Snowfall: una crítica

Releyendo, casi un año más tarde, la última entrada que escribí sobre las mascarillas, me doy cuenta de que no estuve especialmente acertado, por decirlo suavemente, así que para variar, que me estaba poniendo muy serio, hoy voy a hablar de otra cosa.

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En concreto, de una serie que acabé de ver hace unos días: Snowfall. Si van ustedes a la página de filmaffinity en cuestión, donde tiene una puntuación de 7,1 (excesiva en mi opinión), las dos primeras frases de la sinopsis son estas: "Los Ángeles, 1983. Drama sobre el origen de la epidemia del crack y su devastador impacto en la cultura como la conocemos".

Con ese comienzo, la debilidad de Laura por las temáticas sociales y la falta de alternativas decentes, no costó mucho decidirse a verla.

En realidad, esperábamos ver algo más en la línea de The Corner, de David Simon (más conocido por The Wire), serie que tiene un muy merecido 8,2 en filmaffinity. De acuerdo, quizá no que fuera tan buena, pero al menos... en la línea. Desgraciadamente, la realidad fue algo más decepcionante.

Y aquí es donde empiezo a destripar la serie. Empecemos.

La serie narra, haciendo uso de cuatro temporadas y demasiados capítulos, la historia de Franklin Saint, Teddy McDonald, Gustavo Zapata y varios personajes más en el contexto del narcotráfico de los 80, la aparición del crack en los USA y los movimientos de la CIA en Latinoamérica. Dicho así suena un poco vago, pero estaremos de acuerdo en que tampoco tiene mucho sentido contar la historia de principio a fin.

El principal problema de la serie, que empieza a vislumbrarse hacia el final de la segunda temporada, es que poco a poco va asumiendo unos cimientos que en realidad no ha sido capaz de construir.

El primer ejemplo de esto con el que nos encontramos es el de Lucía Villanueva, la hija de un narcotraficante a la que otros personajes califican en repetidas ocasiones de psicópata. El problema es que si hay algo que no parece Lucía Villanueva es una psicópata; en comparación con la gran mayoría de personajes, ella es una persona bastante normal. Si quieres que me crea que es una psicópata, muéstrame actitudes y comportamientos de psicópata. Dame un contexto y una atmósfera en la que me pueda creer que lo es. De acuerdo, importa y vende droga, pero es que eso lo que viene a hacer un narco. Si eso, por sí solo, convierte a una persona en un psicópata es un debate para otro momento.

Otro problema más profundo, por su importancia en la trama, es el de Franklin, el personaje principal. Un chaval avispado que se abre paso entre narcos, vendedores de armas, agentes de la CIA y calaña semejante y con su esfuerzo e inteligencia crea un imperio de la nada vendiendo crack en su barrio. La cuestión es que siendo, como se supone que es, como se dice en un momento, uno de los principales distribuidores de crack a nivel nacional, no tiene laboratorios, ni una gran logística, ni apenas distribución. En realidad, la cocaína la recoge él personalmente, el crack lo fabrica su círculo cercano (media docena de personas) en la cocina de la casa de su primo, por turnos, y lo venden un puñado de chavales del barrio. El resultado es que lo que la serie quiere “vender”, un gran narco, y lo que muestra, un puñado de camellos, no cuadra.

Eso mismo se aprecia en la posición de dominancia que se intenta mostrar en relación con otras "bandas rivales". En torno a la tercera temporada, la madre le insiste en dejar el “negocio”. Y la respuesta que él da es muy de familias de mafiosos italianos: no puede hacerlo, porque las bandas rivales se matarán por su puesto si él se larga. Y tú te preguntas: ¿qué? Porque en realidad, esas supuestas bandas rivales no son grandes cárteles de la droga, ni la Cosa Nostra. Son una docena de chavales en cada bando, sin una gran organización, que además, acabarían matándose igual. Pero, como antes, tampoco se transmite que la "banda" de Franklin (ya lo he dicho, media docena de personas y alguno no muy listo) tenga esa posición de superioridad como para que se pueda crear tal "vacío".

Otro punto a destacar es el discurso que se lleva el protagonista. Al mismo tiempo que está masacrando a la población negra vendiéndoles crack, convirtiéndolos en adictos y destrozando el barrio, algo de lo que parece darse solo hacia el final de la serie, cuando ya le da igual, se atreve a hablar del racismo y la pobreza que sufren los afroamericanos, reivindicando algún tipo de activismo que él debe pensar que lleva a cabo haciéndose millonario vendiendo crack a gente pobre. Eso, por cierto, tampoco se entiende, porque el ámbito geográfico en el que se mueve el protagonista y su gente es en realidad bastante limitado, y nada hace sospechar que haya habido algún tipo de expansión como para hacerse con tal cantidad de dinero.

