Superman on an aeroplane

Me voy de vacaciones. Hasta el próximo martes 25 de marzo. Sí, de vacaciones, y aunque no sé si nos veremos por aquí antes de ese día, espero sinceramente que no. No sé ustedes, pero yo debería dedicar estos días a relajarme, descansar y de una vez por todas, cuando haya descansado lo suficiente, si es que eso es posible, sentarme a escribir algo coherente, que tenga continuidad y que por una vez no tenga que pensarlo en diez minutos y escribirlo en otros diez, porque salen cosas que son más bien discretas, por no decir malas. Últimamente me siento como si jugase partidas de ajedrez de cinco minutos; son rápidas y te diviertes mucho, cuando la partida arranca como toca; de vez en cuando tienes un momento de lucidez, pero se cometen muchos errores sin ni siquiera darte cuenta de ellos ni tener la posibilidad de corregirlos.

Como regalo de despedida, les dejo con una versión de la canción Please don't me let be misunderstood, que aparecía en la banda sonora de Kill Bill I. Aunque la original es de Nina Simone, personalmente me he inclinado por esta versión de Santa Esmeralda, no me pregunten el porqué; y no es porque dure algo más de diez minutos y eso les mantenga entretenidos. El vídeo no vale demasiado como vídeo, más allá del valor que le concedan a las imágenes estáticas que aparecen, pero no se pierdan la escena que lo cierra, con Benicio del Toro y Johnny Deep en la desquiciante —a veces genial, a veces no tanto— Miedo y asco en Las Vegas.

Nada más hasta entonces, espero. Sean buenos, o no; a mí me da lo mismo, la verdad ;)

¿Derecho o abuso?

Estas Fallas vuelve a haber huelga de transportes; concretamente del 15 al 20 de marzo. Quizá no lo supiesen, pero dado que durante los últimos años en Valencia siempre se ha convocado, no era raro asumir que estas fiestas también habría paros; a este ritmo, dentro de un tiempo esta huelga será parte integrante de las Fallas, y el día que les de por trabajar, seguro que sale alguno protestando con aquello de la tradición y las viejas costumbres. Bueno. La cuestión es que venía escuchando la radio (cambiando compulsivamente de Onda Cero a la SER), y aparte de los paros que les comentaba, parece que hay unos cuantos más por el resto de la geografía peninsular (¡qué bonita expresión!); hasta los policías quieren manifestarse para cobrar más por trabajar el día de las elecciones.

No me malinterpreten. Estoy a favor de la huelga como un derecho de los trabajadores, además de ser un derecho constitucional, y estoy seguro de que muchas de ellas estarán justificadas, aunque pertenezca a un gremio, el de los informáticos, que carece de ese poder; justito igual que los autónomos, el gremio de mi progenitor, por lo que ya saben que pueden echarle la culpa a él por este tipo de razonamientos. Dicho eso, me parece a mí que si los sindicatos (la mayoría erigidos en otro partido político más) y colectivos convocantes fuesen realmente claros en sus reivindicaciones y peticiones a través de los medios de comunicación habituales o Internet (es decir: estas son nuestras condiciones y estas son las que exigimos), obtendrían mucho más respaldo y comprensión del resto de ciudadanos afectados. Porque la verdad es que más que derecho a la huelga, da la impresión de que algunas de estas "actividades" ejercen el derecho al chantaje y al secuestro social, o, y perdónenme la expresión, el derecho a tocar los cojones "hasta que nos den lo que pedimos".

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Leía hace un rato que el libro La catedral del mar, de Ildefonso Falcones, fue rechazado por siete editoriales antes de ser publicada por Grijalbo y vender más de un millón y medio de ejemplares. Esto le hace a uno cuestionarse qué criterios literarios manejan este tipo de empresas y sus departamentos de revisión (¿otro Dan Brown más, o el próximo Roberto Bolaño?), cuántas obras buenas se quedan en el tintero a causa de esos criterios, y, sobre todo, qué cara se le queda al responsable de turno cuando ve lo que ha rechazado...

Life is beautiful

Si les digo que no tengo tiempo para escribir, espero que se lo crean. Claro que hagan lo que hagan, eso no cambiaría mucho, más que la percepción que tienen de mi persona y su credibilidad (i.e. la de mi persona) en un ámbito más bien reducido de la población mundial, algo que admitámoslo, no es mucho en términos universales; también es verdad que si lo reducimos todo a esos términos, alguien podría decir que nada que pensemos es mucho. Eso es falso, no obstante. Golpeen con todas sus fuerzas el dedo meñique de su mano derecha con un martillo, y les puedo asegurar que no habrá nada tan intenso, grande y descomunal como su dolor, incluso en términos universales. Así que no desprecien su punto de vista, es importante.

En cualquier caso, más allá de reflexiones que no merecen ser llamadas así, es cierto, créanme: no tengo tiempo. Así que tras esta breve introducción les dejo con una frase con la que, a las tres y media de la mañana en un laboratorio del Georgia Tech hace algo más de siete años, Jimmy Chang y yo cerramos un trabajo de Arquitectura de Computadores:

Life is beautiful

Iluminati

Como saben, durante esta semana pasada estuve recibiendo comentarios ofensivos, grotescos, o llámenlos como quieran, que provocaron que moderase las contribuciones. Al parecer, y como ya comenté, la causa de todo el follón —que no es, como podría suponerse, un foll*dor compulsivo— fue un comentario subido de tono en el blog de Enrique Dans. En principio, la "tormenta" (no fue para tanto) ya ha pasado, aunque nunca se sabe. Les confieso que todo esto ha sido un poco raro; o más bien, su autor es un tipo un poco extraño; igual pasa de la adulación al "insulto" en unos minutos, o igual se muestra amable que adopta un curioso tono paternal o imperativo. En definitiva, que es un sujeto curioso.

