Introducing Lobos

Esta es una de esas entradas que, como el 90 % de lo que escribo en este blog, está más dirigida a mí mismo que a los potenciales, escasos pero apreciados lectores. En fin. He vuelto a escribir. Más allá de cuatro tonterías y la novela por entregas Carretera oscura que inauguré el otro día y cuyo desarrollo es totalmente improvisado, hasta el punto de que ni yo mismo sé qué pasará en el segundo capítulo, seguramente porque todavía no lo he pensado, he retomado un proyecto que comencé hace algunas semanas y que aguardaba muerto de risa —de asco, más bien— dentro de Scrivener, el programa que utilizo para escribir. 

Sin embargo, respecto a mi primera novela y su proceso de escritura, he introducido algunos cambios importantes, por el bien de mi salud, de mi relación conyugal —a veces se nos olvida que estamos casados, ¿se lo pueden creer?— y el éxito comercial (y de lectores, sobre todo) del libro. A saber:

  1. Me he puesto un máximo —aproximado— de 50000 palabras de extensión, incluso algo menos. Eso viene a ser algo menos de la mitad de Buena suerte, es decir en torno a 200 paginas. No me gustaría superar en ningún caso las 250 páginas. 
  2. En lugar de escribir en modo brújula —léase yo voy escribiendo y ya veremos dónde acaba esto—, voy a partir de una escaleta, que es en lo que estoy metido ahora mismo. Para los no profanos, aunque es evidente, viene a ser como un esquema de capítulos y escenas. Eso debería acelerar la escritura, al menos en teoría, porque se reducen los nudos argumentales de difícil solución, que mientras escribía Buena suerte padecí más de una vez, llegando a estar bloqueado durante meses. 
  3. Está ambientada en Madrid. Todavía no sé qué grado de protagonismo tendrá la ciudad, aunque sí algunas partes de ella, pero creo que ubicarla en un escenario real le conferirá una verosimilitud que me gustaría alcanzar.
  4. A diferencia de Buena suerte, que oscila entre el thriller, la novela negra y el drama psicológico, Lobos —título provisional— es novela negra pura.
  5. Quiero utilizar un estilo más directo, en todos los sentidos. Frases más cortas y directas, menos bifurcaciones argumentales, flashbacks muy acotados, subtramas acotadas, etc.
  6. Me gustaría, y esto es un deseo más que una realidad, tener el primer borrador a finales de agosto, y la versión predefinitiva, si es que tal palabra existe, en torno a final de año.
  7. Y por último, estoy pensando —decisión también provisional, dado el estadio actual del futurible manuscrito— dar prioridad, una vez esté acabada, a los concursos frente a las editoriales, al menos en un primer intento. Si no funciona, como sería de esperar, entonces veremos.

Y eso es todo, más o menos. Nos vemos por aquí en unos días, con el segundo capítulo de Carretera oscura (cuyo éxito de lectores ha sido, tirando por lo alto, una puta mierda, aunque eso no me vaya a amedrentar) o cualquier tontería que se me ocurra en estas frías noches de invierno. 

Se hace tarde. Es mejor que vayan saliendo.

★ ★ ★ 

Nota al margen: si les ha sorprendido el espacio en "90 %", lean esto.

Carretera oscura - Cap. 1

1

Levanté la mano al verle entrar. No me devolvió el saludo, y se dirigió a mí como si no me hubiera visto. Sin sacarse las manos de los bolsillos de la chaqueta empujó la silla con el cuerpo y se sentó. No reparó en mí. Echó un vistazo a través del amplio ventanal junto al que me había sentado y apretó los labios en señal, supongo, de desaprobación por el lugar escogido. No dije nada. En el exterior, la lluvia caía con fuerza contra las mesas de plástico de la terraza y algunas personas corrían pegadas a las fachadas. Sin embargo, él estaba completamente seco. Bajó la cabeza cuando el camarero se acercó y clavó la mirada en la mesa. Pedí dos cervezas sin consultarle, y debió de parecerle bien porque no puso ninguna objeción. Esperé que el camarero se alejara lo suficiente, saqué la grabadora y la puse sobre la mesa. Se quedó mirándola un par de segundos y me miró sin levantar la cabeza y volvió a apretar los labios. Pensé que se iba a echar atrás, pero asintió y cogió aire. «Vamos allá», pensé. Apreté un botón y una lucecilla roja se encendió en un lateral. No hubo presentaciones. Miró a nuestro alrededor y comenzó.

