Una visita a comisaría (adenda)

Creo que Patrick McLaw y yo compartimos problemas similares, aunque de momento el mío no es tan grave. http://www.playgroundmag.net/musica/noticias-musica/actualidad-musical/escribir-ciertas-novelas-podra-llevarte-al-manicomio-o-algo-mucho-peor

 

La historia es así: Patrick McLaw, un joven talento de la novela negra, publica su violento relato bajo pseudónimo y continúa su vida como si nada. Tiempo más tarde, a sus veintitrés años y como profesor de colegio en Maryland, un grupo de policías llaman a su puerta y le obligan a someterse a un tratamiento psicológico de emergencia. Por lo visto, el pobre aspirante a Stephen King está siendo investigado como sospechoso de un posible crimen (...)

 

Por cierto, el martes volví a comisaría. Ya no tengo claro cual es la gravedad real del asunto, aunque mi abogado insiste en que no me preocupe. Claro, qué va a decir él... Espero poder contarlo el fin de semana, si saco fuerzas.

Una visita a comisaría

Hace aproximadamente cuatro meses y medio, después de una larga sequía literaria, escribí en un par de días un pequeño texto, de no más de mil palabras, en el que describía con bastante detalle un par de asesinatos ficticios, y en el que incluía una violación y una dosis importante de violencia gratuita. Me gusta escribir sobre eso, no puedo evitarlo. Creo que el texto estuvo colgado unos tres días, porque después de releerlo un par de veces lo acabé borrando (sí, lo borré). Por un lado, no es que me pareciese demasiado descriptivo, pero me sentía incómodo con él (ya saben que este blog lo lee mi familia y aunque me conocen bastante bien, siempre hay margen para la sorpresa) y el desarrollo de la historia tampoco me acababa de encajar. Si a eso le sumamos que me pilló en un día de horas bajas, el resultado fue la eliminación de la entrada. Esta mañana se ha presentado la Policía Nacional en mi casa, justo cuando me preparaba para ir de camino al trabajo, es decir sobre las ocho y media. Es desconcertante que te llamen a la puerta a primera hora, cuando todavía estás a medio desayunar, y que al otro lado de la mirilla veas a dos policías nacionales mirando a la puerta con cara de pocos amigos y esperando que abras. Como no podía ser de otra manera, he abierto la puerta y sin dar demasiadas explicaciones, me han dicho que les tenía que acompañar a comisaría. Como soy lento pensando y no estaba para discutir ni ellos parecían dispuestos ni acostumbrados a recibir negativas, no me ha quedado otro remedio que acompañarles. Hasta que me he dado cuenta de que no había hecho nada, he pensando incluso que me iban a poner unas esposas o unas de esas bridas blancas grandes. Por fortuna, ha sido todo bastante normal. Mientras bajábamos los cinco pisos de la finca no nos hemos cruzado con ningún vecino (que por otro lado, no me conocen ya que apenas llevo un par de meses aquí y la mitad del tiempo he estado de vacaciones), pero al salir a la calle Fuencarral era la atracción principal. Vestido con el traje como iba, alguno pensaría que yo era alguna especie de estafador. Mientras cruzábamos la calle en dirección al coche aparcado en doble fila, me preguntaba qué sería lo que había hecho para tal escolta, pero estaba demasiado acojonado para preguntar y de nuevo, ellos no parecían muy habladores. Ahora ya tengo más información y si he de ser sincero, prefería permanecer en la ignorancia, porque lo que me han contado no me tranquiliza.

Creo que sólo había entrado una vez en una comisaría de la nacional, en aquel caso a denunciar el robo de una tarjeta de crédito, y entonces me senté delante de un escritorio a explicar cómo pensaba yo que se había producido el robo. Hoy era todo muy diferente. Ni había escritorio, ni policia al otro lado. Me han invitado a entrar en una salita no demasiado grande con una mesa y dos sillas y un espejo muy grande en una de las paredes. Por lo demás, la habitación estaba vacía y creo que por influencia de las películas, me sentía observado por alguien al otro lado del pretendido espejo. Si mientras iba en el coche de la nacional ya estaba nervioso, cuando me he sentado en la silla, que estaba helada, podría haberme tomado una caja de diazepam y me habría quedado igual. Estaba ansioso, nervioso y creía que iba a vomitar en cualquier momento. Suerte que esta mañana me había tomado un primeran y un motilium.

Después de varios minutos que no soy capaz de determinar, ha entrado un hombre de mediana edad con una carpeta en la mano y con camisa de manga corta a cuadros y pantalones tipo chinos, creo. No estaba yo para fijarme mucho en su ropa, la verdad. Ha pasado por mi derecha, se ha sentado y con un leve movimiento se ha acercado a la mesa dejando la carpeta de cartón marrón encima de la mesa. Hasta ahí, todo seguía pareciéndose bastante a lo que mi memoria cinematográfica esperaba que sucediese. No se ha encendido un cigarrillo, pero olía a tabaco lo suficiente para que mi deficiente olfato lo notase cuando ha pasado a mi lado.

Allí delante, tenía una expresión de indiferencia y aburrimiento, como si tuviese que sentarse en esa misma silla en esa misma sala con esa misma carpeta todos los días, una y otra vez. No ha hablado demasiado. Con un leve acento andaluz se ha presentado, me ha dicho cuál era su cargo (aunque no me acuerdo de ninguna de las dos cosas), ha abierto la carpeta y ha desplegado sobre la mesa cuatro fotos del cuerpo de dos cadáveres y varias fotografías con algunos detalle de las laceraciones, úlceras y cortes que los dos tenían en las extremidades y la cara. Todo era bastante repugnante y explícito. Cuando las tenía distribuida, ha cerrado la carpeta, les ha dado la vuelta para que las pudiese ver bien y se ha quedado mirándome fijamente, como si esperase que yo fuese que en algún momento yo fuese a decir o hacer algo. Algo delatorio, supongo. O ponerme a llorar. O quizá no. Yo no tenía ni idea de qué se suponía que iba aquello y la situación me superaba demasiado como para tratar de preguntar o decir algo.