Volviendo a lo que les decía, la respuesta de mi señora a lo que pasó, fue poco más o menos un «te lo mereces, por buscabullas». Vale, lo admito, es cierto. La mayor parte de las veces me lo merezco por camorrista, aunque eso no implique que esté de acuerdo con el abuso aplicado sobre este blog como "correctivo". Diciéndolo de una forma diferente, confieso que me gusta críticar y me gusta hacerlo "con fuerza". Y ese es el problema, porque aunque *siempre* esas críticas tienen una opinión de base, con la que se puede estar de acuerdo o no, el lenguaje que utilizo suele ser con frecuencia demasiado agresivo, tanto más cuanto menos de acuerdo estoy con el destinatario de mi crítica o más en posesión de la verdad se cree éste (o, puntualicemos, esa sensación me da a mí); a menudo, éste es lo suficiente corrosivo para que el interlocutor se sienta justificado a tomar mis palabras como una agresión personal, e incluso para que en alguna ocasión, un par de horas después acabe pensando que quizá me haya extralimitado, al menos en las formas.

Pero, y he aquí el necesario pero, es que toda la retórica que acompaña a esas críticas me puede: me divierte una barbaridad; supongo que heredé esa afición por la discusión como fin en sí misma de las Usenet News (i.e. los grupos de discusión) mientras estuve en Atlanta, y la conservo; es por otra parte un sano ejercicio, mientras no se lo tomen en serio (y yo a veces lo hago). A lo que voy, es que en algunas ocasiones —no en todas, por supuesto— suelo soltar los dedos con demasiada facilidad y sobre todo, demasiada mala leche, y cuando veo que el interlocutor se muestra razonable, casi siempre me veo obligado a puntualizar mis comentarios y comerme el tono de mis palabras, que no la crítica en sí (a no ser, claro, que efectivamente constate —o reconozca— que estoy equivocado). Claro que cuando la otra persona se siente comprensiblemente agredida y responde a la crítica de la misma forma, entonces sí me divierto, y casi diría que la otra parte también.

Lo sé, no está bien, pero quería explicárselo que hoy me he levantado sincero (y bastante espeso). Además, estarán de acuerdo en que ya somos demasiados iluminados andando por este mundo y qué quieren, yo soy así y la Lola se va a los puertos.

Estupidez

No me cabe ninguna duda de que conocen la siguiente frase:

 

“Sólo dos cosas son infinitas, el universo y la estupidez humana… y no estoy seguro de lo primero.” — Albert Einstein

 

Ahora verán el propósito de todo esto. En los últimos días, a raíz de un —lo reconozco— comentario algo subido de tono en el blog de Enrique Dans, estoy recibiendo bastantes comentarios ofensivos y molestos en las entradas que escribo; esa es la causa de que los comentarios continuen moderados, y que estén moderados la causa de que ustedes no los vean, claro (aunque hay algunos que se colaron al principio). Aunque pueden consultarlo en este enlace, el comentario se lo pongo debajo para su mayor comodidad:

 

«La verdad es que para dedicarte a lo que te dedicas, tus análisis son en general bastante sesgados y poco objetivos. Pareces basar tus preferencias y opiniones en cuestiones más bien irracionales, en un "yo no quiero ser de Microsoft." Cuestión que por supuesto jamás va asociada a Google.

Esta entrada en concreto tiene, además, una componente nada despreciable de FUD, ya sabes, aquello de "Fear, Uncertainty and Doubt". Bueno, tú de esas cosas sabes más que yo, claro.

Por último, me resulta muy interesante aquello de "enviando correo basura sin parar a la Hotmail", porque no sé cuantos correos basura recibes tú de Hotmail. Porque asumo, claro, que dispones de una cuenta en Hotmail. Yo, que tengo una cuenta en hotmail (y otra en gmail), recibiré a lo sumo uno cada 3 meses, algo que en mi opinión no es algo excesivo. Pero claro, para gustos colores.

En definitiva, lo más normal es que, como ya ha pasado en otras ocasiones y parece que alguien te ha recordado, no des ni una con tus predicciones de futuro para Microsoft. Suerte que opinar es gratis y las palabras se las lleva el viento (aunque estén en Google).»

 

Ese es el comentario; quizá algo incendiario, pero tampoco nada del otro mundo. La cuestión es que a partir de decir eso, a un pobre idiota, o quizá a más de uno (para aquellos curiosos, dispongo de una IP de Completel y otra de un proxy anónimo, por lo que no puedo decir de cuánta gente se trata), por alguna extraña razón que desconozco pero que sospecho (simple y llana estupidez), se le ha metido entre ceja y ceja este blog y no para de molestar, como los vecinos en la canción de Alaska. Tampoco es que estorbe demasiado, ni sea la primera vez, pero siempre es por la misma razón: un comentario en el blog de Dans (Enrique tiene lectores muy fieles, desde luego, si son capaces de hacer este tipo de cosas). Y bueno, lo cierto es que resulta pesado.

Sirva pues esta entrada y los comentarios que contenga de homenaje a este sujeto, que últimamente me exige (y yo diría que incluso me amenaza) que no le censure. Ah. Y si alguna vez han dudado de la frase de Einstein que encabeza esta entrada, ahora pueden estar seguros de que no se equivocaba.

Así pues, no volveré a censurarte. Ten por seguro que todos tus comentarios —incluidos los que has hecho hasta ahora— aparecerán en este blog, dentro de esta entrada, cuyo título no podía ser otro que "Estupidez".

Con Dios.

Nota informativa: No he pensado en ningún momento que Enrique Dans tenga nada que ver con esto, más obra de idiotas congénitos que de personas.

Telefónica mon amour

Como les prometí ayer, hoy les voy a contar mi última aventura con Telefónica, ese otro campeón nacional que se extiende allen de los mares, y de la que todo españolillo que se precie debería sentirse orgulloso. Claro que a la teleco de marras le importas más o menos en función del dinero que tienes y sobre todo del que te gastas en ellos. Pero es española, eso sí. ¿Qué otra cosa va a ser una empresa cuya principal infraestructura nacional ha salido del bolsillo de los españoles? Pues eso, española. Bueno, pelillos a la mar. Les cuento.

