Soy idiota

Hace cosa de tres meses y pico me enamoré perdidamente —no tanto, no tanto— de una chica que trabaja en una tienda de ropa de la Plaza del Ayuntamiento, a la que entré buscando unas zapatillas (que acabaron siendo estas y que no compré allí).

Quizá fuese su amabilidad o quizá fuese su comentario de que me pasase de vez en cuando, y así nos vemos (el autor de estas líneas reconoce que la memoria puede haber alterado las palabras, pero piensa, o quiere creer, que no la idea detrás de éstas), pero el caso es que salí de allí intrigado y pensando que tenía que volver e invitarla a una cerveza. Y hasta hoy, que sigo pensando que debería hacerlo, pero no me atrevo porque soy un cobarde.

El pasado sábado, tomando una Guinness en el Sally O'Brien, me volví a enamorar de una camarera rubia guapísima, y eso me ha hecho acordarme de aquella primera chica, de que me enamoro con mucha facilidad, y de que debería ser muchísimo más valiente porque sólo hago que repetirme que no tengo nada que perder.