No sé cuánto tiempo hemos estado así. Quizá un minuto o dos. Yo mirando a algún punto irrelevante de las fotos tratando de desenfocar la vista y él mirándome a mí. De vez en cuando yo levantaba la cara de la mesa y me encontraba con sus ojos, e instantáneamente la volvía a bajar. Sin inmutarse ni esperar que yo me cansase, entonces ha sacado una hoja impresa, ha apartado las fotos con la mano con cuidado y me la ha acercado deslizándola por la mesa. No me ha costado más que media docena de palabras darme cuenta de que era una copia de la entrada que había escrito varios meses antes, y he dejado de leerla. Aunque ahora me parece obvio, yo seguía sin entender una mierda y él seguía allí delante, mirándome. Creo que hubiese preferido que se pusiese a gritar porque el silencio de la sala me resultaba muy desagradable. La cuestión es que yo ni relacionaba las fotos con el texto, ni entendía qué hacía yo allí, tenía náuseas y estaba sudando como un cerdo. En aquel momento deseaba sufrir algún ataque al corazón o ataque epiléptico para poder salir de allí sin tener que mover un músculo de manera voluntaria.

Yo esperaba que dijese algo, pero no ha pasado nada más. Se ha limitado a recoger las fotografías, meterlas ordenadamente en la carpeta de nuevo con un pequeño golpe en la mesa para alinearlas en la base y me ha indicado que ya podía salir. Cuando le he dado la espalda sabía que seguía ahí, mirándome. Antes de llegar a la puerta un policía ha entrado y me ha ha acompañado hasta una habitación donde me he sentado en una silla de plástico de color amarillo pálido como las de las salas de los ambulatorios, unida a otras encima de un armazón metálico. Había dos hombres más, uno mayor con una camisa abierta casi hasta el esternón pero en general, de aspecto más bien normal, y otro que tendría mi edad y estatura pero que pesaría no más de cuarenta kilos. Cuando he entrado me han examinado brevemente pero ahí ha acabado su interés por mí. No tenía ni idea del tiempo que ha transcurrido, pero al rato, una policia nacional ha asomado por la puerta, me ha llamado con una breve exclamación y ha preguntado desde la puerta si quería llamar a alguien. Tras un par de intentos sin éxito, he conseguido localizar a mis padres y les he dicho dónde estaba, qué ocurría (de lo poco que yo entendía) y les he pedido que buscasen un abogado. Entre lo poco que entendía y el estado en el que me encontraba, a duras penas he podido encontrar la forma de dejar claro que lo del abogado era importante.

He vuelto a la sala anterior, donde sólo quedaba el hombre mayor, y al cabo de una hora y pico ha aparecido el que en principio, y de momento, es mi abogado. Cuarenta y muchos años, traje gris marengo, camisa blanca y corbata azul, que estropeaban unos zapatos marrones mal cuidados. Abogado penalista, me ha intentado tranquilizar sin éxito y hablando mucho más rápido de lo que mi cabeza era capaz de asimilar, me ha explicado lo que pasaba y porqué estaba allí. Como mucho, habré entendido la mitad de lo que ha dicho.

Al parecer, no se han presentado cargos ni soy sospechoso de nada. Lo único que la policía tiene son conjeturas y hechos circunstanciales (no sé si él lo ha expresado así o soy yo que lo he robado de alguna película), pero me han pedido que esté disponible y localizable, y que el martes por la mañana vuelva a comisaría, aunque no sé para qué. Menos mal que no soy sospechoso, recuerdo que he pensado. A los no sospechosos no les pide nadie que estén localizables.

En más o menos media hora, según el reloj de la comisaría, después de rellenar un par de impresos y que me devolviesen las llaves de casa, el móvil, la cartera y los dos euros con veinte céntimos que llevaba, he salido por la puerta y David (el abogado) me ha acercado a casa. Cuando he llegado serían las doce y media del mediodía o así. No sé cuántas veces ha dicho que no me preocupase en absoluto, pero sí que han sido más de las necesarias porque no me han tranquilizado en absoluto. Seguramente él tampoco sería capaz de hacerlo en mi situación. O quizá sí, no lo sé.

Al llegar a casa he encendido el aire acondicionado, he bajado el estore, me he tomado tres pastillas de diazepam de 2,5 mg y me he tumbado en la cama. La cabeza tiende a engañar con estas cosas, pero creo que me ha costado más de una hora dormirme. Al levantarme he pensado por un momento que había sido un sueño demasiado real, pero al mirar el móvil y ver que tenía un montón de llamadas perdidas he vuelto a la realidad. Laura, mis padres, mi hermano, dos del abogado, varios amigos y familiares y tres llamadas de números desconocidos.

Os aviso que a muchos no os voy a devolver la llamada, al menos no hoy y tampoco sé si lo haré mañana o pasado. Espero que entendáis que no estoy de humor para hablar con nadie ni para explicar algo que no entiendo, así que por favor no llaméis para preguntar cómo estoy o qué ha pasado. No sé mucho más de lo que he escrito y estoy todo lo bien que puedo estar teniendo en cuenta las circunstancias. Os lo resumiré: Estoy cagado de miedo y no entiendo una mierda. Cuando se tranquilice todo esto (qué gilipollez, porque ni siquiera sé qué es "todo esto"), entonces ya veremos.

