Fin de las reseñas literarias

Imagen por mangostar en Wikimedia Commons. Está borrosa, pero eso es cosa suya.

Imagen por mangostar en Wikimedia Commons. Está borrosa, pero eso es cosa suya.

He decidido dejar de reseñar libros. Es más, he eliminado aquellas críticas ya publicadas, a excepción de una sobre Jota Erre (Sexto Piso), que no calificaría como tal. Lo decidí el otro día, mientras podaba el blog y le daba brillo. Es, sin ninguna duda, una decisión dirigida en todo momento por el optimismo desmesurado, la soberbia, la ausencia de modestia y una versión del cuento de la lechera en la que yo soy el protagonista.

Les expongo el fantasioso razonamiento que he seguido. 

Imaginen que, por azares del destino, mi manuscrito, ese que hace unas semanas se fue —que largué, más bien— de casa a buscarse la vida, llega a manos de un editor, un comité, o yo qué sé, a manos de quien quiera que decida la publicación del texto de un novel, y lo aprueba. Que ya hay que estar loco, pero en fin, esa es otra historia. El caso es que, con independencia de la razón, el sentido común y las buenas costumbres, contra todo pronóstico (falsa modestia, no se engañen) el texto pasa todos los filtros y alguien, en algún sitio, en algún momento, dice algo así como: "Bien, publiquémoslo". Que dicho así suena un poco dejado, y me lo imagino en plan "Pues vale, si no hay más remedio" mientras la persona en cuestión resopla y eleva los ojos al techo pensando en qué punto del pasado se equivocó y lo bien que estaría en una isla rodeado de cocoteros y palmeras que acarician las cristalinas aguas del Pacífico. Sea como fuere, el resultado es el mismo: una persona física o jurídica decide publicarlo. Y mientras lo publiquen, casi admito que me escupan.

Bueno, no. 

Supongan entonces que alguien relacionado con la editorial agraciada acaba un día, por aburrimiento o curiosidad o casualidad, en mi blog —o donde quiera que esté usted leyendo estas líneas—, y se da cuenta de que hace X años publiqué una entrada en la que ponía a caer de un burro el libro de Menganito, que por casualidad resulta ser un autor de la casa. No he hecho muchas reseñas así, pero alguna con muy mala idea sí he hecho. Incluso más de la que el libro se merecía.

En fin.

Lo que pasa después se lo pueden imaginar. El manuscrito va directo a la papelera, con una cruz figurada encima. Además, en una suerte de cuento de la lechera invertido, ese editor llamaría a todos sus colegas y a todas las agencias literarias, y todos me pondrían esa misma cruz, u otra similar, también figurada, encima. Y caería un satélite ruso sobre mi casa, lo que sería un final poético, que es como deberían ser todos los finales. Vale, quizá no poético del todo, pero no me negarán que morir aplastado por un Sputnik no tiene cierto encanto.

Algo así.

Visto en perspectiva, tampoco soy un lector excepcional, y como reseñista soy todavía peor, así que el mundo de la crítica literaria no se pierde gran cosa. Lo único que les puedo decir es que lean Chicas de Emma Cline y El adversario de Emmanuel Carrère. Y esa es, por ahora, mi última palabra sobre el tema.