En definitiva, la historia se va construyendo sobre unas premisas que en realidad no ha sido capaz de establecer, y a medida que la serie avanza, esas carencias se van notando cada vez más, porque el imperio del protagonista se supone que crece, se expande y se hace más poderoso, pero en la pantalla sigue apareciendo el mismo chico negro avispado que fabrica crack en la cocina de su primo y lo vende en las cuatro calles que rodean su casa.

Una pena. Prometía más.

Series (I): The Strain, Stranger Things, Fargo, The Wire, Catastrophe

A las buenas. Aprovechando que me han dejado de rodríguez y que acabo de rematar la temporada 1 de The Strain, se me ha ocurrido hacer una serie de entradas comentando algunas de las series que durante estos años hemos visto, hasta donde la memoria me permita y basándome en la impresión que me dejaron. Tranquilidad: como no tengo intención de desvelar detalles de las tramas, no me explayaré demasiado; para eso ya hay un montón de páginas. Dejaré fuera blockbusters del tipo Anatomía de Gray, House, Sexo en Nueva York, Friends y demás. No todos, según me dé. No tendría mucho sentido hacer una crítica de algo que todo el mundo sabe de qué palo va. Empecemos.

 

The Strain.

Como decía, acabo de rematar la temporada 1 y la impresión es que la serie es más bien flojilla. Supongo que el hecho de que la serie venga firmada por Guillermo del Toro ha ayudado a darle algo de fama (inmerecida). La serie mezcla diferentes elementos fantásticos en una especie de batiburrillo que en algunos momentos parece que los guionistas se inventen sobre la marcha (lo que no es así dado que está basada en un libro de Guillermo del Toro, pero sí lo parece).

A medida que la temporada avanza, te das cuenta de que su esquema se parece bastante al de The Walking Dead (lucha de grupo variopinto de personas algo estereotipadas en una cruzada común), aunque evidentemente con algunos cambios. Las interpretaciones no son nada del otro mundo, aunque la que realiza la madre de una de las protagonistas destaca por ser especialmente penosa. Entretenida, y ya. 

 

Stranger Things.

Esta serie, que parece que ha renovado para una segunda temporada, fue una de las revelaciones de este verano. El argumento es sencillo: un chaval se pierde en el bosque y en la búsqueda, sus amigos se meten en un fregao de tres pares de narices donde está el gobierno y algún que otro bicho paranormal. Francamente, aunque todo el mundo estaba loco con ella, no me pareció nada del otro mundo, más allá de ser un homenaje (a veces excesivo) a películas como Los Goonies o ET, incluyendo la estética.

Las interpretaciones, aceptables. Y discrepo de la opinión generalizada: a mí la niña no me transmite absolutamente nada en toda la serie.

En resumen: pasable, aunque sea como recordatorio de tu infancia. Aunque recuerden que, como decía Félix Grande: Donde fuiste feliz alguna vez / no debieras volver jamás: el tiempo / habrá hecho sus destrozos, levantando / su muro fronterizo / contra el que la ilusión chocará estupefacta. Están advertidos.

 

Fargo.

Esta serie es algo mucho más serio. A pesar tener el mismo nombre, no comparte trama ni personajes con la película de los hermanos Coen, pero sí evoca la estética, la manera de narrar, el humor negro y el carisma de los protagonistas.

Cada una de las dos temporadas plantea un escenario y unos protagonistas diferentes, cuyos detalles argumentales los tienen en filmaffinity. Las interpretaciones, sublimes todas ellas, y si tienes debilidad por Billy Bob Thornton como es mi caso, no puedes dejarla pasar. Yo no me la perdería.

 

 

The Wire.

Esta es la serie que se supone que hay que ver, que entra en la categoría de Los Soprano, A dos metros bajo tierra, Mad Men o Breaking Bad. Ya saben, una serie que en algún momento recibió la categoría de "Mejor serie de todos los tiempos". En fin. No les diré que la he visto entera, porque mentiría; llegué hasta el final de la segunda temporada, y debido a la falta de acompañamiento (es decir, que a Laura no le gustaba), acabé abandonándola.

La serie es una puñetera maravilla, en serio, pero no es algo como para ver mientras comes palomitas o miras el móvil, porque la complejidad argumental y el número de personajes hacen que no te puedas despistar, y aun así en ocasiones te preguntas quién coño es ese personaje o qué relación tiene con otros. Resumiendo, la serie es muy buena, pero es compleja y requiere una buena dosis de concentración.

 

Catastrophe.