No sé ni a qué puta hora conseguiré dormirme hoy, creo que me debería tomar algo.

Icarus is flying

Aquí estoy de nuevo hablándole al vacío. Ya sabes que no he estado muy comunicativo estas últimas semanas. No he estado muy nada, en realidad. Bastante poco de todo, a decir verdad. Bueno, quizá no de todo, pero es complicado de explicar. Quizá otro día. Hay días que no sé si mi cabeza está repleta de pensamientos sin ordenar o de un vacío ordenado. Hoy es uno de esos. Permanece todo tan confuso como los últimos días e incluso semanas. Por suerte, siempre quedan algunos pilares firmes a los que abrazarme mientras pasa la tormenta. Aunque a veces me siento como si durmiese en una de esas casas que en los programas de televisión americanos trasladan de una ciudad a otra por la noche, y al día siguiente me despertase en un lugar extraño y remoto. Soy el mismo pero al mismo tiempo dejo de serlo.

Estoy divagando sin rumbo.

Hace semanas que no escribo nada. Al menos, no algo de más de 300 palabras y desde luego, nada de ficción. La novela superó las 75.000 palabras y parece que se ha plantado, aunque no estoy dispuesto a dejarla ir ahora, aunque tenga que atravesarla con una lanza y encadenarme al enorme escritorio del estudio. Creo que no me equivoco si digo que lo último que escribí es el relato del Tío Raimundo para un curso de escritura creativa al que falté más de la mitad de las veces, alguna vez por impedimentos personales y en su mayoría profesionales. La vida no es fácil, dice Óscar. Supongo que no, pero nosotros tampoco ayudamos demasiado.

En ocasiones desearía ser una de esas personas que han sido bendecidas con el privilegio de la constancia por las cosas, ese estado mental que en mi caso se traduce en una obsesión pasajera que por lo general no me dura más de unas semanas o meses. Hay un refranero sobre eso. Supongo que siento cierta envidia al ver lo que esa constancia puede conseguir en algunos casos. Claro que en otras no. Imagino dónde hubiese podido llegar en esto o aquello si hubiese empezado hace años; quizá muy alto, quizá a ningún sitio. Pero la verdad es que luego lo pienso de nuevo y qué aburrimiento, joder.

En fin. Continuamos para bingo.

Europa

Esta mañana, mientras venía al trabajo en la SER tenían un debate sobre las elecciones europeas. Apenas habré escuchado los últimos diez minutos, que han sido utilizados por las tertulianas para resumir sus posiciones. Una de ellas decía lo siguiente:

Hay que intentar trasladar esa utilidad del proyecto europeo para estas generaciones más jóvenes, para estas generaciones que son Erasmos, que son la aspiración de lo que pretendía este proyecto político y económico. Y eso yo creo que es el desafío de estas elecciones al parlamento europeo.

Y hay un riesgo que combatir. Que nadie vaya a las elecciones, bueno, cada uno puede ir a las elecciones con el espíritu que quiera, pero, sería una pena utilizar al parlamento europeo como la primera expresión de voto en contra de todo el conjunto de medidas que han venido siendo adoptadas en los últimos cinco años, porque eso puede provocar un desgaste importante para los partidos políticos mayoritarios, y eso puede provocar un efecto en lo que es el resultado final en el ámbito del parlamento europeo, puede conducirnos a un parlamento europeo ingobernable, y eso sería una pena.

Y tras la intervención de la otra parte, venía a resumir su posición con algo así:

Lo que me preocupa es plagar al parlamento europeo de grupos antieuropeos.

Ya ven qué concepción más interesante de la democracia.

Parte del audio que he transcrito se encuentra aproximadamente al comienzo de los últimos tres minutos.

Escaleras arriba (+18)

Le dice algo al oído, pero la música no le permite apenas intuir sus palabras. Sin embargo, siente que la comprensión es irrelevante en ese momento. Siente su mano flaca y huesuda agarrándole de la muñeca y poco después están subiendo escaleras arriba en dirección a los baños de mujeres. Allí, varias chicas hacen cola en la puerta de los servicios, pero con una facilidad que parece fruto de la costumbre ella se las ingenia para colarse en uno de los baños sin seguir el orden acordado. Dentro, cierra con rapidez el pestillo, baja la tapa del váter, se sienta encima y sonríe. Fuera alguien golpea la puerta y grita algo, pero ella vocea algo y se ríe con la evidente intención de que la escuchen al otro lado. Le pide a él, incómodo por la situación, que se apoye en la puerta, como si alguna de las mujeres pudiese decidir tomar el baño al asalto. Las voces han cesado y no parece probable, pero él obedece. Debería estar más acostumbrado a este ritual, piensa, pero no es así. Está nervioso. Ella se lleva la mano al sujetador y saca una diminuta bolsa de plástico blanco que abre con cuidado. El resto sucede deprisa. Como si se tratase de una rutina, saca un poco de polvo blanco y lo esparce por encima de la superficie negra y lisa de su bolso de piel de Gucci, que probablemente es falso. Fuera nadie aporrea ya la puerta. Nadie vocifera ya al otro lado del mundo, pero él no consigue calmarse, como si de repente algo fuese a arrancar la puerta de sus bisagras, dejándolos a los dos al descubierto. Sin embargo, nada de eso sucede. Están solos allí dentro y afirmaría que la música ha dejado incluso de oírse. Con habilidad, ella no tarda en distribuir la sustancia blanca en dos pequeñas cordilleras nevadas con una tarjeta de crédito, cuyo emisor bancario él no acierta a ver. Al acabar, ella le acerca el filo de la tarjeta para que la chupe y él obedece; algunas cosas no las chupas tanto, dice ella sonriendo. Un billete de veinte euros enrollado aparece poco después y en unos segundos no queda en el bolso más que un rastro blanquecino que ella recoge con su dedo húmedo y se lleva a la boca mirándole a él.

