Nacido para ser descampado

Hace cosa de siete meses o incluso algo más, había cerca de mi casa un descampado del tamaño de un campo de futbito, justo pegado a un edificio de la Administración Local. No estaba especialmente sucio, aparte de las mierdas de los perros de unos cuantos incivilizados, pero tampoco es que fuese un lugar como para llevar a los niños a jugar. Por aquel entonces, alguien tuvo la genial —sin ironías— idea de acondicionar aquel espacio con unos bancos, unos columpios para los críos y un pequeño jardín. Así que se pusieron a ello, y si no me falla la memoria, a mediados de septiembre el parque estaba finalizado. Y así lleva desde entonces: finalizado, y rodeado de vallas metálicas que impiden que la gente pueda hacer uso de él. No sé si están espera alguna absurda inaguración oficial, a las próximas elecciones, o simplemente esta vez nadie ha tenido la idea genial de llevarse las vallas de allí.

Por supuesto, al encontrarse vallado, el parque no tiene mantenimiento, ni jardinería, ni limpieza, ni nada, incluyendo gente que utilice los bancos y niños que hagan uso del tobogán, por supuesto completamente pintarrajeado por los típicos descerebrados hormonados. Así que en definitiva, con la inestimable ayuda de los adolescentes del instituto que hay a cincuenta metros y la incompetencia de los responsables de urbanismo, vamos camino de sustituir el anterior descampado por algo no mucho mejor, o al menos, muy lejos de lo que era en un principio. En cualquier caso, ya conocen como funciona la administración pública en este santo país; nada nuevo bajo el sol.