El primer borrador

Si existe un consejo casi universal para aquellos que se aventuran en la escritura de una novela es este: no te detengas a editar mientras escribes.

No corrijas, no es el momento de hacerlo. Céntrate en seguir con la historia. Progresa. Pasa a la siguiente frase. No pienses si la gramática está bien, si el vocabulario es el adecuado, si existe alguna incoherencia con el resto de la historia. Dedícate a avanzar hasta poner el punto final, hasta tener entre tus manos el primer borrador.

Quizá sea exagerado, pero el objetivo es lograr un primer borrador, y tiene todo el sentido. Editar lo que vas escribiendo retrasa el avance, lo que en última instancia puede tener como consecuencia que abandones a mitad de camino, por muy excelente que sea lo obtenido hasta ese momento. Y por desgracia, medio borrador, aunque tenga una prosa sublime, no es una novela. En realidad, ni siquiera es un borrador; solo es medio borrador. 

Sí, es cierto que con esta estrategia ese primer borrador va a requerir un trabajo sustancial de revisión, pero sigue siendo un borrador finalizado, una historia (más o menos) cerrada. Psicológicamente eso es importante.

Sin embargo, mi experiencia personal es un poco diferente. Hasta que conseguí el primer borrador de la novela, no solo editaba al mismo tiempo que escribía, sino que lo que es peor, retrocedía y corregía lo que había escrito la tarde o la semana anterior. Había días que no escribía ni una línea nueva. De hecho, aunque calculo que voy por el tercer borrador, hay párrafos y diálogos que habré reescrito más de una docena de veces. Y sigo haciéndolo. 

Han influido varios factores. El primero es que soy incapaz de dejar escrita una frase que no me guste. No necesito que me enamore, pero sí que la considere "aceptable", y eso en ocasiones lleva su tiempo. El segundo es que a lo largo de estos tres años ha habido periodos en los que durante meses no he fallado ni un solo día, frente a otros en los que ni siquiera me siento frente al ordenador. La consecuencia es que cuando retomo la escritura, necesito volver a meterme en la historia. Y eso requiere releer, lo que a su vez me lleva a corregir. 

Tampoco es oro todo lo que reluce; esta regla requiere tener una idea bastante exacta de los elementos principales de la historia: personajes, evolución, punto de vista, ritmo, el armazón de capítulos, incluso de las escenas, etc. Ese nunca ha sido mi caso; a veces avanzaba a trompicones y me he encontrado con nudos argumentales que me ha costado meses resolver. Simplemente, no podía seguir avanzando porque no sabía cómo hacerlo. 

Por otro lado, durante el primer año estuve experimentando con diferentes puntos de vista y tiempos verbales, hasta obtener el que más me gustaba. Cambiar la narración de pretérito a presente cuando solo llevaba 30.000 palabras me costó, pero si lo tuviese que hacer ahora con 140.000, la cosa iba a ser algo más complicada (y probablemente no lo haría). 

El principal beneficio de "escribir sin mirar atrás" es que se incrementan las probabilidades de obtener un primer borrador, que es el primer y probablemente mayor hito para acabar una novela.

Sin embargo, hay que ser consciente de que se corre el riesgo de llegar a un punto en el que cambiar algo que no te acaba de convencer del todo simplemente no es factible. Y sobre todo, que una escritura más pausada proporciona una visión más amplia y reflexiva sobre el universo en el que uno se mueve. Porque recordar el paisaje por el que pasaste hace un par de meses sin prestar mucha atención no es lo mismo que pararse y observarlo mientras caminas por él.