Se reclina hacia atrás en el váter, sonríe, abre las piernas y acerca sus manos al pantalón, tirando de él hacia sí y sonriendo con esa cara de puta angelical que a él tanto le gusta. Su nerviosismo inicial ha cedido y ha dejado en su lugar una sensación de excitación muy diferente. Siente el corazón bombeando sangre en la profundidad de su pecho, pero si se abriese ahora la puerta, quizá ya no importaría tanto. Todo ha cambiado mucho en unos segundos. Los botones no ofrecen mucha resistencia y su sexo erecto sale ayudado por sus pequeñas manos algo frías. Lo acaricia suavemente y tras pasar la lengua por la superficie, se lo mete en la boca, acompañando el movimiento de sus labios con sus dedos. Su otra mano se ha deslizado debajo de su tanga entre sus piernas y se mueve despacio allí debajo. Él cierra los ojos y hunde sus dedos en el pelo largo y castaño de ella, obteniendo una sensación de poder que sin embargo él sabe irreal. La saliva cubre ya su polla y ella continúa jugando con su sexo despacio, muy despacio, casi como si se tratase de un castigo divino.

Sus labios y lenguas y manos se encuentran como si no se hubiesen visto nunca. Él pasa la mano por su nuca pero ella se separa, le da un beso en la mejilla, se baja el tanga hasta las rodillas y se da la vuelta y abre las piernas.

A él no le es difícil encontrar su coño con el dedo índice y meter su sexo desnudo en él, que entra como un cuchillo en un bote de mantequilla. Lo tiene húmedo, caliente, delicioso, dulce y eterno. Tan sagrado como un universo. Cada vez que entra dentro de ella, los gemidos de ambos se sincronizan con un leve pero prolongado gemido. Se siente morir. La saliva y su flujo se mezclan y sabe que no va a tardar mucho en correrse, así que trata sin demasiada convicción de salir, pero ella lo impide y entre susurros le suplica que se corra. Córrete. Venga, córrete. Hazlo. Córrete. Córrete. Córrete.

Mientras ella todavía habla, él no puede aguantar más y con un par de embestidas desaparece de aquel sórdido lugar y se sumerge en el calor de su coño. Ella acompaña los gemidos con un gruñido de placer que se escucha en el momento que el semen entra en ella. Unos segundos y varios espasmos después una risa alegre los trae a los dos de vuelta de algún sitio más feliz. Ella se pone de pie y la leche le escurre hacia abajo por los muslos. Recoge lo que puede con los dedos y se los lleva a la boca.

Entonces se sube el tanga, vuelve a sonreír y le mira. Vamos, dice. Esta canción me encanta.

El tío Raimundo

De camarera, de Marilyn Monroe, de fallera o de caperucita roja, todos los años en Nochevieja mi tío Raimundo (el tito Rai), aparecía disfrazado en nuestra casa con zapatos de tacón y los labios inevitablemente pintados de rojo.

Su entrada en casa siempre me pillaba en la cocina pelando patatas junto a mi madre, que al oírle llegar no hacía ningún esfuerzo por disimular lo mucho que le molestaba la provocativa extravagancia de su hermano: esbozaba una mueca de disgusto y luego musitaba algunas palabras entre dientes que nunca pude comprender. En el polo opuesto se encontraba mi padre, que lo recibía con escandalosas risas y algarabías que se escuchaban con claridad desde donde estábamos. Eso hacía que mi madre volviese a torcer el gesto y yo me concentraba en no rebanar más que la piel del tubérculo, con miedo a abrir la boca aunque fuese para estornudar.

Esta tónica continuaba durante la primera parte de la cena, de una manera casi ensayada: mi madre evitaba cualquier contacto con el tito, en especial aquello que requiriese mirarle a la cara, lo que tras un par de horas de cena acababa por resultar cómico. Mi padre, a medida que las copas de vino caían, intensificaba su vis cómica y le preguntaba por su ropa interior, si tenía algún noviete esperándole para la posterior fiesta de año nuevo o destacaba lo bien que llevaba el pelo esa noche.

El objeto de tantas atenciones y protagonista indiscutible de la cena se movía entre el respeto a mi madre y la complicidad con la jovialidad de mi padre. Los demás comíamos y manteníamos conversaciones irrelevantes y mirábamos y esperábamos ese momento en el que el tito sacase el pintalabios. Ese era el comienzo del previsible segundo acto: mi madre acababa por explotar, se levantaba de la mesa y se metía en la habitación cerrando con un sonoro portazo. Tras ella, se metía el tío Raimundo y luego mi padre tambaleándose. A los pocos segundos empezaban los gritos, luego le seguían los llantos y por último, salían los dos y disculpaban que ella no acabase la cena en familia: inexplicablemente, algo le había sentado mal.

Estábamos acostumbrados a aquella absurda excusa. No sólo habíamos sido testigos de los acontecimientos de esa noche, sino de los de todas las anteriores, pero no abríamos la boca. Se ve que a mi madre las cenas de Nochevieja le sentaban mal por definición.

Tenía yo quince años cuando el tito murió de un infarto. Lo recuerdo bien porque la Nochevieja anterior me había dado un par de consejos para conquistar a un chico de clase que me gustaba. Nunca supe si el tío Raimundo era en realidad marica, que era como le gustaba que le llamasen. Sin embargo, creo que en realidad, lo único que pretendía era llamar la atención de mi madre para que ella se acordase de él durante el resto del año.