—Estuve en las primeras reuniones. Noviembre de 2010, según mis notas, año y pico antes de la entrada en vigor de la nueva normativa. Las teníamos todos los martes a las nueve de la mañana, aunque los de financiero siempre llegaban tarde. Al principio éramos por lo menos diez, entre los de producción, calidad, financiero, legal y algún otro departamento que se sumaba de vez en cuando. En las primeras, éramos los que llevábamos la voz cantante. Cada mañana aparecíamos con los resultados de las simulaciones que habíamos hecho durante la semana y los repartíamos entre los asistentes. Si había habido cambios relevantes hacíamos una presentación, si no, Diego o yo explicábamos de palabra los avances. Al acabar, no importaba lo que hubiésemos dicho, el jefe de producción se llevaba la mano a la cabeza y comenzaba a resoplar. Las reuniones no duraban mucho más de veinte minutos. Escogían los dos o tres escenarios más favorables y nos pedían que trabajásemos sobre esos, que los optimizáramos. Es lo habitual cuando se trata de resideñar procesos, pero no se puede optimizar nada hasta el infinito. Yo lo sé y todo el mundo allí lo sabía, es de lógica, joder. Si lo consigues, es que te estás haciendo trampas al solitario, y supongo que fue lo que alguien esperaba que hiciéramos y no hicimos, así que a la sexta o séptima reunión pasaron de nosotros y dejaron de convocarnos. Tanto mejor. Para entonces, estaba claro que financiero era quien mandaba allí dentro. En las reuniones que yo estuve nunca abrieron la puta boca. Un capullo con traje y corbata que acabaría de salir de la universidad tomaba notas y eso era todo.

Se calló cuando vio que el camarero se acercaba con las dos cervezas. Lo siguió con la mirada hasta verlo entrar en la barra y solo entonces continuó.

—En fin, era ya evidente que nosotros éramos más un incordio que una ayuda. Un lunes antes de la reunión el Director Financiero nos pidió los informes y nos comunicó, así lo dijo el muy capullo, «os comunico», que ya no era necesario que asistiéramos, y que a partir de ese momento con que le enviáramos los informes cada viernes a las dos de la tarde era suficiente. No nos explicó nada. Valiente hijo de puta. Tras la reunión, recibíamos un correo con las instrucciones. Que si teníamos que modificar esto, recortar de aquí, probar aquello, así todo. A menudo, o casi me atrevería decir que siempre, Diego y yo nos mirábamos porque las instrucciones o no tenían ningún sentido o era totalmente imposible de aplicar. Supongo que es lo que pasa cuando metes tus zarpas en algo que no entiendes. Eso mismo, que era imposible, pero adornado con palabras suavizadas, era lo que poníamos en el siguiente informe, así que un mes más tarde dejaron de pedirnos los datos de las simulaciones y nos apartaron del proyecto. Pensamos que nos iban a pegar la patada, pero no pasó. Todo se diluyó y pasado un mes era como si todo aquello nunca hubiera sucedido, aunque en calidad y producción todo el mundo sabía que habría que hacer cambios y que no se iban a hacer solos. Sin embargo, ¿qué vas a hacer? Tú haces lo que te mandan, para eso te pagan, ¿no? No es tu jodido problema. Sigues trabajando y supones que alguien más listo o mejor pagado que tú pensará algo, y bueno, lo cierto es que alguien pensó algo, ¿no le parece? El resto de la historia ya lo conoce, o quizá no tanto, pero es suficiente.

Hizo una pausa y me miró, inquisitivo. Comprendí que no iba a darme más y apreté un botón en la grabadora. El pequeño led rojo se apagó y tuve la sensación de que respiraba aliviado:

—Bien, ya tiene un par de nombres para ir tirando del hilo. Si consigue más pasta, ya sabe dónde estoy, pero —titubeó— la próxima vez busque un lugar más discreto.

Dejé el sobre encima de la mesa. Él sacó la mano de la chaqueta, lo cogió y lo guardó sin abrirlo. Me interrumpió antes de que pudiera abrir la boca.

—No se preocupe, sé que está todo. Confío en usted, pero, pero no me joda porque la mato. No me importa que sea usted una…

Dejó la frase en el aire y yo la terminé:

—Una mujer.

Me miró, molesto, incómodo.

—Tenga cuidado —añadió antes de levantarse y darse la vuelta.

Me quedé observando cómo salía del bar. Había dejado de llover y las luces de las farolas brillaban sobre las aceras. Guardé la grabadora en el bolsillo. Miré su cerveza, intacta. La alcancé y le pegué un trago, mientras le hacía un garabato en el aire al camarero. Mire alrededor. Todo parecía normal.

Siguiente capítulo en dos o tres semanas.