Una reflexión de pacotilla: la violencia

Ya saben lo pesado que me pongo últimamente con este tema de las reflexiones de tres al cuarto y tiro porque me toca. Tendrán que perdonarme, porque aquí va otra. Recuerdan la historia -verídica- que les contaba el otro día, ¿verdad? Bien. Ésta viene a colación de un tema recurrente en mí, y que expresé hace unos meses en la historia de ficción The Shouting Hill. De nuevo, confieso que aunque a ustedes todo esto les pueda parecer aburrido e incluso una perogrullada -no les culpo por ello-, a mí me resulta bastante interesante. Tampoco me juzguen por la profundidad del asunto o la argumentación, que esto es un blog, no una cátedra de Ciencias Sociales o Filosofía. No lo olviden.

El problema que vengo a contarles aquí gira en torno a la indefensión a la que se ve sometido a menudo el individuo civilizado y dialogante en -y de- la vida moderna, ese sujeto que rechaza recurrir a la violencia, que cree firmemente en el uso de la razón y en la palabra como herramienta de solución de conflictos. Esto es fácil de ver en muchos ambientes, incluso en los niños; si un niño insulta al otro, se asume que el agredido verbalmente no va a soltarle una leche al primero, sino que o le ignorará o a lo sumo le devolverá el insulto; eso es lo que está bien visto. El primero puede seguir, pero en última instancia, la "víctima" tendrá que ignorarle, lo que significa que: Dong!, punto moral, set y partido para el matón y tocapelotas, que es además el que se lleva toda la diversión.

Si esto lo llevamos al extremo, el problema se puede ver representado en la segunda parte de La Naranja Mecánica, cuando el protagonista ha sido sometido al tratamiento de rechazo instintivo a la utilización de la violencia, lo que le deja en un estado total de indefensión frente a otros que sí hacen uso de ella. Aunque las condiciones psicológicas y sociales del personaje en la película no son directamente extrapolables al mundo real, sí es cierto que muchas personas son educadas en el total y absoluto repudio irracional de la violencia, incluyendo los extremos en los que ésta está fundamentada en la defensa propia -ya saben lo que se dice: la violencia engendra violencia.

La realidad es que el mundo espera que si dos capullos en una moto te mojan el pantalón porque a ellos les parece divertido, te comportes como un ser civilizado incluso mientras se ríen y burlan de tí, y no recurras, como decía el otro día, a alguna medida de violencia física para proteger tu persona contra una agresión tanto psicológica como física. El problema es que de este modo, aquellos que hacen un uso gratuito de la violencia y a través de ella abusan de otras personas educadas, salen una vez tras otra indemnes, sabiendo que están protegidos por unas reglas sociales y unas convenciones de comportamiento que no sólo ellos no admiten sino que además actúan como mecanismos inhibidores de actitudes de defensa para la víctima, resultando de este modo perjudiciales para ella.

Y eso es todo. Una cuestión adicional -pero fuera del ámbito de esta entrada- es que a veces, en individuos puntuales, la repetición de este tipo de situaciones reprimidas provoca que se vaya lentamente tensando lentamente la cuerda, hasta que un buen día a esa buena persona -hasta ese momento- "se le tuerce la castaña" y su siguiente aparición es en las noticias, sección de sucesos, aunque en opinión de todos sus vecinos fuese una persona normal y muy educada, que siempre daba los buenos días. Pero bien, como digo, esa es otra historia.