Todas las Nocheviejas tras su muerte, mi madre llora y veo las lágrimas cayendo por sus mejillas mientras pelamos patatas. A veces se escucha un ruido en la puerta y ella levanta la cabeza, deseando poder hacer una mueca de disgusto y musitar algo incomprensible entre dientes. Mi padre no tardó en encontrar otro objeto de diversión.

Blogs

Últimamente me ha dado por revisar algunos de los blogs que solía visitar y comentar hace ya varios años. Cuando publicaba más a menudo, era más guapo, más listo y menos viejo. Por aquel entonces. De todos los que he mirado, ya sea por mi pobre memoria o por las personas que dejaban su dirección en los comentarios, creo que apenas quedan en pie un par. El resto o han dejado de existir, o hace años que no se actualizan.

Nos estamos haciendo viejos.

De bombas

Llevo un par de días enfrascado en una escena de un capítulo. Por razones de carácter metafórico, me ha parecido interesante utilizar un símil con los ensayos nucleares subterráneos de bombas atómicas que se realizaban en la Guerra Fría, así que me puse a buscar en Google. Después de pasarme dos días buscando bomba, misíl balístico, detonación, radiación nuclear, bomba nuclear, onda de expansión, pantalla bomba atómica, efectos explosión, y varios términos similares, estoy esperando que de un momento a otro aparezca en mi puerta el Centro Nacional de Inteligencia para detenerme.

En ese caso, la novela quedará inacabada. Será una pena. Quizá debería ir buscando un abogado.

Max y el dentista

Max alberga una esperanza ilimitada en los progresos de la ciencia médica y en concreto en la velocidad a la que estos se producirán durante los años que le quedan de vida, lo que a menudo le conduce a pensar que para cuando esta o aquella dolencia propia de la vejez se manifiesten en su persona ya existirá una cura. Dado que no hay nada en el presente que respalde su idea —los avances se producen, si bien no a la velocidad que él presagia ni a la que los telediarios anuncian—, no cabe pensar sino que ese progreso en el que confía se está reservando para los años venideros, como si cuando en el momento que cumpla los sesenta o setenta años cientos de descubrimientos médicos vayan a florecer de repente gracias al abono de su anhelo y necesidad de que estén allí. Que el pasar de los años no haya alumbrado a sus ojos ningún descubrimiento médico espectacular no le mueve a revisar su teoría, pero sí que le confirma en su negativa a pensar que en los quince años transcurridos desde su última visita al dentista se haya producido alguna mejora en las prácticas odontológicas de las que tanto ha huido. Parte del dilema lo resuelve pensando que al fin y al cabo, el tratamiento de una muela picada o de un diente rebelde no son elementos vitales para una persona y es lógico por tanto que tales cuestiones no muestren los mismos avances que, por ejemplo, una materia de la seriedad de la neurología. Está seguro que de hacer una revisión comparada de la evolución de la odontología y la mayor parte de las disciplinas médicas, su postura se vería confirmada.

El recuerdo de las jeringuillas metálicas utilizadas para aplicar la anestesia en la encía sólo le hace reafirmarse. Si ha pasado cinco años con ese cráter en la muela, ¿por qué no pasar otros cinco, diez, o veinte? Hasta su muerte, incluso. Quizá sea esa inmensa perforación algo que le acompañe a la tumba, como una verruga o un lunar, sin darle mayores quebraderos de cabeza. Si no es así y todo sigue el curso normal de las cosas, sabe que por necesidad alguien tendrá que arrancarla una vez que el responsable de tal socavón haya avanzado lo suficiente su trabajo, lo que como ya ha experimentado será la causa de un terrible dolor que le tendrá sin dormir un par de noches, si tiene la suerte de que el acontecimiento se produzca al fin un viernes por la tarde y no cualquier otro día de la semana. Eso es lo único que le ha impulsado a concertar una cita con el dentista: adelantarse a un final trágico con la esperanza de que en lugar de una matanza descontrolada, tenga lugar un planificado ajuste de cuentas. Es difícil a estas alturas evitar la sangre y el dolor pero siempre puede limitar su cantidad e intensidad. En realidad, aquel argumento tampoco se lo cree demasiado pero no hay más salidas.

Aun así, ¿no es mejor dejarlo pasar? ¿Qué razón hay para anticiparse a aquel sufrimiento? Según su propia experiencia la evolución natural de una visita al dentista para erradicar una caries es, meses o años después, una infección, seguida por una endodoncia y el remate de la extracción del diente, con lo que el resultado final no es otro que incrementar el dolor respecto al hipotético escenario en el que prescinde del dentista. Existe entonces poca justificación para continuar con aquello, a sabiendas que sin remedio la segunda y definitiva visita se acabará produciendo. Los empastes no tienen porqué acabar mal, pero sus muelas son adictas al drama y a repetir la historia de sus compañeras. Prueba de ello son las tres cavidades que existen en su maxilar inferior derecho y en el izquierdo superior, donde antaño hubo piezas dentales sanas, que enfermaron, fueron curadas y tiempo después, desahuciadas y arrancadas de su lugar natal.

Quizá los dentistas perciben su desconfianza en la ciencia médica odontológica y le hacen pagarlo de esa manera, o quién sabe si el afán lucrativo lleva al gremio de los dentistas a ejecutarle mal aquellos tratamientos a sabiendas de que volverá a los pocos meses a pasar por caja. Se niega a hacer cálculos mentalmente sobre el beneficio económico que aquella hipotética práctica puede generar a los odontólogos y vuelve a mirar el teléfono. Se le ocurre una excusa que no interesará a su interlocutor pero que él necesita dar. Una disculpa y la promesa de una llamada que nunca se producirá. Confía en que su muela pueda esperar meses o años. Quién sabe si la odontología, a pesar de su pereza, acabará por avanzar lo suficiente en lo que le queda de vida.

