Jota Erre

Sigan, sigan. Sí, sí, ahí, debajo de la fotografía. Vayan, vayan, no hay nada que temer. Confíen en mí. No hay una frase que dé más miedo, ¿verdad?

La imagen es de Jason Auch en Wikimedia Commons

La imagen es de Jason Auch en Wikimedia Commons

No sé si han caminado ustedes por un lugar como el de la imagen. No, imagino que no. Yo tampoco, por si acaso se lo preguntan. Tengan paciencia, enseguida verán a santo de qué viene todo esto.

Hace cosa de un mes comencé a leer uno de los libros que me regalaron por navidades: Jota Erre, de William Gaddis. No sé si les suena el libro o el autor. Probablemente no. No importa. Cuando lo pedí yo ya había leído sobre él en el blog La medicina de Tongoy (la imagen de la portada es de su blog), que hace una reseña fantástica, además de en algún otro sitio. Iba sobre aviso. Sabía que era "raro", pero después de La broma infinita de DFW (que está en proceso) y de La subasta del Lote 49 de Pynchon (al que le espera una relectura), estaba preparado para cualquier cosa. Así que después de tenerlo ocho meses esperando en la estantería del comedor, finalmente me decidí a abrirlo. He de adelantarles que no lo he acabado, pero sí (creo) que he llegado lo suficientemente lejos para poder escribir sobre ello. Ya voy, ya voy.

Vale, déjenme pensar. No sé cómo comenzar. Ah, sí. Ahora.

Imaginen que comienzan a cruzar un lugar como el de la fotografía saltando entre placas de hielo para ir de una orilla a la otra, sin nada más que sus propios pies. Comenzarán con miedo, porque no están acostumbrados: no saben si la placa sobre la que están se romperá o si la siguiente aguantará. Pero si continúan andando el tiempo suficiente, poco a poco irán ganando confianza (lo que no significa que se puedan relajar), y a medida que avancen se darán cuenta de que las placas son más sólidas de lo que pensaban y comenzarán a disfrutar de una fantástica experiencia. Sí, tengan por seguro que al principio mirarán hacia delante y tendrán miedo de fallar en algún salto y no llegar al final; se preguntarán qué hacen allí en medio de ese inhóspito lugar y querrán irse lejos de allí. Pero a veces, mirarán hacia atrás y se darán cuenta de que lo que antes era tan solo un montón de placas de hielo aisladas y diferentes entre sí, simples trozos de hielo, empieza a convertirse en algo: en un camino que no pensaban que existiese, al mirar cada placa, diferentes unas de otras.

Eso es Jota Erre. No sé si me siguen o se han quedado varados en el párrafo anterior. Bien, probemos otra forma. 

Jota Erre son casi 1200 páginas repletas de diálogos fascinantes sin atribución ni contexto en los que intervienen decenas de personajes, entrelazados por complejas descripciones. ¿Qué significa esto? Que a menudo no tienes muy claro quién está hablando, dónde se encuentran los personajes o de qué están concretamente hablando. En ocasiones lo intuyes, otras simplemente te dejas llevar. El hecho de que los diálogos sean tremendamente reales añade una complejidad adicional: como en cualquier conversación, los personajes saltan de unas ideas a otras, son interrumpidos, dejan frases a medias, titubean. Nadie explica la acción. Ellos hablan. A veces hablan de otras personas utilizando el nombre propio, a veces el apellido. No importa si están en un sótano o un autobús. Si es procedente en la conversación, si sería procedente en una conversación real, aparecerá. Si no, no lo hará.

Ah, otra cosa. No hay capítulos. Es decir: no hay pausas, no hay páginas en blanco, no hay reposo. Es un continuo. Ya saben, si se detienen quizá la placa se rompa.

No les niego que al comienzo del libro lo que sientes es frustración. Te encuentras frente a diálogos en los que a) no sabes quién habla, b) no sabes quiénes son las personas que están en la escena, c) no sabes de qué están hablando, y d) no sabes dónde transcurre la acción. Entonces quizá aparezca una descripción, a veces en una frase tan larga como una página y tan enigmática como un jeroglífico egipcio, que te mueve la placa y te obliga a saltar. En la siguiente escena probablemente haya personajes diferentes que hablan en un lugar diferente sobre cualquier otro tema. Por supuesto, esto no es siempre así. Lo es sobre todo al principio. Hasta la página 150, quizá; no recuerdo el momento del cambio. Entonces sigues perdido, pero ya no te preocupa. Continúas saltando. Disfrutas del balanceo de la siguiente placa, del sonido del agua, del viento helado. Ya no estás tan inseguro. Sí, quizá cuando te apoyes se rompa y tengas que pasar a otra diferente, pero no importa. Empiezas a ver la experiencia en un marco mayor que cada diálogo, que cada conversación, que cada descripción.

No se equivoquen; Jota Erre no es el caos. Pero de alguna forma, acaba consiguiendo que dejes de preocuparte, como harías en cualquier otra novela, por saber si habla éste o aquél; ya no cuentas los guiones, como harías en cualquier otra novela, para ver si te has despistado, porque a veces hay media docena de personas hablando en la misma conversación pero nadie levanta la mano y dice: Eh, yo soy fulanito. Simplemente continuas leyendo (no he dicho pasando páginas, he dicho leyendo) y al tiempo ves un destello de luz aquí, otro allí, otro más lejos. Reconoces un personaje en un diálogo, un tema de conversación, ves conexiones. Y a veces crees que estás en tierra firme y entonces la historia te obliga a saltar. O piensas que ves la imagen completa pero entonces el hielo se rompe delante de ti.

Mis sensaciones leyendo Jota Erre están siendo en parte similares a las de La subasta del Lote 49. A veces creo que he entrado en la historia, y entonces todo desaparece y el libro me escupe a otro lugar en el que no he estado y que a veces ni siquiera sé qué tiene que ver con lo que he leído antes. Entro y salgo continuamente. Sé que hay cosas flotando alrededor de mí, cosas que no acabo de ver, pero que están ahí. Que todo tiene un sentido y que tarde o temprano se mostrará. Es una sensación amarga y dulce a la vez.

Eso es Jota Erre. Seguramente no es parecido a nada que hayan leído antes. No sé si me he explicado, espero no haberles asustado. Si quieren saber de qué va el argumento, vayan a otra parte o mejor, lean el libro. Es algo diferente, es algo grande (pero que hará que otros muchos libros les parezcan aburridos). Es un libro inmenso (en muchos sentidos) que les obligará a pensar, a estar despiertos.

 

«[…] Espero que a todos los lectores esta historia les sirva para estar prevenidos y hacer alguna aportación a las alas del tiempo, problema, joder, es que casi todos los lectores preferirían estar en el cine. Prestar atención, pensar algo, sacar una conclusión, problema, joder, es que casi todos los libros están escritos para lectores completamente satisfechos con lo que son, preferirían estar en el cine, llegan con las manos vacías y se van igual, joder, lo que le decía a Scharmm Bast. Si les pides que hagan un mínimo esfuerzo, joder, quieren que se lo den todo hecho, se levantan y se van al cine, […]» (Pág.446-447)

 

(Me disculparán que le robe el fragmento al blog que les decía. Me parece sublime como elección y no me atrevo a buscar ninguna).

Si no, se pueden ir al cine. Pero si han llegado hasta aquí, probablemente sea que sí.