Diálogo
—Hola, Isra.
—Qué pasa, tío.
—Poca cosa, lo mismo de siempre.
—Menuda cara llevas, ni que te acabaras de levantar.
—Digamos que ni sí ni no.
—Explícate.
—En realidad, hace horas que estoy despierto…
—Pero…
—Pero me he quedado un rato en la cama, probando una cosa.
—Tú y tus historias. Necesitas una mujer, un trabajo o un cerebro.
—Eso dicen.
—Así que probando una cosa.
—Sí.
—Y, ¿cuánto tiempo has estado probando “esa cosa”?
—Pues… unas cuatro horas.
—¿Cuatro?
—Casi.
—Explícame qué estabas probando que necesitas tanto tiempo, porque me siento incapaz de adivinarlo.
—Verás. ¿Nunca te has quedado en la cama pensando si serías capaz de quedarte paralítico voluntariamente?
—¿Voluntariamente? ¿Cómo voluntariamente? Pues no, claro que no. ¿Quién en su sano juicio querría hacer eso?
—No lo sé, supongo que nadie, pero, ¿lo has intentado?
—Pues no, ya te he contestado. Qué narices quieres que intente. Es que me parece una idea ridícula.
—Bueno, quizá lo sea. No lo sé, sí, quizá lo sea.
—Yo sí lo sé. Es una idea estúpida. Lo es, sin ninguna duda.
—Ya te he dicho que sí, que quizá lo sea.
—Sí, vamos a dejarlo en eso. Tío, estás mal, muy mal.
—¿Te lo explico, o no?
—Explica, hombre, que echarse unas risas siempre viene bien.
—¿Vas a parar?
—Puedo hacer un esfuerzo. Vale, va, cuéntame. Estoy en ascuas, sólo que disimulo muy bien.
—Mira, la idea es la siguiente. Te tumbas en la cama, y empiezas a pensar profundamente en no mover las piernas…
—¿Sólo las piernas?
—Bueno, eso es lo que yo hago, pero imagino que se puede hacer con todo el cuerpo…
—¿Se puede hacer? Entonces en tu caso, ¿mueves los brazos mientras tanto?
—En realidad no; alguna vez lo he intentado y te desconcentra.
—Te desconcentra.
—Sí, te sientes como una cucaracha patas arriba y te pones a reír.
—Y eso no es bueno.
—No.
—Porque pierdes la concentración.
—Exacto.
—Entonces sólo las piernas, pero sin mover los brazos, ¿no?
—Sí.
—Vale. ¿Y los dedos de las manos? ¿puedes mover los dedos de las manos?
—No me estás tomando en serio.
—Es difícil. Incluso diría que está más allá de mis posibilidades. Pero hago lo que puedo, te lo juro.
—Bueno, ¿me dejas continuar, por favor?
—Sí, por favor, continúa. A pesar de todo, estoy intrigado.
—Bien, pues empiezas a pensar que no puedes mover las piernas, e intentas convencerte de ello, y por supuesto, no mueves las piernas.
—Imagino que eso último es importante.
—Calla. Entonces sigues haciendo eso durante un buen rato, hasta que estás verdaderamente convencido de que no puedes mover las piernas.
—¿Durante un buen rato? Algo así como digamos… ¿durante cuatro horas?
—Exacto, algo así. Aunque supongo que se puede hacer durante más o menos tiempo.
—Supones.
—Sí, supongo.
—Vale. ¿Y entonces qué pasa?
—Y entonces intentas mover una pierna, sin intentar moverla. No sé si me explico.
—Más bien no. Desarrolla ese concepto, hazme el favor. El de intentar sin intentar; me resulta interesante.
—Veamos. Es complicado, pero es como si pensases en levantar la pierna pero no quisieses levantarla. ¿Mejor?
—La verdad es que no. Pero creo que por el bien de la salud mental de ambos, y sobre todo la mía, es mejor no profundizar en esa idea. ¿Y qué, funciona?
—Bueno, sí, esa parte funciona; tienes hasta un ligero cosquilleo de triunfo cuando ves que la pierna no responde.
—¿Y entonces, qué es lo que no funciona?
—Pues que cuando quieres levantarla, la levantas.
—Y eso es malo.
—Sí, es malo.
—Porque lo que tú quieres es no levantarla cuando quieres levantarla, ¿no?
—Exacto, has pillado la idea.
—Ya veo.
—Sí.
—Desde luego, resulta cuanto menos curioso que alguien pueda ocupar su tiempo en algo así.
—Opina lo que quieras.
—Eso hago, ya me conoces. Aclárame una duda que me acaba de asaltar. Asumiendo, y esto ya es mucho asumir, que tu idea, tu técnica, tú método, o como lo quieras llamar, funcione, ¿qué piensas hacer cuando te descubras paralítico de cintura para abajo en la cama?
—No sé.
—¿No sabes?
—No.
—Pues a mi me parece una cuestión de una importancia suma.
—Es posible que tengas razón, no lo sé.
—La tengo. Deberías pensar en ello.
—Supongo que debería.
—Sí, deberías.
—Lo haré.
—Hazlo.
—Bien.
—En definitiva, que te has pasado cuatro horas completamente inmóvil en tu cama intentando no mover las piernas.
—Dicho pronto y sin entrar en detalles, algo así.
—Y a decir por el privilegio de tu presencia física ante mi persona, imagino que nada, ¿no?
—No, claro, nada.
—Vaya. Una pena.
—Pues sí.
—Lo siento mucho.
—Nada, no te preocupes, ya lo volveré a intentar.
—Hazlo.
—Sí.
—Quizá algún día lo consigas.
—Quizá.
—Quizá necesites dedicarle más tiempo.
—Quizá.
—Bueno.
—Bueno.
—Pasando a temas menos trascendentes, ¿quieres una cerveza?
—Creía que no lo dirías nunca.
—Discúlpame. Ya sabes, estaba intentando decirlo sin decirlo.
—Claro.
—Claro. Sírvete, anda.