Soy gilipollas, yo lo sé, ustedes lo saben y ellos lo saben

¿Se han sentido ustedes alguna vez como si los tratasen como auténticos gilipollas? O peor, ¿se han sentido alguna vez como auténticos gilipollas? ¿Gilipollas de pura cepa? Pues así me siento yo. Y les voy a explicar porqué, aunque sea un poco largo. Síganme, ya verán como se van a divertir.

Como probablemente saben, y si no es así, ahora ya sí, el pasado diciembre formalicé un préstamo hipotecario con Cajamadriz. Las condiciones que nos interesan, pactadas con Mapfre actuando de mediador, fueron de treinta años y 0,5% de comisión de apertura. Pero como yo no soy muy listo y no me fijo tampoco mucho, el día de la firma me la clavaron por dos partes. Por una, me lo cambiaron a 25 años, con lo que la cuota se elevaba por encima de lo previsto, y por otra me cobraron un 0,75% de comisión de apertura. Lo sé, soy gilipollas, yo lo sé, ustedes lo saben y ellos lo saben. Tengo que hacerme una camiseta con eso: "Soy gilipollas".

Cuando vas a firmar, piensas que todo el mundo está en contra tuya, menos el banco. Que el vendedor te quiere sacar toda pasta que pueda, bastante obvio por otra parte, que los de la inmobiliaria son unos ladrones (es curioso que —al menos en mi caso— estén tan de parte del vendedor con el dinero que les vas a soltar), pero que el banco, joder, el banco tiene que estar de tu parte, porque para eso vas a estar treinta años pagándoles religiosamente. Pues no. Si crees eso, es que eres gilipollas. Exactamente como yo. Gilipollas de los pies a la cabeza.

Otra cosa que te dicen al firmar es que te fijes bien en lo que lee el notario. Bien, allí que vas tú y te sientas con todos aquellos a los que no te olvides, estás pagándoles con el sudor de tu frente, pero que te tratan si te estuviesen haciendo el favor de tu vida. De tu vida lo es, desde luego, eso sí. Favor, a lo mejor no tanto. Así que ese señor llamado Notario se pone a leer a una velocidad tal que parece que esté a punto de morir y necesite acabar aquello antes de su último aliento, y tú atento, esperando cualquier barbaridad, pero sin querer molestar demasiado. Allí todo el mundo parece saberse el papel menos tú, así que lo haces lo mejor que puedes, intentando evitar que te cuelen un piso en Malasia, una granja, un cuchitril de diez metros cuadrados o un seiscientos desguazado. Y mientras prestas atención a eso, se te pasa todo lo demás, y ahí es donde te la clavan. Porque eres, como hemos quedado, gilipollas.

Te la clavan y lo firmas. Y atento a eso, porque luego, todo el mundo te lo va a recordar. "Es que usted firmó esas condiciones". Sí, ya lo sé, pero no se corte, por favor, dígamelo clarito: "Es que usted es gilipollas y firmó esas condiciones". Bueno, lo soy, ¿qué pasa?

Una vez me dí cuenta de los "errores", el número de años fue relativamente fácil de cambiar. Pero ese 0,25%, esos 375 euros, eso está siendo más complicado, a pesar de que fueron esas las condiciones pactadas. En un principio, cómo no, después de más de diez llamadas tanto por mi parte como por parte de la persona de Mapfre, Cajamadriz negó que ese fuese el porcentaje aprobado, y durante algún tiempo se mantuvo en sus trece, aunque finalmente cedió, y nos indicó que el ingreso de la diferencia se realizaría con la devolución de la provisión de fondos. Seis meses después. Para llegar a ese punto, tuve que llegar a hablar unas quince veces con la subdirectora de la sucursal. Para aquellos no introducidos en este apasionante mundo, la provisión de fondos es un dinero que le adelantas al banco o la gestoría para que pague Hacienda, los registros, la notaría y los gastos de la propia gestoría, por lo que es una estimación y no un cálculo exacto. Me resultó extraño que me lo devolviesen entonces, ya que las comisiones las cobra directamente el banco y no se pasan a la gestoría, pero bueno, cualquier cosa es posible en el universo de los ladrones banqueros.

