Un niño de nueve años

Un niño de nueve años aguarda junto a su padre en la abarrotada sala de espera de un hospital, respirando con evidente dificultad. Su cara, completamente seria, es un complemente perfecto a los problemas que tiene para respirar. Se da cuenta de que algunas personas le miran, y eso le hace sentirse importante y exagerar ligeramente sus esfuerzos y la dureza que se muestra en su cara, casi inverosímil para una persona de su edad. Sin embargo, no llega a ser grotesco; a los nueve años nadie puede parecerlo por mucho que lo intente. Desea transmitir tanto la importancia y gravedad de su situación en comparación con las enfermedades del resto de pacientes de la sala, como la madurez con la que la está afrontando a su corta edad. A poco que se descuida, su infantil cabeza comienza a cavilar sobre las consecuencias de un agravamiento de su enfermedad, y en especial sobre la admiración que probablemente despierte en los demás si aquello va a peor. Es eso lo que más le atrae: un pequeño chiquillo de nueve años haciendo frente a una terrible enfermedad, qué gran tragedia y cuánta valentía.

A su lado, su padre permanece atento a los altavoces, esperando escuchar el nombre de su hijo de un momento a otro. Siendo la cuarta vez en las últimas dos semanas que acude con él a urgencias, se siente preocupado por el matiz que están tomando las cosas, pero intenta disimular. En los últimos cuatro meses, las inyecciones de cortisona se han incrementado sensiblemente, y los médicos no dan la sensación de saber qué es lo que está pasando ni hacia dónde evoluciona la enfermedad de su hijo. Impotencia y un miedo velado es parte de lo que siente. Mira a su hijo, que continúa firme en su decisión de impresionar al público presente, le sonríe intentando tranquilizarle y le pregunta cómo está, pero antes de que éste pueda contestar, su nombre se oye en la sala y ambos se levantan de sus asientos.

Un niño de nueve años camina junto a su padre por la abarrotada sala de espera de un hospital, respirando con evidente dificultad. Uno mantiene el semblante serio, el otro intenta sonreir, pero las cosas no son siempre lo que parecen.