Es la mano de obra cualificada, idiota

Foto: Google

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Cada vez que leo una noticia sobre la conducción autónoma, la robotización industrial o la “inminente” aparición de la automatización de alguna conducta humana, surge en los comentarios la cuestión de la destrucción de empleo.

Y automáticamente alguna persona (bienintencionada, qué duda cabe) argumenta que ese nuevo lo-que-sea creará puestos de trabajo cualificados. Sin embargo, eso cada vez más me parece una excusa (o un argumento, dependiendo de si creemos que eso va a ser así o no) para mirar a otro lado, sobre la que en realidad, intuyo que esa bienintencionada persona no ha reflexionado lo suficiente.

Es más, aunque eso sea así, aunque efectivamente se creen puestos de trabajo cualificados (cosa muy probable, de hecho), quizá sea hora de echar un vistazo sincero al ratio creación-destrucción de empleo, en una sociedad en la que el desempleo y la precariedad no tiende a disminuir, sino a incrementarse, y plantearse qué va a pasar con toda la mano de obra no cualificada que se va quedando por el camino, para la que la reorientación laboral no es una alternativa, no solo por edad, sino porque han de competir por nuevas "hornadas" de nuevos jóvenes ya "reorientados".

Tan fan como soy de las nuevas tecnologías, si vamos a confiar ciegamente nuestra sociedad a un futuro incierto liderado por multinacionales tecnológicas, que evidentemente tienen sus propios intereses y agenda, al menos sería conveniente dejar de repetir el mismo mantra de la creación de la mano de obra cualificada (que, en realidad, quizá no esté tan bien remunerada) y asumir que el destino de una gran parte de la población es irrelevante para estos nuevos procesos y gigantes tecnológicos... y en gran parte, para muchos de nosotros, es decir, los que no vivimos en los márgenes.

Nota al margen: ya sé lo que pasó con los artesanos y muchos otros gremios antes y después, ante la aparición de nuevas tecnologías. Pero quizá sería bueno (y un tanto iluso) esperar algo mejor varios siglos más tarde, y dejar de establecer comparaciones socioeconómicas de realidades demográficas y culturales absolutamente diferentes que no se sostienen por su propio pie.