Escaleras arriba (+18)

Le dice algo al oído, pero la música no le permite apenas intuir sus palabras. Sin embargo, siente que la comprensión es irrelevante en ese momento. Siente su mano flaca y huesuda agarrándole de la muñeca y poco después están subiendo escaleras arriba en dirección a los baños de mujeres. Allí, varias chicas hacen cola en la puerta de los servicios, pero con una facilidad que parece fruto de la costumbre ella se las ingenia para colarse en uno de los baños sin seguir el orden acordado. Dentro, cierra con rapidez el pestillo, baja la tapa del váter, se sienta encima y sonríe. Fuera alguien golpea la puerta y grita algo, pero ella vocea algo y se ríe con la evidente intención de que la escuchen al otro lado. Le pide a él, incómodo por la situación, que se apoye en la puerta, como si alguna de las mujeres pudiese decidir tomar el baño al asalto. Las voces han cesado y no parece probable, pero él obedece. Debería estar más acostumbrado a este ritual, piensa, pero no es así. Está nervioso. Ella se lleva la mano al sujetador y saca una diminuta bolsa de plástico blanco que abre con cuidado. El resto sucede deprisa. Como si se tratase de una rutina, saca un poco de polvo blanco y lo esparce por encima de la superficie negra y lisa de su bolso de piel de Gucci, que probablemente es falso. Fuera nadie aporrea ya la puerta. Nadie vocifera ya al otro lado del mundo, pero él no consigue calmarse, como si de repente algo fuese a arrancar la puerta de sus bisagras, dejándolos a los dos al descubierto. Sin embargo, nada de eso sucede. Están solos allí dentro y afirmaría que la música ha dejado incluso de oírse. Con habilidad, ella no tarda en distribuir la sustancia blanca en dos pequeñas cordilleras nevadas con una tarjeta de crédito, cuyo emisor bancario él no acierta a ver. Al acabar, ella le acerca el filo de la tarjeta para que la chupe y él obedece; algunas cosas no las chupas tanto, dice ella sonriendo. Un billete de veinte euros enrollado aparece poco después y en unos segundos no queda en el bolso más que un rastro blanquecino que ella recoge con su dedo húmedo y se lleva a la boca mirándole a él.

Se reclina hacia atrás en el váter, sonríe, abre las piernas y acerca sus manos al pantalón, tirando de él hacia sí y sonriendo con esa cara de puta angelical que a él tanto le gusta. Su nerviosismo inicial ha cedido y ha dejado en su lugar una sensación de excitación muy diferente. Siente el corazón bombeando sangre en la profundidad de su pecho, pero si se abriese ahora la puerta, quizá ya no importaría tanto. Todo ha cambiado mucho en unos segundos. Los botones no ofrecen mucha resistencia y su sexo erecto sale ayudado por sus pequeñas manos algo frías. Lo acaricia suavemente y tras pasar la lengua por la superficie, se lo mete en la boca, acompañando el movimiento de sus labios con sus dedos. Su otra mano se ha deslizado debajo de su tanga entre sus piernas y se mueve despacio allí debajo. Él cierra los ojos y hunde sus dedos en el pelo largo y castaño de ella, obteniendo una sensación de poder que sin embargo él sabe irreal. La saliva cubre ya su polla y ella continúa jugando con su sexo despacio, muy despacio, casi como si se tratase de un castigo divino.

Sus labios y lenguas y manos se encuentran como si no se hubiesen visto nunca. Él pasa la mano por su nuca pero ella se separa, le da un beso en la mejilla, se baja el tanga hasta las rodillas y se da la vuelta y abre las piernas.

A él no le es difícil encontrar su coño con el dedo índice y meter su sexo desnudo en él, que entra como un cuchillo en un bote de mantequilla. Lo tiene húmedo, caliente, delicioso, dulce y eterno. Tan sagrado como un universo. Cada vez que entra dentro de ella, los gemidos de ambos se sincronizan con un leve pero prolongado gemido. Se siente morir. La saliva y su flujo se mezclan y sabe que no va a tardar mucho en correrse, así que trata sin demasiada convicción de salir, pero ella lo impide y entre susurros le suplica que se corra. Córrete. Venga, córrete. Hazlo. Córrete. Córrete. Córrete.

Mientras ella todavía habla, él no puede aguantar más y con un par de embestidas desaparece de aquel sórdido lugar y se sumerge en el calor de su coño. Ella acompaña los gemidos con un gruñido de placer que se escucha en el momento que el semen entra en ella. Unos segundos y varios espasmos después una risa alegre los trae a los dos de vuelta de algún sitio más feliz. Ella se pone de pie y la leche le escurre hacia abajo por los muslos. Recoge lo que puede con los dedos y se los lleva a la boca.

Entonces se sube el tanga, vuelve a sonreír y le mira. Vamos, dice. Esta canción me encanta.