Yo, Cavell y una pelirroja

Miro por la ventana. Un sol cojonudo y yo aquí dentro delante de un texto de un tipo llamado Stanley Cavell al que soy totalmente impermeable. Miro a una preciosa pelirroja que tengo delante. Sabe que le miro, pero sólo lo hago de vez en cuando, como quien no quiere la cosa. Esto es difícil de verdad. Leo el párrafo. Una y otra vez. Van nosecuantas ya. Y no entiendo nada. Llevo media hora en dos párrafos. Cinco hojas en toda la tarde. Pero coño, !no entiendo nada¡

Levanto la mirada. Miro a Lourdes y Mariola. Mariola me saca la lengua y le correspondo. La pelirroja mira, la veo con el rabillo del ojo. El no ya lo tienes, recuerda. Típica frase que no sirve de consuelo ni de nada. Dile algo, idiota. Pégale una patada. Pero suavemente. Pídele algo. No. Paso. Miro al infinito. A Lourdes. A Mariola. A un tipo que se sienta a su lado. Considero por un momento apagar el reproductor MP3. No. Voy a seguir sin entender nada y además no estaré oyendo música, así que mejor lo dejo como está. Vuelvo al estudio. Bueno, a mis ojos sobre el papel impreso.

Finjo estar profundamente concentrado en lo que leo, pero lo cierto es que no hay manera de concentrarse con esta chica delante. Vaya, aquí hay un pensamiento interesante. Todos lo son, en realidad, pero no entiendo cómo llega hasta ellos. Juego con el boli. Pongo las manos sobre la cabeza. Ahora sobre los reposabrazos de la silla. Pensamiento: ¿Me sentiría muy diferente si estuviese sentado en esta misma silla pero no tuviera reposabrazos? Si apenas los uso. Un segundo. Dos segundos. Tres segundos. No sé. Dejo el boli en la mesa. Miro el móvil. Intento estudiar. Un mechón de pelo pelirrojo -claro- le cae por un lateral. Me gusta eso que lleva puesto. Pero no lo mires tanto, que se va a dar cuenta. Le mando un mensaje a Mariola diciéndole lo buena que está. Se parte. Me contesta que haga algo. Ya, como si fuera tan fácil. Me rio. Mariola se rie dos mesas más lejos.

Miro de nuevo por la ventana. Y a ella. Es guapa. ¿Veinte años? No, algunos más. Bueno. Me da igual. Me gusta, tenga la edad que tenga. Que más da. Cojo Sin noticias de Gurb de la estantería de detrás. Ni hecho adrede. Me recuesto en la silla. Abro aleatoriamente y leo quince páginas. Me muero de risa. Ya. Vuelvo a mis textos. Al boli en mi mano, en la mesa, encima de los apuntes. Al boli rodando en la mesa o en mi boca. A mi estéril concentración. A mis miradas furtivas y a las suyas, que ella también las practica. A mis cinco artículos de Cavell. Al mis ojos en busca del infinito y más allá. A mi ventana y a mi móvil. Joder.

Menos veinte. A las ocho nos vamos. Parece que Mariola se divierte. Bueno, dame un poco más de tiempo. Tengo que acabar de estudiar una cosa. ¿Seré capaz de irme con la pelirroja aquí estudiando? ¿Seré capaz de dejarla sola? Valoro la magnitud de mi estupidez supina y el absurdo de mis pensamientos, aunque no me sorprendo. A buenas horas, después de veintiocho (28) años. Una amiga de la pelirroja me saca de la indecisión. Recoje sus trastos rápidamente y se va. Ni una triste mirada atrás. Menos diez. Pasan cinco minutos. Me aburro.

¿Nos vamos?