Querida inmobiliaria

Si recuerdan, y si no ya se lo recuerdo yo, el pasado 1 de julio de 2014 comenzamos a vivir en  Madrid, alquilados en un piso ubicado en la calle San Mateo, en Malasaña. Sucio es una palabra muy suave para describir el estado de limpieza e higiene del piso. Por si eso no fuese suficiente, la cocina estaba, aparte de llena de mierda, literalmente plagada de cadáveres de cucarachas.

Para que vean que no exagero, aquí hay unas cuantas fotos de los armarios de la parte superior de los muebles de la cocina el día que entramos. Seguro que les encantan.

Bien, el caso es que me pasé literalmente tres días de seis a doce de la noche limpiando, y sólo hacía que salir mierda. Mierda, mierda y más mierda. Al preguntarle al "agente inmobiliario" si habían limpiado el piso o lo iban a limpiar (y el entrecomillado no es gratuito), me comenta que la persona que hace las reparaciones ya lo había limpiado. Con lo cual inferí que dicha persona vivía debajo de un puente o en un estercolero. 

Como se pueden imaginar, el "agente" fue dando largas y una vez dentro y pagada la fianza, si te he visto no me acuerdo. Tardamos varias semanas en conseguir que el piso pareciese un lugar habitable por los criterios higiénicos occidentales. No, por razones de carácter legal no les voy a decir el nombre del impresentable ni de la inmobiliaria.

En fin, que hace cosa de un mes salimos del piso. Como es evidente, no íbamos a hacer una limpieza a fondo de un piso que nos entregaron en las condiciones de una chabola de las Barranquillas. Aun así, el piso estaba significativamente más limpio que cuando nosotros entramos. Y por supuesto, ni había ni un cadáver de cucaracha. 

Pero he aquí que hace unos días la inmobiliaria devuelve la fianza, a la que le carga, aparte de los recibos pendientes, 120 € de limpieza. Cuando lo vi no me lo creía, pero sí, ahí estaban. 120 €. Cuando se lo planteo, aporta una factura y el detalle de las cosas que estaban sucias, rematando con un "El piso necesitaba una buena limpieza en en todos sus aspectos" (no te jode, eso lo sé desde hace año y medio, gilipollas), una defensa del trabajo de las personas que se dedican a la limpieza y pidiéndome que opine desde el respeto.

Por las mismas razones de antes no expondré su correo aquí. Pero sí el que yo le he enviado, que para algo lo he escrito yo. Dice así:

De: Yo
Para: [Agente]
cc: [Propietario]
Fecha: 10/12/2015 13:17
Asunto: Re: Factura de [propietario] limpieza calle San Mateo

Estimado [agente],

En ningún momento he puesto en duda que el piso necesitase una limpieza, ni que sea caro, ni la competencia del personal de limpieza. Pero sí, necesitaba una factura. Ahora bien, no recuerdo que el día del checkout me dijeses nada de la limpieza ni que hicieses absolutamente ninguna fotografía. No, el propietario no se ha puesto en contacto con nosotros, pero teniendo en cuenta que han pasado meses esperando las facturas de agua, no confío demasiado en ello.

Lo que me parece impresentable y de una caradura impresionante es que le remitas al propietario la factura de la limpieza de un piso que cuando entramos no estaba sucio, sino que era una AUTÉNTICA POCILGA, como muy bien os indiqué en su día a ti y a [agente 2], adjuntando fotografías de los armarios de la cocina sucios y llenos de cucarachas muertas. Eso no es una opinión, es un hecho. ¿Eso lo sabía el propietario? De hecho, ese mismo correo os lo envié hace un par de días. Sin embargo, no recuerdo que entonces mandases a nadie a hacer una limpieza integral del piso porque éste necesitase "una buena limpieza en todos sus aspectos". Porque no lo hiciste, ¿verdad? No, por supuesto que no.

Es más, recuerdo haber insistido varias veces en el tema de la suciedad y haberte dicho a los pocos días de entrar que el piso estaba muy sucio y que [la persona de las reparaciones] sólo había barrido por encima, y tú mismo me dijiste que bueno, que esa persona no se preocupaba mucho por la limpieza. Si tú entregas un piso lleno de mierda, luego no puedes pedir que se te devuelva limpio. No sé porqué hemos de pagar una limpieza que se debería haber hecho antes de entrar nosotros al piso. Bueno, sí lo sé. Porque, dejando fuera al propietario porque no sé cuál es su implicación en todo esto, así la limpieza os sale gratis porque nos la cargáis a nosotros. No pensé que fueses a tener la jeta de hacer esto, pero veo que me equivocaba.

