Mítines políticos

Sin que nadie se ofenda, acudir a un mitin político (o a cualquier acto del mismo tipo protagonizado por un político) es sin duda uno de los mayores actos de estupidez profunda que se pueden observar —y realizar.

Ir a un sitio para oír como el fantoche en cuestión (esos que no saben de nada pero al menos, pretenden gobernar un país gracias a su inexistente carisma, imagen o vete tu a saber qué) dice lo que todo el mundo sabe que va a decir —porque se sabe—, y además aplaudir, mover la banderita del partido al estilo americano, jalearle y reírle las gracias, es una prueba contundente y definitiva de que uno es idiota en grado extremo.

(Siempre está, obviamente, el que va para hacer algún tipo de reivindicación, pero está claro que esos son especímenes completamente distintos.)