El dequeísmo ha hecho un amigo: el pretérito perfecto compuesto

No recuerdo cómo surgió el dequeísmo, pero la impresión que tengo, probablemente muy alejada de la realidad, es que fue algo que apareció de la nada y se extendió como la pólvora entre personas a las que se presupone cierta competencia lingüistica. De repente, estaba por todas partes. También es cierto que quizá estemos equivocados y seamos demasiado optimistas respecto a dicha competencia; que el director de un periódico de tirada nacional como La Razón no sepa hablar correctamente (sino todo lo contrario), o que en cualquier tertulia radiofónica falten manos para contar las veces que se pronuncia incorrectamente el "de que" (porque algunos ignoran que hay ocasiones en las que ese uso es el correcto: "tengo ganas de que te largues", aunque paradójicamente en esos casos algunos se empeñan en quitar la preposición, incurriendo en el queísmo), dice muy poco a favor de la calidad de... bueno, en realidad eso ya lo sabíamos.

Pero tras el dequeísmo, hay un nuevo sheriff en la ciudad: el uso del pretérito perfecto compuesto: he escrito, donde debería emplearse el pretérito perfecto simple: escribí. Parece un tema baladí, pero no lo es. Veamos qué dice nuestra querida RAE:


pretérito perfecto simple (escribí): 1. m. Gram. Tiempo que denota una acción o un estado de cosas anteriores al momento en que se habla, sin vinculación con el presente.

pretérito perfecto compuesto (he escrito): 1. m. Gram. Tiempo que denota una acción o un estado de cosas anteriores al momento en que se habla, vinculado con el presente.


Vale. Está claro, ¿no? Lo importante es la vinculación con el presente, que determina cuándo utilizar uno u otro. Es fácil distinguirlos: el compuesto es el que es.. compuesto, y el simple, el que es... no compuesto.

Sigamos ahora con la Wikipedia, que es muy ilustrativa en el uso de uno frente al otro (simplifico):


El pretérito perfecto compuesto [he escrito] se usa para referirse a hechos pasados con relación con la zona temporal en la que se encuentra el hablante. Por ejemplo:

"Este fin de semana hemos disfrutado mucho" (correcto), frente a "Este fin de semana disfrutamos mucho" (incorrecto, o como mínimo, menos correcto).

La acción de disfrutar se sitúa en la zona temporal en la que el hablante ha decidido colocarse, cosa que hace al emplear "este" en "Este fin de semana", aunque el fin de semana pueda haber pasado. Si hubiera utilizado "Aquel fin de semana", el hablante se habría alejado de dicha zona temporal y debería haber utilizado "disfrutamos": "Aquel fin de semana disfrutamos mucho", aunque se tratase del mismo fin de semana. Es el determinante el que marca el lugar temporal y por tanto el tiempo verbal.

Usualmente, esa relación temporal la establece el hablante en la propia frase; al decir "Este fin de semana" se sitúa en dicho fin de semana, o al decir "Hoy he ido al supermercado" se sitúa en Hoy. Si se hubiese dicho "Ayer" en vez de "Hoy", se habría roto la relación temporal: "Ayer he ido al supermercado" es claramente erróneo. Son también inusuales frases como "Ayer han aterrizado tres aviones"; si se quiere resaltar la relación temporal, diríamos por ejemplo "Esta noche han aterrizado tres aviones".


A estas alturas debería estar más que cristalino, pero veamos otro ejemplo:


"El día 7 de abril ha arrancado la campaña de la declaración de la renta referida al ejercicio fiscal 2014”.


Parece evidente que el 7 de abril no es una fecha relacionada con el presente, ya que en el momento de escribir esto es 14 de noviembre; de hecho, la frase posiciona intencionadamente al lector en un momento del tiempo no relacionado con el presente, ya que la fórmula “El día X” busca de hecho establecer un punto temporal fijo (y por tanto diferente al del hablante) que pueda ser referenciado en cualquier momento futuro. Para poder utilizar el pretérito perfecto compuesto, sería necesario decir “Hoy ha arrancado”, “Esta semana ha arrancado”, etc., pero eso sólo podría ser empleado en determinados períodos temporales. El uso es todavía más ridículo a medida que nos alejamos del presente: "El 2 de octubre de 1945 ha acabado la Segunda Guerra Mundial".

