Tim

Detrás del Gran Abedul, alejados unos quince metros y ocultos entre la broza, fueron encontrados los dos cuerpos. Él, salvajemente mutilado, al que le habían arrancado de cuajo brazos y piernas, y con la cara destrozada, sin orejas ni nariz, cortadas a cuchillo; conservaba los ojos, quizá para permitirle ver, antes de que acabaran con él, lo que hacían con la que desde hacía casi dos años era su compañera sentimental. Con ella tuvieron, a primera vista, mayores contemplaciones, aunque fue violada numerosas veces y golpeada en la cara y las piernas con algún objeto metálico, quizá una llave inglesa. La escena que los agentes encontraron frente a sí era dantesca, y es posible que jamás la olviden; el resultado era tal que sólo el forense pudo acercarse a examinar los cadáveres, que se encontraban en avanzado estado de descomposición.

Las posteriores investigaciones a las que dió lugar el hallazgo mostraron que Rick Waddick, en apariencia un tranquilo agricultor de pueblo, regentaba con el nombre de Jim Bean un negocio como corredor de apuestas en la ciudad, junto con Anna "Urraca" Faggett y Joe "Mapache" Rabold; a este último lo encontraron una semana más tarde, en un motel de carretera, con la garganta rajada y los genitales y los ojos dentro de la boca.

Al parecer, el procedimiento a seguir con los clientes que mantenían deudas pendientes con la "empresa" era la amenaza intimidatoria, mediante cartas, matones o algún pequeño susto; una paliza a tiempo siempre rendía buenos dividendos, pero casi nunca era necesario llegar a ese punto. Nadie sabe cómo, pero se habían creado en el gremio, a base de mentiras y teatro, una reputación de gente sin escrúpulos, y eso ayudaba a que las cuentas cuadrasen; no obstante, a pesar de los rumores nunca habían matado a nadie ni es posible que lo hubiesen hecho, llegado el momento. Una inmerecida fama les precedía, y con eso era más que suficiente.

Pero con Tim se equivocaron desde el principio, porque en realidad, éste ni siquiera se llamaba así. Dario Falgione, el verdadero nombre del chico, había contraído con aquella travesura una deuda de doscientos dólares, que aunque habría sido una cantidad insignificante para la mayoría de personas, con diecinueve años y a espaldas de su familia, le iba a costar varios meses reunir. Nada tendría que haber pasado, pero con el primer aviso que recibió de Jim y sus socios, el chaval se puso nervioso, se acojonó, y le faltó tiempo para ir a contárselo a su tío, Carlo Fangione. Las medidas que éste tomó para que la situación no se volviese a repetir han sido ya contadas previamente y son de sobra conocidas, aunque nunca nadie consiguió probar nada de aquello.