Back again

Recuerdo exactamente el día que aparqué la escalada el pasado año. La última referencia gráfica es del 27 de octubre, intentando encadenar un 6c en Bellús donde por cierto un error al chapar la cuerda y luego intentar arreglarlo casi me cuesta un susto importante. No me encontré especialmente flojo, ni especialmente fuerte. A pesar de que continuaba con el entrenamiento, hacía tiempo que ya no hubiese sido capaz de encadenar los 35m de la Magnetorresistencia (6b+) de Oasis, Chulilla, pero seguía teniendo cierto éxito con los 6b/+. Por la razón que fuera (que yo creo conocer), el entrenamiento ya no funcionaba como debía y las salidas a la roca eran no demasiado satisfactorias, con independencia de si encadenaba o no. Así que colgué los gatos unos meses. Hasta el pasado 10 de marzo que fuimos a Ceguera. Chulilla, otra vez. Cuatro meses y medio, casi exactamente. Ese día lo pasé bastante mal, pero creo que más por mi obsesión con el ejercicio aeróbico de las anteriores, que me habían dejado muy justito de glucógeno, que por mi estado de forma real. Afortunadamente, las cosas han ido mejorando. Una semana después me llevé un 6b encadenado en Altura, y una semana después dos 6b y un 6b+ de continuidad. Al día siguiente, encadené dos 6c de placa en Montesa, cortos pero intensos, a los que no les voy a discutir el grado. La cabeza me respeta bastante en los pasos clave, he vuelto al roco, mis manos son ya más las de un labrador que las de un consultor informático y como solía decirse, todo parece que PA (Progresa Adecuadamente).

Ahora sólo falta apretar un poco más.

On leadership

Leadership is not defined by the exercise of power, but by the capacity to increase the sense of power among those who are led. The most essential work of the leader is to create more leaders. Adversarial, win-lose decision making is debilitating for all concerned. Contentious problems are best solved not by imposing a single point of view at the expense of all others, but by striving for a higher-order solution that integrates the diverse perspectives of all relevant constituents.

A large organization is a collection of local communities. Individual and institutional growth are maximized when those communities are self-governing.

– Mary Parker Follett, 1924

Peloteos

El otro día La Página Definitiva publicaba un artículo titulado En El País de los pijos, el progre es el rey donde se decía esto (la negrita es mía):

 

La pregunta de Pepa Bueno, su visión de las cosas, representa ese periodismo pijo que ha ido puliendo el Grupo Prisa desde los años de la transición y que ha llegado ya a sus máximas cuotas. Es ese periodismo de preguntas chorras, analfabetas y pelotas. Porque, claro, si un representante político dice ante un grupo de periodistas algo que suena fuerte, pues ya estarán ahí los periodistas amigos para echar un cable: no quería decirlo, era a título personal, se han sacado sus palabras fuera de contexto o se han malinterpretado sus declaraciones. Ya no hace falta que sean los políticos quienes salgan a simular una rectificación, porque están antes los medios de comunicación echando paños calientes. Y si no, que se lo digan al ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert, que podrá soltar todas las animaladas que se le ocurran, pero ahí estarán siempre sus amigos de Prisa, con los que ha compartido tertulias, cafés, risas y abdominales.

 

Hoy me encuentro en El País con un artículo titulado El ministro de las mil polémicas que habla de Wert en estos términos:

 

En lo que sí existe consenso es en su impresionante capacidad dialéctica, sobre su vicio por la polémica y la discusión permanente, que llega hasta el paroxismo. También de su destilado sentido del humor, no apto al parecer para todos los públicos. “Es chispeante, mordaz, pero muchas veces no todos le siguen las bromas”, comenta un excolaborador.

[...]

Antiguos colegas suyos, como José Juan Toharia, con quien trabajó en Demoscopia, le definen como superdotado en varios aspectos. “Tiene una capacidad de análisis y comprensión de lo que se desenvuelve a su alrededor muy rápida. En cuatro meses puede dominar perfectamente el terreno donde ha llegado”.

 

No parece, desde luego, una crítica muy dura. Es más, yo incluso diría que es bastante pelota. Casi más propia del ABC o de La Razón que de El País. Claro que a ver si va a ser verdad que como decía La Página Definitiva, en el País de los Pijos el Progre es el Rey.

Resumen de las vacaciones y más

Hace ya prácticamente seis meses que no hablo de escalada, a pesar de alguna foto que haya podido colgar durante esta pausa. Naturalmente, he seguido escalando y aunque las cosas no es que hayan cambiado drásticamente, algún cambio sí ha habido en estos últimos meses. Empecemos por el principio. Aunque comencé a "entrenar" en el rocódromo a principios de enero y es cierto que había notado algún avance gracias a las series de continuidad en las que se centraba básicamente todo el "entrenamiento", la verdad es que el enfoque que estaba siguiendo hasta la fecha era totalmente intuitivo; nada de series, intervalos, tiempo de descanso, ejercicios dirigidos, etc. Es más, ni siquiera planificaba las travesías, sino que el planteamiento era hasta que los brazos aguanten.

Para intentar solucionar esto, a mediados de abril decidí hablar con Mónica, "colaboradora" del Búnker y con cierta experiencia en entrenamiento específico de escalada, con el propósito de estructurar de una manera más adecuada las sesiones de roco. Así pues, después de un mes de "puesta a punto" en el que casi sudé sangre, en junio comencé con lo que sería el entrenamiento específico y gané bastante resistencia, encadenando varios 6b y 6b+ a vista y llegando a montar un 7a+ en Oasis (Chulilla) y probar algún 6c/+.

