Petardos

Cada vez estoy más convencido de que el tamaño de los petardos que una persona tira está en relación directa con su grado de estupidez, y en relación inversa con el tamaño de su cerebro. En el caso de los menores de catorce años (ya saben, por no discrepar de aquello de la edad penal), esta regla se aplica al familiar gracioso que le provee del material pirotécnico.

Hay momentos en los que desearía que alguno de estos sujetos perdiese un par de dedos, para que al menos él y sus amigos dejase de molestar por un rato. No es que no me gusten las Fallas, no, aunque cada vez me gustan menos; será que me hago mayor. El problema es que con la excusa de las Fallas, la fiesta, la pólvora y la madre que la parió, los mismos gilipollas de siempre, por decirlo sin rodeos, campan a sus anchas por Valencia sin que nadie les diga nada con petardos que sin demasiada dificultad le convierten a uno en inválido.

Lo peor de todo es que aunque nadie lo diría, las Fallas todavía no han empezado, algo que los descerebrados que llevan debajo de mi casa todo el fin de semana (son las doce y media de la madrugada del lunes y siguen ahí) probablemente no sean capaces de entender, por aquello de la relación del petardo y el cerebro que les comentaba al principio. Como siempre, la que nos espera; a ver cuántos dedos y manos son noticia este año.