún tipo de terrible tortura que en realidad nunca fue. Pues escribe en algún otro lado, dirán ustedes. Bueno, lo he intentado —sin demasiada voluntad, a quién quiero engañar— pero tampoco crean que he tenido éxito. Resumiendo, que no me ha quedado otra que resignarme a volver a sentarme frente a este patio interior en el que, a pesar del interés que parece tener Samy desde que se levanta, nunca pasa nada más que, de vez en cuando, alguna mujer se asoma a tender o recoger la ropa, o una bandada de pájaros formando una uve cruza el cielo y el cristal de la mesa en la que escribo.

También he de confesar, para qué negarlo, que no está siendo una época especialmente fértil para la divagación, o quizá sería más apropiado decir para la disciplina. Tengo varios textos a medio acabar: un par de descartes de la novela que nunca acabé de pulir del todo, un pequeño relato sobre un salto en un lugar de Londres —sé lo raro que suena eso—, un breve relato de autoficción impregnado de odio trasladado incólume desde mi infancia hasta estos días y por último, la narración del «qué fue de» la buena de Clóe Le Brun, a la que, después de haberles contado la vida y milagros de Didier Faure-Baud y Felix Moreau, dejé en la estacada. Me cuesta creer que ese olvido tenga algo que ver con su género, pero cualquier hijo de vecino sabe que existen procesos mentales que escapan a nuestro control, así que podría ser. Para compensar, le tengo preparada una vida más fructífera que la de sus dos malogrados compañeros de reparto. Denme tiempo, voluntad y disciplina.

En su lugar, ya ven lo que les he ofrecido. Un texto de Roberto Bolaño, sublime, eso sí, y muy útil para poner en perspectiva las ambiciones literarias que albergo, pero ajeno al fin y al cabo, y un vistazo relámpago al estado de la novela. Nada más, desde principios de marzo. No es como para echar cohetes, lo reconozco.

Al menos —ese al menos es para mí, no para ustedes— estoy leyendo bastante, hasta el punto de haber creado una —estúpida— página para llevar un registro de lecturas, y es que hace años que no disfrutaba de una época tan prolífica como lector. Ya saben que he dejado de reseñar textos ajenos —aclaración innecesaria porque reseñar los textos propios no deja de ser un ejercicio de vanidad bastante estéril—, pero les recomiendo La mujer helada, de Annie Ernaux. También he retomado algo de mi intermitente actividad en redes sociales y consumo —¿o debería decir engullo?— series de ficción a una velocidad que entra de lleno en la idiotez.

Tampoco debería obviar que he comenzado a pensar en la siguiente novela. No será lo que tenía pensado en un principio, y que no obstante es una idea que guardo como oro en paño —toma cliché de tres al cuarto—, ya que su escritura requeriría un esfuerzo que no soy capaz de asumir ahora mismo, sino que tengo en mente algo más sencillo de ejecutar. Una historia con menos personajes y ubicaciones, un conflicto tan evidente como la perversión de la socialdemocracia y tanta oscuridad como me sea posible inyectarle.

Para el final he dejado la parte más interesante, si es que en este contexto podemos decir tal cosa: interesante. No por nada la RAE dice de divagar en su tercera acepción que es «Hablar o escribir sin concierto ni propósito fijo y determinado». A lo que me refiero es, por supuesto, la novela. Qué otra cosa si no. Ah, en eso sí he tenido noticias, tan frescas como si las acabara de coger del lineal de yogures del Carrefour, en el que estaremos de acuerdo que hace siempre un frío de narices. Sin embargo, por eso mismo voy a esperar un poco a que tales noticias se posen en los adoquines de mi mente para contárselas. No se trata de que crea que hacerlo las malogrará, qué va; no soy ese tipo de persona. Es tan simple como decir que prefiero esperar a que esté todo atado; no tardaré mucho, créanme. Lo único que les puedo decir es que, si todo va como debe ir, les voy a pedir dinero y a cambio les daré un libro. Y hasta aquí puedo leer. O escribir, si lo prefieren.

He de admitirlo. Había olvidado lo mucho que disfruto divagando, o escribiendo, quién sabe dónde está la diferencia.

Buen fin de semana.

Seguimiento de la novela

Han pasado 65 días desde que acabé la novela. Es decir, desde que cerré el documento, respiré hondo y crucé los dedos. Tuve que descruzarlos al par de horas porque me dolían.

Por desgracia, no puedo decir que tenga muchas cosas que contar. Echemos un vistazo a la cronología:

  • El 29 de enero acabo la novela.
  • Del 30 de enero al 3 de febrero envío el manuscrito (o la propuesta editorial, en función de lo que cada destinatario solicita) a 7 agencias literarias y 10 editoriales. De esas, dos editoriales y una agencia contestan en cuestión de horas diciendo que están saturadas. Solo recibo acuse de recibo electrónico de las grandes: Kerrigan y Balcells. 
  • El 7 de febrero envío el manuscrito (...) a tres editoriales. Una de ellas me contesta en unas horas diciendo que está saturada.
  • El 14 de febrero recibo acuse de recibo de Anagrama (envío en papel), que tiene un plazo de valoración (¡y contestación!) de tres meses.
  • El 15 de febrero envío el manuscrito (...) a dos agencias literarias.
  • Del 3 al 6 de marzo envío el manuscrito (...) a dos editoriales.
  • El 14 de marzo recibo acuse de recibo de Random House (envío en papel), que me indica un plazo de valoración de diez meses.
  • El 20 de marzo envío el manuscrito (...) a una editorial, que me da acuse de recibo una semana más tarde.
  • Hoy mismo, envío el manuscrito (...) a una editorial.

En total, según mis registros y si no me he descontado (lo que es muy probable), la tienen en la actualidad 8 agencias literarias y 17 editoriales. De estas, ya ha expirado el plazo dado por la agencia Antonia Kerrigan (2 meses). Los siguientes plazos son los de Anagrama (3 meses), que aún queda, y la agencia Balcells (3 meses), para lo que quedan tres semanas. Sloper me indica un plazo de tres a cuatro meses para la valoración. Del resto no manejo plazos de contestación (ni desestimación silenciosa).

Han pasado dos meses y una semana. Todavía hay esperanza. Vuelvo a cruzar los dedos.

Voy a volver a escribir.