Ricardo

Ricardo me lo dijo meses más tarde. Al final, me confesó que aquel acto de valentía, honradez y responsabilidad social que me había estado contando hasta entonces, había tenido unas razones algo más sustanciosas y sólidas que los etéreos principios morales sobre los que me solía sermonear. Filtrar aquel informe interno, en el que había estado trabajando durante seis meses, le costó su trabajo y su carrera; a nadie le gusta tener un chivato en plantilla. Se arrepentía de lo que había hecho, aunque no me cabe duda de que más influido por las consecuencias que por el hecho en sí; quería, ansiaba sentirse justificado moralmente, aunque los dos sabíamos que la ética había tenido más bien poco que ver en todo aquello.

Ahora no lo habría hecho era la cantinela que repetía sollozando cada vez que llegaba al cuarto o quinto whisky, que de una forma u otra, siempre acababa pagando yo. Porque los quince mil euros que había conseguido de su contacto en el periódico, una vez estuvo sin trabajo, con un despido procedente en la mano y su creciente afición por el alcohol, le duraron más bien poco; los últimos ochocientos nos los gastamos él y yo yendo una noche de putas. Las chicas las pagó él, y creo que precisamente esa es la razón de que le siga pagando los whiskys.

Esa, y que gracias a aquel informe, aunque él no lo sepa, yo ascendí a reportero jefe.