Por último, fijémonos ahora en la frase "El día 27 de septiembre han tenido lugar las elecciones catalanas", e imaginemos que hoy es efectivamente 27 de septiembre. Igual es mi oído, pero esa frase suena extraña; es como si hubiese algo que no encaja. Únicamente la siento como correcta si está enmarcada en algún tipo de declaración formal institucional, pero no en el habla común. Pero el problema aquí es que tampoco suena bien "El día 27 de septiembre tuvieron lugar las elecciones catalanas", ya que nos referimos al día de hoy.

¿Entonces? En tal caso, podríamos utilizar "Este 27 de septiembre han tenido lugar las elecciones catalanas" (es decir, "este" día es "27 de septiembre"), aunque en mi opinión lo mejor sería utilizar "Hoy han tenido lugar..." si hoy es 27 de septiembre, o "El día 27 de septiembre tuvieron lugar..." en cualquier otro momento. Como siempre, hay que adaptar el lenguaje a las circunstancias y cambiar la forma verbal no siempre es la solución.

Algunos pensaréis que esto es hilar muy fino, pero es sólo la superficie del uso correcto del lenguaje. A poco que uno presta atención y educa el oído, se asusta del número de analfabetos "de baja intensidad" en cualquier tertulia, mitin político, declaraciones a la prensa, artículos de periódico, etc.

Hilar muy fino es, por ejemplo, una duda que me surgió leyendo recientemente el libro de Salinger: en una frase interrogativa o exclamativa que está en redonda (i.e. que no va en cursiva), si alguna de las palabras de los extremos va en cursiva, ¿debe ir el signo más cercano en cursiva o en redonda? Es decir, ¿de las siguientes, qué opción es la correcta?:

  1. ¿Te has comido todas las heces o me has dejado alguna?
  2. ¿Te has comido todas las heces o me has dejado alguna?

Aunque sí existe una norma en relación con los puntos de puntuación simples (punto, coma, punto y coma) y parece haber consenso cuando toda la frase va en cursiva (en cuyo caso los signos deben ir también), el tema no está tan claro con los paréntesis (pueden ver la consulta a fundéu, o este hilo de un foro del Centro Virtual Cervantes que hace referencia a la ortotipografía francesa aunque son en general opiniones personales) ni con los signos de interrogación y exclamación.

Personalmente, yo me decanto más por la segunda opción. Entiendo que si una frase que está toda ella en redonda tiene una palabra en cursiva, la connotación o énfasis de la cursiva se aplica únicamente a esa palabra, y no al signo de cierre de la interrogación que es parte del conjunto. Pero sí, tengo mis dudas. Evidentemente, esto sólo aplica a la expresión escrita. En la expresión oral no tiene cabida.

Interesante, ¿verdad? Más tarde o mañana, un brevísimo resumen de lecturas recientes.

Terraza.7

Dado que hace ya un par de semanas que nos mudamos, dejando atrás Malasaña, Chueca, las hordas de gente, los hipsters y cómo no, las vistas del edificio Colón (lo que significa que las fotos tienen ya algunos días), creo que esta será la última entrada de la serie Terraza. 

Al menos en mucho tiempo.

Lluvia cayendo

Cuando me acosté anoche llovía. Cuando me he levantado esta mañana llovía. Lleva semanas así: cayendo sin interrupción. Casi diría que meses, he perdido la cuenta. Al principio apenas la percibes y eso puede llevarte a pensar que la llovizna, esos millones de minúsculas gotas suspendidas sobre tu cabeza no conseguirán mojarte, que son sólo una molestia, un incordio pasajero. Pronto aprendes que estás equivocado; solo hay que permanecer debajo de ella el tiempo suficiente. Hace tiempo que vuelvo a estar empapado y el sol esta vez se resiste a mostrarse. Antes aún se asomaba de vez en cuando entre las nubes, pero ahora lleva tanto tiempo sin hacerlo que creo que se ha olvidado de mí, que me ha abandonado. Quizá sea un sol tímido, quizá sea un sol cruel, quizá sea ambas cosas.