Hace un mes, sabiendo que el finiquito de la provisión de gastos (lo que me sobraba, vamos) ya había sido emitida por la gestoría, llamo a la sucursal, haciéndome el loco, para confirmar que como ya habíamos quedado, me iban a devolver ese 0,25% pendiente en el ingreso. A pesar de la respuesta afirmativa, confirmé que no era cierto, ya que la persona con la que hablaba, la subdirectora, que había llevado el tema desde el principio, no sabía qué porcentaje era el que tenía que devolver. Pero dijo que sí, claro. Porque hablaba con un gilipollas.

Efectivamente, una vez recogí el detalle de la provisión, no había, como era de esperar, ningún concepto tal. En estos momentos es cuando el sentimiento de "me están tomando por gilipollas" se hace más intenso. Porque una cosa es que te digan que no te lo devuelven para que sepas a qué atenerte, y otra que piensen que no vas a entender unos cuantos recibos, o que simplemente, eres gilipollas. Aunque lo seas. Así que llamo a la entidad, pero oh casualidades de la vida, dicha persona no trabaja ya en la sucursal. Me pasan con el director, se lo explico con pelos y señales, yo muy educadito, como siempre, y quedamos en que esta semana me contestaría algo.

Llamo el pasado lunes, y una mujer que dice ser la directora de la sucursal —yo pensaba que estaba soñando, porque aquello ya parecía una broma— me hace volver a explicárselo todo de nuevo, para confesarme luego que el director me llamará al día siguiente (¿qué pasa, somos gilipollas o qué?). En ese momento me da la sensación de que mañana cuando llame me dirán que en ese número jamás hubo un Cajamadriz, sino que han vivido toda la vida dos abuelitos, y que cuando vuelva al piso encontraré que en su lugar hay un Corte Inglés.

Como es normal, al dia siguiente —martes— nadie me devuelve la llamada, por lo que vuelvo a llamar, y dejo el recado ante la indisponibilidad del director. De nuevo, nada nuevo bajo el sol; al día siguiente —miércoles— no obtengo respuesta, por lo que por enésima vez, llamo a la sucursal y hablo con el director, quien, cosa que no me sorprende, apenas recuerda quién soy ni de qué le hablo. Le refresco la memoria y me confirma que hablará con la persona que en su momento llevó el tema, y que le llame mañana, es decir hoy jueves.

Pues bien. Hoy llamo, y ante mi sorpresa, el director de la sucursal me informa que ha hablado con la ex-subdirectora, ¡aleluya!, y que en ningún momento se habló de tal dinero, sino de la devolución de la provisión de gastos. Claro. Nosecuantas llamadas para que me digan lo obvio: que me van a devolver el dinero de la provisión de gastos. No te jode, sólo faltaba eso. Así que Cajamadriz se lava las manos. Mapfre se lava las manos. Todo el mundo se lava las manos, y aquí, ante ustedes, está el gilipollas que ha puesto el dinero y que ya ni siquiera está seguro de que muchas de las conversaciones mantenidas al respecto durante los últimos seis meses hayan sido reales; quizá ha estado soñando. De verdad, me empiezo a sentir, aparte de cada vez más gilipollas, como si estuviese en una novela de Orwell y como si todo lo que recuerdo al respecto nunca hubiese sucedido. Ya no estoy seguro de nada en este asunto, y eso no es una afirmación gratuita.

Pues bien. Así está el tema. Por lo pronto, y como estoy seguro —de esto sí— que tengo el seguro de la casa con Mapfre, esta compañía acaba de perder un cliente, y Cajamadriz lo perderá en cuanto pueda permitírmelo económicamente. No es cuestión de dinero, porque son 375 euros que realmente, no me solucionan la vida. Es cuestión de que aparte de que el dinero es mio, a uno, a pesar de serlo, no le gusta que lo traten como si fuese gilipollas.

Aunque sea sólo por las formas.