Monografías peliagudas II (tontería)

Hace tiempo que no les cuento nada sobre mí, así que me perdonarán si me siento algo justificado para darles la chapa. El caso es que desde hace unos días, andaba yo cavilando sobre el estado de mi cabellera. Ya ven, como no tengo bastantes cosas en las que pensar, me busco gilipolleces para comerme el tarro. ¿Se han fijado qué lenguaje tan transgresor? Bueno, sigo que me pierdo. Acostumbrado como estoy desde hace ya unos ocho años -cuanto tiempo, ¿eh?- a llevar el pelo corto, extremadamente corto, muy corto, es decir, rapado, me resultaba incómodo llevarlo sin cortar durante ya un par de meses. Por dos cuestiones. La estética, claro, y la incomodidad de tener que peinarme al levantarme por la mañana. Ya ven, soy así de vago. Y ese era mi absurdo dilema; absurdo, sí, lo reconozco.

Así que esta tarde, con objeto de disipar mis dudas, he hecho una pequeña encuesta orientativa para ver qué pensaba el público en general. Hasta, créanme, había pensado en pedirles la opinión a ustedes. Sí. Qué tontería, lo sé. Tranquilos, por el momento he aplazado semejante gilipollez de referéndum; que a mí me dé por plantearme idioteces no significa que les haga a ustedes perder el tiempo más de lo que ya lo hago. En definitiva, y concluyendo, la opinión generalizada ha sido no te cortes el pelo, entendiendo por cortar en este contexto rapar al uno, al dos o al tres.

Así que visto lo visto, al final he decidido que. Y ya.