Voy a acabar este post con una de las mejores series que hemos visto este verano y cuyas dos temporadas nos zampamos casi de una sentada. El argumento es sencillo: chico estadounidense (Rob) durante un viaje de negocios a Londres conoce a chica irlandesa (Sharon) y el folleteo ininterrumpido acaba en embarazo. El resto es una deliciosa comedia británica en la que ambos personajes (que son los directores y guionistas, y en la realidad se llaman también Rob y Sharon) intentan sobrevivir a las nuevas circunstancias.

En resumen, una serie muy agradable, sembrada de humor y conversaciones inteligentes, ironía, realidad, algo de mala leche y un conjunto de buenas interpretaciones, tanto de ellos dos como de los diferentes personajes secundarios. Que su puntuación en filmaffinity sea sólo de 7.1 es algo que me supera. 

 

Y eso es todo. La semana que viene (o cuando me acuerde), hablaré de A dos metros bajo tierra, Mr Robot, Transparent, The Knick, The Affair y The girl experience.

Vayan con cuidado.

Los Tudor

Hace ya unas cuantas semanas que estamos viendo la serie Los Tudor, que relata el reinado de Enrique VIII, famoso entre otras cosas por haber roto con la Iglesia Católica. Sin embargo, se han hecho algunas concesiones a la galería nada despreciables. Ante ustedes, el Enrique VIII "original" y el de ficción. Que me maten si se parecen en algo.

No nos gusta la mierda: nos encanta

Sábado, las 02:05 de la madrugada. En Antena.Neox y La Sexta están poniendo dos de las mejores series de comedia de los últimos años, si no las mejores: The Office la (versión estadounidense) y Rockefeller Plaza. Búsquenlas y véanlas si no lo han hecho ya, verán como no me equivoco.

Al mismo tiempo, en las dos principales cadenas del país ponen, en el sentido más literal de la palabra, Mierda, con mayúsculas. Programas de mierda con gente de mierda que millones de personas ven todos los viernes.

No tengo ninguna duda de que el hecho de que dos maravillas como estas estén relegadas al horario de madrugada de los sábados en dos cadenas minoritarias, mientras la gente consume gustosamente mierda a palazos, explica muy bien porqué en este país hay más de cuatro millones de parados y nos estamos yendo a la mierda. Es muy simple: la mierda nos encanta.

Explicaciones

Hace ya unas semanas escribí sobre el tema del doblaje, y en ese post (que quizá cuando lean esto ya no esté disponible en el blog, aunque sí en su lector RSS preferido) tuve la osadía de meterme con aquellos que se muestran absoluta e incondicionalmente en contra del doblaje. Uno de ellos era Joan Planas, quien, a pesar de que no estaba referenciado vía hiperenlace, llegó a parar a este triste y cada día más abandonado blog (Technorati, que es muy listo), leyó lo que escribí y me mandó un correo.

Su escritura me sigue pareciendo odiosa, y ajena a las reglas de puntuación más básicas, pero para que no se diga que les oculto información, aquí tienen su blog si se quieren formar una opinión propia. En cualquier caso, no voy a entrar a valorar lo que me comenta en su e-mail; no tengo ganas ni tiempo de entrar en debates estériles que previsiblemente no nos llevarán a ninguno de los dos a cambiar de opinión; al fin y al cabo, yo estoy más cerca de Weber que de Habermas y la experiencia me ha demostrado que la realidad también.

A lo que venía es que dice Joan que no le doy derecho a defenderse, y en eso tiene su parte de razón. Claro que este no sería el lugar más apropiado, porque él ya tiene un blog, pero bueno, lo cierto es que hace ya unas cuantas semanas que eliminé de este blog el acceso a los archivos históricos, y en lo que a esta entrada concierne, la posibilidad de dejar comentarios (y por tanto, de rebatir mis opiniones, aunque no suele ser habitual que critique a alguien directamente), todo ello sin dar absolutamente ninguna explicación.

En realidad, es muy sencillo: la posibilidad de que alguien dejase un comentario me obligaba a visitar de manera regular el blog, y responder cuando fuese el caso. Al mismo tiempo, el hecho de que los hubiese evidenciaba la presencia de lectores, lo que me obligaba a mantener un ritmo constante (a veces, incluso demasiado) de publicación que en ocasiones me sobrepasaba. En definitiva, convertía algo que debía ser un placer en un deber, lo que me generaba ansiedad y una cierta obsesión, aunque de poca intensidad.

Y esa es la razón de que no puedan ustedes dejar comentarios; quiero poder escribir sin pensar si alguien está "esperando" que lo haga, y desde el otro punto de vista, poder dejar el blog dos semanas quieto sin que ello me produzca la menor inquietud. Parece razonable, ¿no? Ni que decir tiene, claro que sí, que pueden mandarme un e-mail siempre que lo deseen. Estaré encantado de recibirlos.