Lagunas mentales

El pasado viernes 25 de marzo, mientras me encontraba cenando en un restaurante de Baqueira, sufrí un desmayo. No era la primera vez, aunque bueno, no me pasa a menudo (puedo contarlas con los dedos de una mano). Había comido poco durante todo el día, había dormido no demasiado y acababa de devorar una lasaña recién hecha en aproximadamente cinco minutos, por lo que (mi) la versión oficial es que fue un corte de digestión.

El difícil describir qué se siente en una situación así, si no te ha pasado antes. Personalmente, las veces que me ha pasado, parece como si poco a poco el mundo fuese alejándose de mi o más bien, yo de él. Escucho a las personas cada vez más lejos y una especie de vacío se apodera poco a poco de mis oidos. Mi cabeza deja de estar en la Tierra y se concentra, de manera involuntaria e involuntaria, única y exclusivamente en ella misma. En esos momentos, antes de desvanecerme, no hay nada más en el mundo que yo mismo, aunque la incomodidad de unas sensaciones que se hacen más intensas a cada instante no da tiempo a recrearse en esta experiencia en los pocos segundos previos al desmayo. También es difícil hacerlo cuando ves que tu cabeza es cada vez menos tuya. En cierto modo, no es una sensación desagradable, sino que se hace desagradable por lo desconocido de ésta y la intuición de que al final de lo que estás sintiendo, va a pasar algo. Una vez alcanzado el punto crítico, un par de segundos y simplemente tu cabeza desconecta literalmente del mundo, se apaga. Al volverte a enchufar, sólo recuerdas hasta ese punto crítico. El resto es una pequeña laguna en tu mente.

A raíz de esto, mi cabeza parece empeñada en reproducir, de manera casi consciente y probablemente a causa de que algo así pueda volverme a suceder en cualquier momento y en compañía de gente con la que no tengo mucha confianza, las mismas experiencias de aquella noche sin que exista motivo para ello.

Tengo que hacerme una analítica. Para ir abriendo boca al menos...