Hace cosa de veinte días, un señor muy educado llama al timbre de nuestra casa, y se identifica como comercial de Telefónica, en tareas, obviamente, comerciales. Nos presenta una oferta que combina llamadas y ADSL a un precio, como dicen ellos, realmente competitivo. Como digo yo, básicamente la mitad de lo que pago con los vampiros de ONO mon amour; otra que tal, pero de eso ya hablaremos otro día que tiempo y anécdotas no faltan. Bien, el caso es que tras jurar y perjurar que lo que nos está diciendo es realmente lo que es, que no hay letra pequeña escondida con tinta invisible, y que no florecerán gastos adicionales, procede a rellenar nuestros datos en una hojilla rosa de esas que utilizan para rellenar los datos los comerciales. Tras proporcionarle gentilmente la información solicitada, nos despedimos como dos personas que ven esperanzadas cómo empieza a surgir una bonita relación de amistad y cordialidad; el, con su comisión, y yo, con mi ahorro. Antes de irse, nos indica que nos llamarán de Telefónica, en una mera comprobación rutinaria, con el objeto de confirmar la aceptación de la oferta y verificar que él ha estado en nuestra casa.

Pasan los días y no recibimos la ansiada llamada, por lo que, pasados cinco soles, decido llamar al mil cuatro (1004), único número proporcionado por el comercial de turno. Por fortuna, y si no estoy terriblemente equivocado, este número es gratuito. Una chica muy atenta me indica, tras marearme como está escrito en el procedimiento de marras, que efectivamente, tal y como me dijo el comercial en su visita, existen dos campañas de captación de clientes: una en Valencia, y otra en el País Vasco, a causa de la competencia de ONO y Euskaltel en esas regiones. Tras decirme eso, la operadora me "tranquiliza" y me pide que vuelva a llamar si pasados quince días sigo sin tener noticias suyas, ya que ese es el plazo que suelen tener para introducir los clientes captados en el ordenador.

Tras pasar más de quince días, ayer les llamo. Un tipo bastante estúpido me atiende y me asegura después de buscar mis datos en el ordenador (o donde quiera que lo mirase) que no me conoce, ni a mí, ni a mi oferta, ni a mi señora, ni le suena nada de lo que le estoy diciendoi; vamos, que casi me está diciendo que lo he soñado. Teniendo en cuenta que la información del comercial estaba confirmada por la primera telefonista (llamémosla así), o el sujeto con el que hablo es un estúpido, o un incompetente, o me está mintiendo, o en realidad no sabe nada. Decidido que incompetente y estúpido sí era, lo otro, ni lo sé ni me importa. En una llamada posterior me indican, mucho más amablemente, que busque en el papel firmado algún número de teléfono o referencia, y que vuelva a llamarles. Lo busco y más allá del mil cuatro (1004), no hay nada. Volvemos a la casilla de salida.

Desde esas dos llamadas, habré hablado con unas cinco o seis personas más. Básicamente, cada vez que me aburro o quiero desahogarme, les llamo. Además, como cada persona que me atiende me cuenta una cosa, no me puedo quejar de monotonía, y como en general el nivel de ineptitud es tan grande, siempre se siente uno bien cuando finaliza la llamada. Ayer una buena mujer, que probablemente había visto demasiados telediarios, me advirtió que Telefónica jamás hacía ese tipo de actuaciones (léase "ir por las casas") y que lo mío era sin ningún género de duda una estafa; por lo visto mis datos personales se cotizan muy bien. Esta mañana, finalmente, una chica me ha confirmado que la campaña existe y no la he soñado, y si tengo que creer lo que me ha dicho, ha mandado un email a los comerciales para que se pongan en contacto conmigo. La verdad es que si registran todas las comunicaciones, no me extrañaría nada que me hubiese tenido esperando para nada; ya les contaré.

En realidad, esto que les cuento no es nada de qué sorprenderse, igualito que con Endesa. Lo que he decidido es que me da igual que paguen justos por pecadores, pero al próximo comercial que se presente en mi puerta con una oferta, lo voy a mandar a la mierda, directamente.

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Como nota al margen, si realmente los centros de atención al cliente graban las conversaciones, como dicen que hacen "para mejorar el servicio", no entiendo cómo es posible que uno (yo) se encuentre tan a menudo en estos servicios con gilipollas integrales, vagos, incompetentes y sujetos de similar estopa. Claro que hay gente competente, agradable y dispuesta a ayudar, pero yo debo tener muy mala suerte porque de esos encuentro muy pocos. Una cosa es que pilles de vez en cuando a alguien puteado, cansado y con un mal día, pero que eso te pase día sí, día también, es al menos sospechoso. Me parecen demasiados para que no se refleje en un estudio muestral de llamadas. Quizá sea que los responsables son igual de incompetentes, pero me estoy aventurando y para no enfangarme más y que nadie se me enfade, lo voy a dejar aquí.

Endesa mon amour

Procedo a contarles otra de mis múltiples aventuras con las grandes empresas de nuestro santo país. Ya saben, esos campeones nacionales, ya sean banca, energéticas o telecos. Esas que tanto les gustan a los políticos de turno, y con las que el españolito se debe sentir tan identificado. Cómo me encanta tratar con ellas, y qué contento estoy con el servicio que nos prestan. Ay, qué afortunado soy.

Hoy toca... ¡Endesa! Ya saben, ese modelo de campeón nacional reconvertido en spaghetti, pero nacional al fin y al cabo. Esta historia empieza el pasado agosto, cuando un señor muy apuesto aparece en la puerta de nuestra casa, y nos ofrece cambiar de Gas Natural a Endesa, con el suculento ahorro que supone la oferta Ahorro Gas 10%. Ya saben, esa oferta por la que te hacen un 10% de descuento y que hasta hace poco salía en televisión anunciando un tipo con cara de gilipollas. Claro que lo que ustedes no saben es que el descuento es únicamente por el consumo, y no por el resto de conceptos, pero pelillos a la mar que eso son tonterías (haberte leído la letra minúscula Times New Roman número dos (2), chaval). Nada, que en vista del prometido ahorro, y que ya me veía despilfarrando todas esas ingentes cantidades de dinero que no iba a tener que soltar, decidimos contratarlo. Y esperamos. La primera, en la frente; es decir, primera factura, doscientos cincuenta y dos (252) euros. Casi un año con Gas Natural, pagando treinta euros (30) cada dos meses, y con Endesa multiplico esa factura por ocho, con un mísero calentador de gas. ¿Será que nos duchamos demasiado? Pues no. Afortunadamente, el problema se solucionó rápido; al parecer, había habido un problema en la transcripción de la lectura del contador de gas, y el problema fue rápidamente subsanado.

