Activismo de sofá

Una amiga de Facebook me enviaba hoy una invitación a un "evento" al que la habían invitado. El evento en cuestión propone no conectarse a la red social durante 24 horas como forma de protesta contra las políticas machistas y sexistas que dicha empresa aplica a discreción. Esto me recuerda en cierto modo a la reivindicación de algunos homosexuales para que la Iglesia Católica cambie su política respecto a la homosexualidad, aunque esa es otra guerra diferente en la que no voy a meterme (y también me abstendré de realizar comparaciones absurdas en torno a la idea de religión). Lo cierto es que dicho así suena un poco a chiste (¿24 horas sin conexión a Facebook? ¿Hasta ese nivel hemos bajado el listón?), aunque no es mi intención polemizar. O bueno, sí, qué coño.

Lo primero que podría pensarse es por qué alguien querría pertenecer a una red social que aplica políticas que son discriminatorias, conservadoras en extremo y misóginas. Eso, si no entramos en la arbitrariedad con la que Facebook ha cerrado cuentas de usuarios que no cumplían con políticas que no son lo que se dice transparentes, y cuya resurrección (la de la cuenta) queda a expensas de la benevolencia, magnanimidad y misericordia del señor Zuckerberg. Dicho de otra forma, el primer impulso es recurrir al argumento del si no te gusta, ahí tienes la puerta.

Sin embargo, es necesario recordar que Facebook tiene varios cientos de millones de usuarios y muy a pesar de Google es un monopolio de facto en el ámbito de las redes sociales (que además parece ser impermeable al concepto y a la legislación en materia de libertad de expresión en los países en los que tiene presencia). Desde el punto de vista del activismo, desaparecer de la red social es reducir de una manera muy importante la visibilidad y audiencia de las acciones y eventos que se desarrollen, aparte de que es hacerle el juego a dichas políticas. Como individuo, cerrar la cuenta implica eliminar el acceso a un volumen ingente de información (por ejemplo, páginas que únicamente están en Facebook... o que pertenecen a blogs que somos demasiado vagos para seguir) y a buena parte de la "interacción social digital" (déjenme aplicar algo de creatividad). El resultado de esto es, como muy bien señala Bauman, que "Las redes sociales son lugares donde la vigilancia es voluntaria y autoinfligida". Por la razón que sea, le tenemos tanto miedo a que nos cierren "nuestra" cuenta de Facebook (ja, ja, nuestra, dice) que nos cuidaremos mucho de hacer cosas que la pongan en riesgo. Lo que dicho así asusta un poco, la verdad. Nos hemos convertido en nuestros propios censores.

Queda claro, por tanto, que autoeliminarse de Facebook es una opción que tiene más desventajas que ventajas. Quizá sea la más coherente, pero no por ello la más conveniente. Que tampoco soy yo nadie para reclamar coherencia ni es mi intención dar lecciones en cuestiones de activismo social y político, vaya eso por delante. Aunque lo esté haciendo, que yo también tengo mi corazoncito de incoherencia que alimentar.

Sin embargo, si nos distanciamos de esa opción radical (que bueno, en fin, tampoco es que uno esté proponiendo quemar la sede de la red social o demandar a Facebook ante el Tribunal de Estrasburgo), lo que tampoco tiene mucho sentido es pasarse de frenada e irse al otro lado. Veinticuatro horas sin acceso a Facebook no parece un sacrificio demasiado grande. Todavía menos lo parece cuando uno ve que hay personas que incluso piden que "se lo recuerden" por si se olvidan (en serio, ¿es necesario incluso mencionarlo?), o que dudan poder llevarlo a cabo. En realidad, lo que no parece es un sacrificio, sino una acción lo suficientemente pequeña para atraer al mayor número de personas, en la línea de los tiempos que vivimos: reducir el esfuerzo de cualquier protesta hasta niveles que garanticen un éxito de participación razonable, aunque sea a costa de limitar la consecución de cualquier objetivo. Abandonada cualquier expectativa de lograr una verdadera acción social, los objetivos han acabado midiéndose en la cobertura mediática de un evento. Así de triste es la situación.

Sería muy interesante ver cuál es el grado de adhesión a la protesta si en lugar de una desconexión de 24 horas se propone una acción con algo más de enjundia, como borrar la aplicación del smartphone o no acceder ya no durante un día, sino durante un mes. En realidad, tampoco estas acciones son el colmo de la rebeldía y el radicalismo, y vistas en perspectiva (tampoco hace falta elevarse demasiado, en realidad) no dejan de ser la misma idiotez pero un poco más grande, pero al menos por proponer algo que no pueda resumirse en: "Facebook es una empresa misógina, machista y sexista, así que como medida de castigo voy a estar sin conectarme 24 horas".

Lo más curioso del caso, si es que se puede utilizar esa palabra, es que teniendo en cuenta a) el número de usuarios de Facebook y b) la repercusión que este tipo de acciones tiene en las cuentas (ninguna) o en el clima de la propia red social (escasa, siendo exagerada y extremadamente optimista), se opte por una estrategia así. Dicho de otra forma, si el impacto que sobre Facebook tiene que 20.000 personas no accedan durante 24 horas es el mismo que el de 1.000 personas que desinstalen la aplicación, ¿no sería preferible escoger una acción que al menos requiera un mínimo de compromiso? Porque una cosa es el activismo de sofá, y otra el grado de revolución estilo que sea después de la siesta, por favor al que estamos llegando.

Qué barato sale el compromiso hoy en día.