El mundo de ayer, memorias de un europeo. Stefan Zweig

Casi al filo de mi cuarenta y dos cumpleaños he acabado de leer "El mundo de ayer, memorias de un europeo", que me regalaron mis padres por mi anterior cumpleaños. El libro es la autobiografía de Stefan Zweig, desde sus años de juventud hasta 1941, un año antes de suicidarse, en plena Segunda Guerra Mundial, desesperanzado por el imparable ascenso del nazismo en Europa y la convicción de que estaba todo perdido.

Más allá de la exquisita prosa de Zweig, uno no puede sino sentir una relativa envidia, y eso lo explicaré luego, por el entorno cultural en el que se creció y movió, además de las personalidades que conoció y con la que en algunos casos llegó a entablar una buena amistad: Herman Hesse, Rainer Maria Rilke, Richard Strauss, Auguste Rodin, Thomas Mann, Sigmund Freud, Paul Verlaine, Hugo von Hofmannsthal, Max Reinhardt, Máximo Gorki o Paul Valèry, entre otros muchos. La lista parece interminable.

Zweig impregna todo el texto de una humildad embriagadora, quitándose de encima el esfuerzo y los méritos personales que le llevaron a conocer a tales personalidades, que sin ninguna duda eran muchos. Tal y como lo narra, parecería que todo eso le vino dado, que para alguien que hubiera estado en su momento y lugar, hacer aquellas amistades no era algo contingente, sino necesario.

También muestra un optimismo tan ingenuo como a veces, quizá para estos tiempos, infantil, especialmente en torno a las cualidades humanas y el futuro europeo, aunque ya en la narración de los meses previos a la Primera Guerra Mundial se percibe cómo el pesimismo va calando en sus pensamientos, y sigue creciendo a medida que se avanza en el libro, con los primeros escarceos del nazismo en Europa, las conversaciones en torno a Austria, su patria, como moneda de cambio, y el ascenso de Hitler frente a la pasividad europea. Y ahí lo de "relativa" que decía antes. Por mucho que tratemos de romantizar una existencia que estuvo plagada de emociones y vivencias, que sin duda así fue, no hay que olvidar que Zweig sufrió en sus carnes la Primera Guerra Mundial y los inicios de la segunda, tuvo que huir de su hogar varias veces, fue un apátrida en sus últimos días, y acabó finalmente suicidándose.

Para acabar, no puedo dejar de comentar un detalle que me ha llamado la atención, que evidentemente hay que juzgar a la luz de la distancia que imponen los ochenta años que separan la autobiografía de nuestros días. A pesar de que Zweig muestra una evidente simpatía (digámoslo así) por la "liberación" de la mujer, dedicando varias (no me atrevo a decir que bastantes) páginas a reflexionar sobre las restricciones a las que estas estaban sometidas en su juventud, y contrastándolas con la mayor libertad (relativa, de nuevo) que estas tenían en su madurez, no recuerdo apenas menciones de mujeres, sino como personas satélite de personalidades a las que conoció. Pero ese hecho, curioso de por sí, queda minimizado frente al hecho de que su propia mujer queda sepultada en la narración, que se mueve en la primera persona del singular que utiliza en todo el libro (con excepción de cuando habla de los europeos, los austriacos, etc.). Es Zweig el que se atormenta, el que viaja, el que se exilia, el que huye, el que sufre, el que disfruta... aunque es importante mencionar que en 1942 fueron él y su mujer los que se suicidaron.

De hecho, creo recordar que su mujer (cuyo nombre tampoco recuerdo haber leído, incluido el hecho de que estuvo casado dos veces) aparece únicamente en dos breves menciones de un texto de 540 páginas, y si bien me puedo equivocar, su presencia no es desde luego constante. Para poner un ejemplo clarificador de lo abrumadora que es dicha ausencia, ya en la parte final de la novela, a punto de comenzar la IIGM, Zweig narra lo siguiente (cuyo lenguaje que ya es de por sí revelador):

«No obstante, quería poner el máximo posible de orden en mi vida civil y pública, y como tenía intención de volverme a casar, no quería perder un instante, no fuera a ser que el internamiento en un campo de concentración o cualquier otra medida imprevista me separaran de mi futura compañera».

Pues bien, al leer este breve fragmento, quedé tan sorprendido por la mención a una boda y una compañera que en las últimas cien o doscientas páginas, como poco, no había sido mencionada, que llegué a pensar que me había saltado algún fragmento, o que quizá lo de casarse era una ilusión, un deseo, un "plan futuro" que albergaba Zweig antes de morir o de cara a su vejez, porque no acababa de entender con quién se iba a casar, pues nada me hacía sospechar hasta ese momento que tuviera pareja. Y sin embargo, la tenía.

Y esa mujer, para que conste, se llamaba Charlotte Elisabeth Altmann, y se suicidó el 22 de febrero de 1942.