Entonces quedé a la espera de la correspondiente factura, pero entre unas cosas y otras, ella no llegaba y yo tampoco me preocupaba demasiado. Un buen día, llaman a casa de parte de Endesa para la realización de una revisión inicial, seguramente por aquello de no fiarse de las instalaciones de la competencia; ahora sí ahora no, quedamos a las siete y media de un miércoles cualquiera, y allí me tienen a mí esperando que el técnico aparezca. Y claro, como pueden imaginar, nada de nada. Veinte minutos después, me llama diciendo que está en una plaza y que no encuentra el número (¿?), lo que genera una conversación que sirve para que yo descubra porqué no llegan las facturas a mi casa: Endesa básicamente no sabe dónde vivo; no sabe no: no tiene ni puta idea. Visto el problema, llamo a Endesa, corrijo los datos y solicito que me envíen todas las facturas generadas hasta la fecha a la nueva dirección. Vista la tardanza (aún estoy esperando), decido darme de alta en el servicio Online (ya les hablé de esto), para ver si así definitivamente puedo tener acceso a las putas facturas. Dos semanas después, ya tengo usuario y contraseña, por lo que puedo ver mis facturas... excepto la primera, que sigue en paradero desconocido. Es decir, tengo acceso a la factura errónea, pero no a la correcta emitida después. Vaya por dios. Hurgando en la última factura, descubro además un concepto denominado "Mantenimiento gas sin calefacción".

Aquí es donde empiezo a cagarme (figuradamente) en la madre que parió a Endesa. Llamo de nuevo (no olviden, ante todo, que los 902 son cualquier cosa menos gratuitos) y pregunto porqué me están cobrando ese concepto. La primera persona, que es la única con un mínimo de coherencia que encuentro, me dice que ese concepto va incluído en la oferta del descuento del 10%, y que seguramente haya firmado una hoja blanca, que iba asociada al contrato de color amarillo que firmé. Le indico que no, que lo único que tengo firmado es la hoja de color amarillo indicada, y le solicito que dé de baja el citado servicio de mantenimiento. Le pregunto además qué va a pasar con esos casi veinte (20) euros que Endesa me ha cobrado de más, que por otra parte yo desconocía por no tener acceso a las facturas, y se ofrece a poner una reclamación, que según me indica se resolverá en un plazo de siete (7) a diez (10) días. Para la baja, me pasa con el departamento de bajas, donde me encuentro una pobre chica de inteligencia límite probablemente del cupo de discapacitados, con todos mis respetos para ellos; entiéndanme, esta persona puede ser la mejor persona del mundo, pero para mí, ella es Endesa.

Lo de esta chica no tiene nombre. Empieza diciéndome que ha procedido a la baja del servicio de mantenimiento, y que claro, perderé el 10% de descuento (¡vaya!) pero cuando le pregunto acerca de la cantidad disimuladamente sustraida de mi bolsillo por la compañía a la que representa, me dice que no pueden devolverme el dinero, porque yo estaba disfrutando de las coberturas. Y este es un hecho que me asusta, porque quizá mañana me llame Maphre, Telefónica o Allianz informándome de que me han estado cobrando, por decisión unilateral suya, un seguro, y que no me pueden devolver el dinero cobrado porque aunque yo no supiese que tenía el servicio disponible, estaba "disfrutando" de la cobertura. Es decir, que esta chica intentaba convencerme de que, aunque yo no había firmado ningún papel donde autorizase el cobro de ese concepto (ya saben, ese papel blanco del que les hablaba antes), ellos tenían derecho a cobrarme ese servicio porque lo había estado "disfrutando", aunque no hiciese uso de él. ¡Ignorante de mí! Acaba diciéndome que claro, ellos no tienen todos los datos en el ordenador (y entonces, ¿dónde están y quién los tiene?), y que puedo acercarme a la oficina de Endesa más cercana, para presentar una reclamación. Les ahorro el resto de conversación.

Bueno. En definitiva. En un plazo de siete a diez días recibiré la respuesta de la reclamación telefónica, y no diré lo que voy a hacer después aunque se lo pueden imaginar. Y no es quemar las oficinas de Endesa, aunque les aseguro que ganas no me faltan. Otro día les cuento mi última aventura con Telefónica, que también tiene tela.

Curiosidades

Es curioso.

Llamo al servicio de atención al cliente de Endesa para realizar una consulta sobre mi última factura. La amable persona que me atiende, tras preguntarme el motivo de mi llamada, me comunica que debido a precisamente un problema del sistema con el módulo de facturas (¡vaya por dios!), no puede atenderme en ese momento, y me pide que vuelva a llamar pasadas un par de horas. Le doy las gracias, me despido dándole las buenas tardes y cuelgo.

Espero 5 segundos.

Llamo al servicio al cliente de Endesa para realizar una consulta sobre mi última factura. La amable persona que me atiende, tras preguntarme el motivo de mi llamada, me solicita los datos de rigor y tras realizar las pertinentes comprobaciones, me proporciona los datos que le había pedido. Le doy las gracias, me despido dándole las buenas tardes y cuelgo.

Y no es la primera vez que me pasa. Cosas de la informática y los sistemas, you know. -

Otra cosa que me ha resultado curiosa es que la no-tan-amable persona de Endesa Online con la que he tenido el privilegio de hablar se refiriese al personal de atención al cliente de Endesa como "los señores de Endesa Energía" («...dígale a los señores de...»), de manera no poco despectiva. A punto he estado de preguntarle dónde estaba yo llamando (ah, ¿pero es que no son la misma compañía?), pero para qué. Gilipollas hay en todos lados, y todos tenemos un mal día, y no es cuestión de ponerme a discutir ni con los primeros, ni con los segundos.

Así que, como suele decirse, a tomar por culo.