Miro a través de la ventana y veo a los niños jugar en la calle. Aunque con la ropa mojada todo se hace más difícil, algunos días pienso que yo también puedo salir. Poder, querer, tener, necesitar, no sé qué verbo debo utilizar. Pero al cruzar el portal, en el instante que la suela de la zapatilla toca la acera, la lluvia se hace más intensa y siento frío y ganas de volver a casa, mientras todo el mundo a mi alrededor parece seco, aunque sé que nadie lo está completamente; todo el mundo alberga al menos un poco de humedad entre sus ropas.

Otras veces, a menudo, me pongo una chaqueta seca y salgo a la calle y camino entre la gente, fingiendo que debajo de ella estoy seco. Si consigues acercarte lo suficiente verás sin embargo que el agua escurre por las perneras, que cae por mis dedos, que estoy tiritando. Es posible que jamás lo veas; con la práctica he conseguido que tengas que acercarte demasiado para darte cuenta.

Al despertarme hoy seguía lloviendo. No me ha hecho falta mirar por la ventana para saberlo. Me acuesto cada noche calado hasta los huesos y cuando apoyo el pie fuera de la cama cada mañana sigo calado hasta los huesos. Es difícil dormir con la lluvia cayendo sobre ti. Se me están acabando los refugios y tampoco los paraguas sirven de mucho estas últimas semanas; el viento parece decidido a arrojarme el agua a la cara como si tuviese algo en contra de mí.

¿A quién vas a culpar? Ellos no tienen la culpa. ¿A ti mismo? No lo sé. Podría guarecerme mejor, ponerme ropa seca, dejar que me ayuden a secarme. A veces lo hago, pero es extenuante y como con tantas otras cosas es más fácil decirlo que hacerlo. Ni siquiera estoy seguro de que hablar de la lluvia sea bueno, pero tampoco de que pueda evitarlo. Sólo sé que sigue lloviendo y hoy me parece que no va a parar nunca. Sólo sé que necesito que se detenga, que deje de caer. Lo hará, tarde o temprano, porque eso es lo que hace siempre y ruego al cielo o al infierno que esta no sea la excepción, porque cuando veo a lo lejos la tormenta ahogándolo todo y los rayos muriendo en el suelo, hay ocasiones en las que desearía sumergirme en ella y esperar a que uno de ellos caiga sobre mí.

Cuando me acosté anoche llovía, cuando me he levantado esta mañana llovía. Lleva semanas cayendo sin interrupción y yo sólo quiero que pare de una vez.

¿Ha pasado ya el autobús?

Esta mañana hemos firmado finalmente el contrato de alquiler del nuevo piso. De acuerdo al plan trazado, hemos salido de casa diez minutos más tarde de lo previsto y yo me he puesto, para no defraudar, innecesariamente nervioso y preocupado por el retraso acumulado. No me gusta hacer esperar a nadie y no me gusta que me hagan esperar, pero intuyo que a menudo llevo ambas cosas demasiado lejos, lo que me genera una dosis extra de ansiedad que no necesito, aunque eso es material para otro momento. También intuyo que Laura no tiene tantos problemas como yo con esperar o hacer esperar y le envidio por eso. 

El caso es que tras bajar por la calle Fuencarral, cruzar la Gran Vía, continuar por la calle Montera y atravesar la Puerta del Sol, llegamos a la parada del autobús número cincuenta, ubicada al comienzo de la calle Carretas. Esta vacía. Es decir, no hay nadie. Laura se sienta y yo me quedo de pie, incapaz de permanecer quieto y valorando seriamente coger un taxi. El tiempo corre. Llegan dos mujeres, creo; no estoy seguro del orden, aunque importa poco si llegan antes o después de nuestra protagonista. Un par de minutos después aparece quien debería ser el núcleo y motivo de este texto, ella, pero que a estas alturas es ya poco más que un satélite. Tratemos de ver si podemos traerla de vuelta al centro.