En fin. Después de haber trabajado con varios gestores inmobiliarios después de ti, y dando ya por perdidos los 120 €, te garantizo que como inmobiliaria no es que no seáis de los mejores profesionales del mercado, es que sois de lo peorcito que me he encontrado. Como profesional, eres un auténtico pirata. Espero que te aprovechen los 120 euros.

Mi respeto no es gratis; lo guardo para la gente que se lo merece. Después de recibir este correo, te puedes ir a la mierda. Seguro que allí hay mucho que limpiar y seguro que encontrarás a alguien a quien cobrárselo.

Un saludo,

XXXXXXXXXX

Se preguntarán porque no le denuncio ante la OCU o cualquier otro organismo de consumo. Tengo mis razones, y estas son que hay terceras personas implicadas en el contrato de alquiler, a las que no quiero molestar. Por otro lado, sí, debería haber sacado fotos y todo eso antes de entrar, pero no estoy seguro de que eso fuese a suponer ninguna diferencia si no estás dispuesto a reclamar, porque las fotos existen.

Se preguntarán también que por qué les cuento esto. Pues no lo sé. Supongo que porque necesitaba hacerlo y cualquier alternativa que se me ocurre me llevaría a la cárcel unos días, unos meses o unos años. Y como comprenderán, no le voy a dar el gusto.

¡This is Abengoa!

Imagina que tienes un primo que te debe 5000€. Un vividor, que ha conseguido que le vayas dejando dinero poquito a poquito, con la excusa de que si un negocio de esto, un negocio de aquello, etc. El caso es que es verdad que el tío tiene un montón de empresas, pero siempre va racaneando pasta y no acaba nunca de devolverte lo que te debe. Así que un día te llama y te dice que le prestes 400 € más, porque no puede pagar el alquiler de casa. Joder, piensas, pero si tiene media docena de empresas y el otro día en la cena familiar todo el mundo decía que era un genio, ¿qué ha pasado? Y lo que es peor, ¿si le va tan bien dónde está el dinero que me debe?

El caso es que tú, hasta las narices de que no te devuelva el dinero, le preguntas que qué ha hecho con los 5000 € que ya le prestaste, y que cuándo piensa devolvértelos. Mira, dice él, no te preocupes que te los devuelvo, pero es que los tengo metidos en un negociete que bueno, a ver si sale y te los voy devolviendo. Pero lo de ahora me urge más, tío, que me quedo en la calle, con mi mujer y los críos.

A ti te huele muy mal todo, así que se te hinchan las narices y decides llamar a un abogado para ir por la vía legal. Sois primos, pero no eres gilipollas y el tema se pasa ya de castaño oscuro. Si tiene tantas empresas y todo el mundo decía que le iba tan bien, que venda alguna y te pague, que a ti tampoco te sobra el dinero y no eres una hermanita de la caridad.

Pero he aquí que tu madre se entera de que le vas a llevar a juicio y te llama. Oye hijo, mira que es tu primo, que qué va a decir la familia, piensa en sus hijos y en su mujer, qué pensaría tu abuela, no puedes hacerle eso a tu primo, que es de tu familia. Eso sí, tu madre dice que ellos no pueden poner dinero, con la pensión que tienen. Que tienes que admitir, en honor a la verdad, que tienen razón. Después de pagarle la hipoteca a tu hermano no están tampoco para ir prestando dinero a lo loco.

Un rato más tarde, tu tío, que se ha enterado por tu madre, te dice que como le lleves a juicio, te pone una cruz encima y te quedas sin regalos de reyes para muchos años. En realidad, tú sabes que es un farol, pero es tu tío al fin y al cabo. Ay, pero tu tío tampoco quiere prestarle nada, porque ya sabes, estamos en una mala época y no nos viene nada bien. Ahora cuando pase la cuesta de enero, ya si eso lo vemos. Pero es tu primo.