Sensaciones

Hoy no estoy de humor para contarles nada; habrán notado que esto pasa desde hace ya algún tiempo. Aunque eso no acaba de ser cierto. El problema es que hay demasiado aire entre ustedes y yo, y sin querer dramatizar, la única forma que veo de hacerles entender lo que siento pasa por golpearles fuertemente en la nariz con mis nudillos. Quizá con el tabique nasal roto y la sensación de calor que acompaña a la sangre y el impacto podrían hacerse una idea, incluyendo la impotencia y la agresividad que probablemente sentirían hacia mi persona. Pero dejémoslo, ya les decía que no quería dramatizar y será mejor que no lo haga, o mañana alguien que yo me sé me llamará para preguntar si estoy bien (gracias, mamá). En cualquier caso, estarán de acuerdo en que es difícil transmitir algo así con palabras, y yo no dispongo del tiempo ni probablemente el talento para ello.

Les dejo hoy con una canción original de Kate Bush, en versión de Placebo: Running up that hill; pueden encontrarla dentro del genial Sleeping with ghosts. Pensé en Popular, de Nada Surf, pero eso será otro día. Espero que les guste. Ya nos vemos mañana, si eso.

Ay

Desde que hace unas semanas (va para cuatro) tuve aquel episodio de cervicalgia aguda con impotencia funcional que me tuvo postrado en la cama casi totalmente inmovilizado durante tres días, de manera considerable otros cuatro, y bastante jodido el resto, sufro, a veces sí y a veces no, a veces en silencio y a veces no, unos dolores que nacen un poco por debajo del cuello y que se extienden ligeramente hacia el brazo derecho y menos ligeramente (o más intensamente, como quieran) hacia la cabeza, sector trasero (de la cabeza, desgraciados) inferior derecho si son locales, y a toda ella si son más ambiciosos. No sé si es la postura en la que duermo, los movimientos diarios que hago, si es cómo conduzco, lo que (y cómo lo) como o lo que (y cómo lo) cago, o es que simplemente ha pasado poco tiempo desde aquello, pero el hecho es que hay días en los que me cortaría la cabeza, si supiese que me iba a crecer otra; desagraciadamente soy consciente de que no es así, por lo que apenas he entrado a valorar la idea. Esto que les cuento tiene además la particular, lógica y nada despreciable consecuencia de hacer que mi cabeza padezca en ciertos momentos una esterilidad destacable; es decir, que pensar y concentrarme me cuesta lo que no está escrito, y no les cuento lo que me cuesta escribir.

Y dicho eso, no les cuento más. Mañana traumatólogo, ya casi un habitual, a ver si me manda algo. Remedios naturales, artificiales, una resonancia magnética, un fisioterapeuta o un masaje tailandés, me da igual. A lo mejor es que me estoy haciendo mayor, pero como esto siga así, va a escribirles quien yo les diga, por aquello de la falta de ideas y esterilidad creativa. No digan luego que no les advertí.

Ay.

Agujas y otras cosas

El pasado cuatro de enero el disco duro de mi portátil dejo de funcionar, y casi de existir, a las ocho y media de la noche. Tras un pantallazo azul de Windows y lo más similar a cerrar a un paciente en medio de una operación de transplante de corazón, mi portátil decició ignorar a su principal unidad de almacenamiento: su único disco duro. Tras comprobar con pavor que ninguna herramienta de recuperación de información conseguía recuperar ninguna información, valga la redundancia, busqué el ticket de compra por toda la casa. Lo han adivinado: sin éxito. Dos días después, en casa de mis progenitores, y aunque estaba convencido de que la garantía había expirado, localizé el ticket de compra. Lo han adivinado, casi: la garantía caducaba el día cinco de enero de 2008; es decir, el día anterior. Al llegar a casa, volví a intentarlo todo, y desesperado, hice lo equivalente a abrir el capó del coche y volverlo a cerrar. Les ahorraré los detalles; inexplicablemente, tras eso el disco duro volvió de sus vacaciones, y poco después, con algo de ayuda, todo volvía a la normalidad. Esa es una de las razones de que no les haya mencionado a los Reyes Magos este año. Esa, y que en realidad no me apetecía. Bien.

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Nací con el pie izquierdo, aunque a lo largo de los últimos 31 años he conseguido cambiar el paso; y no es que naciese cabreado (aún así, algunos días me sigo levantando con el pie izquierdo, pero en otro sentido). Al poco de salir a este mundo tuve ciertos problemas respiratorios, que arrastré hasta bien entrada la pubertad, y a los siete años una dolencia todavía no identificada me llevó a estar ingresado en observación durante una semana en el hospital La Fe de Valencia. Como probablemente han deducido, no recuerdo los detalles exactos de aquella estancia. Confieso que tampoco me he preocupado nunca demasiado por averiguarlos; mi interés se limita a los momentos en los que aquello me viene a la cabeza, por una razón u otra, así que todo lo que puedo contarles son ambigüedades más o menos verídicas sobre aquel periodo hospitalario. No obstante, hay una cosa muy concreta que sí recuerdo.

No sé si han estado alguna vez ingresados en un hospital, y tampoco si lo han hecho de pequeños. La estancia no es especialmente desagradable, por supuesto, intuyo, siempre que ésta sea temporal, breve, y la causa de ésta, dentro de lo que supone el ingreso hospitalario de un niño, poco grave. Allí hay otros niños con los que jugar y te sientes algo especial por la cantidad de juguetes y visitas que recibes; a un crío siempre le gusta sentirse el centro de atención a causa de una enfermedad; es como el hombre contra la bestia; tú eres el hombre y estás allí porque luchas contra la bestia; todo el mundo te presta atención y eso te gusta (eso también pasa normalmente de adulto). En definitiva, puedo afirmar que de acuerdo a lo que viví, no fue una experiencia que considere traumática. También es posible, si prefieren especular, que en realidad sí lo fuese y el trauma resida aún en mi subconsciente, esperando para atacar de un momento a otro; no descartemos nada, por aquello de justificar trastornos psicológicos agudos en un futuro.