Lo cuento como lo recuerdo y mi memoria no es, por desgracia, nada de lo que pueda vanagloriarme; tengan en cuenta  que esto transcurre en apenas quince o veinte segundos, a lo sumo. Aparece una chica que se acerca a mí, que permanezco de pie imaginando la insoportable espera que van a tener que aguantar nuestros pacientes y futuros arrendadores, y me pregunta, con gran seriedad y cortesía: ¿ha pasado ya el autobús? Puede ser que la pregunta fuese ligeramente distinta, pero no tengo dudas de que iba en esa línea. Miro a la chica y ella me mira a mí; estoy paralizado, no sé qué contestar. Giro la cabeza hacia Laura desconcertado; mis reflejos están a la par con mi memoria, pero en este caso no se trata de eso; es como si algo se hubiese cortocircuitado en mi cabeza. Esa pregunta, en apariencia tan sencilla, es para mí del todo incomprensible, imposible de responder, no hay una contestación breve correcta. No vale un "sí" y tampoco un "no". Creo que le digo algo, probablemente una pregunta idiota. Juro que si me hubiese hecho la pregunta en Sumerio, que es según la Wikipedia es la lengua de la antigua Sumeria que se habló en el sur de Mesopotamia hace varios milenios, mi reacción habría sido la misma. Frente a ella, balbuceo, pero Laura se adelanta, sale al rescate y me salva del ridículo: no, no ha pasado todavía. Esa respuesta parece ser satisfactoria, dado que nos da las gracias, se aparta a un lado de la marquesina y finaliza cualquier contacto visual y verbal.

Sin embargo, en ese momento yo sigo en trance. ¿Qué significa exactamente "ha pasado ya el autobús"? ¿Bajo qué circunstancias podría contestarse con precisión esa pregunta? Quiero decir, si estamos en la parada y nada parece indicar que estemos allí viendo transcurrir el tiempo, significará que el autobús no ha pasado todavía, ¿no? Por otro lado, sí, por supuesto que ha pasado ya. Probablemente unos cuantos desde que comenzó el servicio esta mañana. ¿Cuál es la respuesta adecuada? ¿"Sí, ha pasado ya" o "No, no ha pasado todavía"? ¿Por qué autobús preguntas? ¿Por el anterior o por el siguiente?

Puede suponerse con suficiente certeza que lo que esta chica quería conocer era la información que pudiésemos tener sobre el tiempo que el autobús de la línea 50 tardaría en pasar, y para saberlo tenía que conocer cuánto llevábamos esperando en la parada. Como Laura sugeriría poco después, ya sentados en los asientos del bus, lo más probable es que su intención fuese preguntar algo similar a lo siguiente: ¿Cuando habéis llegado a la parada, habéis podido ver si el autobús acababa de pasar? Pero la cuestión es que la pregunta no ha sido esa y la extrema seriedad con la que la ha hecho y la ausencia de mayores aclaraciones, como si hubiese expresado su duda con la mayor exactitud posible, han contribuido a crear en mí tal estado de confusión.

Aquí acaba la historia. Afortunadamente, en línea con la previsión de Laura, al final no hemos llegado tan tarde, hemos firmado y tenemos nuevo piso en alquiler para el mes de noviembre y siguientes. Aunque, he de admitirlo, todavía no me he deshecho del estado de perplejidad.

Divagar

Cuentan que la razón de que The Doors tenga unas canciones tan largas e hipnóticas se debe a que en sus comienzos se veían obligados a tocar en clubs (sí, es cierto, eso de "verse obligados a tocar" suena como si lo hiciesen bajo amenaza de sodomía) durante muchas horas sin tener por aquel entonces un gran repertorio de canciones.

Por ello, tendían a alargarlas indefinidamente, creando lo que más tarde ha sido parte de la idiosincrasia del grupo. No sé si hay algo de verdad detrás de eso, aunque me suena que leí que fue el propio Jim Morrison quien lo dijo en una entrevista. Sin embargo, no he conseguido encontrar la entrevista ni ninguna mención a ello. 

Y no me pregunten más, porque al fin y al cabo, no importa demasiado.

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Actualizo. Pues resulta que sí es cierto, aunque no fue Morrison sino Manzarek, cofundador y tecladista de la banda entre 1965 y 1973 (según Wikipedia), quien lo dijo. A lo que iba. 

En Rolling Stone:

 

[En sus comienzos] los Doors sólo tenían unas quince canciones. Hacían algunos covers de blues de James Brown y Chicago, pero tener que tocar dos sets por noche obligó al grupo a expandir literalmente su repertorio, reformulando así el sonido de la banda. "Repetir y alargar", dice Manzarek. "’Light My Fire’ pasó a tener solos. ‘The End’ se convirtió en la épica que conocemos hoy".