Tres historias de miedo

Una. Decía el otro día que comí solo, y que únicamente la chica que tenía delante me había dirigido la palabra. Aquella chica parecía tener miedo de todo. Probablemente luego fuese la persona más normal del mundo, pero daba la sensación de esconderse de todo, de querer pasar desapercibida, de no molestar. Incluso cuando se despidió, lo hizo con tal rapidez que para cuando yo había querido reaccionar, ella ya me había dado la espalda y se alejaba, translúcida, casi transparente.

Dos. Cenando con par de amigas hace ya casi un mes, una de ellas nos "confesó" que un chico le gustaba. Se veían muy de vez en cuando, y hablaban, y hablaban, pero jamás había ningún tipo de acercamiento, por llamarlo de alguna forma. Y eso que a ella le atraía y le parecía interesante, pero no se atrevía a decirle nada por vergüenza y miedo a ser rechazada (es posible que no sea exactamente así, pero se aproxima bastante). Nuestro consejo fue muy sencillo: dile que te gusta.

Tres. Hace algún tiempo conocí a una chica a través de este blog. Durante un tiempo estuvimos hablando de formas ciertamente poco ortodoxas, e intenté sin éxito que fuese suficientemente valiente para tomar un café o una cerveza conmigo. Durante semanas fui incapaz de conseguirlo, y cuando ya había desistido casi por completo —tenacidad es mi segundo nombre—, gracias a alguna ayuda adicional acabamos conociéndonos en persona. No diré como acabó todo, pero no hubo nada de que arrepentirse.

No se trata de crear tu propia Kale Borroka personal, sino de ver las cosas con optimismo. De reirse un poco —o un mucho— de uno mismo, de darse cuenta de que vida no hay más que una y que a ti te encontré en la calle.

(Vaya, que trascendente me ha quedado y que contradictorio suena eso tras esa última frase)