A pesar de ello, sí que hay como les decía algo muy concreto que recuerdo, aunque no soy capaz de ambientar con exactitud la habitación y estancias en las que me movía. No descarto por tanto que se haya producido en todos estos años una profunda deformación de la realidad, aumentada por la mente influenciable e imaginativa de un chiquillo de corta edad. El caso es que había entre todos los niños que compartíamos aquel espacio (que puede ser una planta del hospital, una unidad, o un edificio, no sé decirles) una chica algo mayor que el resto, quizá tan sólo un par de años, que se divertía —probablemente mucho— amenazándonos con pincharnos con jeringuillas por la noche, mientras dormíamos. No sé a los demás, pero a mi aquello me aterrorizaba hasta la médula, al verme totalmente vulnerable, por no hablar de lo que me costaba dormirme. Recuerdo aquellas noches como unas de las peores de mi vida.

Hoy en día no tengo especialmente miedo a las agujas, pero en cualquier caso, allí donde estés, y sin ningún tipo de rencor, te deseo lo peor.

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Últimamente se me está haciendo muy áspero escribir algo que merezca la pena, a pesar de los intentos. Sirva esto de excusa y advertencia al lector ocasional y habitual.

Feliz Navidad, el canon o no me lo tengan en cuenta

Hola. Antes de nada, Feliz Navidad. Ya imagino que algunos o incluso muchos de ustedes deben de ser ateos y esto de la navidad como conmemoración del nacimiento de Jesús les trae sin cuidado, pero seguro que eso no les ha impedido ingerir cantidades ingentes de comida en casa de la madre, la abuela o la suegra. Así que, en conclusión, seamos coherentes: Feliz Navidad.

Lo segundo que tengo que decirles es que he estado demasiado ocupado últimamente con mis cervicales para pensar en otra cosa que no sea yo, y mucho menos en este blog y en ustedes (sí, es verdad). Y si a eso añadimos que estoy de vacaciones, comprenderán que haga unos días que no nos vemos. Pero claro, como siempre, cuando me aburro, me pongo a hacer algunas cosas, que es lo que le digo a mi señora que estoy haciendo cuando me pilla leyendo y comentando blogs compulsivamente, algo que no, no hago tan a menudo como podría pensarse. El caso es que hay mucha gente tonta por el mundo y no sólo no paro de asombrarme, sino que me siento en la obligación de adoctrinarles.

Bien. No me tengan demasiado en cuenta lo que les vengo a contar. El caso es que decía Enrique Dans hace unas semanas en una de sus entradas, y en referencia al famoso canon, que «si la tecnología pudiese hacer que del grifo de tu cocina saliese Coca Cola, ¿cuánto estarías dispuesto a pagar por Coca Cola embotellada?». Ya saben que cada día le tengo más tirria a (las opiniones de) este señor, aunque no es nada personal. El caso es que aunque la Coca Cola saliese por el grifo de la cocina, alguien tendría que fabricarla, o eso creo; eso no haría que de las montañas naciese Coca Cola. No voy a entrar demasiado en profundidad en el tema, simplemente que, aparte de todos los calificativos que se merece la SGAE, me da a mí que aquí hay mucha hipocresía; que un buen montón de la gente que se queja —aunque con razón— de que el cánon se aplica de manera indiscriminada, utilizan CDs y DVDs para grabar música y películas. Otro punto, sin extenderme demasiado más, es el tema de la copia privada. Estoy de acuerdo en que las discográficas, si son inteligentes —cosa que está por demostrar—, deberían cambiar su modelo de negocio. Pero me cruje de alguna forma que a alguien le pueda parecer totalmente normal y moralmente correcto que el acceso al trabajo de otras personas sea gratuito; y que sea legal, un buen argumento, no cambia las cosas. Por dos cosas; una, que no creo que la ley actual contemple la evolución que ha tenido la tecnología, y dos, que si mañana deja de ser legal, no creo que el hecho de que sea ilegal sea utilizado de alguna manera. En otras palabras, si ahora se dice "copio porque es legal", no se va a pasar al "ya no copio porque es ilegal". Se trata simplemente de un argumento que nos viene bien. Lo del acceso libre a la Cultura (con mayúsculas) también me da bastante risa.

Y bueno, muchas otras cosas me dan risa, pero no se las voy a contar todas hoy. Ya les decía que no me iba a extender, pero es que el tema me pone un poco tonto. Que claro que no tengo porqué tener razón, pero hasta el momento, no he encontrado nadie que me convenza de que hacer cosas cuesta dinero y que es razonablemente normal pagar por ellas, sea mediante publicidad o transferencia económica. Como decía, "bueno". Supongo que al fin y al cabo, lo mismo podría aplicarse al software, pero de alguna manera, nadie quiere extrapolar el tema al software propietario. Ay.

No sé si alguna vez uno de estos capullos congénitos que encuentra uno en su tránsito por el colegio ha abusado físicamente o verbalmente —pero no sexualmente, claro— de ustedes (nunca fui demasiado corpulento, admitámoslo), pero si lo han hecho, sabrán que la mejor forma para escabullirse es contarles algo que los distraiga de lo que están haciendo. Funciona en un noventa y nueve por ciento de las veces; casi como si no pudieran pensar al mismo tiempo que aplican la violencia física. Claro que probablemente eso es algo que nos pasa a todos (los hombres). Para acabar, y esto da para una entrada entera y seguramente un buen montón de estudios de psicología y sociología, quería preguntarles si se han fijado en que, al salir de una película llena de cosas inverosímiles, siempre hay alguien que se queda con cuestiones vanales y superficiales que son chorradas al lado de esas cosas increíbles. Ese que, al acabar de ver Superman —que es un tipo extraterrestre que vuela y tiene poderes sobrehumanos—, se queda loco con el hecho de que Lois Lane no se de cuenta (!¡) de que Clark Kent y Superman son el mismo sujeto; la misma persona, el mismo individuo. Pero, por favor, ¡¿cómo no se puede dar cuenta?!