Para rematar el asunto aparece por tu casa un amigo del primo y empieza a comerte la oreja. Pobre hombre, si no ha hecho nada malo, mira tú qué mala suerte, es un tío legal, con la visión que él tiene, tú fíate que ya veras que sale bien. Ah, no, yo es que no tengo dinero, lo tengo metido en un fondo de inv... bueno, que me tengo que ir, ¿eh? Ayúdale, hombre, que a ti te va bien, mira la casa que tienes, y el coche, joder, si estás montado en el dólar.

Bueno, vale, piensas. Vamos a ver qué se puede hacer.

Y en esas que te acuerdas de que tu primo se compró hace un par de años un coche que no está nuevo pero al que seguro que se le puede sacar algo. Así que se lo dices. El problema es que tu primo, que es más listo que el hambre, le ha pedido dinero a un par de primos tuyos lejanos. Y como son lejanos y la verdad es que familia, familia, tampoco lo son tanto, alguno sí lo quiere llevar a juicio. Y aunque tú quieres buscar una solución, a tu madre le va a parecer que has jodido a la familia. Y a tu tío. 

Y lo peor es que tu primo, que dice que se va a quedar en la calle, no quiere vender el coche, y remolonea: lo estoy mirando, lo he puesto a la venta, es que es mal momento, es que esto, es que lo otro. Mal asunto, piensas, porque ni vendiendo el coche le llega. Y parece que la mitad de las empresas que tiene no valen un duro y las otras, entre unas cosas y otras, lo pagado por lo servido. Pero bueno, por algo se empieza. Al menos, que se moje un poco, joder. A ver si voy a ser yo el único que ponga la cara.

Así que tienes el marrón de convencer a tu primo para que venda el coche si quiere que le dejes más pasta, convencer a tus otros primos para que aguanten y no le denuncien, esperar que lo del negociete ese sea verdad para recuperar al final algo de lo que le prestaste (mal lo ves, de todas formas), y además sabiendo que como la cosa se alargue, por el coche acabarán dándole cuatro duros y su familia va camino de quedarse en la calle (lo que a tu primo, que llora mucho, parece que le importa tres pimientos). Todo eso, con tu mujer diciéndote que entiende lo de su familia, pero que tu primo es un caradura y que es su responsabilidad, que eres un ingenuo y que como le dejes más dinero, vais a tener un problema de los gordos.

Menudo panorama el tuyo, ¿eh?

Encadenado a un niño repulsivamente deformado gateando.

Hace unos minutos, mientras paseaba a Samy por el barrio, venía pensando en qué escribir y cómo escribirlo; sabía lo que quería decir, y he llegado incluso a concretar varias frases. He pensado varios comienzos, pero esto de escribir se parece bastante, imagino, a lo de pintar. En tu cabeza todo parece más fácil de lo que es, y ahora que me he puesto manos a la obra me doy cuenta de que he perdido palabras, argumentos, comienzos, finales; que lo que parecían frases bien definidas han metamorfoseado en entidades amorfas en las que sólo reconozco un atisbo de su forma original. Así pues, me toca trabajar con arcilla cuando creía que ya tenía la figura pintada a punto de barnizar. 

Una bandada de pájaros que vuela formando una uve en el cielo se refleja sobre el cristal de la mesa. Veo muchas últimamente.

No me gusta dejar las cosas a medias. Diría que no se trata de un principio personal inquebrantable sino de una manía, pero no estoy seguro de que sean cosas muy diferentes. Quizá justificamos nuestras manías convirtiéndolas en principios, y nuestros principios acaban siendo manías. La última vez (que recuerde) que hice eso fue con la carrera de filosofía. Tras tres años y pico tuve que admitir que ni el tiempo, ni el esfuerzo ni las ganas eran suficientes para continuar, y ahí acabó mi periplo universitario. Los restos del naufragio siguen amontonados en dos estanterías en Valencia cogiendo polvo, recordándome el fracaso de la aventura; no les guardo rencor. Algún día tendré que venderlos o regalarlos. Por suerte, no tengo que temer por la obsolescencia de las ideas de Rawls, Kant, Kuhn o Compte. Aunque quizá sí por el interés en su lectura, visto el panorama. Creo que los regalaré.

Hay tres frases que definen muy bien lo que me pasa durante los últimos meses, ¿o debería decir años? Una de ellas me la mandó Laura, y aparece en el libro Diario de un mal año de Coetzee. Dice así:

 

"¿Una novela? No, ya no tengo la fortaleza necesaria. Para escribir una novela tienes que ser como Atlas, cargar con todo un mundo en tus hombros y sostenerlo durante meses y años, mientras todos sus asuntos se resuelven por sí mismos. Es demasiado para mí en mi estado estado actual".

