¿Quién dijo depresión?

Ella decía (bueno, aún lo diría si se le preguntase, probablemente) que me encanta autoflagelarme. Decía eso cuando yo insistía en sacar la crisis estos últimos días incluso en los momentos que aparentemente todo estaba yendo más o menos bien. Lo cual era, como se ha demostrado posteriormente, simple apariencia, por lo que más que autoflagelación también, en cierto modo, podría decirse que mi objetivo final era la búsqueda de la verdad... y de una realidad que difería bastante de mi propias sensaciones. Y eso, dicho a bote pronto, en mis condiciones mentales actuales (es decir, con éstas deterioradas) y sin demasiadas reflexiones, podría ser interesante en un discurso acerca de una posible realidad objetiva (creo que ya alguien lo ha utilizado). Dos caricias idénticas pueden diferir mucho la una de la otra, a pesar de ir acompañadas de los mismos movimientos físicos. Y las suyas de hace un año eran iguales que las de hace tres semanas. Pero no lo eran.

También decía que me gustaba (no se qué viene este uso repentino del pretérito, en particular cuando hablo de mi mismo, pero estéticamente me gusta como queda) regodearme en mi propia miseria, que me encantaba deprimirme y sentirme la persona más miserable del mundo, y —creo que— no le falta razón. Soy depresivo por naturaleza, aunque en este caso lo esté llevando, a días, excepcionalmente bien (hoy no es uno de ellos, y por eso estoy aquí escribiendo esto). No obstante, es verdad que eso de alguna forma creo que le pasa a todo el mundo. La gente escucha música triste cuando se siente deprimida. Se sienta en el sofá y pierde las horas pensando en sus problemas, y sólo o casi siempre cuando éstos son irresolubles. Es difícil salir de un bache anímico, pero es posible. Lo que intento explicar es que no me pasa sólo a mi. Nos pasa a todos. Quizá sea un mecanismo de protección frente a lo que nos sucede, de manera general. Preferimos pensar lo desgraciados que somos a pensar que lo que nos pasa es normal y que algo tan corriente y porqué no, banal, puede dejarnos destrozados. Cuando encontramos algo que nos supera, resulta más sencillo atribuirle nuestra incapacidad para superarlo a la grandeza de ese algo que a la pequeñez de nuestras capacidades. Encontré ese argumento hace algún tiempo, en relación a algo que no recuerdo. Me quedé con el argumento y deseché el resto.

Es ciertamente patética la debilidad del ser humano. Y después de todo, quizá esto si que sea una autoflagelación constante. Como me encanta.

Lo que no te mata, te hace más fuerte. Sobreviviré a esto. Y a lo que venga. Siempre lo hago.

 

[Quizá a alguien le sorprenda que hable de esto en un blog público (hola, Dani). No tengo respuesta a eso, aparte de que me sorprenda que alguien lea esto, lo entienda y además le queden ganas de sorprenderse. Esta es una de esas situaciones en las que me apetece escribir, que por alguna razón que desconozco —pero intuyo—, suelen coincidir con mis épocas de depresión. Tampoco es que lo haga demasiado bien. Abuso de la retórica y tiro mano de una falsa poética (¿falsa?), pero es lo que hay. Y bien, si me apetece escribir y además el blog es mio, ¿qué problema hay en exponer mis profundas penas y miserias humanas al resto del mundo digital? (La respuesta en próximos episodios)]