Paseos

Hace muchos años, cuando aun vivía con mis padres, todos los días veía pasar por delante de mi casa a una madre, una mujer mayor y más bien pequeña, acompañada de su hijo, un hombre muy grande, de aspecto zafio y que caminaba con una expresión de ausencia en su cara. No hacía falta ser muy observador para darse cuenta de que ella llevaba las riendas y él se limitaba a seguirla. No sé cuando me percaté de sus paseos, pero jamás los ví hablar, y lo único que hacían era, uno al lado del otro, andar, en un trayecto que fácilmente rondaría los cinco kilómetros. Recuerdo que algún tiempo más tarde mi madre me dijo que él padecía algún tipo de trastorno mental que le producía una conducta agresiva, y que esas largas caminatas tenían la finalidad de agotarlo como parte de su terapia. A partir de ese día, cada vez que pasaba junto a ellos —siempre caminaban por el lado derecho de la carretera— andando o en bicicleta, imaginaba que él se daría la vuelta y arremetería contra mí, que me empujaría contra el otro carril, o haría algún otro gesto irracional de ataque. Eso me producía una sensación de emoción y miedo a partes iguales, que se incrementaba a medida que me aproximaba a ellos. Por fortuna, jamás hizo nada, y los dos siguieron pasando delante de mi casa, estuviese lloviendo, granizando, fuese invierno o verano; todos y cada uno de los días. Hasta que de repente, simplemente dejé de verlos. Algún tiempo después, me enteré de que la vieja había muerto. Nunca más volví a ver a su corpulento hijo.

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Por cierto, ya estoy mejor. Quedan secuelas, entre ellas no poder mover el brazo derecho sin sentir dolor, pero al menos ya puedo moverme como las personas. Estaba pensando que cada vez que empiezo de nuevo a correr y el entrenamiento empieza a ser relativamente serio, algo me impide continuar. Creo que de seguir así, voy a tener que replantearme algunas cosas.

Yo o preguntas y respuestas

Hace cosa de una semana y pico participé en el I Premio de Relato mínimo Diomedea, que organiza Sergi Bellver en su blog, con tres relatos: María (tenía razón), Extraños, y Rosemary. A pesar de mis esperanzas, tras conocer el fallo hoy, no sólo no he ganado, sino que además, no he tenido una triste mención consolatoria. Pero no se preocupen, mi ego y yo estamos convencidos de nuestro gran talento literario y de la incapacidad del resto del mundo para captar nuestra genialidad, así que seguiremos intentándolo hasta que dejemos de hacerlo. Después de todo, Van Gogh no fue el primero en morir en la miseria siendo ahora mundialmente reconocido, y con toda probabilidad tampoco será el último. Claro que tampoco me gustaría ser el siguiente, ya que pensándolo bien, una vez muerto, para qué coño quiero yo que me digan que mis textos son la ostia; exacto: para nada. Bueno, pelillos a la mar. En confianza, sí, pensaba que al menos dos de los relatos (Extraños y María (tenía razón)) tenían una cierta calidad, que eran de un nivel decente, pero al parecer el listón está más alto de lo que yo creía, incluso quizá demasiado alto para un servidor. No se preocupen, no me dejo amilanar con tanta facilidad. En mi defensa, y aunque pueda esto considerarse probable y acertadamente como una deformación del conocido amor de madre, me veo obligado a decir que los relatos ganadores no me entusiasman lo más mínimo, como sí me ha pasado con otros relatos. Como verán, la imparcialidad no tiene cabida en mi ser, y admitámoslo, no estoy hecho para admitir la realidad ni la justicia, o visto desde otro prisma, la realidad no está preparada para admitirme a mí.

El caso es que a raíz del fallo del concurso, me he puesto a mirar las bitácoras de los finalistas, y algunas de ellas están dedicadas de manera casi monotemática (en un sentido no peyorativo de este término, aunque todo lo que es "monocosa", por llamarlo de alguna manera, me aburre terriblemente a los pocos minutos por defecto de fabricación) a la literatura. A los cuentos, las novelas, artículos de literatura, escritores vivos, difuntos, conocidos o desconocidos, análisis de técnicas y autores y libros, revistas de literatura, historia, curiosidades, etc. A continuación he pensado en todas aquellas dedicadas exclusivamente al tebeo, al cine, a la música, o a la fotografía, en aspectos y profundidades que exceden con mucho todo lo que a mí me gustaría aprender de cada una de estas disciplinas. Claro que yo no estoy solo en el mundo, y entiendo que a otras personas dichas profundidades les parecerán necesarias (incluso comprendo que lo sean, independientemente del público afín). Bueno, sin querer desviarme del tema, yo les pregunto a todos ustedes, y me refiero con mis preguntas tanto a ellos como a aquellos de ustedes que tengan blogs temáticos de este tipo: ¿cómo son capaces? ¿Cómo consiguen mantener la afición por algo durante tanto tiempo? ¿Cómo pueden sostener esas intensidades de interés? ¿Cómo llegan a querer profundizar tanto en algo? ¿Por qué yo me aburro mientras que ellos —o ustedes— perseveran en su estudio de estas disciplinas, y además, disfrutan con ello? ¿Qué extraño don poseen ustedes que yo, que con alguna honrada excepción me canso a los dos meses de cualquier cosa que no sea yo mismo, no poseo? ¿Por qué? ¿Cómo? ¿A quién hay que comprar? ¿A quién hay que venerar? ¿A quién he de venderle mi alma? ¿Alguien, alguien, alguien puede darme una respuesta?

El deporte es cosa de hombres

Como algunos de ustedes saben, hace algún tiempo que me estoy preparando —al menos— para la media maratón (se oyen risas), siendo eso otra forma de buscar una meta o decir "vamos a empezar a correr y ya veremos qué tal". Dejando al margen mi historia personal, ciertos problemas con mi tendón peróneo —que al final de todo resultó no tener la culpa de nada— y una pequeña rotura fibrilar hace cosa de un mes, ahora que he vuelto a salir a correr me llama la atención poderosamente —qué frase tan genial— el escaso número de féminas con las que me cruzo mientras corro, que no serán más de un 10% del total siendo generoso. En ciclismo, deporte que practiqué durante bastantes años, creo que el número de mujeres no pasaría del 1%. En fútbol, tres cuartos de lo mismo y en baloncesto, igual. Quizá la excepción sean los gimnasios, pero no creo que compensen el total.

