Recomendación literaria

«Popularmente se supone que los africanos rebosan sabiduría indígena y conocimientos ancestrales sobre plantas y animales. Son expertos en su identificación por el rastro, el olor o las señales que dejan en los árboles y se embarcan en meticulosos análisis encaminados a determinar a qué planta pertenece una hoja, fruto o corteza. Para infortunio suyo, los occidentales suelen actuar de una manera interesada en sus interpretaciones. En la época en que se daba por sentada la superioridad cultural de Occidente, era intuitivamente evidente que todos los africanos se equivocaban en la mayoría de las cosas y que simplemente no eran muy listos. Por lo tanto, no era de extrañar que sus menten no fueran nunca más allá de sus estómagos. El antropólogo se encontraba de forma inevitable en el papel de refutador de esta concepción del hombre primitivo. A él le tocaba demostrar que cierta lógica guiaba su comportamiento y que seguramente su sabiduría escapaba al observador occidental. En esta época de neorromanticismo, el antropólogo ético se sorprende al encontrarse de repente en el otro extremo. Actualmente, el hombre primitivo es utilizado por los occidentales, igual que lo fue por Rousseau o por Montaigne, para demostrar algo referente a su propia sociedad y reprobar los aspectos de la misma que les parecen poco atractivos. Los “pensadores” contemporáneos tienen el juicio fundamentado y equitativo en tan poca consideración como sus antecesores. Un ejemplo que me impresionó especialmente antes incluso de ir al país Dowayo fue una exposición de objetos de los indios pieles rojas. En ella se exhibía una canoa de madera y nos informaban que “las canoas de madera funcionan en armonía con el entorno y no son contaminantes”; junto a ella había una fotografía del proceso de contrucción en la que aparecían los indios quemando grandes extensiones de bosque para obtener la madera adecuada y dejar que se pudriera el resto. El “noble salvaje” se ha alzado de su tumba y se encuentra vivito y coleando en el noroeste de Londres, igual que en algunos departamentos de antropología.

Lo cierto es que los dowayos sabían menos de los animales de la estepa africana que yo. Como rastreadores, distinguían las huellas de motocicleta de las humanas, pero esa era la cima de su conocimiento. Al igual que la mayoría de los africanos, creían que los camaleones eran venenosos y me aseguraron que las cobras eran inofensivas. Ignoraban que los gusanos se convierten en mariposa, no distinguían un pájaro de otro ni te podías fiar de que identificaran bien un árbol. Muchas plantas carecían de nombre aún cuando las usaran con frecuencia; para referirse a ella tenían que dar largas explicaciones: “La planta que se usa para extraer la corteza con la que se fabrica el tinte.” Gran parte de los animales de caza se habían extinguido debido al uso de trampas. En lo que se refiere a “vivir en armonía con la naturaleza”, a los dowayos les quedaba mucho camino por recorrer. Con frecuencia me reprochaban no haber traído una ametralladora de la tierra de los blancos para poder así erradicar las patéticas manadas de antílopes que todavía existen en su territorio. Cuando los dowayos empezaron a cultivar algodón para el monopolio estatal, les suministraron grandes cantidades de pesticidas, que ellos inmediatamente aplicaron a la pesca. Arrojaban el producto a los ríos para después recoger los peces envenenados que flotaban en la superficie. Esta ponzoña sustituyó rápidamente a la corteza de árbol que habían utilizado tradicionalmente para ahogar a los peces. “Es maravilloso -explicaban-. Lo echas y mata todo, peces pequeños y peces grandes, a lo largo de kilómetros.”»

 

Fragmento de El antropólogo inocente, de Nigel Mansel Barley (gracias a kowalinsky por apuntar el lapsus mental). Un libro muy divertido y totalmente recomendable. Y no sé si este fin de semana nos veremos o tendrán que conformarse con esto, que no me negarán que es bastante. Así que ale, dos párrafos. Disfrútenlos y discúlpenme esta falta de material propio, pero tengo la cabeza que no sé dónde la tengo.