Fracasos

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Siempre me he considerado un gran aficionado al cine, sin demasiado criterio probablemente, pero aficionado después de todo. Pensándolo dos veces al mismo tiempo que lo escribo, quizá lo que me atraiga en realidad sean las historias, y ver películas —buenas, malas o regulares— es una actividad que a cambio de poco tiempo y esfuerzo proporciona una cantidad adecuada de mi sustancia preferida. Eso se lo debo (y agradezco) sin duda a mi padre, que en en materia cinematográfica tiene la misma versatilidad que yo. Sirva esto como breve introducción.

Running es una película de 1979 protagonizada por Michael Douglas, y que, aunque no es, a decir por las críticas, una gran obra, recuerdo con bastante intensidad. No les voy a molestar con la sinopsis más de lo necesario, solo les voy a destripar el final. Michael Andropolis es un hombre que ha fracasado en todos los ámbitos de la vida: profesional, familiar y social. Un pobre tipo en proceso de divorcio, despreciado por sus hijas, sin trabajo ni perspectivas de encontrarlo y con un largo historial de decepciones y proyectos incompletos a sus espaldas —incluida su frustrada trayectoria como joven atleta—, y al que lo único que le reconforta es correr.

Un buen día, como manera de reconciliarse con la vida, Andropolis se levanta con la intención de representar a su país en la maratón de los JJ. OO. de Montreal. Tras mucho entrenamiento y algo de suerte, se hace con una de las tres plazas que representan a su país. Para sorpresa de todos, el día de la competición dosifica sus fuerzas y a mitad de carrera comienza a distanciarse en cabeza del grupo principal. Por primera vez, la suerte parece sonreírle a Andropolis.

Entonces aparece la vida. Al girarse en una curva para medir la distancia que le separa de sus perseguidores, resbala con unas hojas y cae al suelo bruscamente. Allí, tirado en la cuneta y herido en el hombro y las piernas, permanece durante horas, mientras el resto de los corredores atraviesa la meta. Anochece y las calles se abren al tráfico. Entonces, contra todo pronóstico y su propia historia personal, contra todo lo que cabría esperar de él, resuelto a evitar que la carrera se convierta en otra decepción, logra llegar al estadio, donde el público le recibe eufórico con aplausos.

Supongo que la película debe leerse en clave de superación: a pesar de las circunstancias, Andropolis se pone en pie, encara su situación y acaba la carrera. Sí, se reconcilia con su familia y demuestra que es capaz de enfrentarse a los problemas, de acuerdo. Sí, él tenía buena parte de culpa en todos sus fracasos, y eso es un cambio. De acuerdo, de acuerdo, de acuerdo. Sin embargo, nunca he sido capaz de darle esa lectura, y recuerdo la escena de la caída como un momento realmente amargo, cruel incluso. Tras una existencia marcada por el fracaso y la decepción, cuando solo queda una única cosa a la que aferrarse, qué importa de quién sea la culpa, qué importa incluso si lo merecías o no, no tuviste la culpa, es cierto, pero fallaste de nuevo.

No sé la edad que tenía cuando vi la película, pero me viene a la memoria, frustrado e incluso hundido, haberle preguntado aquella tarde a mi madre por la justicia de aquello. A lo que ella me contestó que hay personas que simplemente no tienen suerte. Quizá el tiempo se haya sacado esa frase de la manga y mi madre nunca la pronunciara, pero eso es lo de menos. Es algo de lo que me acuerdo de vez en cuando. No importa el esfuerzo, la dedicación o las ganas, hay ocasiones en las que la suerte no aparece, en las que querer no es poder, y así es la vida. Y eso no es bueno ni malo. Es simplemente así.