 

La segunda frase es de Paul Valéry, que tiene su gracia teniendo en cuenta que apenas he terminado el primer borrador, lo que significa que tengo por delante todavía varios cientos de kilómetros a pie, por expresarlo de una manera que sea fácil de comprender. Así que si ni siquiera he llegado al primer repostaje, como para abandonar ahora. Es esta:

 

"Las obras no se acaban, se abandonan".

 

La última frase, que me ha costado bastante encontrar, aparece en la biografía de David Foster Wallace, Todas las historias de amor son historias de fantasmas, y es del personaje Bill Gray de Don DeLillo, quien afirma que escribir un libro es como:

 

"un niño repulsivamente deformado que sigue al escritor por todas partes, gateando siempre tras el escritor".

 

El propio DFW profundiza en esta metáfora en un interesante ensayo que está traducido por Jon Bilbao en este enlace, aunque en mi caso me quedo con el sentido de "seguir por todas partes", más que con el de ente deforme que temes que otros no vean como tú. Todavía no he llegado a esa preocupación

El pasado octubre hizo dos años, más o menos, que llevo escribiendo la novela. Octubre 2013. Durante ese tiempo he atravesado fases creativas en las que he escrito mucho, temporadas en las que no he escrito una sola palabra; días, semanas y meses que amaba lo que estaba haciendo, y periodos de la misma duración en los que lo odiaba con todas mis fuerzas. He dejado pasar horas y horas perdidas delante del teclado, frustrado, por no hacer lo que sentía que debía estar haciendo; eso da una pista de cómo me siento ahora. Lo peor de todo, sin embargo, no son las horas malgastadas; muchos días no tengo mucho mejor que hacer con ese tiempo. Lo peor es lo que esas horas traen de la mano. Intentaré describirlo y pondré un punto y aparte, para que no se agobie el lector.

Todo empieza cuando pasan los días y, dispongas de tiempo o no, te das cuenta de que no avanzas. En ese momento su graciosa majestad la ansiedad no tarda en aparecer, y les aseguro que no utilizo la palabra ansiedad alegremente; por desgracia somos viejos amigos. Pero no sólo se da una vuelta por tu cabeza, sino que acaba por colonizar cualquier minuto del día en el que no estás trabajando; en todos y cada uno de los instantes tienes la sensación de que deberías estar escribiendo. Estoy en twitter, pero debería estar escribiendo. Estoy viendo una serie, pero debería estar escribiendo. Estoy leyendo, pero debería estar escribiendo. Estoy dando un paseo, pero debería estar escribiendo. Me estoy masturbando, pero debería estar escribiendo. Bueno, esto último tampoco quita tanto tiempo. De esta forma tan divertida, actividades que deberían ser un placer se convierten en una pérdida de tiempo que hacen que las disfrutes menos, o directamente no lo hagas. Aunque seguro que se van dando cuenta de que eso no es lo peor; al fin y al cabo, uno es responsable de lidiar con sus propias frustraciones y todos tenemos las nuestras. Pero antes otro punto y aparte.

El problema es cuando esa sensación sale de la esfera privada, llamémosla así, la tuya, y lo contamina todo. Lo infecta. Así, se produce la mutación de "algo que nos gusta hacer" en "algo que hay que hacer". Es sábado y vamos a ver una película, pero debería estar escribiendo. Demos una vuelta, pero debería estar escribiendo. Salgamos a cenar, pero debería estar escribiendo. Así, tu cerebro te engaña con la sensación de que cualquier puñetera actividad que haces, da igual qué ni para qué ni cuándo ni dónde, es un ladrón de un tiempo que podrías dedicar a escribir. Cuando la verdad es que sabes, sé, estoy convencido, que aunque dispusiese de las 24 horas de día libres todos los días para escribir, no cambiarían mucho las cosas. En realidad, esta situación no es muy diferente de lo que me pasaba cuando era estudiante y se aproximaban los exámenes de septiembre: no disfrutas de nada porque deberías estar estudiando, pero en realidad tampoco estudias. DFW lo explica mucho mejor que yo en el ensayo que les decía:

 

"Y aun así es tuyo, el niño, eres tú, y lo quieres y te lo subes a tus rodillas y lo haces saltar y limpias el fluido cerebro-espinal de su floja barbilla con el puño de tu única camisa limpia (sólo te queda una camisa limpia porque no has hecho la colada en casi tres semanas porque parece que por fin ese capítulo o ese personaje están a punto de salir y funcionar como debe ser y te aterroriza perder el tiempo en cualquier otra cosa que no sea trabajar en ellos porque si desvías la vista un segundo los perderás, condenando al niño a una monstruosidad sin final)."

