Pijas, envidia, sexo y status quo

He descubierto un profundo foco de contradicción en lo más hondo de mi ser. Y la causa de éste son las mujeres pijas del CEU San Pablo, esas que me cruzo todas las mañanas cuando voy a trabajar. Las de los BMWs los MINIs y los Audi que papá me ha comprado. Las de las gafas de doscientos euros, las de la tontería, las de culito prieto, las de mírame pero no toques (por decirlo suavemente). Quizá alguien piense que estoy exagerando, o generalizando, pero no, ni lo uno ni lo otro. Esas mujeres existen y es ese limitado estrato social del que hablo. Que nadie se me vaya de varas. Centraos, ¿eh?

Por una parte, les tengo envidia, porque óiganme, yo también quiero un BMW (gratis), coño. A mi también me gustan los Audi TT descapotables. Yo también quiero disponer de una tarjeta de crédito (de esas en las que no baja el saldo), y no tener otras preocupaciones más allá de qué modelito de Dior me pongo esta noche para irme de fiesta. No quiero pensar en la hipoteca, ni en reformas, ni en la reparación del coche, ni en cuanto tengo que ahorrar, ni en qué contrato tengo, ni en pollas en vinagre. No quiero tener problemas ni preocupaciones, y a veces ni siquiera aquellas que yo mismo me creo (es decir, existenciales). Y si mañana me tocase la lotería, no tengo ninguna duda de que me compraría un coche de lujo y reformaría el piso, y quién sabe si no me compraría otro. Absolutamente ninguna duda. Y lo haría yo y cualquier hijo de vecino que no fuese idiota. Así que por ese lado, lo único que tengo es envidia, envidia de la peor, lo admito. Dicen que el dinero no da la felicidad, pero aún estoy esperando que me dejen comprobarlo.

Dicho esto, además, por si fuese poco, estas niñas me ponen, así de simple. Me ponen mucho, porque van siempre así de monas, porque van siempre tan fashion, porque no tienen otra cosa en que preocuparse más que de la marca del bolso y si el pintalabios es así o asá, y eso se nota. Por esa actitud altiva que la mayoría llevan (me veo en la obligación de recordar que el espectro social al que me refiero está muy delimitado, que nadie se me confunda ni pretenda que estoy generalizando), y porque coño, me pone una mujer de veintitrés años y carnes prietas conduciendo un Audi TT negro descapotable; lo confieso, aunque no creo ser ninguna excepción en ese aspecto. Obviamente, jamás tendría nada (serio) con una mujer así, pero oye, una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa. Y además, en cualquier caso, me faltaría colaboración en el otro extremo.

Es decir, tenemos hasta ahora: envidia (malsana) y atracción sexual. Nada del otro mundo, todo bastante normal.

Pero, porque siempre hay un pero, detesto a esta gente; aunque la culpa no es suya. Detesto a esta gente que gracias a su dinero, un dinero que los demás no tenemos, tiene acceso a una mejor educación, a mejores puestos de trabajo (eso se llama contactos), a la posibilidad de formarse con menor esfuerzo y mayor rendimiento, a masters, a cursos de idiomas en el extranjero. En resumen, y me refiero al rango de edad menor de treinta años, a la posibilidad de vivir con menor esfuerzo. Y la detesto simplemente porque son la muestra viviente de la existencia de diferencias sociales, de la existencia de la diferencia de oportunidades (no me jodan, ¿eh?), de la existencia de un status quo que les favorece. Aunque ya lo he dicho, la culpa no es suya, la culpa es del sistema, pero coño, no me puedo meter a la vez con todo el puto mundo, ¡¿o qué?!

Ya, ya sé que hay algunos puntos no demasiado claros en todo eso, como el hecho de que por debajo de mi también haya estratos, pero eso lo dejaremos para otro día. Sed compasivos, por el amor de Dios. Nadie ha dicho que mis propios pensamientos hayan de ser coherentes y congruentes.