Iluminati

Como saben, durante esta semana pasada estuve recibiendo comentarios ofensivos, grotescos, o llámenlos como quieran, que provocaron que moderase las contribuciones. Al parecer, y como ya comenté, la causa de todo el follón —que no es, como podría suponerse, un foll*dor compulsivo— fue un comentario subido de tono en el blog de Enrique Dans. En principio, la "tormenta" (no fue para tanto) ya ha pasado, aunque nunca se sabe. Les confieso que todo esto ha sido un poco raro; o más bien, su autor es un tipo un poco extraño; igual pasa de la adulación al "insulto" en unos minutos, o igual se muestra amable que adopta un curioso tono paternal o imperativo. En definitiva, que es un sujeto curioso.

Volviendo a lo que les decía, la respuesta de mi señora a lo que pasó, fue poco más o menos un «te lo mereces, por buscabullas». Vale, lo admito, es cierto. La mayor parte de las veces me lo merezco por camorrista, aunque eso no implique que esté de acuerdo con el abuso aplicado sobre este blog como "correctivo". Diciéndolo de una forma diferente, confieso que me gusta críticar y me gusta hacerlo "con fuerza". Y ese es el problema, porque aunque *siempre* esas críticas tienen una opinión de base, con la que se puede estar de acuerdo o no, el lenguaje que utilizo suele ser con frecuencia demasiado agresivo, tanto más cuanto menos de acuerdo estoy con el destinatario de mi crítica o más en posesión de la verdad se cree éste (o, puntualicemos, esa sensación me da a mí); a menudo, éste es lo suficiente corrosivo para que el interlocutor se sienta justificado a tomar mis palabras como una agresión personal, e incluso para que en alguna ocasión, un par de horas después acabe pensando que quizá me haya extralimitado, al menos en las formas.

Pero, y he aquí el necesario pero, es que toda la retórica que acompaña a esas críticas me puede: me divierte una barbaridad; supongo que heredé esa afición por la discusión como fin en sí misma de las Usenet News (i.e. los grupos de discusión) mientras estuve en Atlanta, y la conservo; es por otra parte un sano ejercicio, mientras no se lo tomen en serio (y yo a veces lo hago). A lo que voy, es que en algunas ocasiones —no en todas, por supuesto— suelo soltar los dedos con demasiada facilidad y sobre todo, demasiada mala leche, y cuando veo que el interlocutor se muestra razonable, casi siempre me veo obligado a puntualizar mis comentarios y comerme el tono de mis palabras, que no la crítica en sí (a no ser, claro, que efectivamente constate —o reconozca— que estoy equivocado). Claro que cuando la otra persona se siente comprensiblemente agredida y responde a la crítica de la misma forma, entonces sí me divierto, y casi diría que la otra parte también.

Lo sé, no está bien, pero quería explicárselo que hoy me he levantado sincero (y bastante espeso). Además, estarán de acuerdo en que ya somos demasiados iluminados andando por este mundo y qué quieren, yo soy así y la Lola se va a los puertos.