Buena suerte (fragmento): Caída.

«Su madre llorará desconsolada y su padre la tranquilizará pasando el brazo sobre su hombro, mientras le advertirá con ojos inyectados en sangre que no regrese jamás a esa casa, mira lo que le has hecho a tu madre. Saldrá de la cárcel años más tarde, víctima de varias violaciones carcelarias, compañero aunque no amigo de un narcotraficante de poca monta con aires de Pablo Escobar, con el pelo rapado al cero y varios tatuajes hechos con alguna de las agujas hipodérmicas con las que se hará adicto a la heroína, portador del VIH y enfermará del peor tipo de hepatitis. Nadie recordará su nombre y todos fingirán que ese drogadicto que dice ser su hijo, su sobrino, su amigo, su compañero, ya no existe. Volverá a esa casa y su madre convencerá a su padre y como a un perro abandonado llegarán a ofrecerle comida y cama por lástima, por el recuerdo oculto y proscrito y enterrado en su memoria de un amor mutuo que se rompió, pero que mucho tiempo atrás llegó a existir. A las semanas abandonará su casa, por voluntad propia y ajena, y morirá poco después de una sobredosis, con una goma atada a un brazo en fase avanzada de necrosis, delgado como una lámina de papel y la cara sembrada de pústulas, debajo de un puente tirado sobre un colchón húmedo con olor a orina».

Fragmento de la novela Buena suerte.