Conociendo a James Joyce

Hace muchos años, mientras tomaba una cerveza, se me acercó un individuo, y sin mediar palabra, se sentó conmigo. Al principio permaneció por horas, minutos, segundos, instantes, millones de momentos, días quizá, quieto, estático, inerte, muerto, pululando con su ser sobre mí. Me olfatea, me siente, me saborea. El camarero pasa a nuestro lado, nos mira, nos sonríe —¿le conozco de algo?—, y sin un paso de indecisión, pasa de largo. Quizá altivez. Sus ojos se clavan en algo a mi espalda. Sonríe. Huelo a cerveza. A alcohol. A humo. A Dublín. Su atención se posa en mi.

ÉL: (Mirándome fíjamente) Hola

YO: (Intentando aparentar tranquilidad) Hola

Rozo la mesa con mis dedos y la encuentro arrugada, estropeada, quizá molesta a ser utilizada de nuevo como una vieja puta, pero suave por las caricias de tantas manos. Eterna. Madera. Luces tenues. Conversaciones. Una mujer a mi espalda. Una cacatúa. Música. Risas. Un chico le roza la mano a otro que tiene al lado, disimuladamente. A escondidas, y yo lo veo y me siento como un intruso. Su amigo reacciona y le acaricia disimuladamente. Mi compañía comienza a hablar. Se me acerca poco a poco, hasta colocarse a un par de dedos de mi. Puedo sentir su aliento y tengo arcadas. ¡Sepárate!, suplico sin abrir la boca. Se levanta y me habla desde la barra, a gritos haciendo que todo el mundo le oiga. O vuelve y me susurra al oído como un amante a otro. Su respiración de nuevo. Calla, escribe algo y me lo da a leer. Ahora deja de mirarme y habla con la mesa de al lado, y no sé ya a quién le habla pero intuyo que sigue siendo a mí. Se distancia hasta que casi no le oigo y se vuelve a acercar hasta que me hace sentir incómodo. Oigo sus voces en mi cabeza, pero no sé si es él o soy yo. Desaparece y vuelve a aparecer, y yo siento como si el tiempo se hubiera detenido. Se levanta y mirándome desde arriba, me sonríe y me habla, pero su boca no se mueve al ritmo de sus palabras y no entiendo nada. No sé si hablo o no. Leopold, Molly y Stephen, susurra. Se levanta y tres personas se le unen cuando sale por la puerta del pub.

Un mes más tarde recibo una carta suya; la leo pero no la comprendo. Y al mes, cuando la vuelvo a leer, ya no es la misma. Ayer mismo la releí.

Y juraría que jamás la había leído antes.