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A principios de agosto me presentaba a mi primera competición "no oficial", el campeonato de escalada de velocidad Vicente Aguilar en Paiporta, con una actuación más que discreta; aunque pasé el primer corte con el segundo mejor tiempo (de un total de nueve), en la segunda ronda un resbalón del pie en la primera de las dos vías de la ronda hizo que acabase el último y quedase eliminado. Teniendo en cuenta que el pie se me fue no una vez sino dos en la misma presa y por las sensaciones del momento, casi juraría que no fue mi pie sino que la presa se giró, pero es sólo una impresión que no tiene mayor importancia.

Con los calores del verano, la relajación de los entrenamientos a finales de julio y las necesarias vacaciones estivales volvió el sufrimiento en el 6b/6b+. El principal cambio no fue quizá tanto a nivel de grado, sino en la facilidad y confianza con la que resolvía determinadas vías; ahora mismo veo difícil —pero no imposible— volver a encadenar la Magnetorresistencia en Oasis. Sin embargo, contrariamente a lo que pudiera parecer, a finales de agosto y después de algo más de media docena de pegues distribuidos a lo largo de los últimos dos o tres meses, encadené mi primer 6c+ —a pesar de que un par de personas opinan que es un 7a, sigo pensando que está más en el 6c+ que en el 7a—, una vía de unos 15 metros en la zona nueva de Gestalgar con una sección inicial de pasos largos y una segunda parte ligeramente desplomada; no se puede decir que fuera un proyecto en el que estaba demasiado enfocado y de hecho el día del encadenamiento ya le había hecho un pegue y estuve a punto de subirla en top por simple pereza. Una semana después en el Altet encadenaba mi primer 6c, Montesa vertical, que si bien puede admitir alguna matización de grado, éste no sería tanto por la dificultad de los pasos sino por la sobreprotección de la vía.

Volviendo a la actualidad, la semana pasada empecé de nuevo con la resina y después de un fin de semana para olvidar en Gestalgar, esta semana vuelvo "en serio" a los entrenamientos, con idea de recuperar el nivel del pasado junio y acabar el año sumando al menos media docena de 6c/+ a la colección y si los dioses nos son propicios, quien sabe si algún 7a. Para ello, no obstante, todo apunta a que debo aprovechar mejor las horas de descanso y mejorar significativamente la alimentación —irregular y poco adecuada por ser optimista— aspectos que parecen ser el punto débil del actual entrenamiento y los mayores limitantes para las sesiones en el rocódromo y en la roca.

Seguiremos informando, espero que en intervalos inferiores a los seis meses.

¿Inteligencia? colectiva

Ayer estuve viendo el primer capítulo de la miniserie británica Black Mirror (la pantalla negra que queda en cualquier dispositivo cuando éste está apagado), que les recomiendo encarecidamente que no se pierdan si tienen la oportunidad de verla. Sin desvelarles ningún secreto de la trama, el argumento de este primer capítulo gira en torno al poder viral e irreflexivo que las redes sociales pueden llegar a tener hoy en día, llegando a forzar decisiones gubernamentales y marcando la agenda periodística, a menudo más preocupada por los trending topics que por dar un enfoque objetivo y reflexivo a la realidad.

Hace unos días en un medio digital de ámbito nacional, un periodista poco dado a los números afirmaba que los aproximadamente 3,6 céntimos por litro que supondría la subida del IVA de los carburantes del 18% al 21% harían que la gasolina, que en ese momento estaba a 1,51 €/litro, pasase a superar los 1,8 €/litro. Evidentemente, 1,51 € + 0,036 € no suman 1,8 €, sino 1,546 €. No sé si fue gracias a los comentarios que hicimos un par de personas (de un total de más de 100 comentarios), pero el caso es que aproximadamente un par de horas después el titular indicaba que en lugar de superar los 1,8 €, se situaría "rozando" los 1,6 €/litro. Sin embargo, el error todavía persiste en el último párrafo de la noticia, y al parecer numerosos medios cometieron este error, al proceder la información de una noticia de Europa Press evidentemente poco analizada y contrastada. No es mi intención entrar a valorar errores periodísticos de bulto, tarea que ya hacen otros de manera admirable, ni tampoco analizar lo sencillo que resulta cambiar el contenido de una noticia digital sin que los lectores siguientes a la modificación perciban dicha alteración. La cuestión aquí son el centenar de comentarios de Público.es que ignoraron el contenido de la noticia, o las personas que en lugar de plantearse si la información era correcta, retuitearon directamente la información.

Durante los últimos meses, proliferó en las redes sociales (Facebook y Twitter, principalmente) la información de que en España hay aproximadamente 450.000 políticos, argumento que saltó de estos entornos más o menos "populistas" a medios más "serios" como tertulias radiofónicas, artículos de opinión, periódicos digitales y probablemente también a la televisión. En la situación actual de crisis y gracias al malestar existente con la clase política, resultaba tentador prescindir de cualquier análisis crítico e ir directamente a los números, que mostraban una comparación entre España y Alemania en población y políticos que facilitaba poner a los nuestros a caer de un burro. Afortunadamente, a estas alturas diversos medios ya han aclarado que de cuatrocientos mil políticos, nadadenada. Sin embargo, dicha información ha sido repetida hasta la saciedad durante meses probablemente por miles de personas en Twitter, Facebook, Tuenti, blogs personales, conversaciones con amigos, tertulias "políticas" y vayan a saber dónde más.