 

Ya saben, el perro del hortelano. Un niño que haga lo que haga, no deja de tirar de la pernera del pantalón: hazme caso, estoy aquí, hazme caso, estoy aquí, hazme caso, estoy aquí. Eso es mi novela. Mi niño. 

Tengo escritas aproximadamente 135.000 palabras, que calculo que son 400-500 páginas. Me queda un capítulo por escribir, cuatro o cinco por acabar y unos tres más por revisar. Después de eso tocará volver a empezar desde la primera palabra, porque aún no tengo el primer borrador cerrado y ya caigo en la cuenta de la cantidad de cosas que no he dicho. Podría hacer la cuenta que todos hacemos cuando vemos que se nos echa el tiempo encima antes de un examen, la entrega de un informe, una presentación: revisas lo que queda, calculas el tiempo que tienes y con una división rápida y simplista decides que tienes tiempo de sobra (algo muy parecido a esto: no me puede costar más de diez minutos revisar cada página del informe así que en un par de horas lo tengo acabado, aunque a medida que pasa el tiempo te das cuenta de que para cada página necesitas el doble o triple de tiempo y acabas saliendo a las tantas o dejando la mitad del temario por estudiar o levantándote a las cinco de la mañana). He hecho ese tipo de cálculo muchas veces, tanto para mí como para poder dar una fecha a quien me pregunta. Muchas veces, demasiadas para no saber a estas alturas que el resultado del cálculo difiere mucho de la realidad. Hubo un tiempo que pensaba que la tendría lista a finales de 2014. Luego tras el verano de 2015. Luego noviembre de este año, hace un mes. Hace poco pensé que quizá para febrero estaría acabada. Pero al fin, empiezo a darme cuenta de que no tengo ni la más remota idea de cuándo verá la luz en forma de manuscrito "final", y entrecomillo no por lo que decía Valéry, sino porque después de esa versión tocará distribuirla, recibir los comentarios y hacer un par de revisiones más. Es decir, que acabar la novela puede llevarme tres meses, tres años o tres décadas; aunque si soy sincero, no estoy seguro de que vaya a tener fuerzas de seguir tres décadas más. Quizá sí, cómo estar seguro. Además, la palabra final va adquiriendo unos límites cada vez menos claros.

Podría parecer, llegado este punto, que estoy harto, cansado, agotado, de escribir la novela; que me arrepiento de haber comenzado una historia que a veces no sé hacia dónde va o siquiera si va hacia algún lugar; que a veces me parece una absoluta basura y otras me enamora, y muy a menudo ambas cosas a la vez. Si he transmitido esa impresión, al menos he hecho algo bien en esta entrada, porque sí, a menudo lo estoy. Pero debo reconocer, para hacer honor a la verdad, que igual que unos días me da una de cal, otros me da una de arena. Cuando miro hacia atrás me doy cuenta del esfuerzo y bueno, creo que está valiendo la pena. El problema es, supongo, que mientras que yo recibo de las dos, las personas a mi alrededor siempre reciben dosis de la misma sustancia. Y eso sí me preocupa porque después de todo este tiempo todavía no he aprendido a encerrar al niño para que no moleste, y ni siquiera sé si se puede hacer o seré capaz de hacerlo, pero por mi salud mental y la de otras personas, debo al menos intentarlo. Si consigo que me deje en paz al menos unos minutos cada día, habré adelantado mucho, porque de momento, con lo que me está costando el parto, no tengo la intención de sacrificarlo. Esperemos que leer Bartleby y compañía de Vila-Matas no me haga cambiar de opinión y me convierta en otro artista del No.

En fin. Debo irme. Llevo unas tres horas con esta entrada, es hora de comer y ya saben, algo llora pidiendo atención y en esta ocasión no es mi estómago.