Pérdidas no tan pérdidas

Un día, sin querer, sin poder evitarlo, perdí un adjetivo. Uno calificativo, de esos que son tan presumidos y caminan con la cabeza alta mirando a los demás por encima del hombro. La verdad es que parte de la culpa es mía, porque aquel día iba con prisas, y no sé si fue él mismo, yo con el traqueteo de las teclas o con mi cabeza en otro lado, pero la cuestión es que desapareció entre mis dedos y mis pensamientos, y desconozco si se coló por los poros de la mesa, pero jamás supe de él, y hasta hoy no ha aparecido.

Lo busqué, vaya que si lo hice; rebusqué libros enteros, vacié armarios, desmonté estanterías, hasta limpié el coche, cosa grandemente inaudita en mí, pero nada de nada. Volatilizose, igualito que si se lo hubiese tragado la tierra. Así que, forzado por las circunstancias, me acostumbré a prescindir de él, y me di cuenta mientras lo hacía que después de todo, no había perdido tanto, porque a cambio, había encontrado un montón de verbos, conjunciones, nombres propios y comunes, adverbios, preposiciones y muchas otras cosas que ahora no vienen a cuento, y aquello no quedaba tan mal después de todo. Es más, emulando a Hernández y Fernández, yo aún diría más: quedaba muy bien.

Así que ahora cuando estoy escribiendo, de vez en cuando, cojo un adjetivo de los altaneros, casi siempre calificativo, y sin atender a sus súplicas ni lloriqueos, lo tiro, lo pisoteo y lo machaco sin piedad. Soy una mala bestia, ya lo sé, qué le voy a hacer; un ser cruel y sanguinario. Y en su lugar, pongo algún sustantivo o pronombre, mucho más dispuestos a sentarse en el banquillo de vez en cuando y sin duda más agradecidos por las oportunidades ofrecidas. Ya lo decía aquel: «Hoy por ti y mañana por mí».