La Luna miente

Me sentiría un poco frívolo si ahora me pusiese a hablar de cualquiera de las cosas que podría haber tenido pensadas para el blog antes de la una del mediodía de hoy. Por fortuna no he sufrido personalmente ninguna pérdida; apenas he padecido un breve momento de inquietud porque una amiga que podía estar en el metro en esos momentos no contestaba al teléfono. Era muy poco probable, pero era posible, y al final ha sido que no. Se agradecen mucho, por otra parte, las preocupaciones recibidas en forma de correos electrónicos tras el accidente.

No ha sido un gran día, qué duda cabe. Tampoco es que me afecten especialmente estas catástrofes, puesto que aunque no puedo sino compadecer y sentir empatía por las víctimas y sus familiares, la distancia del dolor ajeno en casos así hace que me llegue siempre muy atenuado, sin importar la intensidad de éste, por lo que admito que no me suelo sentir apenas afectado anímicamente por desgracias como estas.

Por mi parte, a pesar de salir a las cuatro, y tras un periplo en ayunas que me ha arrastrado durante tres horas por Valencia, me he plantado en casa a las siete y media, y casi al filo de las nueve, me he puesto las zapatillas, un pantalón corto, una camiseta, y me he ido a correr; mi tobillo no se ha quejado, por lo que parece estar listo para que vuelva a abusar de él. Cuando volvía, al mirar la luna, y claramente extenuado, me he acordado de algo que dijo mi prima C. hace ya muchos años:

«La Luna miente»

Y aunque podría decir que he pensado muchas cosas, en realidad he mirado al frente y he seguido corriendo.