La cuestión aquí no es la falta de espíritu crítico que parece alumbrar todos estos ejemplos (en especial los dos últimos), que sería material para un blog de diferente temática, sino poner de relevancia la fuerza y el poder que las redes sociales están adquiriendo poco a poco (y que sin ese espíritu crítico, no son otra cosa que altavoces de intereses ajenos). Cierto es, en mi opinión, que no estamos todavía en condiciones de afirmar que Facebook o Twitter puedan ser representativos de la realidad social o política; por un lado, el diseño de las redes sociales en torno a "amigos" y personas con mismas aficiones y opiniones tiende a actuar como una lupa en la que las opiniones propias se ven automáticamente respaldadas por la —nuestra— comunidad y también como una burbuja en la que el usuario accede a los contenidos que le son afines (aunque esto es aplicable también a los ámbitos no digitales). Por otro, es conveniente no olvidar que una gran parte de la población con voz y voto no está presente en las redes sociales.

Sin embargo, no es descabellado pensar que la tendencia actual hará que Facebook, Twitter, Youtube, etc., o aquellas tecnologías y empresas que las releven en el futuro, vayan cobrando una mayor relevancia e importancia con el paso de los años y a medida que los actuales nativos digitales las incorporen a las diferentes esferas sociales. Sin dejar de lado los aspectos completamente beneficiosos de las redes sociales, todos hemos visto la típica escena de película de vaqueros en la que una masa enfurecida trata de linchar a un sospechoso, con independencia de que se haya decidido su culpabilidad o no; todos conocemos la frase difama que algo queda. Quizá no sea hoy, pero como sucede en el capítulo de Black Mirror, puede llegar un día en el que la masa social a través de las herramientas de comunicación digital pueda llegar a hundir una empresa, a una persona, o participe involuntariamente en la comisión (de cometer) o difusión de un acto ilegal o reprobable. ¿Es tolerable permitir que algo así pueda suceder con total impunidad, como si estuviésemos a bordo del Orient Express?

Por tanto, desde el punto de vista social, la cuestión es: ¿cómo conseguir que esa inteligencia colectiva no sea en realidad un martillo neumático que se pone en marcha de manera arbitraria a veces, orquestada en otras, destrozando aquello que encuentra a su paso con o sin razón? Y lo que resulta igualmente importante: ¿cómo hacerlo sin que a) entremos en el peligroso mundo de la censura y b) el martillo neumático lo entienda como censura? ¿Es razonable empezar a pensar en mecanismos de (auto)control?

Desde el punto de vista de la empresa, no tengo ninguna duda de que la defensa, monitorización y control de la imagen de marca y la reputación (digital o no; cuando lo digital salta al mundo físico no tiene sentido diferenciar) y los riesgos que la rodean van a adquirir una importancia destacable en los años venideros. En el primero de los ejemplos, en un momento del capítulo el primer ministro británico pregunta a su asesora por el protocolo a seguir. Pueden imaginarse la respuesta.

Con la que está cayendo

Con la que está cayendo, a Rajoy no le parece interesante plantear que la Iglesia pague el IBI por los locales en los que desarrolla una actividad lucrativa. Cierto es que el PSOE sigue en su línea de denunciar y proponer medidas que ellos mismos no se han atrevido a ejecutar en sus ocho años de mandato, pero eso no cambia las cosas y no acabo de entender cuál es el enrevesado argumento por el que Rajoy piensa que las circunstancias actuales no son las adecuadas.

Con la que está cayendo, se ha rebajado el sueldo a los funcionarios y se les ha subido la jornada laboral. Con la que está cayendo, se han recortado muy significativamente las partidas de educación y sanidad. Con la que está cayendo el presupuesto de ciencia y tecnología se ha reducido a la mínima expresión (nuevo modelo económico dicen). Con la que está cayendo se ha subido el IVA al 18% y más que se subirá. Con la que está cayendo se ha incrementado la edad de jubilación. Con la que está cayendo se han recortado los derechos laborales. Con la que está cayendo todo lo que sea necesario porque es necesario con la que está cayendo.

Con la que está cayendo se le dan —de momento—19.000.000.000 € a Bankia y los que habrá que darle a Caixa Nova Galicia o Banco de Valencia. Con la que está cayendo Rodrigo Rato ganó 2.400.000 € en 2011. Con la que está cayendo Gorigolzarri deja claro que no busca depurar responsabilidades en Bankia. Con la que está cayendo no hay ni una sola comisión de investigación por lo ocurrido en las cajas de ahorro de este país y la Fiscalía ni está ni se le espera. Con la que está cayendo no ha habido en este país más que un puñado de dimisiones políticas voluntarias siempre acompañadas de su finiquito millonario a pesar de su lamentable gestión. Con la que está cayendo los políticos siguen sin tocar sus prebendas, sin dimitir, sin explicar nada. Con la que está cayendo Rajoy se atreve a decir que no es momento de tocar el IBI de la Iglesia.

Hace unos días, una persona me mandó un artículo de Santiago Álvarez de Mon publicado en Expansión y cuyo título era "Un país de llorones", que criticaba como pueden imaginar el pesimismo y victimismo que según el autor reina en este país. A pesar de la necesidad de mirar al futuro con optimismo, dejando de lado comentarios tan lamentables como "Los más vagos y violentos se limitan a despotricar del sistema" (¿es que no está permitido poner el sistema en cuestión? ¿es eso ser un vago o un violento? ), el autor se olvida de que esa mirada al futuro y trabajar para que éste sea posible no son tareas incompatible con mirar al pasado y pedir responsabilidades. Es más, es imprescindible. 

Un país de llorones no, pero tampoco de borregos.