Es decir, que siendo las mujeres el género por excelencia obsesionado por el control y la pérdida de peso —muy a pesar suyo por lo general, y por exigencias ajenas e impuestas—, y siendo el deporte uno de los mejores sistemas para quemar calorías, me sorprende que éste tenga tan poco éxito en general entre el mal llamado "sexo débil", y que en su lugar prefieran dietas más o menos estrictas de dudosos resultados y beneficios, o sesiones de fitness que la mayor parte de las veces no resultan especialmente económicas.

Dicho esto, ¿alguna lectora —o lector— se atreve a adelantar su opinión o proponer una teoría?

Un hombre bajo los efectos del hastío

Como dueño de este blog que soy os debo una explicación y esa explicación que os debo, como dueño de este blog que soy, os la voy a dar. Digo. Comentaba hoy mablog en un comentario que el blog este está muy flojo últimamente, y no puedo estar más de acuerdo, aparte de que se agradece la sinceridad. Uno nunca sabe si el blog le parece una mierda porque está negativo, o es que realmente el blog es una mierda. Y en el caso opuesto, lo mismo. Como muestra de lo que nos comentaba mablog sirve esta entrada, totalmente vacía y carente de sentido por sí misma. Para excusar este indiscutible hecho y rellenar un poco, podría darles multitud de razones por las que la calidad de los posts brilla por su ausencia. La primera, que estoy escribiendo la próxima novela del siglo y no me queda tiempo para más, lo que es mentira porque lo que es escribir, escribo más bien poco y además no se me da lo suficientemente bien para apuntar tan alto. La segunda, que simplemente no se me ocurre nada, y puesto que me siento obligado a proporcionarles contenido (a ustedes), yo sigo escribiendo, pese a quien pese; y esto es la bazofia que sale como resultado de escribir sin pensar. Bien, aquí ya empieza a haber algo de realidad. La tercera razón podría ser la falta de tiempo, y esa ya está definitivamente mejor encaminada. Y no se trata únicamente de que tengo menos tiempo para escribir, sino que al tener menos tiempo para todo en general, duermo menos y tengo menos ideas, y pueden seguir ustedes con la argumentación hasta donde gusten. La cuarta razón, y entramos en el terreno de las certezas irrefutables, podría ser que me he dejado el café a causa del estrés y otras maldades (sí, como lo oyen, ahora sólo lo tomo descafeinado), y eso me está afectando negativamente; ya ven que mierda. Y la quinta y última razón es, con toda seguridad, que con la cabeza dentro de un hoyo, las cosas se perciben diferente, cuando se perciben; en general todo despierta menos interés, tiene menos colores y se escucha amortiguado. Es después de todo lo normal si va uno metiendo la cabeza en bujeros.

Para que no se quejen, les voy a poner un ejemplo. Verán. En la última semana he visto cuatro películas, y ninguna de ellas me ha despertado el suficiente interés como para hacerles una pequeña reseña, cuando antes les hacía una crítica, mejor o peor, de cualquier cosa parida que se pueda ver en televisión o cine, con su imagen correspondiente. Y eso que en este caso, todas ellas tenían su puntito que facilitaba el comentario; Zodiac, por ejemplo, es una gran película y se merecería una entrada para ella sola. En el extremo opuesto estaría Planet Terror, que por muy road movie que vaya etiquetada y mucho nombre "Robert Rodriguez" que lleve adosado, que algo así haya recibido tantas alabanzas es para mear y no echar gota; ya saben a que me refiero. También podría haberles hablado de En la cama, pero para qué les voy a mentir, no estaba con ganas de ver una película en la que un hombre y una mujer se pasan hora y media hablando en la cama de una habitación de hotel... así que ví sólo las escenas de sexo, y tampoco son para tanto. Y por último, también podía haber escrito algo sobre María Antonieta, la película de Sofía Coppola basada en la vida de la susodicha, que tanto revuelo levantó en Cannes por combinar música actual con ambientes de la corte francesa del siglo dieciocho, y que no es en realidad nada especial.

Así que vean todo lo que podía haberles contado pero no les conté. En lo sucesivo, si les parece, y siguiendo mi tónica habitual de anticipar cosas que nunca acabo cumpliendo, vamos a hacer una cosa: yo escribo si tengo algo que contar o si se me ocurre algo que considere imaginativo o ingenioso, y si no, no escribo. Así yo dispondré de más tiempo libre y libertad para pensar (que siempre viene bien), y ustedes agradecerán poder leer algo con sustancia en lugar de las tonterías insípidas que tanto abundan últimamente.

Veinte ene

Estaba pensando, que no entiendo porqué los franquistas et al. conmemoran el 20-N, es decir, la fecha de la muerte de Primo de Rivera y Francisco Franco. Digo yo que ellos deberían celebrar su nacimiento, y nosotros (los demás) su muerte, ¿no?

Claro que eso nos daría como resultado dos celebraciones al año (porque haber nacido y muerto el mismo día, eso sería... tema de investigación para Iker Jiménez) y bueno, casi mejor que no. Así que dejemos la fiesta en paz, que al menos de esta manera ganamos todos.

Ale. Sin acritud, ¿eh?

Tonto y tacaño (o esto no era lo que tenía pensado contar)

Esta mañana, cuando he bajado con Samy a que hiciese sus necesidades y pasase un poco de miedo, me he visto tentado a comprar una ensaimada en el horno de mi barrio. Tras considerar demasiado brevemente —y como les adelanto ya, de manera errónea— las posibilidades de tener hambre en las próximas horas, he renunciado a gastar 75 míseros céntimos y he subido a casa. Aproximadamente 45 minutos después, y después de mil y una vueltas buscando aparcamiento —qué gilipollas es a veces la gente, por cierto—, he pasado delante de un horno y tentado, he comprado una ensaimada que era 40 céntimos más cara y sensiblemente de menor calidad. Quién me mandaría a mí tomar decisiones.

Les adelanto que en lo personal no está siendo una temporada muy buena, la verdad. Así que no me pidan demasiado.